Mi primer encuentro con el concepto de “inteligencia artificial” fue con El auto fantástico, una de las series más populares de los ’80. En ella, David Hasselhoff combatía el crimen con su vehículo autónomo, con el que también conversaba -décadas antes de Waymo, el autónomo diseñado por Google, y la invención de ChatGPT-.

Dos meses después del lanzamiento de OpenAI, en noviembre de 2022, le pregunté al protagonista de Baywatch sobre la manera en que la ficción puede inspirar la realidad. Hasselhoff, que había sido convocado para hablar en una sesión de Davos digital sobre el impacto ya palpable de la IA, dijo que le parecía surreal participar de la convocatoria, después de cuatro décadas de mostrarle al mundo, a través de la ficción, lo que podría ser una relación “humano-máquina sapiente”.

Los tecnólogos somos cineastas frustrados, pensé, sin decirlo en voz alta.

Muchos de los protagonistas de la historia de Silicon Valley, los creadores de Microsoft Office, el primer teléfono inteligente, el metaverso, la tablet, repiten el mismo patrón: fueron primero poetas, escritores, pintores y fotógrafos. Artistas atrapados en cuerpos de inventores de tecnologías disruptivas, con la capacidad de materializar las fantasías más estrafalarias.

Uno de ellos es Alex Cohen. Inventor de uno de los primeros buscadores de internet -mucho antes de Google-, Alex es músico, fotógrafo, filósofo y cinéfilo. Y, de paso, también está penetrando una de las pocas barreras que quedan para delimitar las capacidades cognitivas de los humanos y las máquinas.

David Hasselhoff y Rebeca Hwang

Durante esta entrevista, me propuse diseccionar su cerebro. Buscar alguna pista que indique cómo estas mentes, generadoras de los ladrillos que hicieron factible la creación de la IA, nos muestran alguna diferenciación entre nuestra especie y la computadora, con la esperanza de que si podemos entrenar a la IA, por qué no también condicionar nuestros cerebros para seguir acentuando una diferenciación ventajosa para nosotros.

En Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, el personaje más ordinario adquiere un carácter extraordinario al conservar un atributo que el resto pierde: la vista. En la era de la IA tenemos dos opciones:

  • acentuar un superpoder destacable y único, en una carrera de destrezas contra la máquina;
  • o conservar (léase: no atrofiar) una habilidad ordinaria que otros perderán.

Con estas reflexiones, y con el anhelo de ver mejor nuestros cerebros, me senté con Alex a reflexionar sobre el origen, el presente y el futuro de la IA.

-Alex, nos conocimos en una “sesión de invenciones” organizada por Edward Jung, quien, luego de ser el Chief Architect de Microsoft por una década, cofundó Intellectual Ventures, donde nos sentábamos en una sala con eminencias como Bill Gates y premios Nobel como Robert Langer, el cofundador de Moderna, para pensar en nuevas ideas patentables. Esto fue hace más de dos décadas, durante una época de competencia intensa entre Microsoft y Apple, y mi primera observación sobre vos fue que colocaste tu computadora Mac a centímetros de Bill. Pensé: tiene agallas este tipo. Siempre encontraste tu propio camino, ¿cómo fue tu recorrido en el mundo de la tecnología?

-Bueno, es complicado. Estudié computación y su aplicación en biología, algo que en ese momento era difícil porque las computadoras eran muy básicas, muy lentas. Fui al departamento de computación y les pedí una cuenta de correo electrónico y me dijeron que estaban reservadas para quienes trabajaran en el laboratorio de informática. Entonces les dije: “Bueno, tengo algunas habilidades, ¿qué puedo hacer para ustedes?”. Y este tipo, que era el gurú de Unix, me pasó un artículo científico como mi primera tarea. Era un estudio sobre AlohaNet, la primera red TCP/IP que conectó islas en Hawaii. Era lento, iba por señales de radioaficionados y cosas así. Lo leí y enseguida supe que era una idea enorme. Así que empecé a trabajar para el departamento de computación y construí su primera red que conectaba con internet. En esa época, internet era conocido como ARPANet, y lo había iniciado el Departamento de Defensa de EE.UU.

-¿Te referís a la historia de origen del internet? Fuiste protagonista en crear una de las primeras redes…

-Sí. Después terminé enseñando en UC Berkeley, pero tuve una oportunidad para crear un emprendimiento que estaba relacionado con lo que en ese momento se conocía como las páginas amarillas de internet. La persona para la que trabajaba tenía literalmente un libro sobre internet, y yo le dije que teníamos que poner eso en la web, que en ese momento era algo muy nuevo. Esto fue a fines del ’94. Entonces desarrollé un motor de búsqueda para consultar esa información, lo puse en la web y luego armé un “spider” para salir a recolectar datos de la web y después indexarlos. Ésa fue una de las bases de los motores de búsqueda. Fue uno de los primeros cinco motores de búsqueda en existir, entre finales del ’94 y principios del ’95.

-Me acabás de contar, como si nada, que inventaste uno de los primeros buscadores de internet, mucho antes de que existiera Google.

-Correcto. Hay muchos paralelos entre esos tiempos de disrupción tecnológica de internet y lo que estamos viviendo hoy con la inteligencia artificial.

-¡Exacto! Vamos a hablar de esa comparación en un rato, pero no quiero dejar de notar que fuiste un pionero en dos de las revoluciones tecnológicas con mayor consecuencia para la especie humana. Pero primero lo primero: ¿qué pasó con tu buscador de internet?

-Se lo vendimos a una empresa llamada Excite@Home, que tenía un producto inferior, pero les encantaba nuestro motor de publicidad. Y después de eso, tomé un descanso de tres meses. Quería tomarme seis, pero me ofrecieron un puesto en Netscape. Querían que fuera director de ingeniería para desarrollar partes de su plataforma web y su sistema de personalización. Así que desarrollé todo un sistema para eso. Luego de Netscape trabajé como inversor venture capital en Kleiner Perkins, con Vinod Khosla (fundador de Sun Microsystems). Él me presentó a Edward Jung, y junto con Nathan Myhrvold, quien fue CTO de Microsoft por muchos años, me invitaron a unirme a su empresa Intellectual Ventures, pero decliné. Más adelante hice un proyecto en Hollywood, circa año 2000, que era muy similar a lo que terminó siendo YouTube. Cuando eso no funcionó, hablé de nuevo con Edward, que ya estaba trabajando con patentes, y me interesó. Así que fui a ver lo que hacían, y terminé siendo el único que no residía en Seattle que trabajaba con ellos.

-Además de ser un genio de la computación, también incursionaste en Hollywood. Tenés una combinación única: sos pianista improvisador de jazz, cantante de óperas, profesor de cine y un ciclista ávido. Necesitamos diseccionar tu cerebro, pero primero pidámosle que nos explique este fenómeno de la inteligencia artificial.

-Tanto internet como la inteligencia artificial son revoluciones de información. Te cuento algo de mi último proyecto de estudiante en la Universidad de Brown: podía elegir entre hacer un programa tipo ajedrez o algo más loco para la época: un sistema de chat. Era básicamente un precursor del chatbot, y me fascinó. Lo hice usando una IBM 370, que era dificilísimo. Y me di cuenta de que podía meterle mucho conocimiento y que lo podía recuperar con preguntas humanas normales. Ésa fue la base de mi motor de búsqueda. En ese momento intentamos hacer un sistema de chat más complejo, pero era imposible por el poder de cómputo disponible en el momento. Cuando salió ChatGPT, que es el resultado de muchos avances en machine learning y del concepto de “transformer”, todo cambió. Ya no era solo buscar datos y mostrarlos. Estos modelos procesan la información y entienden relaciones semánticas entre palabras y conceptos.

-¿Me definís qué es un “transformer”?

-Sí, un transformer es un tipo de arquitectura de red neuronal diseñada para procesar secuencias de datos —como el texto— aprendiendo las relaciones entre las palabras (tokens) en su contexto. Eso es lo que permite a los modelos de lenguaje predecir la siguiente palabra en función del contexto previo.

-Es lo que permitió el nacimiento de la inteligencia artificial generativa, en otras palabras, la máquina ya puede hablar como los seres humanos.

-Exactamente. Alcanzó un nivel de complejidad que nunca habíamos visto antes en un sistema tipo chatbot. Y en muchas maneras, combina elementos de búsqueda, porque seguís obteniendo información de ellos, pero la forma en que está construido es muy distinta, porque no estás buscando e identificando intersecciones de palabras en internet para después recuperar una página web. En contraste, la inteligencia artificial generativa absorbe todo ese conocimiento y lo analiza de una manera que te permite encontrar las relaciones semánticas entre palabras y, en un nivel más alto, lo que podríamos llamar conceptos, que son las conexiones entre las propias palabras. Entonces, los LLMs (modelos de lenguaje grandes) le permiten a la máquina producir un resultado que resulta de un análisis de la información en un formato que suena humano. Es un proceso iterativo, donde mira el contexto de las palabras ya generadas, y encuentra la siguiente palabra en base a un modelo probabilístico.

-O sea, si las primeras dos palabras son “Mi nombre es…”, lo más probable es que lo que sigue es un nombre de pila. Es como ese juego de improvisación donde tu compañero de escena tiene que construir un relato en base a tu primera frase.

-Buen ejemplo. Pero el problema es que hay muchas opciones posibles que son igualmente probables, y a veces se generan resultados creíbles pero falsos, que son lo que llamamos “alucinaciones” de la inteligencia artificial.

-Es justamente el talón de Aquiles de la IA hoy: que no tiene siempre respuestas reproducibles y que es difícil estimar la probabilidad de que una aseveración sea veraz, porque no nos muestra cómo llegó al resultado. Es una caja negra: insertás un prompt y obtenés un producto. Este es el problema que estás atacando con tu nuevo emprendimiento, ¿correcto?

-Sí, 4by9 es mi compañía, que todavía no he lanzado, así que te doy la primicia. Hemos creado una nueva aplicación de inteligencia artificial que permite mitigar la aparición de esas “alucinaciones” a través de la creación de un “synthetic expert reasoning” (razonamiento de experto sintético), donde se hace transparente el árbol de decisiones con el que se guía la inteligencia artificial, por lo que podemos ver cómo se llegó a un resultado.

-Como pedía mi profesora de matemática, hay que mostrar cómo arribamos a la respuesta para obtener el puntaje máximo. Nuevamente, estás en la frontera de la innovación de la tecnología misma, estás amplificando las posibles aplicaciones de la IA. La metáfora que se me ocurre es que la IA actual es como un médico de guardia: toma nota de tus síntomas, elimina las enfermedades serias más probables, y te manda a casa. Pero tu sistema permitiría identificar enfermedades raras y crónicas, porque puede analizar un árbol de escenarios con mayor o menor probabilidad, podés elegir cuál de las ramas uno sigue, en vez de conformarse con una caja negra. Este avance es un notición, tiene muchas implicaciones gigantescas para aquellos sectores donde la consistencia y verificabilidad de la información generada por la IA es de suma importancia. Por ejemplo, en el sector financiero o el mundo de las patentes. ¡Muchas gracias por la primicia que nos contaste antes que a Silicon Valley! Ahora volviendo a la disección de tu cerebro, justo hablábamos que muchos de los genios que hemos conocido ambos tienden a tener una gran pregunta existencial que los persigue durante toda la vida. ¿Cuál es la tuya?

-Una que surgió después de escuchar una charla de Alonzo Church, quien fue colega de Turing, es: ¿la fórmula de Pi es una compresión de ese número infinito e irracional? Me obsesionó esa idea de la incomprensibilidad y la relación entre fórmula y resultado. Aterrizado, lo que me fascina es preguntarme ¿qué significa “significado”? ¿Qué quiere decir comprender algo? ¿Qué es una revelación o perspectiva nueva vs. un resumen de la información?

-Pareciera que tu pregunta existencial contrasta la IA actual (resumen de información) y lo que tu nuevo modelo ofrece (“insights”, que se traduce “revelación”). Tus compañías son un reflejo de tus preguntas existenciales.

-Me sacaste la ficha…

-Sigo tratando de decodificar cómo funciona tu mente. Otra cosa que me interesa es cómo tu cerebro transfiere habilidades entre ámbitos distintos. Por ejemplo, tocás jazz improvisado antes de una presentación pública y eso te hace mejor orador, me compartías. ¿Por qué sucede eso?

-Porque aprendí cómo funciona mi coco. Tocar música prepara el cerebro para las conexiones neuronales que necesito aceitar para que mis pensamientos sean convergentes. Yo hablo rápido, tiendo a irme por las ramas. Pero la música me centra. Porque la música es la organización del tiempo con armonía. Una vez me midieron la actividad cerebral mientras hablaba, y mi hemisferio derecho se activaba antes de pronunciar una palabra. Yo estaba pensando en geometrías. Así que convierto estructuras visuales en algoritmos. La música, gracias a su geometría, le indica a mi cerebro que se organice para mi presentación verbal.

-Es uno de los beneficios más interesantes de la IA: ahora hay dispositivos que miden señales cerebrales que nos permiten conocer mejor cómo cada uno de nosotros puede identificar formas de preactivar diferentes tipos de conexiones deseadas. Para mí, cuando me despierto en medio de mi ciclo REM de sueño, tengo la mayor concentración creativa para escribir. Por eso me levanto a las 4 o 5 de la mañana para estas columnas. Para finalizar, una ronda relámpago. ¿Cómo definís la creatividad humana, distinta a lo que hacen las IAs?

-Para mí, la creatividad es poder unir universos de información muy diferentes y encontrar relaciones inesperadas. Puede ser entre imágenes, sonidos, ideas, teorías. Es ver patrones donde otros no los ven.

-¿Qué querés que la IA resuelva antes de morir?

-Antes quería descargar mi mente en una máquina. Ahora no, me da serenidad el pensar que soy insignificante en este universo vasto.

-¿Hay una obra de ficción que sientas que representa este momento que vivimos?

-Sí, Robocop. Es como Frankenstein pero moderno. Un humano convertido en máquina, luchando con su identidad. Estamos en un momento donde no sabemos si seremos más humanos o más cyborgs.

-¿Cuál es tu cualidad más humana?

-Creo que mi amor por las herramientas.

-Casi suena como un oxímoron poético. ¿Y qué dirían tus hijos que te hace irreemplazable?

-Que soy igual de capaz en humanidades como en tecnología. Y que si no sé algo, no paro hasta entenderlo.

-Como digo siempre, la curiosidad es la cualidad más humana y menos reproducible. ¿Qué te da más esperanza hoy?

-Que la humanidad no es el punto final de la evolución biológica.

***

En el poema El Gólem, de Borges, se lee: “Algo anormal y tosco hubo en el Gólem, ya que a su paso el gato del rabino se escondía”. La curiosidad mató al gato, alega el dicho famoso, pero, según Borges, hay gato encerrado en las creaciones “a semejanza” como el Gólem (¡o la IA!).

Como dijo mi hijo Lukas, de 7 años y filósofo amateur: “Si me pedís que no toque plantas que no conozco [mamá estaba preocupada por la toxicidad], técnicamente me estás pidiendo que no sea curioso, y eso no te lo voy a permitir”.

En medio de las amenazas que generan nuestras creaciones inhumanas, da esperanza ver que nuestras creaciones humanas se rehúsan a renunciar a la curiosidad. Quizás, esa misma curiosidad logre que la humanidad no sea un punto final, sino más bien un punto y aparte.

Made by Human a las 3 AM

Traducido por IA