ROMA.- Al menos 400.000 personas asistieron este sábado al funeral del papa Francisco, entre los fieles congregados en la plaza San Pedro y a lo largo del cortejo en las calles de Roma. Una multitud inesperada, aumentada por la presencia en la Ciudad Eterna de miles de jóvenes llegados en el marco del año del Jubileo de los Jóvenes, querido por el pontífice.
“El viaje estaba decidido desde diciembre. La muerte del papa fue un golpe para todos nosotros. La visita ya no es la misma, porque ha sido un poco triste”, confiesa Franco, 15 años, miembro de la Fraternidad de Asti, Italia, llegado a Roma con un grupo de 30 adolescentes.
Mientras el ataúd llegaba a su última morada, en la imponente basílica Santa María la Mayor, Élisabeth Plouvier, de 15 años, trató de contener su emoción.
“Me dio un dolor en el corazón pensar que la próxima vez que venga a Roma ya no será él quien nos hable”, confiesa la adolescente vestida con una falda larga y zapatillas violetas.
“Recé por él y por los cardenales para que Dios les ayude a elegir al futuro papa.”
Élisabeth lleva, como su grupo de la parroquia de Lisieux Pays d’Auge en Francia, un pulóver azul marino donde está impresa una frase de Carlo Acutis, quien debería haber sido canonizado el domingo 27 de abril: “Nunca olviden que ustedes también pueden llegar a ser santos”.
El recuerdo de su encuentro con el papa durante una peregrinación de Roma a Asís ha quedado grabado en su memoria.
“Él se tomó una foto con nosotros, y estaba feliz de hacerlo”, recuerda.
“Estoy muy triste porque lo quería mucho. Pero estoy feliz de estar aquí”, concluyó.
Alrededor de 150.000 personas se agolparon el sábado en las calles de Roma, a lo largo del recorrido seguido por el papamóvil blanco que transportaba el ataúd del papa Francisco hacia la basílica de Santa María la Mayor, donde fue enterrado poco después.
Al término de una procesión de unos treinta minutos a través de la ciudad, el ataúd de Francisco llegó a la basílica de Santa María la Mayor, donde fue enterrado durante una ceremonia estrictamente privada, presidida por el cardenal camarlengo Kevin Farrell. Un grupo de 40 personas carenciadas estaba presente a su llegada en los escalones de la basílica, como había anunciado el Vaticano, recordando que los pobres tenían un lugar privilegiado “en el corazón y el magisterio del Santo Padre, que había elegido el nombre Francisco para no olvidarlos nunca”.
Entre ellos estuvo Antonino, un indigente, ahora voluntario de Sant’Egidio, que recibió los restos de Francisco con una rosa blanca en la mano.
“Con el Papa éramos amigos. Nos vimos como diez veces. Yo le contaba mi vida, que fue muy desgraciada y él me daba consejos. Siempre me decía: ‘nunca digas que estás cansado. Mientras sigas en pie debes seguir trabajando’”, recordó.
“Nos quiso siempre como a sus propios hijos”, dijo a su vez Maddalena Hatowska, que desde hace 12 años recibió la ayuda benevolente de papa Francisco.
Situada precisamente en un pequeño nicho cerca del altar dedicado a San Francisco, la sobria tumba de mármol llevará como única inscripción “Franciscus”, Francisco en latín. Jorge Bergoglio, muy apegado al culto de la Virgen María, tenía la costumbre de orar en esta basílica, que forma parte del territorio del Vaticano, en la víspera y al regreso de sus visitas al extranjero.
Roma convertida en capital del mundo durante este fin de semana, recibió a miles de argentinos llegados a dar el último adiós a “nuestro papa”, dicen todos.
“Es un poco como nuestro abuelo que se va”, afirmaron Antonella y su esposo Federico, ambos médicos rosarinos, que suspendieron sus vacaciones en la Toscana para despedirse de Francisco.
“Lo queríamos mucho, merece que estemos aquí”, explicaron.
“Apreciábamos su sencillez, ¡su elección de conservar sus zapatos viejos! ¡O de conservar las monturas antiguas de anteojos para cambiar solo los cristales en un óptico de Roma! Realmente se acercó a los últimos. Fue adonde nadie se atrevía a ir”.
Para el profesor de filosofía mendocino Jorge Sánchez, “Francisco fue un hombre enamorado de Cristo y del sueño evangélico de una Iglesia pobre para los pobres”. A los 62 años, ya jubilado y ferviente creyente, ese argentino que ha decidido “pasar los últimos años recorriendo el mundo” considera que la mejor enseñanza que nos dejó el papa Bergoglio es que “la realidad es más importante que las ideas. Y que la atención al hombre herido está por encima de cualquier otra cosa.”