Los zapatos tienen más bacterias que un retrete. Esta fue la conclusión de un estudio desarrollado por Charles Gerba, un microbiólogo y profesor de la Universidad de Arizona, sobre la contaminación bacteriana presente en el calzado. En promedio, según su investigación, en las suelas de cada par de zapatos había 421.000 bacterias adheridas, una cifra superior a la que generalmente se encuentra en un asiento de inodoro.
Por ello, los expertos recomiendan adoptar una costumbre que las sociedades asiáticas llevan siglos haciendo: quitarse los zapatos al entrar en casa. Y lo que podría parecer una simple cortesía hacia la limpieza del suelo encierra, en realidad, una medida preventiva con implicaciones sanitarias relevantes. Y es que el calzado, en su paso por las ciudades e incluso por el campo, pisa superficies sucias, húmedas o químicamente tratadas, en las que viven ‘agentes indeseables’.
Así, de acuerdo con el estudio de la Universidad de Arizona, la bacteria Escherichia coli apareció en cerca de una cuarta parte de los casos. Esta bacteria, comúnmente asociada con materia fecal, no siempre es patógena, pero algunas cepas pueden producir toxinas que derivan en cuadros de diarrea aguda con sangre, e incluso en complicaciones severas. Otros patógenos detectados con frecuencia en el calzado incluyen Clostridium difficile, un microorganismo que puede provocar colitis severa, y Staphylococcus aureus, cuyo potencial infeccioso se eleva cuando se trata de cepas resistentes a múltiples antibióticos. Estos gérmenes pueden mantenerse activos en ambientes interiores, especialmente cuando las condiciones de humedad, temperatura y disponibilidad de materia orgánica son favorables para su supervivencia. A pesar de que el riesgo de infección directa por esta vía es bajo, el problema radica en el contacto indirecto. Es decir, una vez que las bacterias quedan depositadas en el suelo, su permanencia prolongada aumenta ese riesgo.
Más allá de los microbios
El riesgo que representan los zapatos de calle no se limita al ámbito bacteriano. Diversos estudios han alertado sobre la presencia de residuos químicos adheridos a las suelas, como pesticidas, herbicidas y metales pesados como el plomo. Estas sustancias, utilizadas en jardines, áreas verdes públicas o incluso en tratamientos urbanos para el control de plagas, pueden quedar atrapadas en las hendiduras del calzado y liberarse posteriormente sobre las superficies domésticas.
Además, el polvo del hogar contaminado con compuestos derivados de selladores asfálticos puede contener concentraciones de agentes cancerígenos hasta 37 veces más elevadas que en el ambiente exterior, según investigaciones realizadas en Estados Unidos.
Los alérgenos también encuentran en las suelas un medio eficaz para su diseminación. El polen, por ejemplo, se adhiere fácilmente al calzado durante la primavera y puede causar reacciones intensas en personas alérgicas, incluso dentro de espacios teóricamente seguros. A esto se suma el hecho de que niños y mascotas, al estar en contacto directo con el suelo, se ven expuestos de forma desproporcionada a estos contaminantes.
Otras ventajas de quitarse los zapatos
Además del impacto sanitario, la costumbre de quitarse los zapatos al entrar al hogar facilita el mantenimiento y la limpieza de los espacios interiores, por razones obvias. El polvo, el barro, los residuos orgánicos y químicos se acumulan menos en suelos y alfombras, lo que prolonga su vida útil y reduce la necesidad de limpieza intensiva. Esta ventaja se traduce en menor uso de productos desinfectantes agresivos, lo que también beneficia al medioambiente y a quienes sufren de alergias a ciertos químicos.
El cuidado de pisos delicados como la madera natural es otra ventaja significativa. Las suelas duras o los tacones pueden rayar o desgastar estas superficies, mientras que sustancias corrosivas transportadas desde el exterior pueden afectarlas de forma irreversible.