De visita en Buenos Aires para presentar en la Feria del Libro la nueva novela de Alejandro Roemmers, El misterio del último Stradivarius (Planeta), Álvaro Vargas Llosa (Lima, 1966), el primogénito del Nobel del Literatura Mario Vargas Llosa, que murió en Lima el pasado 13 a los 89 años, dice a LA NACION que él y su familia viven “días dolorosos y tristes”, pero también de conmovedor asombro por la cantidad de mensajes de cariño “del mundo entero, de personas que no conocemos, que nada tienen que ver con nosotros”, puntualiza. No se refiere solo a las condolencias de los jefes de Estado, monarcas e instituciones como la Academia Sueca o la Academia Francesa, “gente entre comillas importante”, sino en especial de personas que no tienen cargos relevantes pero que fueron “tocadas” por su padre. “O porque lo leyeron, o porque lo escucharon hablar, para quienes mi padre representaba algo, y esto es muy hermoso”, afirma.

En la década de 1990, cuando visitaba en Pakistán a su hermano Gonzalo, que trabaja para Naciones Unidas en la oficina del Alto Comisionado para los Refugiados, aprovechó la oportunidad para hacer reportajes. “Nunca olvidaré la impresión que me hizo que uno de los comandantes de ahí, uno de los señores de la guerra, había leído a mi padre y reconoció su nombre en el paso fronterizo -recuerda-. Ahora he tenido esa sensación, de que un trocito de mi padre le pertenecía a mucha gente alrededor del mundo, y eso me hace sentir un poco menos solo en el duelo”.

“Antes que nada, mi padre fue un narrador, un creador literario; lo otro era muy importante, pero venía después”, dice sobre la actividad política y cívica del Nobel. “Quería ser recordado como un escritor y solo en segundo lugar como una persona que defendió la causa de la libertad, un legado muy importante en un continente como el nuestro, donde esa es una causa todavía no ganada; fue un creador, un narrador, un hombre de letras. Es justo no olvidarlo”.

Álvaro Vargas Llosa vive en Nueva York y en París; junto con sus hermanos, se ocupará de gestionar la obra del Nobel peruano

Está en Buenos Aires con su madre, Patricia Vargas Llosa Urquidi, que se casó con el escritor en 1965 y de quien se separó en 2015, para volver a reencontrase en 2023.

Álvaro Vargas Llosa es padre de dos hijos, Leandro y Aitana. Sus hermanos Morgana y Gonzalo son padres de dos hijas cada uno. “La mayor de mi hermano está esperando una hija; si mi padre no hubiera fallecido, hubiera sido su primera bisnieta, y lo será de mi madre”, cuenta.

-¿Cómo se debe interpretar que su padre haya regresado a Lima antes de morir?

-Tuvo que ver con las circunstancias de salud. Él estaba ya muy fatigado, necesitaba un tipo de compañía, de estructura, de ayuda, que estaba dictada por dónde estaba la mayor parte de la familia. Una vez que estuvo allí, el resto de la familia que no vivimos en Lima hicimos innumerable cantidad de viajes para llegar y estar con él todo el tiempo posible. Hubo una presencia permanente de la familia en Lima. Había allí cosas importantes para él, como una parte de la biblioteca que aún no fue enviada a Arequipa, sus libros preferidos, de Faulkner, Borges, Flaubert, Kafka, Dostoievski, Tolstoi, las novelas de caballería; en Madrid, tenía dos primeras ediciones de Madame Bovary. Estar rodeado en la etapa final por esos libros, que además están bellamente encuadernados, tenía cierta lógica.

-E hicieron paseos por Lima.

Fuimos a los escenarios de sus novelas en la ciudad, porque era complicado ir a otros lugares más alejados. Esto fue muy bonito porque los hacíamos de tal manera que elegíamos un lugar lejos de casa y en el trayecto íbamos hablando de la novela, de la significación que tenía, y eso le permitía a él recordar, en una etapa en que la memoria le estaba fallando, y le daban una mezcla de sorpresa y alegría. Recordaba cosas que había olvidado. Por ejemplo, fuimos a la cárcel de Lurigancho que es crucial en el último capítulo de Historia de Mayta; fuimos a ver el bar La Catedral, de Conversación en La Catedral, que ya no existe, hay ahora un almacén muy feo, muy descuidado con un cartel que dice “Se vende”, en una zona muy caótica. Y en el trayecto conversamos sobre la novela. Estos paseos los hacíamos casi en clandestinidad: elegíamos horas, vestimenta, todo tipo de detalles para que no se diera cuenta la gente, porque adonde iba y lo reconocían se arremolinaba la gente y eso para su salud era malísimo. A veces hubo hasta que disfrazarlo. Y luego cada uno de nosotros, mi madre, mis hermanos y yo, fue viviendo esta etapa final de manera muy íntima con él, en diálogos de despedida.

-¿Él era consciente de que eran diálogos de despedida?

-Creo que sí, aunque no lo decía, pero la intimidad que cada uno tuvo con él es uno de los tesoros más preciosos que guardaremos. Cada uno de nosotros le leíamos y era muy bonito lo que él comentaba; o le hablábamos de ciertos episodios de su vida y sus novelas, o le contábamos de nuestras vidas que para él era muy estimulante.

-¿Quién será designado albacea de la obra?

-Tenemos disposiciones muy claras. Nosotros lo haremos con la agencia Carmen Balcells, su agencia desde hace sesenta años. Eso en cuanto a la obra y las reediciones. Luego están sus papeles, sus manuscritos y cartas, el archivo. Todo eso está en Princeton. Él dejó instrucciones de que si quedaba algo fuera enviado allí, donde están muy bien cuidadas y de fácil acceso para quien quiera investigar porque se están digitalizando. Luego queda la Biblioteca de Arequipa, donde hay unos treinta mil volúmenes y hay por enviar algunos miles más, y una casa-museo, en donde nació. Son tres cosas distintas: su obra, sus papeles y la biblioteca.

-¿Dejó inéditos?

-Vamos a ver. Eso todavía está por descubrirse. No lo veo fácil; él había anunciado, después de su última novela, Le dedico mi silencio, que quería escribir un ensayo sobre Sartre, y llegó a hacer algunas notas, pero no constituyen verdaderamente el embrión de un libro, fueron cosas muy preliminares. Ya no tenía la fuerza para ello. Eso no está en condiciones de ser publicado. Y algún cuento que empezó a escribir en los últimos años. Él no era realmente un cuentista, pero tenía la idea de ir reuniendo algunos para publicar algún día un volumen. Habrá que revisar sus cuadernos, pero no habrá gran cosa. Queda una serie de once capítulos que hice para la televisión con el Grupo Salinas de México, Mario Vargas Llosa. Una vida en palabras, una larga serie de once capítulos de una hora cada uno sobre su vida, su obra y su actividad cívica, con un recorrido por todos los lugares donde habían ocurrido cosas importantes en su vida y en su obra. Y eso ya está disponible para el público.

-¿El Gobierno argentino se comunicó con ustedes para expresar sus condolencias?

-No. Él no tuvo comunicación con el presidente Javier Milei, y yo la tuve cuando estuvo en Madrid, invitado por el Instituto Juan de Mariana y luego por WhatsApp en una comunicación breve. Muchos gobiernos de distinto signo político lo hicieron, como la señora Sheinbaum de México o el presidente Boric de Chile. El otro día, en la cena de la Fundación Libertad, en la que participé, estaban ministros del Gobierno y el vocero presidencial, Manuel Adorni, que fueron muy amables y se acercaron a expresar sus condolencias. Hubo un homenaje a mi padre de los expresidentes Mauricio Macri y José María Sanguinetti, de Uruguay, que fue muy emotivo. Fue muy interesante que, desde sectores políticos distantes políticamente de mi padre, haya habido muchas declaraciones de pésame.

El sábado, Álvaro Vargas Llosa y su madre, Patricia Llosa, participaron de la presentación de la biografía política de su padre en la Feria del Libro

-¿No pudo asistir con su madre al homenaje en la Feria del Libro que se hizo este martes?

-No pudimos, nos enteramos a último minuto. Estuvimos el sábado en la presentación del libro de Pedro Cateriano, sobre la biografía política de mi padre. Entiendo que este homenaje se decidió a último minuto. Teníamos previsto la visita a la Feria hoy, para la presentación del libro de Alejandro Roemmers. Pero sí estuvo el director de la Cátedra Vargas Llosa, Raúl Tola.

-¿La Cátedra continuará como hasta ahora?

-Tenemos una estructura un poquitín complicada. Desde hace muchos años, la Fundación Internacional para la Libertad fue presidida por mi padre, en los últimos años de manera simbólica. Nos dijo: “Yo no soy dos personas, una que se dedica a la creación literaria y otra que se dedica a defender causas en las que cree en el campo político o cívico, soy una sola persona”, de manera que tiene sentido que la Cátedra, que se creó a raíz del Nobel en 2010, se incorpore a la Fundación. Pero como la Fundación tiene una proyección en el campo político, la idea es que, para no contaminar a la Cátedra, esta tenga autonomía, administrativamente dentro de la Fundación. En octubre, se hará la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa en Extremadura, en España, por primera vez. Y la Fundación, el 21 de mayo, presentará un libro de homenaje a mi padre con escritos de quince presidentes como los españoles José María Aznar y Mariano Rajoy, Macri, Luis Lacalle Pou, de Uruguay, María Corina Machado, que no es presidenta pero es como si lo fuera de haber habido elecciones libres en Venezuela; Vicente Fox, de México, y Osvaldo Hurtado, de Ecuador, entre otros. Tiene un prólogo escrito por mí.

-¿Usted sería entonces el presidente de la Fundación?

-En la práctica la llevamos Gerardo Bongiovanni y yo, pero ya vamos a decidirlo. Tenemos un equipo fantástico, con una pata en Miami, donde he estado muy involucrado, y presencia en Brasil, con el exministro de Economía Paulo Guedes.

-¿Cuáles son los objetivos de la Fundación?

-Promover la libertad en todos los campos: político, económico, institucional, cultural. Pensamos que la libertad es indivisible, que no debe ser promovida solo en el campo económico. Mi padre, cuando se le propuso presidirla, pidió que no fuera una fundación economicista. Él era un gran defensor de la libertad económica, pero quería que la entidad tuviera una mirada más amplia. Tenemos que honrar su legado, haciendo eso mismo.

-¿Le preocupaba la amenaza de los gobiernos autoritarios a las humanidades?

Le preocupaba el renacimiento del populismo en todo el espectro, no solo en la izquierda, sino también en la derecha. Tenemos hoy un populismo de derecha que está muy arraigado en Europa, hay corrientes muy fuertes en Estados Unidos y en sectores de América Latina. Es un tema que lo sensibilizaba mucho. Decía que la manera de combatir el populismo de izquierda es desde el liberalismo, no desde el populismo de derecha identitario y nacionalista que está cobrando mucha fuerza. Era un gran defensor de la tecnología, pensaba que había liberado al ser humano de regímenes autoritarios, pero le preocupaban dos cosas: la manipulación de la verdad y el hecho de que se debilitaran la lectura y la palabra escrita.

-¿Usted heredará el marquesado de su padre?

-Sí. En principio, tengo que reclamarlo, así funciona. Esto no tiene tierras ni tiene tesoros, simplemente es un título. A él le hacía gracia pensar que, dentro de doscientos años, alguien tuviera el marquesado Vargas Llosa, y que todo se hubiera originado en su Premio Nobel, es decir, que el origen fuera no un reparto de favores sino la literatura. El rey de España, hoy emérito, se lo entregó por razones literarias. “No soy un monárquico, soy un republicano de toda la vida, pero no me disgusta que dentro de doscientos años alguien tenga un título cuyo origen es la literatura”, decía. Eso me crea cierta obligación.

-Hubo un debate sobre si Vargas Llosa pertenecía a Perú o a España.

-Era esa suma, era un hombre cuyo origen no podía ser más peruano y latinoamericano, pero que asumió la nacionalidad española a comienzos de los años 90 y la ejerció, cuando después del golpe de Estado de Fujimori los jefes de ejército empezaron a cuestionar la nacionalidad de mi padre y de la familia. Hubo incluso un proyecto de ley para quitarnos la ciudadanía. Entonces, Felipe González, que fue muy generoso, nos dijo que había un tratado entre Perú y España que admitía la doble nacionalidad y que eso nos protegería ante el riesgo de quedar como apátridas. Mi padre decía que era un ciudadano del mundo, y que eso no debilitaba su raíz peruana ni su dimensión europea. “Ejerzo un oficio, la literatura, que no tiene fronteras”, decía. Es una discusión inútil e innecesaria, como los argentinos que se enfadaban con Borges porque haberse ido a morir a Ginebra. Por Dios, no hay nada más argentino que Borges. Se puede ser argentino y ser un ciudadano del mundo.

-¿En Perú hubo una autocrítica sobre el trato dispensado a su padre?

-En los últimos años hubo un gran consenso, aunque no deja de haber controversia política, es inevitable porque mi padre era un hombre polémico, que no le rehuía a la polémica y tenía esta vieja tradición del escritor comprometido que había heredado de su admiración juvenil por Jean-Paul Sartre. Pero se fue creando un consenso en la sociedad peruana de lo más interesante con respecto a su figura. Ahora, con motivo de su fallecimiento, la reacción ha sido unánime. Para nosotros ha sido muy emocionante.

-¿Como un factor de unión?

-Sí, en un país donde hay tantas cosas que desunen, con unos niveles de polarización y crispación, de envenenamiento político que no recordamos ninguno de nosotros.

-¿Más que en la Argentina?

-Creo que de otra manera. Todo esto en el contexto de un debilitamiento institucional muy fuerte, con partidos que son prácticamente pequeñas entelequias sin arraigo fuerte, y un cuestionamiento de todas las instituciones, la Fiscalía, el Poder Judicial. Lo increíble es que la economía no se haya venido abajo en ese contexto. Que, en ese clima, una figura como la de mi padre haya generado consenso y unión es muy emotivo.

-¿Cómo tomaba él ese reconocimiento?

-No decía nada al respecto. Cuando le contábamos, lo recibía quizá con íntima satisfacción, pero no lo demostraba. Expresaba una gran serenidad y distancia.

-¿Qué opinaba de la Argentina?

-Usted recordará que en 2011 quisieron prohibirlo en la Feria del Libro, hubo una gran controversia. Él siempre, en sus conferencias por el mundo entero, ponía a la Argentina como ejemplo de país suicida, de país trágico, que había abandonado la prosperidad económica, de la que se habla mucho hoy, y la grandeza cultural que tuvo el país, de su educación pública extraordinaria. Todo esto entró en una decadencia terrible, independientemente de que todavía hay gente que lee en la Argentina, con librerías maravillosas, con editores. La decadencia cultural de la Argentina lo atormentaba. Tuvo mucho entusiasmo por las reformas económicas del presidente Milei, en la etapa del comienzo.

-¿Él no consideraba entonces al Gobierno un populismo de derecha?

-No. Él consideraba que era importante acentuar, al mismo tiempo que la reforma liberal económica, la fortaleza institucional. Y su esperanza era que en los próximos años el Gobierno le diera a esto más énfasis. Y yo estoy de acuerdo con esa visión. Si vas a conceptuar una sociedad libre tienes que imaginarla necesariamente sobre fundamentos institucionales. A mediano plazo, se garantiza así la continuidad de las reformas. Mi padre y yo tenemos aprecio por el presidente Macri, que tuvo dificultades durante su gobierno, pero nos gustaría que se encontraran formas de colaboración y de unidad con el actual gobierno. Se lo dije a Macri en la cena de la Fundación Libertad.

-¿Cuáles eran las novelas preferidas de su padre, de las escritas por él?

-Escogía entre sus favoritas Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo. Pero vamos a ver dentro de treinta o cuarenta años si son otras las novelas que tienen más arraigo. No hay forma de saberlo. Yo personalmente agregaría La fiesta del Chivo e Historia de Mayta, que es una novela que los críticos equivocaron la lectura al considerarla solo una novela política, y es el más literario de sus libros, él mismo lo decía.

-¿Era un apasionado por la música, como deja entrever Le dedico mi silencio?

-Muchísimo. Durante décadas fue al Festival de Salzburgo, es una costumbre familiar que tenemos. En la última etapa de su vida, cuando leer ya se le hacía difícil, escuchaba conciertos de música; disfrutaba dos o tres horas, prácticamente todos los días. En esa novela, uno de los ejes es la utopía, que es uno de sus grandes temas; la utopía se expresa en un personaje que quiere unificar al Perú a través de la música. Lo motivaba mucho que la música fuera la gran utopía de pacificación, de convergencia de los sectores sociales en Perú. Me parece bonito que su última obra haya estado dedicada a la música; fue un gran apasionado de la música, a pesar de que no tocaba ningún instrumento y de que cantaba fatal, tenía muy mal oído para eso.

-¿Qué relación tienen los Vargas Llosa con Alejandro Roemmers?

-Nos hicimos amigos a través de la Fundación. Su primer acercamiento, aparentemente, era como empresario, pero en verdad Alejandro, aunque le dedicó veinte años al conglomerado familiar, es un literato. Es lo que le interesó antes de ser empresario y lo que le interesa después de dejar la gestión empresarial. Nunca tuvo con mi padre una conversación sobre temas empresariales o de negocios y casi nunca políticos; de lo que hablaban era de literatura. A mí me pasa lo mismo. Mi padre decía: “Es curioso, porque para ser un empresario exitoso hay que tener los pies en la tierra, pero para ser un escritor hay que tener la cabeza en las nubes, por lo menos en una parte de tu tiempo”. Cómo hacía las dos cosas Alejandro era algo que lo fascinaba mucho.

-¿Pudo leer la novela El misterio del último Stradivarius, que tiene prólogo de su padre?

-Es una novela sumamente interesante. Pertenece a una tradición de la literatura inglesa, llamada novela de circulación u object narrative, donde el personaje principal no es una persona sino un objeto, en este caso un violín, que atraviesa los siglos, periodos y personajes históricos. Es una tradición que Alejandro recoge de manera fantástica y une a otra, la de la novela de detectives, con un inspector y su ayudante, pero con variantes. Es muy interesante la estructura de la novela, el modo en que va haciendo que converjan la historia del violín y la de la investigación por un doble crimen. Está muy bien manejado.

-¿Su madre y usted viajaron por invitación de Roemmers o por la Fundación El Libro?

-Por las dos cosas. Ya nos vamos mañana, después de haber estado varios días. Mi madre regresa a Lima y yo viajo a Chile y luego a Nueva York, donde vivo. Para ella ha sido muy duro, porque ha estado allí en el día a día, viendo este proceso final que conducía a la muerte de mi padre. Para una persona que compartió con él más de medio siglo de vida ha sido muy duro, pero felizmente ha tenido mucha compañía de la familia y de profesionales de primer orden. Le ha hecho bien venir a Buenos Aires. Yo vengo con relativa frecuencia.

-¿Usted piensa dedicarse a la política en Perú?

-No. Participo y me involucro en el debate, y de una manera muy activa, pero no voy a participar en política partidaria. Lo tengo decidido desde hace mucho tiempo. Prefiero ayudar desde fuera. Vivo fuera del Perú hace muchos años y creo que para hacer política en un país la gente tiene que percibirte como una persona muy arraigada.

-¿La intelectualidad en América Latina se ha transformado o sigue en sintonía con la izquierda populista?

-Un amplio sector sigue muy apegado a la vieja utopía revolucionaria o la ha transformado en un apego a la política identitaria, que es muy peligrosa, una especie de colectivismo, algo que es muy antiliberal o iliberal, como el feminismo radical y victimista. Hay una tendencia a separar la sociedad entre víctimas y victimarios, que es muy dañino. Esto no significa reconocer que venimos de grandes discriminaciones. Pero el liberalismo se ha ido abriendo paso de un modo que era impensable en los años 60, cuando mi padre era una persona joven que estaba identificada con la izquierda hasta su rompimiento. Diría que son minoría, pero los hay, existen y están activos. En una época estaban mi padre, Octavio Paz y Jorge Edwards, eran cuatro gatos. En la Fundación tenemos una visión plural, hay incluso gente que ha criticado a mi padre. Existe una izquierda tolerante, que no quiere declararte la guerra ni aniquilarte.

-¿Isabel Preysler, que fue pareja de su padre, hizo llegar sus condolencias a su familia?

-No, pero yo creo que mejor así. Es una etapa ya superada, ese fue un pequeño paréntesis en la vida de mi padre.