En el corazón citrícola de Entre Ríos, donde se cultiva uno de los mayores volúmenes de mandarinas del país, los productores volvieron a atravesar una campaña marcada por las pérdidas. Es lo que ocurrió en Villa del Rosario, conocida como “El pueblo de las mandarinas”, una localidad del norte provincial donde los precios quedaron por debajo de los costos y muchos ni siquiera lograron recuperar lo invertido. La sobreoferta, el aumento de los insumos y la caída del consumo interno empujaron a una baja en la calidad de la fruta y alimentaron una creciente incertidumbre sobre el futuro de la actividad.

“Desde principios de año arrancamos con un panorama bastante complicado y, hasta hoy, los mercados no se recuperaron”, resumió Marcos Dal Mazo, presidente de la Asociación de Citricultores de Villa del Rosario. En esta región se producen cada año unos 150 millones de kilos de cítricos, principalmente mandarinas y naranjas, en unas 5000 hectáreas trabajadas por cerca de 400 productores. El 70% de esa producción se destinó al mercado interno, y la demanda se mantuvo muy por debajo de la oferta.

Recuperación: despegaron las ventas de lácteos en el mercado interno y la producción tuvo un importante salto

Este año hubo un exceso de cítricos en las plantas, un 30% o 40% más que otros años, y al mismo tiempo el mercado se redujo un 40% o 50%. Se desencontraron la oferta y la demanda, y eso hizo que los precios empezaran a bajar en planta”, explicó.

Para ejemplificar la gravedad del problema, mencionó el caso de la naranja de frío —que se almacena en cámaras para venderse fuera de temporada—: “El costo fue de $350 por kilo y hoy se vende a $200 o incluso $100. El productor perdió hasta $150 por kilo”.

El precio de venta no cubre los costos

Como consecuencia, muchos establecimientos se vieron obligados a reducir costos, lo que implicó menos inversión y cuidados en las plantaciones. “Muchos productores, al estar perdiendo plata, dejaron de regar, de fumigar, y eso trajo enfermedades como la mosca de los frutos”, advirtió. También se limitó la preparación de la próxima campaña, lo que puso en riesgo la continuidad del ciclo productivo.

Dal Mazo detalló que la campaña citrícola comenzó con la cosecha de mandarinas en octubre y noviembre pasado, luego siguieron las naranjas y en esta época se retomó la recolección de mandarinas junto con nuevas variedades de naranjas, como la Salustiana o la Navel (ombligo). “En el caso de las mandarinas, nos habíamos entusiasmado porque los precios habían arrancado altos, pero volvieron a bajar. Una mandarina que llegó a valer $100 el kilo hoy no cubre los costos. Esperemos que no pase lo mismo con las naranjas y nos ayuden a recuperar parte de las pérdidas”, apuntó.

En cuanto a los costos, explicó que la citricultura es una actividad completamente manual: todo —poda, raleo, recolección— se hace a mano. “No es que la mano de obra esté cara, sino que el producto está tan barato que pagarla se vuelve imposible. Y encima hubo que sumar el costo de la electricidad. Fue un año seco, hubo que regar mucho, y acá todas las bombas son eléctricas”, señaló.

Además, las mandarinas requirieron más cuidados que las naranjas: hubo que podarlas, desbrotarlas, ralearlas y se cosecharon con tijera. Por eso, algunos productores migraron hacia la naranja, que tuvo más salida en la industria. Pero eso también representó un desafío. “Nosotros no estábamos preparados para venderle a la industria. Nuestra producción era para el mercado interno, que demanda mejor calidad. Pero como había que vender, muchos bajaron la calidad para que la fruta pudiera entrar en la industria”, dijo.

Esa diferencia también se notó en los costos. “Para el mercado interno hay que clasificar, embalar, transportar. Para la industria, solo cosechar y entregar. Por eso, muchos se resignaron a esa alternativa, aunque fuera menos rentable”, agregó.

“No es que la mano de obra esté cara, sino que el producto está tan barato que pagarla se vuelve imposible

A eso se sumó que plantar un cítrico implica una inversión de largo plazo: hay que esperar cinco o seis años para que dé fruta, y no se puede abandonar de un día para el otro. Durante mucho tiempo, además, los insumos como fertilizantes y productos químicos se vendieron al dólar blue, mientras las ventas eran en pesos. “Era imposible sostenerse así. Ahora, con la apertura de importaciones, los precios están empezando a bajar o al menos hay más alternativas”, señaló.

En este contexto, sostuvo que el productor “siguió como pudo”. Afirmó: “Con ahorros, aguantando. Esto es de largo plazo. Aunque pierda, el productor tiene que seguir porque ya hizo la inversión. Apostamos a las nuevas naranjas, como la Salustiana o la Navel, pero no hay certezas. Trabajamos con esperanza, pero sin garantías”.

Lamentó que el impacto de la crisis se sintiera en toda la región, porque la citricultura es el motor económico del norte entrerriano. Villa del Rosario, Chajarí y Santa Ana dependen casi exclusivamente de esta actividad. “Acá todo gira alrededor del cítrico. El 90% del comercio local está orientado al sector. Cuando cae la producción o bajan los precios, se siente en todos lados: en los negocios, en los talleres, en las ventas de herramientas”, concluyó.