Como jugador, le tocó estar al frente en un momento difícil del tenis argentino hace tres décadas, a tal punto que durante varias semanas era el único de nuestro país dentro del Top 100. Participó en series de la Copa Davis, Juegos Panamericanos y Juegos Olímpicos con su estilo de juego defensivo desde el fondo de la cancha; recordado por ser protagonista de maratones en polvo de ladrillo, fue Top 40 y ganó un título ATP, con victoria sobre el chileno Marcelo Ríos en Santiago, en 1996. Se retiró en 2001, y poco después comenzó a trabajar como entrenador. Acompañó a Guillermo Cañas y Agustín Calleri, luego al brasileño Gustavo Kuerten, al alemán Rainer Schüttler, los rusos Marat Safin y Svetlana Kuznetsova, y el letón Ernests Gulbis, entre otros. Hace diez años, Hernán Gumy se bajó del avión del circuito y cambió la vorágine del tour por la preparación de las promesas. Cambió la sala de embarques por el living de su casa, pero sigue atento a todo lo que sucede, mientras prepara a varios tenistas juveniles.
La charla con LA NACION comienza en una de las mesas al lado de las canchas del club El Abierto, en el barrio de Saavedra, donde Gumy conduce una academia junto a Alejandro Lombardo, el entrenador del doblista Horacio Zeballos. “Aquí estamos desde abril de 2016. Ale ya estaba en el club, junto con Franco (Davin) y (Luis) Lobo. Yo terminé de trabajar con Kuznetsova un año antes, tomé la decisión de estar con mi familia. Desde 2001, que arranqué a viajar con Cañas, prácticamente no paré, casi todos los años viajando con alguien. Me encontré con Lombardo, un amigo desde la infancia, al mismo tiempo que Davin y Lobo estaban viajando con jugadores, y comenzamos juntos para mantener la concesión de la academia. Después, el dueño nos ofreció dirigir toda la parte de tenis de El Abierto. Y aquí estoy, feliz de ser parte de esta familia”, relata el Titán, como se lo conoció en su etapa como jugador, hoy con 53 años.
-Da la impresión que encontraste tu lugar.
-Sí, y es algo particular, porque yo me entrené acá entre los 16 y 19 años, cuando estaba la academia de Pancho Aranguren y el lugar se llamaba Chacra Saavedra. Después dejé de jugar y me dediqué a ser entrenador, pero en 2003 me mudé muy cerca, y en 2016 empecé a trabajar aquí, a 20 cuadras de mi casa. Todo es una coincidencia.
-Es un cambio importante, porque una cosa es entrenar a jugadores top, y otra, muy distinta, es la parte formativa.
-Sí, es cierto. Hay un montón de cosas diferentes. La verdad es que me fui apasionando por la formación. Los procesos son más largos, hay que tener más paciencia. Con los jugadores profesionales, a veces, un pequeño ajuste hace una gran diferencia, ya sea en lo físico, tenístico, mental, táctico. Cuando estás formando chicos, la gran mayoría vienen con sus sueños… Y bueno, hay diferentes niveles, pero a todos queremos darles lo mejor. Acá trabajamos con 36 chicos. Lógicamente, Horacio Zeballos es el que está más arriba, pero tenemos varios chiquitos con muy buena proyección, en mujeres y varones. No es solo formar, sino también es como llevar adelante una pequeña empresa. Hay que conversar con 36 padres, organizar viajes… La academia Gumy-Lombardo se hizo bastante conocida en Sudamérica, en Centroamérica. Algunos han optado ya por vivir acá y quedarse aquí entrenándose, hay una niña de México y otra de Brasil, que decidieron buscar su formación en Argentina.
-¿Hay una escuela argentina, como otras potencias del tenis?
-Mirá, yo creo que los resultados hablan. En los últimos 20 años, la Legión ha sido lo más grande que hemos tenido, pero después de eso no nos quedamos atrás. Tuvimos un Del Potro, luego a Schwartzman, ahora tenemos a Fran Cerúndolo, Báez, Etcheverry, a chicos que vienen como Navone… Argentina sigue sacando jugadores. Y jugadores buenos. Quizá no tendremos el 2, el 3, el 5 y el 9 como teníamos en otra época. Pero seguimos teniendo top 30, top 40, excelentes jugadores. Y otra cosa importante es que estén involucrados en la formación ex tenistas que han sido buenos jugadores, y aunque capaz no han estado tan arriba, saben lo que es trabajar.
-¿Cuáles son las mayores diferencias entre preparar un juvenil y trabajar con un jugador de elite?
-El uno a uno con un profesional demanda un montón de cosas. Estar más en los detalles y, sobre todo, hay que conocer al jugador. El mejor entrenador no es el que más sabe; es el que más conoce al jugador y trata de sacarle lo mejor de sí. Siempre recomiendo primero conocer bien al jugador, para después empezar a incorporarle las cosas que uno cree necesarias. Con el tema formativo es más general, en términos de procesos, vamos de a fases. El uno a uno es resolución rápida, todo ya. Y eso que en mi época quizás había más fidelidad, por así decirlo, en relaciones entre entrenadores y jugadores. Hoy, entre los entrenadores, están tres o cuatro semanitas, y si no tuvieron resultados, por ahí viene otro. Es más demandante la situación. El equipo técnico también es más grande. Hoy un jugador que está 30° del mundo, tiene el entrenador, el preparador físico, el fisio, el psicólogo, el médico, el padre o la madre, el nutricionista… En mi época era, por ahí, ‘cuidate un poco en las comidas’. Hoy, que gluten sí, gluten no. El jugador se ha transformado en un híper profesional. Físicamente, los jugadores hoy vuelan.
-Bueno, pero todo forma parte de una evolución.
-Yo te digo lo que veo después de haber dejado el tenis hace ya 24 años. Un jugador que está 400° del ranking juega muy bien. Lo veo contra un número 100 y no hay diferencia. En nuestra época había muchísima diferencia, no había cómo igualarlo. Por un lado, es bueno, y por otro lado, no. Hoy se equiparó tanto entre el 80 y el 500, que es un rango enorme. Por eso también ves chicos que hoy con 22 años se pueden meter… Surge un Navone, ahora, reciente, y hablo de un chico que estaba jugando futures hasta hace dos años y medio. Y hoy lo tenés Top 30, Top 40. Hizo un gran salto. Si vamos al mundo, vamos a encontrar cientos. En mi época, si tenías 23 años y estabas 600, estábamos perdiendo el tiempo. En mi época salías de juniors y era ‘bueno, vamos a probar uno o dos años. Si te metés, bien; si no, a estudiar’. Ese fue el proceso que hice yo, y en dos años y medio me metí. Hoy se puso muy difícil el pasaje entre juniors hasta los 23 años. Si lo lográs, sos un crack.
-Hay varios ejemplos.
-Sí. Aquí tenemos quizás un caso parecido que viene, que es Thiago Tirante. Un gran junior, que sigue su escalada y ya casi está top 100. Y va a seguir subiendo, va a llegar al top 30 para mí en algún momento. Pero bueno, están los periodos de maduración. Eso es lo que creo que está pasando.
-Casi no hiciste transición del retiro a empezar a entrenar jugadores. ¿Cómo se dio eso?
-Yo empecé con un grupo de chicos en el que estaban Diego Veronelli, Juampi Guzmán, Luciano Vitullo, Federico Browne, que era un poquito más grande que los otros. Hasta que Poncharelo (el preparador físico Fernando Cao) me llevó a trabajar con Willy (Cañas). Él hizo la propuesta y Willy confió. Lo sacamos de ese lugar donde siempre andaba, entre el puesto 35 y 50, y lo explotamos un poquitito más. Un toro. Lo destaco entre todos los jugadores que he tenido por tener una capacidad de laburo inhumana, junto con Guga. Con Kuerten estuve casi un año y medio, y sólo jugamos cuatro torneos porque yo ya lo agarro lesionado de la cadera. No sabés la capacidad de trabajo que tenía ese chico, y la alegría con que lo hacía cada día. En un momento yo pensaba ¿cómo aguanta este tipo? Porque estaba jugando un torneo cada mil. Iba a probar en cada torneo, a ver si le dolía. Guga es uno de los jugadores que más me sorprendió. Ahora entiendo porque este chico fue lo que fue, un número 1. Con una perseverancia muy pocas veces vista, un respeto y una alegría únicas. Una persona que no solo daba el 100 por ciento, que también cuidaba a su equipo. Una vez por mes hablamos con Guga. Un señor en todos los aspectos, un grande.
-Después diste el salto afuera.
-Sí, el primer europeo fue Rainer (Schüttler). El entrenador de Rainer era Dirk Hordoff, una gran persona, que falleció hace dos años. Tenía una empresa, Global Sport Management, que eran mis managers en la época de jugadores. Cuando me dediqué a entrenar, yo ahí estaba con Cañas. Y Dirk me pide de acompañarlo a Schüttler en una gira de polvo de ladrillo. Porque Rainer estaba top 10 u 11, pero venía la temporada de polvo de ladrillo y no sacaba un punto. Después jugaba bárbaro en pasto, en indoor, en cemento, en todos lados. Pero no sacaba más de 150 puntos en clay. Entonces me contrata para hacer la gira de clay, desde Estoril a París. Y yo lo tenía ahí en Estoril. Primera ronda, lo pusimos a patinar y patinar sobre polvo de ladrillo. A la argentinada, a meter cabeza fuerte, correr, luchar. Terminó sacando un montón de puntos. Metió cuartos en Munich, cuartos en Roma, octavos de final en Roland Garros. A partir de ahí empecé con el mercado europeo.
-Te ayudaron los resultados que conseguiste con los sudamericanos, ¿no?
-Con Cañas hicimos un gran trabajo. El tiempo que lo tuve a Calleri también. Cuando estaba con Willy Cañas, Safin estaba 2 o 3 del mundo. Willy era 12 o 13 del ranking. Después llegamos al 8. Incluso me acuerdo que le ganamos a Marat en 2001, en Toronto. Eso también los managers y los otros jugadores lo van viendo. Y yo creo que ahí, cuando pasé a entrenar a Safin, digamos que se me abrió un mercado más, te diría, que europeo y del Este. Porque también empecé a trabajar casi siempre con el mismo manager, que tenía también a Gulbis, a Kuznetsova.
-Más allá de que cada tenista tiene su personalidad, ¿cómo era trabajar con jugadores del Este, que casi no se formaban en su país?
-Esos eran los casos de Safin y Kuznetsova. Svetlana se forjó en la Academia de Emilio Sánchez Vicario y Casal, y Safin en Valencia, con Pancho Alvariño. Los dos venían con una formación, ya de muy chiquitos salieron de Rusia. Entonces ya estaban acostumbrados al volumen del entrenamiento español/argentino. Pero el trabajo que hice con una y con otro fue totalmente distinto. Cuando lo agarro a Marat, Safin estaba más para dejar el tenis que para seguir jugando. Y recién tenía 26 años y medio, estaba 100 del mundo. Me acuerdo que tuvimos una reunión con él, hablé con el manager, me fui para Los Ángeles, charlamos, y decidimos probar. La verdad es que yo no lo podía meter más de tres horas en cancha. No quería saber nada. Él ya no estaba mentalmente para eso. Entonces, había que negociar. Lo fui conociendo, fui viendo cómo era, y qué es lo que necesitaba. Él confió y yo confié en él. Entonces me dijeron, ¿qué te parece? Bueno, le dije: ‘Dale, está bien, pero hagamos esto y esto, y el tiempo que lo hacemos, que sea a full. Compromiso al cien’. Al año siguiente hizo semis de Wimbledon, volvió a estar Top 20, se dio algunas alegrías más.
-Marat tenía una personalidad singular…
-Sí, mirá, hay una anécdota sobre él cuando lo entrenaba, en 2008. Venía jugando más o menos bien, yo lo agarré en el puesto 90, y ahí estaba cerca del 70. Llegamos a Wimbledon y él alquiló una casa, donde nos quedamos con su manager, Amit Naor, que en ese entonces también era el de manager de Novak Djokovic. Novak tenía 21 años, ya era el 3 del mundo, venía de ganar el Australian Open, su primer Grand Slam. Marat ya había ganado dos. Entonces sale el cuadro, y si Safin y Djokovic ganaban en primera, se enfrentaban en segunda. Pasó eso, y lo típico, la cena antes del partido, estábamos en la casa con el manager Amit, con Safin, y en un comentario, Marat le dice: ‘mañana le voy a pegar una paliza a tu futuro Golden Boy’. Así nomás le dijo. Yo me quedé ahí, mirando, observando. Y bueno, dicho y hecho. Al otro día fui a ver el partido. Y te juro, pocas veces lo he visto jugar a Marat así. Le pegó una paliza, literal, le ganó en tres sets (6-4, 7-6 y 6-2). Novak ya era top 5 y Safin detrás del 60 o 70. Cuando termina, sale, viene el manager a felicitarlo en el vestuario y Marat le dice: ‘Viste, te lo dije. Este chico todavía me puede atar las zapatillas’. Llegó hasta las semifinales. Tremendo.
-¿Cómo fue la etapa con Gulbis y Kuznetsova?
-Fue algo parecido. Yo empiezo con Svetlana, que venía un poquito desilusionada, porque estaba casi 40ª del mundo en 2012, y para ella estar 40ª del mundo era como… ir para atrás, sí. Hicimos un gran trabajo, que después lo continuó Carlos Martínez. Svetlana era una jugadora muy habilidosa, y también fue encontrando otra vez el amor por el tenis, y después se dio un par de años buenos más con Martínez.
Lo de Gulbis fue un caso totalmente distinto. Él no había salido de Letonia. Era un chico con muchísimo potencial, yo lo agarré con casi 19 años, en el 120° del mundo. De muy buena familia, un chico divino, pero con muy poco orden y rutina laboral, con un potencial inhumano. Me parece que lo que le di a él fue el orden. O sea, lo que necesitaba quizás cuando Safin se fue de Rusia a los 15 años, o cuando Szvetlana se fue a los 14 años a España, con Gulbis lo hice yo. El potencial lo tenía, había que ordenarlo. También ahí tuvimos que negociar entrenamientos, pero era distinto, porque era un chico, y quería jugar al tenis. Él siempre quiso jugar y amó el tenis. Cuando le empezó a agarrar el gustito a ganar… Capaz no le gustaba ese sacrificio que está atrás. Es lo que quizás yo le mostré, el camino del orden y el sacrificio, pero él confió, y después siguió. Hizo un muy buen trabajo con Gunther Bresnik, que lo metió en el Top 10. Y jugó hasta hace un par de años, con 34 seguía en el circuito, aunque estaba detrás del 200 del mundo. Eso también dice que estaba disfrutando, incluso cuando ya tenía dos hijos.
-Hace diez años terminaste el ciclo con Kuznetsova, fue tu última jugadora. Dejaste de viajar por una cuestión familiar. ¿Cómo fue?
-Entre 2001 y 2015 viajé bastante. En el 2003 me casé con Deborah Maidana. Nuestros hijos nacieron en 2008, 2009 y 2010: Máximo, Mía y Marco. Seguiditos. Todo dentro de una época… Mirá, en el 2008 yo estaba con Safin, y en el 2009 empecé con Gulbis. Esos tres años viajé por 31, 36 y 42 semanas. Prácticamente no los vi crecer. A dos los vi nacer, el tercero me lo perdí por siete horas. Llegó cuando yo estaba cruzando de España a Buenos Aires. Mi mujer estaba en el hospital y yo en el aeropuerto de Madrid. Hubo una demora y no pude llegar. A partir de ahí empecé a bajar de a poco. Empecé a compartir con Carlos Martínez los entrenamientos con Kuznetsova.
-El tenis cambió mucho desde los tiempos que eras top 40. ¿Cómo le iría hoy al mejor Gumy?
-Je, debería jugar diferente… yo creo que el Gumy de aquella época hoy no podría jugar. De hecho, hoy no ves un Gumy en el circuito que esté en el top 50. Capaz que ves un tipo sólido, pero que juega más adentro de la cancha. Cambió mucho la velocidad, las cuerdas, el encordado, las raquetas las fueron haciendo mejores. El atleta es lo que más cambió, la carrera se extendió cinco o seis años. A los 30 o 31 años cortaban, algunos antes, a los 28, y hoy van hasta los 33 o 34. El tenista profesional se hizo más completo en todas las superficies, más atlético. En mi época estaban los sacadores/voleadores, los sólidos de fondo, los que pedían por Dios jugar en polvo, y los que pedían no jugar en indoor. Estaba bastante definido, y hoy todos juegan bien en todas las superficies. Hace 30 años en el pasto se hacía saque y red, la velocidad ahí era terrible, hoy se puede jugar de fondo porque se cambió la densidad del césped. Cambió un poco el diámetro de la pelota, la constitución de la felpa… el tenis de hoy es muy rápido. Con los españoles, por ejemplo, a veces lo hablo con Alex (Corretja), nos poníamos a conversar mientras jugábamos. Buscábamos cansarlo al rival. Ahora, eso de “movelo para que se canse” no existe, si no se cansa nadie. Los partidos no duran seis horas, la agresividad de los tres o cuatro primeros tiros, la velocidad… Las cinco horas y media que jugué con Corretja [En Roland Garros] hoy es algo imposible.
-¿Es otro tenis?
-Tenés tipos livianos, atléticos. Zverev mide casi dos metros y te corre como uno de 1,80m. En mi época, a un tipo de esa altura le costaba mucho correr, y hoy uno de 1,80m te saca a 215km/h. Fijate en el ranking, altura y peso. Hoy hay una estructura de 1,86m de media y 76 o 77 kilos. Esa es la relación, ya no pesan 83 u 84. Está todo muy profesionalizado. La nutrición, el médico, el descanso, la estadística es la nueva tecnología que entró. Vos trabajás en estadística, y por ejemplo te pido ‘mandame los últimos diez partidos de Rublev’. Hay gente que trabaja con eso, los ves en el circuito, te manda lo que pedís y ves todo: porcentaje de saques a la derecha, al revés, cómo juega en los momentos importantes. La estadística se hizo un gran partícipe del juego táctico.
-¿Tu mejor y tu peor partido?
-Tengo varios, pero particularmente elijo dos de Copa Davis. El mejor fue contra Karol Kucera, en una serie contra Eslovaquia, en 1998. Durante la entrada en calor ese día, picó una pelota mal en la línea, yo le erré y con la raqueta me abrí el pómulo abajo del ojo, me tuvieron que hacer dos puntos ahí mismo. El doctor, que era Walter Mira, me cosió sin anestesia, sin nada, me puso una curita y salí a jugar con Kucera, que estaba en ese momento 6 del mundo y le gané en tres sets (6-1, 6-1 y 6-4). La verdad es que de ese partido tengo un lindo recuerdo, por todo lo que fue, jugar para el país, por lo que me había pasado, enfrentar a un jugador que era top 10 y encima ganar. El partido malo también fue en una Copa Davis. Una serie con Ecuador en julio de 1997, en invierno. Un partido donde éramos favoritos y jugué pésimo. Pero pésimo, ¿eh? Horrible, perdí con Nico Lapentti, que era un pibe, todavía estaba viniendo, jugaba muy bien, pero debería haber ganado, yo ya estaba 40 o 50 del mundo. Y perdí con Luis Adrián Morejón, que estaba ponele 300 del mundo, así que ese fin de semana fue nefasto, hizo muchísimo frío en Buenos Aires, creo que había 20 personas en el estadio, algo deprimente, y jugué como el traste, muy mal. Esos son dos recuerdos que me dejó la Copa Davis.
-¿Cómo ves el tenis argentino después de Del Potro y Schwartzman, los últimos top 10?
-Tenemos jugadores muy buenos hoy. Después hay gustos, ¿no? Francisco Cerúndolo me encanta, y no de ahora. Hace siete años, en un Future en el Florida TC, yo fui con (Gonzalo) Villanueva y jugamos la final contra él. Fran tendría 17 o 18, era antes de irse a la Universidad. Yo no lo había visto jugar nunca, nada. Estaban todos con Juan Manuel, el hermano menor, que era muy bueno. Fui a ver la semi de Fran, que le ganó a Seba Báez, y le vi esa derecha, la devolución, una idea de juego… y por ahí iban dos afuera y una adentro. Villanueva por ahí era más sólido, Gonzalo ganó esa final. Pero le dije al Toto, el papá de Fran: “Este puede jugar un pedazo. Juega muy fácil. Tiene cosas inusuales, poco vistas ahora”. Y hoy Cerúndolo tiene una de las cinco mejores derechas del circuito. Y fíjate donde se está manteniendo, entre el 20 y el 30 del ranking. Quiero creer que todavía no hemos visto lo mejor de él. Para el rango del circuito aún es joven, me parece que tiene un poco más. A veces medio que los demonios lo traicionan, pero así y todo juega un montón. A mí me gusta mucho lo que propone, cómo juega, lo caradura que es, en el buen sentido. Pero hay muchos buenos jugadores, eh.
-¿Vos sentís que diez años después está terminada tu etapa en el tour mayor, o nunca se sabe?
-Te diría que no, siempre está ese deseo de trabajar con un top 50, tener el desafío de hacerlo subir. Pero hoy tengo un socio y un amigo que sale. Ale viaja mucho con Horacio, y no podemos estar los dos viajando. Por ahí, en un tiempo podemos trabajar con un jugador entre los dos. Después, hay un desafío personal, que es meter a alguien que haya salido de esta academia, que yo lo haya formado. Y que esté o no acá dentro de seis años, pero que vos lo veas en el top 100. Darme el gusto de decir: ‘mirá, a ese nene lo tuve cuatro años, de los 12 a los 16’. Yo sé que no somos eternos, pero tenemos que aprender a dar todo nuestro conocimiento y no esperar que se vayan a quedar con nosotros 20 años. Ese sí es un lindo sueño que tengo, ver en la televisión, dentro de cinco o diez años, a uno de estos chicos que está acá, jugando en Roland Garros, en Wimbledon, el US Open. Eso es un desafío personal.
-Es un reto grande, el filtro es muy fino…
-Uffff, sí, es cierto. Mirá, chicos y chicas con potencial hay, pero de ahí a que lleguen, hay un montón de circunstancias en el camino, que por más que nosotros o ellos hayamos hecho todo lo mejor, no se dan. Porque hay otros tantos millones en la misma, también. Pero poder decir ‘yo formé a este que está top 100’, sería un gran logro para mí.
-¿Qué tendría que tener un jugador para que a vos te atraiga?
-Uh, qué difícil… no lo sé. Hoy podría decir que no hay un jugador por el compromiso que tengo con El Abierto, con la academia, pero el día que Ale (Lombardo) deje de viajar con Horacio (Zeballos), lo pensaría. Si querés estar con un top 20 o 30 te tenés que dedicar a full, en seis semanas quizás le podés aportar algo específico por ahí, pero para un trabajo grande hay que estar. Ya se va a dar.