De pronto parece que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. La Unión Europea recomienda a los ciudadanos de sus países miembros que preparen un Kit de Supervivencia que les permitirá subsistir 72 horas antes del inevitable final. Como en cualquier película de ciencia ficción de clase B, les encarga incluir documentos personales, una linterna, fósforos, un encendedor, un calentador, agua, una navaja suiza, medicamentos, comida, dinero en efectivo, cargador, fuente de energía, y una radio. ¿Para qué se necesitarán documentos y dinero en el Apocalipsis, qué radio transmitirá cuando ya nadie viva? No se sabe, pero allí están los cráneos de un organismo creado para fines más serios, recomendando esto.
Mientras tanto, en Estados Unidos se extienden como plaga los preppers, comunidad de personas que se entrenan afanosamente para afrontar la hora final de la humanidad. Acumulan alimentos, agua y medicamentos, aprenden a cazar y pescar, se ejercitan en el manejo de armas y defensa personal, construyen refugios. Y se organizan en pequeños grupos cerrados. Sin a llegar esos extremos, en otros lugares del planeta cada vez más personas cercan sus casas con muros y rejas (sin ir más lejos, en muchos lugares del conurbano bonaerense), se abroquelan con sus armas, sus perros y sus computadoras y celulares con un único objetivo: llegar al día siguiente.
En el tema del fin del mundo es posible advertir que, como afirma Zoja, “la gente le ha dado a su inteligencia vacaciones perpetuas”
Las razones de este pánico creciente son variadas. Guerras. Proliferación del crimen urbano. Cambio climático. Gobernantes de diferentes países que con sus actitudes y decisiones generan dudas razonables sobre su salud mental. Lo cierto es que vivimos tiempos paranoicos. En Paranoia, la locura que hace la historia, un estudio ineludible sobre el tema, el psicoanalista italiano Luigi Zoja (estudioso de la obra de Carl Jung) define a la paranoia como una “locura lúcida”. Y dice que hoy somos víctimas de una pandemia de paranoia soft, debida a un conocimiento incompleto y a menudo voluntario de la realidad, que conduce a manejarse a partir de creencias simplistas. El conspiracionismo, el terraplanismo y el éxito de los populismos (de derecha y de izquierda) serían frutos de ese fenómeno.
La idea eje de la paranoia es que hay algo o alguien amenazante que está al acecho y que exige una prevención extrema, porque de lo contrario acabará con nosotros. Tal convicción no se basa en hechos, explica Zoja, sino en una fantasía acerca de las intenciones de los “enemigos”. La imaginación del paranoico convierte esto en una realidad sólida con consecuencias concretas, que pueden llevar incluso a un crimen o una guerra. Las creencias paranoicas adquieren la consistencia de verdades reveladas, generalmente no hay argumento lógico que pueda con ellas. Entre otras cosas, esto obliga a gobernantes y comunicadores a ser muy cautos y responsables con lo que comunican y con el modo en que lo hacen. En el tema del fin del mundo es posible advertir que, como afirma Zoja, “la gente le ha dado a su inteligencia vacaciones perpetuas”.
¿Tiene sentido sobrevivir tres días, en condiciones patéticas en un mundo devastado? ¿Vale lo que sea esa lúgubre supervivencia? ¿No le daría un sentido a la propia existencia dedicarse cada día, haciendo cada uno lo suyo y en su medida, todo lo que permita vivir en un mundo más cooperativo, sensible, amable, en el que cada amanecer sea una promesa y no una amenaza? Decía la filósofa alemana Hannah Arendt que una cosa es el mundo (lo creado por los humanos) y otra el planeta (todo lo existente, con y sin humanos).
¿No le daría un sentido a la propia existencia dedicarse cada día, haciendo cada uno lo suyo y en su medida, todo lo que permita vivir en un mundo más cooperativo, sensible, amable, en el que cada amanecer sea una promesa y no una amenaza?
Que el mundo sea mejor, sin “locura lúcida”, depende de quienes lo habitamos. Si se cumplieran las fantasías paranoicas, el planeta seguiría existiendo. El fin o la continuidad del mundo es, en cambio, responsabilidad humana. Una responsabilidad cuyo ejercicio requiere esperanza, no paranoia