Actriz, directora teatral, profesora de canto. Lali Vidal (38) se mueve como pez en el agua en el mundo artístico que tanto la apasiona desde que era chica, cuando con sus primas se subía al escenario donde previamente había cantado su tío, Horacio Vidal, y juntas jugaban a ser las protagonistas de Chiquititas. Según ella misma cuenta, en su familia todos son artistas de corazón (y algunos, de profesión): su madre, “una gran actriz que estudió teatro toda su vida” pero que nunca se animó a ejercer; su padre, escritor de cuentos y novelas sin publicar, y cantante de ducha profesional; su hermano, que vive en Uruguay, ejerce como músico, tiene su propio disco y toca con Diego Drexler. “Mis padres son mi verdadero ejemplo, por eso estoy muy feliz de hacer una obra que representa a la familia. Ellos me enseñaron que lo más importante son los vínculos de amor, que hay que laburar con amor a la profesión y a las personas, y eso fue tejiendo mi carrera. Después, no importa cuánto te llevás al bolsillo ni cuántas personas fueron al teatro”, reflexiona la artista en diálogo con LA NACION antes del estreno de Familia, sustantivo femenino, la comedia musical de humor grotesco, “a lo Esperando la carroza”, que dirige junto con Federico Fedele y que este mes desembarcó en el Teatro Maipo después de dos temporadas en el circuito off.
En tono de comedia y con un lenguaje auténticamente porteño, la obra refleja con mucho humor e ironía la historia de una familia compuesta por diez mujeres muy singulares que se reúnen para celebrar Año Nuevo. Entre brindis, risas, enredos y reproches, cada una de ellas intentará hacer valer su lugar, mientras la familia se pone a prueba una vez más.
-¿Cómo nació el proyecto?
-La obra la escribimos hace muchos años sin música original, tenía canciones de Valeria Lynch y Los Pimpinela, entre otras. Después, le incorporamos música original, modificamos bastante el guion y cambiamos algunos personajes. Hace dos años estrenamos en una sala muy chiquitita, era una vermutería con capacidad para 30 personas. No había luces, nada, pero siempre estuvo la banda en vivo. Después, crecimos un poquito más y pasamos al Teatro Border, donde hubo alguna adaptación escenográfica porque era un espacio un poco más grande. Ahí fueron a vernos Carla Calabrese y Enrique Piñeyro, y les gustó mucho. Carla volvió a vernos y decidió darnos esta oportunidad de apoyarnos y traernos al Maipo, donde nos recibieron con los brazos hiperabiertos.
En un templo de calle Corriente
-¿Qué significa para ustedes pasar del off al Maipo con una obra de su autoría?
-Para nosotros es un sueño cumplido. Cuando escribimos esta obra con Fede Fedele, soñamos con llegar al Maipo, aunque “soñar” es una palabra que no me gusta usar mucho en esta profesión. Deseábamos que se hiciera lo más popular posible porque, te puede parecer elevada o no, no importa, pero es una obra en la que vos la pasás bien y te llevás algo en el corazón.
-¿Hay una presión extra por llegar al circuito más comercial?
-Los nervios están, no voy a mentir, pero creo que el teatro siempre es un salto al vacío, un acto de fe. Cada vez que uno hace algo arriba o abajo del escenario, es un acto de fe y tiene más que ver con tu propia motivación que con lo que sepas que va a pasar, porque realmente nunca sabés cómo va a funcionar. Nervios genera, pero confiamos mucho en la obra, en los actores y en el material.
-¿La historia de la obra está inspirada en tu propia familia?
-Hay un poco de inspiración en mi pobre familia y en la de Fede [se ríe], pero también en otras historias. Un día, una actriz vino a un ensayo y dijo “tienen que escuchar este audio de mi abuela”, y lo agregamos. Todos encontraron paralelismos con sus familiares, y la gente que viene a vernos después nos dice “la vi a mi tía, o a mi mamá, o me vi a mí”. Pasa mucho eso porque claramente es un reflejo de quiénes somos, de nuestras familias, nuestros vínculos y de nosotros mismos.
-¿Por qué decidieron que fueran todas mujeres?
-Al principio no fue tan analizado, honestamente, y cuando sucedió nos pareció que tenía mucha potencia. Por otro lado, la abuela es representada por un actor varón, y esa fue una decisión que tomamos a conciencia porque es la imagen más patriarcal que hay. Por una cuestión generacional, no digo que todas las abuelas sean así, pero tiene todo el peso de los mandatos, como, por ejemplo, que hay que casarse y tener dinero.
-Sin embargo, no significa que la obra esté dirigida únicamente a un público femenino.
-Para nada. De hecho, hay presencias masculinas dentro de los conflictos y tampoco es una obra que tiene alguna cosa superfeminista, no va por ahí.
Sueños cumplidos
-Mencionaste que no te gusta usar la palabra “soñar”. ¿Por qué?
-Es difícil, porque quienes se dedican al arte saben que es una profesión soñada y muy privilegiada. Yo vivo del arte y eso es un privilegio muy grande. Pero muchas veces pasa que se pone en un lugar un poco aficionado, y yo siento que es mi trabajo. Si bien son sueños cumplidos, todo lo que me pasa y me ha pasado fue a raíz de muchísimo trabajo, mucho llanto, pataleadas y crisis que hicieron que hoy tenga todo lo que tengo. Yo fui a trabajar a España hace seis meses y es literal un sueño cumplido, siempre lo deseé, pero ese deseo no es algo mágico, no es algo que me pasa porque vino de la nada, sino que vino a raíz de muchos años de trabajo y de perseverancia, de fe. Los artistas tenemos que entender que el camino es muy duro, son muchas trabas, muchos palos en la rueda, y lo que nos mantiene ahí es nuestra vocación, nuestro entusiasmo, nuestro convencimiento de que así tiene que ser, basado en nada más que el deseo.
-Antes de dedicarte a la actuación estudiabas Psicología. ¿Fue un mandato familiar estudiar una carrera universitaria?
-Mi familia siempre me apoyó mucho, y si bien son todos artistas de corazón, tenían miedo por la incertidumbre de qué iba a vivir. Entonces, me dijeron: “A la universidad”.
-¿Y por qué elegiste Psicología?
-Estaba entre las dos opciones y Psicología me gustaba mucho. En la secundaria tenía un orientador vocacional y un día nos llevaron a hacer unas prácticas a un neuropsiquiátrico y me fascinó, porque como actriz hay mucha curiosidad. Pero creo que me hubiese costado ser psicóloga, me parecía horrible ejercer en un consultorio, siempre lo pensé desde un lugar más de investigación. En principio me resultó muy atractiva la carrera, me encantaba lo que estudiaba, pero no me gustaba la profesión. Duré un año y medio. Aparte, soy muy impulsiva, cuando estoy incómoda me voy.
Cambio de rumbo
-¿En qué momento dijiste “no va más”?
-En un momento quise volver a hacer algo artístico, que lo había frenado porque trabajaba y estudiaba, y me metí por primera vez en una clase de teatro musical. Me fanaticé y dije “quiero hacer esto”, ya no tenía ganas de ir a la facultad. Un día, tenía una audición para un musical muy off y también tenía un examen de psicología social. Ese día, cuando estaba cruzando la avenida Independencia para ir a rendir, le dije a mi amiga: “Si quedo en la obra, me bajo de la facultad”. Quedé y me saqué un nueve en el parcial, pero dejé la facultad. Ahí, obviamente hubo un planteo familiar, pero yo estaba muy enamorada, tenía la sensación de que no podía hacer otra cosa. Y me sigue pasando al día de hoy. No pude contra mi instinto.
-¿Tuviste que tener trabajos alternativos a tu profesión de artista?
-Sí. Mi familia tiene un resto bar en el barrio de Flores, se llama La farmacia, y es donde siempre trabajé. Por eso también me siento muy apoyada por ellos, porque podía acomodar mis horarios según las clases que tenía. Ahora sigo laburando en el bar y además doy clases de canto. Siempre hay que tener un laburo paralelo, el que puedas, es difícil decir “vivo solo del teatro”. Pero no hay que hacerle asco ni tenerle miedo porque es lo que te va a dar para comprarte el pan, y eso no te hace menos artista.
-¿Alguna vez pensaste en abandonar?
–Hubo momentos que fueron cachetadas muy fuertes, donde decís “Bueno, ya está, doy un paso al costado”. Yo tuve suerte porque eso me abrió todo este mundo de la dirección y de la escritura, que después los pude hacer convivir, pero en su momento fue un poco un paso al costado. Por suerte, siempre tuve mucho laburo en el teatro off, nunca me faltó una obra y estoy muy orgullosa de todo lo que hice, pero pasaba con las obras comerciales, que son poquitas, de decir “Dale, decime que sí una vez”.
-Como actriz y directora, ¿te gusta ejercer las dos cosas a la vez?
-Soy un poco fana de separar. Eso no quita que algún día me pase de hacer las dos cosas, pero me gusta estar en donde estoy, no mezclar tanto. Quizás, no tengo esa capacidad de hacer las dos cosas a la vez.
¿Podés elegir cuál de las dos te gusta más?
-Me hice muchas veces esa pregunta, porque también me dicen que tengo que decidir qué quiero. Y realmente la respuesta siempre fue que me permito no elegir. Amo estar arriba del escenario, me mueve todas las fibras, pero también me gusta mucho [como directora y autora] poder decir algo, poner algo que uno tiene ganas de comunicar arriba del escenario. Si yo tengo un lugar pasivo, entre comillas, en la sociedad, creo que el teatro me pone en un lugar más activo y me deja decirles algo a los que están ahí sentados que para mí está bueno que se vea, que se escuche o que se diga. Creo que el teatro te abre mucho la cabeza y te enriquece, y me enorgullece un montón ser parte de ese movimiento, que es una manera de militar de forma pacífica; no molesta a nadie y todos la pasamos bien.
Para agendar
Familia, sustantivo femenino. Funciones: jueves a las 21 y domingos a las 20. Sala: Teatro Maipo (Esmeralda 443).