Jueves 12 de julio de 2012. A bordo de un Flecha Bus proveniente de Montevideo, Ludwig Gisch entró a la Argentina. Pasaporte austríaco válido, clase 1984. Pasó los controles migratorios y aduaneros sin sobresaltos. Y en la madrugada del viernes 13 llegó a Buenos Aires, donde lo primero que hizo fue ultrajar el cadáver de su madre.

Gisch tramitó la traducción oficial al español de la partida de defunción de Helga Tatschke, una argentina que había nacido en el Hospital Alemán de Buenos Aires, en octubre de 1942 y vivido en la porteña avenida Pueyrredón, antes de emigrar a África –donde lo tuvo a Gisch- y mudarse luego en Europa, donde murió el 19 de junio de 2010, en Viena, a los 67 años.

En agosto de 2024 los espías rusos y sus hijos fueron recibidos como héroes en Moscú

Le fue bien: Gisch obtuvo la certificación.

Pero todo era mentira. El certificado de defunción austríaco correspondía a otra persona fallecida en Viena y había sido adulterado por manos talentosas. Porque Tatschke había fallecido en Buenos Aires, a los 4 años, el 17 de abril de 1947, y permanece enterrada desde entonces en la tumba UC-16-255 del Cementerio Alemán de la Chacarita.

Múltiples identidades

Gisch fue, sabemos ahora, la cuarta identidad del espía Артём Викторович Дульцев; en español, Artyom Vitktorovich o Artem Víctor Dultsev. Oficial del Servicio de Inteligencia en el Exterior (SVR) ruso, el espía se movió por Brasil, Uruguay, Chile, Colombia y la Argentina, donde vivió durante años. Se instaló en el barrio porteño de Belgrano.

Ludwig Gisch y María Rosa Mayer Muños, camuflados como hinchas de la selección Argentina en el mundial de Rusia 2018

Gisch se movió por la Argentina con eficacia, atento siempre y en todo lugar a un dogma del espionaje: jamás llamar la atención. Ni por brillante, ni por torpe, acotando al mínimo sus huellas físicas y digitales, sin fotos suyas en Internet. Con impuestos pagos y ninguna pelea; con servicios públicos al día, cero multas o infracciones con su Volkswagen Gol 1.6, negro –el auto más vendido en el país durante una década-; sin tatuajes, ni ropa estrafalaria; sin nada que destaque, ni nada que avergüence. Ser, en suma, una persona gris. Esa que cuesta recordar, de la que hay poco para decir, a la que todos olvidan minutos después.

Pero él y todo lo que él tocó fue falso.

Los clientes de su empresita informática DSM&IT eran apócrifos.

La empresita informática en sí era una fachada.

Las antenas que montó en las azoteas de su departamento sobre la calle O’Higgins y de su oficina en la avenida Cabildo no eran para fines inocuos.

Él no era informático.

Y Ludwig Gisch no era su verdadero nombre.

Avisos

Todo eso, sin embargo, sólo saldría a la luz hasta once años después, cuando llegó el primer aviso desde la otra orilla del Atlántico.

El 17 de septiembre de 2012, Moscú inició la siguiente fase del desembarco en las calles porteñas. María Rosa Mayer Muños arribó al aeropuerto de Ezeiza. Nacida en Grecia, de nacionalidad mexicana, la suya también era una identidad de cartón. Su nombre verdadero era Анна Валерьевна Июдина; Anna Valerievna Iudina o Ana Valeria Iyudina, según la traducción, también agente del SVR.

Durante los siguientes diez años, Ludwig y María construyeron su “leyenda” como argentinos, la fachada que les permitió mostrarse ante el mundo como lo que no eran: un informático y una galerista de arte que se conocieron, se enamoraron y se casaron en Buenos Aires, donde tuvieron a sus hijos Sophie y Daniel. Pero también espiaron, incluso a madres del colegio seleccionadas con precisión. Madres a las que se acercaron por sus trabajos en el sector energético –Vaca Muerta- o por sus vínculos -estar casada con un estadounidense-.

Recién a partir de 2017, los Gisch encararon la siguiente fase de su despliegue. Migraron a Eslovenia, aunque mantuvieron un pie en la Argentina, a donde volvieron repetidas veces durante años. Retornaron para renovar sus pasaportes, para visitar amigos e, incluso, para votar en las elecciones nacionales. Votaron en la Escuela Normal Superior 10 “Juan Bautista Alberdi”. Él, en la mesa 5913; ella, en la 5923.

Capturados a fines de 2022 en la capital de Eslovenia por tropas especiales, los Gisch resistieron durante meses. Insistieron que eran quienes decían ser: él, informático, argentino por opción; ella, galerista, nacionalizada argentina. Hasta que, 18 meses después, protagonizaron el intercambio de prisioneros y espías más grande desde el final de la Guerra Fría. En agosto de 2024, el premier ruso –y teniente coronel de la KGB-, Vladimir Putin, los recibió al pie del avión en Moscú.

La estela de mentiras y espionaje de los espías rusos en la Argentina sale ahora a la luz.