El momento en que quisieron parar a Kathrine Switzer en la maratón de Boston (AP)

La tradicional Maratón de Boston, la más antigua de los Estados Unidos, suele reunir multitudes, no solo por la gran cantidad de personas que se inscriben para correr esos famosos 42.195 kilómetros sino por el público que convoca. Es uno de los acontecimientos deportivos del año, que siempre – salvo alguna excepción – se realiza el tercer lunes de abril por las calles de la ciudad. En la edición de 2017, muchos de los asistentes se sorprendieron al ver cómo un grupo de corredores rodeaba a una mujer de unos 70 años que corría con el número 261 en el dorsal. La animaban y la felicitaban. No era el único hecho extraño: quienes prestaban más atención notaban que no era la única que llevaba ese número, que muchas otras mujeres también lo usaban.

La escena encerraba a la vez un reconocimiento y un homenaje a esa mujer mayor que trotaba con una sonrisa que ni siquiera el esfuerzo podía borrar de sus labios, porque Kathrine Virginia “Kathy” Switzer –que así se llamaba la señora– había sido la primera en correrla, desafiando a los prejuicios y a los organizadores, una fría mañana de abril de 1967, cincuenta años antes, cuando era una competencia de la que solo podían participar los hombres. Aquella vez, a Kathrine le habían asignado el número 261 cuando su entrenador la inscribió como “K.V. Switzer”, utilizando sólo sus iniciales para que no la rechazaran por su género.

Su participación casi termina en un escándalo, porque uno de los organizadores intentó interceptarla mientras corría para impedirle que llegara a la meta, pero también abrió una puerta al futuro, porque gracias a su atrevimiento las atletas mujeres pudieron participar de la competencia. No solo eso: el ejemplo de Kathy y su constante activismo hicieron que el Comité Olímpico Internacional incluyera la maratón femenina entre las disciplinas deportivas de los Juegos Olímpicos de los Ángeles, en 1984.

La niña que quería correr

Kathrine Switzer nació en el Hospital Militar de Amberg, Alemania, el 5 de enero de 1947 y poco después emigró con su familia a los Estados Unidos. Su padre, Homer, un oficial del ejército estadounidense que había combatido en la Segunda Guerra Mundial, era un apasionado de todo tipo de deportes y quiso que su hija siguiera su camino. “El verdadero juego está en el campo. La vida es para participar, no para ser espectadora”, solía decirle.

La atleta al llegar a la meta de la maratón de Boston en 2017, a 50 años de su proeza

A Kathy le gustaba el hockey, un deporte que se practicaba en su escuela; Homer la apoyaba, pero insistía que debía correr para estar en buen estado físico y la aceptaran en el equipo. Eso la marcó: “Empecé a correr cuando tenía 12 años porque quería ser del equipo de hockey sobre césped. Mi papá me animó para que corriera una milla al día. Yo era una niña flaca e insegura, y cuando corrí esa milla, aunque nunca entré al equipo de hockey, me convertí en una persona muy empoderada”, contó hace unos años en una entrevista con BBC Mundo. Correr le hizo perder la timidez y la animó a ir a los bailes que organizaban sus compañeros y a escribir en el periódico escolar. También le abrió caminos en los deportes, porque aunque no la aceptaron en el equipo de hockey, su habilidad y su altura hicieron que la convocaran al equipo de básquet de la escuela y era número puesto en el de atletismo, donde corría todo tipo de distancias.

Un entrenador y un desafío

Cuando terminó la secundaria se inscribió en la Universidad de Syracuse, la ciudad donde vivía con sus padres, a la que también iba su novio, Tom Miller, jugador de fútbol americano y tan deportista como ella. Kathrine se inscribió en el equipo de atletismo para hacer lo que más le gustaba y lo que mejor hacía, correr, y en las pistas conoció Arnie Briggs, el entrenador del equipo de cross-country masculino. El hombre vio algo excepcional en esa chica flaca, muy alta y de piernas largas que mostraba mucho potencial y decidió entrenarla a ella también. En una de esas tardes de práctica, Kathy le dijo cuál era su sueño: correr la Maratón de Boston. Arnie la miró con escepticismo y le respondió: “Las mujeres no pueden correr ni esa ni ninguna maratón. No tienen capacidad para hacerlo”.

Discutieron fuerte y al final el entrenador le hizo una propuesta: “Si me demostrás en la práctica que podés correr la distancia del maratón, seré la primera persona en llevarte y tratar de que te acepten”, la desafió. “Empecé a entrenar con él y un día corrimos 31 millas (unos 49 kilómetros), mucho más que la distancia del maratón”, recordó después Kathrine. A Arnie Briggs no le quedó otra alternativa que cumplir con su palabra.

Kathrine Switzer en abril de 1975 mientras entrenaba en Nueva York (AP Photo/Ron Frehm, File)

El entrenador sabía que nunca una mujer había corrido la Maratón de Boston; por lo menos no oficialmente, porque se sabía de una que lo había hecho sin inscribirse, es decir sin número y fuera de competencia. Cuando averiguó los requisitos de inscripción se llevó una sorpresa: en ningún artículo del reglamento decía explícitamente que las mujeres no podían participar. Era una ley tácita, pero no había nada escrito. “‘No hay nada sobre género en el reglamento y no hay nada sobre género en el formulario’, me dijo Arnie, y entonces yo le contesté: ‘Ok, vamos’ y le di los dos dólares que costaba la inscripción”, contó Kathy en esa entrevista con BBC Mundo.

Escándalo y victoria

Briggs, Kathrine y su novio, Tom, viajaron a Boston, donde el entrenador se ocupó de inscribirlos a los tres. Temiendo encontrar reparos para que su discípula participara de la carrera, al anotarla hizo una pequeña trampa: la inscribió solo con las iniciales de su nombre, K.V., y el apellido Switzer. Nadie preguntó a qué correspondían esas iniciales, quizás pensaron que podían ser Keith o Kevin, pero nunca Kathrine. A “K.V.” le asignaron el número 261 para que luciera en su dorsal.

El clima la ayudó a comenzar la carrera sin que nadie se diera cuenta de que era mujer. “La mañana del maratón fue increíble. Estaba nevando con un terrible viento de frente. Yo llevaba puesta una camiseta muy linda que quería exhibir, pero estaba tan frío que no fui capaz de quitarme el pesado suéter de entrenamiento. Los oficiales nos acomodaron en la línea de salida, y todo el mundo se veía igual, con esos sacos calientes y anchos, así que nadie se dio cuenta que no era uno de los hombres. Le dije a Arnie: ‘Tenías razón, no hay problema’. Y él respondió: ‘Te dije que no habría problema’”, recordó.

Comenzó a correr acompañada por Briggs y Tom, que no se despegaban de ella. Más que competir, querían acompañarla. Todo fue bien los primeros tres o cuatro kilómetros, hasta que unos periodistas que estaban cubriendo la carrera se dieron cuenta de que había una mujer en la competencia. “Los de la prensa se volvieron locos. ‘¡Mirá, hay una chica en la carrera! ¡Tiene un número!’, gritaron. Nosotros respondimos saludando con la mano, ya que era simplemente un instante mediático”, explicó al reconstruir aquel momento que marcó el inicio del escándalo.

Minutos después escuchó detrás de ella unos pasos de zapatos, muy diferentes a los de las zapatillas de los atletas. Un hombre la estaba persiguiendo. Sintió que la tomaban de un hombro y escuchó un grito: “¡Salí de mi maldita carrera y dame ese número!”, fue la orden. El que gritaba era Jock Semple, uno de los comisarios de la maratón. Los compañeros de Kathy reaccionaron rápido: el entrenador Briggs se interpuso en el camino de Semple y terminó derribado sobre el piso, pero Tom, su novio, pudo agarrar al comisario y frenarlo para que ella siguiera corriendo. Los fotógrafos captaron la captó escena y la imagen se convirtió en un símbolo de los derechos de la mujer. “Corré tan rápido como puedas”, le gritó Tom a su novia. “Corríamos como niños saliendo de una casa embrujada”, recordó Kathrine para BBC Mundo.

“Me dio mucha rabia la actitud de Semple… Recién en la milla 21 el enojo me abandonó. Una no puede correr largo si está enojada. Me dije: ‘Tengo que terminar esta carrera, así sea sobre mis manos y mis pies, porque si no la termino nadie creerá que las mujeres pueden hacer esto, que las mujeres deben estar aquí ‘”, relata en su libro La Maratoniana –La carrera que revolucionó el deporte femenino.

Kathrine Switzer fue elegida para dar inicio a la maratón olímpica femenina -que ella impulsó el siglo pasado- París 2024 (REUTERS/Lisa Leutner)

Superado el momento, Katrine pudo completar los 42 kilómetros y 195 metros de la maratón y cruzó la línea después de cuatro horas y veinte minutos de carrera. Detrás de ella iban Brigss y Tom, como dos guardaespaldas. “Cuando la terminé, sentí que tenía un plan de vida, una meta, un propósito para cumplir. Me sentí plena también porque corrí mi primera maratón bajo las circunstancias más difíciles, y después de eso nada más sería tan duro”, escribió en el libro.

Pionera y promotora

Cinco años después, en 1972, se permitió oficialmente la participación de las mujeres en la Maratón de Boston. Jock Semple justificó su actitud diciendo que las reglas amateurs prohibían que las mujeres compitieran más de dos kilómetros y medio, pero una vez aprobada la regla que permitía expresamente la participación femenina, cambió de postura y se reconcilió públicamente con Kathy.

Así Kathrine se ganó un lugar en las maratones y con sus participaciones amplió las posibilidades del atletismo femenino en la década del ‘70. Ganó la Maratón de Nueva York femenina de 1974 y quedó segunda en 1975, donde logró su mejor marca con un tiempo de 2 horas, 51 minutos y 37 segundos. Mientras tanto, trabajaba para que el COI incluyera la maratón femenina en el programa olímpico, algo que logró en los juegos de 1984 en Los Ángeles. Ese año todos esperaban verla corriendo, pero Kathrine prefirió cubrir la competencia como periodista para la cadena ABC. “Siempre supe que no era una corredora especialmente rápida, y sabía que cuando convertimos el maratón en una prueba olímpica, muchas mujeres talentosas aprovecharían la oportunidad, entrenarían y correrían mucho más rápido que yo. Siempre me interesó más crear la oportunidad que ser una atleta competitiva”, dijo entonces.

Kathrine Switzer volvió a correr en Boston en 2017, cuando se cumplió medio siglo de su desafiante participación en maratón. Las fotos de la escena con Semple aquella mañana del 19 de abril de 1967 hicieron que el número 261 hoy forman parte de la historia del atletismo femenino y se han convertido en un símbolo de la igualdad en el deporte.