Con solo 17 años llegó a Las Leonas y se destacó como mediocampista y delantera, en el seleccionado argentino de hockey que fue subcampeón de la Champions Trophy y campeón Panamericano. Jugó el preolímpico en Beijing 2007 y, tras cuatro años de entrenar para la Copa Mundial Junior de Boston 2009, una jugadora sudafricana le quebró la mano en la semifinal. Tras la lesión, Sofía Román gestó un cambio de vida: se fue a estudiar moda a Nueva York y se hizo diseñadora de moda. Su atelier de vestidos de fiesta hoy viste a las famosas y también le abrió la puerta a una participación en la televisión argentina. “Tengo esa garra que me dejó el deporte, esa fuerza que me enseñó a no bajar los brazos”, asegura, a los 36 años. Lo mismo aplica para el amor: se separó teniendo tres hijos chicos, se volvió a casar el año pasado y actualmente está en el proceso de ensamblar la familia con su nueva pareja. De esto y algunas cosas más habló con LA NACION.

–Sos de Mar del Plata, ¿viniste a la gran ciudad para jugar?

–Sí, después de la Champions Trophy en Quilmes, Carlos Retegui –el DT de Las Leonas– me dijo que tenía que mudarme a la ciudad de Buenos Aires y empaparme con la alta competencia del hockey argentino. Ahí me vine y fui a GEBA: los entrenamientos eran diarios y el compromiso, total. Empecé a curtir la competencia de verdad. Fue un desafío enorme, pero cuando hacés lo que amás, el sacrificio se transforma en adrenalina. Y ahí entendí que los grandes sueños siempre exigen que te entregues por completo. Vine porque siempre supe que quería más. Mar del Plata es mi raíz, el lugar donde aprendí a jugar al hockey, a correr atrás de una bocha. Pero Buenos Aires me dio alas. Me puso a prueba, me desarmó y me volvió a armar.

Sofía con Luciana Aymar, quien fue su compañera en Las Leonas

–¿Te alejaste por una lesión?

–Sí. Me quebré la mano en una semifinal del Mundial. Quedar afuera después de haber entrenado cuatro años para esa competencia fue un golpe fuerte. Tuve muchos meses de recuperación, y decidí frenar. Un jugador completo tiene que estar bien físicamente, mentalmente y anímicamente, yo ya no la estaba pasando bien. Era demasiado chica, me llegó todo muy rápido y no lo pude sostener. Y creo que la lesión fue producto de todo eso que me estaba pasando. Aunque la lesión me obligó a parar, hoy sé que lo que más me pesó fue no poder lidiar con la presión. Con el tiempo me perdoné, entendí mis límites y transformé aquel tropiezo en el impulso para reinventarme.

–¿Qué nuevo rumbo le diste a tu vida?

–Dejé de jugar y volqué toda mi energía a mi lado creativo: inicié la carrera de diseño de moda en Mar del Plata. Lancé una marca de prêt-à-couture que causó un gran impacto local, hacía una sastrería bien arriba, en la misma onda que mi atelier de ahora: con mucha mezcla de texturas, que tal vez en tu cabeza no van, creo que ese es mi sello como diseñadora. Transformé la crisis en motor para crecer profesionalmente, y cuando sentí un techo en mi ciudad, tomé el vuelo a Nueva York para terminar mi formación en Pratt Institute. Allí trabajé para Vogue y organicé un trunk show inolvidable de mi marca en una terraza de SoHo.

–Pasaste de jugadora a emprendedora y en el medio fuiste mamá tres veces. ¿Por qué elegiste tener a tus hijos acá?

–En Nueva York conocí al papá de mis hijos y quedé embarazada de mi primer bebé. Intentamos quedarnos allá, pero se me hacía muy difícil estar lejos de mi familia. Es una ciudad increíble, pero muy intensa, muy solitaria también. No sentí que fuera el entorno adecuado para transitar un embarazo, así que decidimos volver. A partir de ahí, me enfoqué por completo en la maternidad y en mis dos hijos siguientes.

En su taller, donde pasa la mayor parte del día

–Luego te separaste con hijos chicos…

–Después vino la separación. Ellos eran muy chiquitos y fue una decisión dura pero necesaria, la más sana para todos. Una separación es una crisis enorme, pero yo creo mucho en las segundas oportunidades, en renacer.

–¿Cómo fue casarte con tu nueva pareja junto a tus tres hijos?

–Casarme por iglesia y volver a formar una familia fue de las cosas más lindas que me pasaron en la vida. Cone, mi marido [se refiere a Felipe “Conejo” Bourel], llegó en un momento en el que necesitaba volver a creer y me ayudó a levantarme de lugares muy oscuros. Me potenció, me impulsó, me acompañó con amor y sin juicio. Hoy somos socios en mi nueva marca y en la vida. Construimos una familia desde el amor, la paciencia y la confianza. Y para mí, eso es una conquista tan grande como cualquier otra.

–Diseñaste tu propio vestido, ¿cómo fue ese proceso?

–Desde un tul liso armé un patchwork de telas, con todos los remanentes. Utilicé retazos de los vestidos que hice a lo largo de los años, géneros que llevaban historia, y los transformé en algo nuevo. Fue inolvidable: diseñar mi propio vestido fue un acto de amor, no solo hacia Cone, sino también hacia mí misma y todo lo que había atravesado. Fue cerrar un ciclo y abrir otro.

Junto a su marido, Felipe “Conejo” Bourel, con quien hoy apuesta a una familia ensamblada

–¿Tu propia boda fue la semilla para crear tu marca de fiesta?

–Totalmente. Nunca me gustaron los vestidos de novia, todo lo que veía me parecía frío, aburrido. Al tener que pensar en mi vestido, me di cuenta de que algo faltaba: una propuesta distinta a lo naif, para una novia moderna, libre, con identidad. Ahí entendí que quería ofrecer eso. Así nació la idea de una marca que combinara diseño, fuerza y emoción.

–¿Cuándo nació Sofía Román Atelier?

–En 2023 le puse nombre, forma y alma. Fue un año bisagra, de crecimiento y decisiones importantes. Hoy la marca no para de crecer y tenemos muchos proyectos nuevos.

–Lali Espósito [pronto será portada de una revista de moda con un diseño de Román], Mica Tinelli, Natalie Pérez…Ya vestiste a un montón de famosas, ¿para qué ocasiones te eligen?

–Para momentos especiales, donde quieren sentirse poderosas, distintas. Cada persona que entra en Atelier se da cuenta del trabajo que hay detrás de cada detalle de las prendas.

La actriz y cantante Natalie Pérez con uno de sus diseñosJulieta Poggio con otro vestido de Román

–Contanos del proyecto de ensamblar las familias, ¿cómo lo lograron?

–Es algo que todavía estamos construyendo, tienen que reinar la paciencia y el amor. No es de un día para el otro, pero lo vamos construyendo con cuidado. Somos una familia con historia, con cicatrices, pero también con una fuerza increíble. Porque nos amamos y los dos queremos lo mismo.

–¿Cuál es tu próxima meta?

–Expandirme cada vez más. Quiero que la marca genere una comunidad grande, no solo de vestidos, un paraíso para las mujeres. Más allá de lo profesional, mi meta es seguir siendo fiel a mí misma. Y que lo que hago inspire a otras a animarse a soñar.