“Saqué cosas muy positivas de todo lo que me pasó”, dice un Martín Cirio que, a lo largo de la entrevista, en varias ocasiones se mostrará reflexivo. Como en este tramo. “Primero -continúa-, poder reinventarme en mi carrera: ahora estoy mucho mejor de lo que estaba precancelación. Otra de las cosas es que cuando estás acá arriba, está todo okey. Pero como nunca bajaste tenés miedo de la caída. Y cuando bajás así y volvés a subir, ahí entendés algo: no pasa nada cuando estás abajo. Y yo voy a volver a bajar. Pero ya sé cómo es”. Entonces, Cirio hace una pausa: “Espero no bajar tan profundo como cuando pasó todo lo que pasó”.

Hay vida después de la cancelación, ese término tan propio de estos tiempos de redes sociales, haters y streaming. Y también hay un documental. Que así se llama, justamente. Martín Cirio: El documental fue su manera de expresarse luego de que la Justicia lo exculpara -previa investigación de tres años- de la acusación por promoción de la pedofilia. “Soy inocente”, reafirma quien se hizo conocido como La Faraona, y que -casualidad o no- encontró en un viaje a Egipto -y también a Turquía- los primeros pasos de un camino de redención.

Este encuentro con Infobae irá mucho más atrás. Se situará en Parque Patricios, en la infancia desdoblada de aquel niño que antes que un deseo, tenía una certeza: alcanzar la fama. Aunque nunca imaginó cómo sería, ni cuándo. “Viví una vida normal hasta que la pegué después de los 30″, dice Cirio, que en junio cumplirá 41. Y que en casi en el preámbulo del diálogo, se sincera: “Antes no me permitía disfrutar. Y ahora, sobre todo después de todo lo que me pasó, quiero disfrutar. El rebote del malestar, de estar del orto mal, ahora hace que esté muy consciente, valorando mucho. Esto se puede terminar, realmente. Entonces lo voy a disfrutar mientras dure”.

Martín Cirio:

—Para quienes no lo sepan: ¿quién es Martín Cirio?

—Un streamer. Arranqué muy chico, a los 16 años, escribiendo mi diario íntimo. Quería tener documentado lo que vivía para, cuando fuera famoso, escribir mi autobiografía y tener todo. Y después empecé a escribir ficción, en la época de los blogs escritos. A la par, empecé a estudiar actuación. Cuando era chico quería ser cantante, y todo me fue como el orto.

—Saliendo de lo profesional, para los amigos: ¿quién es Martín Cirio?

—Ay… No sé cómo describirme. Te juro que no sé.

—¿Sos buen tipo?

—Sé que soy un buen tipo, pero no me gusta describirme así porque siento que el que se describe así, es el más garca.

—¿La infancia dónde fue?

—En Parque Patricios. Nací en Lugano y nos mudamos cuando era bebé.

—Ese nene que eras a los 5, 7, 9 años en Parque Patricios, ¿qué le diría a este que sos hoy?

—Que no me tome todo tan a la tremenda: “Relájate y se te va a dar todo bien, aunque va a costar”. Es lo primero que nos diríamos todos. Cuando sos pendejo sos revisceral, y en la adolescencia era como: “Quiero ser cantante”, y se me iba la vida en eso. Y lloraba. En esa época teníamos repocas posibilidades. Hoy, siendo adolescente, hay otras problemáticas que capaz no había en el 2001, pero si querés ser famoso ahora tenés muchas vías para hacerlo.

—¿Te anotaste en castings?

—Obvio. Fui a Popstars.

—¿Y cómo te fue?

—Como el orto. Fui como a las 3:00 porque se decía que había que ir temprano porque la fila iba a ser muy larga y no dejaban entrar a todos. Era invierno y hacía un frío polar. Fue en el Club Hípico Argentino. Me tuve que tomar dos colectivos porque desde Parque Patricios no hay algo directo. Me fui caminando hasta Boedo a la madrugada. Repeligroso.

—¿Es el Popstar del que salió Mambrú?

—Sí.

—O sea, podrías haber sido uno de los Mambrú.

—Podría haber sido. En ese momento yo pensaba que no tenía plan b, entonces, cuando no quedé, fue como si me hubiesen movido el piso: “Esto que estuve soñando desde que soy pendejo ya no se va a dar”. Ya tenía 19, 20 años, pero tenía algunos pensamientos muy infantiles, medio de nenita de 12: el típico pensamiento de creer en los sueños. Y no, también hay que tener talento, hay que cantar bien.

—¿Ese fue el primer gran dolor profesional?

—Sí. Yo lo cuento gracioso y todos mis seguidores se ríen: “Boludo, cantabas como el orto, ¿cómo pensabas que ibas a quedar?”. Y lo entiendo. Pero me devastó, al punto que dejé de escuchar música. No podía, me hacía mal.

Martín Cirio escribió

—Ahora, este Martín, cuando ve a ese nene creciendo en esa infancia en Parque Patricios, ¿qué ve?

—Tuve una infancia muy buena. Para mí, fueron dos infancias. Una más idílica hasta los 12 años. Y después, el primer piecito de lo que vino en el 2001 a mi familia la agarró antes: en el 98 ya se empezaba a venir todo abajo y ahí mi viejo se queda sin laburo. Pasamos de estar rebien económicamente a estar como el orto, a comernos los ahorros.

—¿Cómo se llevaban tus viejos?

—Se llevaban muy bien. Mi vieja ama de casa, familia tradicional de las de antes, con un hermano tres años más grande. Cuando yo era bebé estábamos mal económicamente. Después nos empezó a ir bien: en mi infancia agarré como la bonanza económica. Pero en mi familia nunca fuimos estables.

—¿Pero en tu crecimiento no había una conciencia de “la estamos pasando mal”?

—No, no… Hasta que sí.

—¿Y hasta ese momento, tus papás era copados con vos?

—Sí. Siempre fueron copados conmigo. Mi papá después empezó a tirarse mucho para el alcohol, tuvo depresión. En ese momento yo no sabía qué era la depresión, no se hablaba de la salud mental. Y cuando no tenés plata, cuando sos pobre y no tenés un mango, no vas al psicólogo, no existe.

—Todo se complica con la crisis económica.

—Cuando falta plata en serio, todo se vuelve súper hostil. Medio te peleás por lo que comemos hoy a la noche: “¡No, vos comiste más!”. O por la Coca Cola, que era una cada… ¿viste? En la familia peleás por lo básico, y eso es una superficialidad. Después, te dormiste hasta tarde: siempre estás durmiendo y nunca salís a laburar. La poca guita que teníamos mi viejo la gastaba en vino y en cigarrillos.

—¿Cuándo empieza a tomar tu papá?

—Mi viejo siempre tomó, pero era medido. Cuando se queda sin laburo se empieza a levantar tarde y a tomar a todas horas. En vez de a la noche, ya era el desayuno: la tostadita con un vaso de vino. Yo tengo el recuerdo de él sentado en la silla como perdido, mirando todo el día en la tele programas políticos, con el vasito de vino y la caja ahí al lado. Y eso fue empeorando. No era un tipo borracho, era como silencioso. No puteaba o gritaba, era super tranquilo, pero en la última etapa me ha pasado de salir de mi pieza y verlo tirado en el piso. No se podía ni parar.

—¿Vos qué edad tenías?

—16, 17 años.

—Durísimo ver a un papá así…

—Sí, porque además era un tipo muy muy pujante. Antes de que yo naciera vendía libros puerta a puerta porque no tenían guita. Era alguien que se las arreglaba de cualquier forma. Y después pasó a estar muy bien como jefe de mantenimiento en (las torres) Catalinas, en Puerto Madero. Ganaba como 5.000 pesos, que en esa época era mucha plata. Cuando pierde ese laburo, él seguía pidiendo los mismos sueldos, pero en esa época del país, en el preludio del 2001, ya no podías pedir eso porque todo estaba como el orto. Y mi viejo tampoco quería bajarse los pantalones, entre comillas, de buscar otro tipo de laburo. Ya había llegado a un nivel, digamos, en el que “yo no me bajo de jefe de este área”.

—¿En algún momento entendiste que estaba deprimido?

—Sí, pero de muchísimo más grande. Obvio: me arrepiento, me siento culpable. Yo lo dejé resolo. Si lo pienso, me puedo justificar diciendo era muy chico cuando pasó todo y ni siquiera entendía que existía la depresión. Para mí la depresión era: “Boludo, levantate y salí”.

—Ponele voluntad.

—Claro. “Dale, ¿qué te cuesta buscar laburo de otra cosa?”, y no sé qué.

—Hoy entendemos que, cuando hay un tema de salud mental, justamente está enferma la voluntad.

—Imaginate: mi viejo estuvo diez años de su vida sentado en la silla mirando televisión, tomando vino y fumando. Diez años… Y claro, tenía un tema mental. No sé si era depresión porque tampoco fue diagnosticado, nunca fue al psicólogo, pero es evidente que algo tenía.

—Tu papá no muere por el alcohol: tenía cáncer.

—Sí. Pero le agarró en el hígado y en la garganta, que era justo el alcohol. Y fumaba mucho. Murió muy joven. No me acuerdo la edad, pero murió a los 52, 55 años.

—Y murió en tu casa. ¿Lo encontraste vos?

—Yo estaba durmiendo y mi vieja golpea la puerta, tipo 2:00. “Vení Mariano, ayudame”, me dice. Cuando salgo lo veo arrastrándose en el piso, como yendo al baño desnudo o con un bóxer, porque dormía así. Y decía como: “Pis, pis…”. Mi vieja me dice: “No sé qué hacer”. Entonces lo agarro, lo levanto, y ahí grita de dolor. Lo dejo de vuelta en el piso. Cuando entra al baño, es explícito lo que voy a decir, se le revienta el esfínter y se empieza a desangrar. Empieza a pedir “agua, agua, agua”. Voy a buscar agua y cuando vuelvo, el charco de sangre estaba grande. Se empieza a resbalar, porque estaba como en cuatro, apoyado, y yo trato de entrar y no le podía dar el agua. Ni siquiera entendía lo que estaba pasando. ¿Y qué hacía yo dándole agua? Me sentía un ridículo. Ya estaba todo más allá del agua. Y llamando, que venga alguien. Y en un momento, como que fue el silencio…

—¿Pudiste sanar ese momento, ese dolor?

—Me sigue pegando. No son dolores que se sanan, que se superan. Son cosas que te pasan y que te quedan.

—Cuando muere tu papá, ¿a tu mamá la tenías que ayudar económicamente?

—No. Cuando mi viejo muere pensamos que íbamos a cobrar la mínima. Pero tenía una buena pensión: se ve que había hecho buenos aportes. Después, cuando me mudo (solo), sí fue un tema con mi vieja. Me tiró una frase que no me olvido más: “Te vas justo en el peor momento de mi vida”. Y yo me estuve quedando justamente por todo eso… Ya habían pasado tres meses de la muerte de mi viejo y no podía seguir postergando más mi vida. Yo también estaba destruido. Retrasé un año de mi carrera porque no podía estudiar, en mi casa pasaban todo el tiempo cosas feas por el cáncer: mi viejo una vez quiso prender fuego la estufa porque ya estaba delirando. Podría haber explotado todo. Tenía que estar en el living pendiente de mi viejo y ya no podía estudiar. Yo necesitaba salir adelante, no podía estar más hundido en todo esto: palo, palo, palo.. La debacle familiar fue muy larga, no fue un año de estar mal: fue desde mis 13 años hasta los 25, 26, cuando me pude ir de mi casa.

—Estar en esa situación en la que estuviste y no caerse, es un montón.

—Es que es difícil. Eso lo entendí mucho la segunda vez que estuve en Turquía, en la cancelación, cuando algo te golpea de una forma que decís: “Estoy del orto y tengo que salir a laburar, tengo que seguir comiendo”.

—Si tenés que elegir tres momentos que marcaron tu vida, ¿cuáles son?

—La muerte de mi viejo, Egipto y la cancelación, junto con otra cosa que no quiero hablar.

Martín Cirio revisa el contenido de las cajas que retiraron en el allanamiento junto a sus seguidores.

—¿Ese diario íntimo que escribías, todavía está guardado?

—Sí. Tengo todo, hasta cartas de mis amigos de la secundaria. Hasta los 20 años guardé todo. De hecho, en el allanamiento me secuestraron todo eso. Me imagino a la Policía esperando encontrar… no sé, niños, y en vez de eso encontrar mi diario íntimo: “Voy a ir a Popstars, quiero ser famoso”. Ahora estoy haciendo un unboxing del allanamiento y muestro las fotos, todo. Tenía unos casetes en los que me grababa cantando a los 15 años. La Policía tardó tres años en revisar todo y habrá escuchado esos casetes. Me imagino a la Policía poniendo play, esperando gritos de niños, y yo cantando como el orto “Falsas esperanzas”, de Christina Aguilera.

—En el documental hablás de un seguidor tuyo que hizo un laburo muy importante.

—Sebas fue el chabón que me abrió los ojos, porque yo no quise ver nada. Fue tan espantoso todo lo que se leía, los tuits, todo tan aberrante, que me generó como toda una… Yo pido disculpas, tengo un humor muy muy zarpado: tranquilamente pude haber dicho cualquier cosa en el 2010. Entonces, preferí no leer porque lo poco que leía me parecía espantoso. Casi no abría Instagram porque eran tanto el nivel de agresión que me hacía mal. Mucha gente me empezó a mandar mails: “Mirá las (historias) de Sebas”. Yo no quería, hasta que no me quedó otra que meterme en el barro de mierda a ver todos los tuits, los videos, todas las cosas que fueron sacando, y decir: “Quiero ver de dónde vino”. Busqué mi blog para ver dónde carajo estaba escrito esto. Y claro, empecé a ver.

—¿Y ahí encontrás que el comentario estaba sacado de contexto?

—El niño Santiago, pero en el mismo posteo yo digo que tiene 25 años. Y empiezo a encontrar todas esas cosas que empezaron a salir: que yo le sacaba fotos a niños en el jardín. Si eso fuera cierto, si esas fotos existieran, yo no hubiese salido absuelto.

—¿Cuál era tu mayor miedo en ese momento?

—Que me metieran algo por lo del allanamiento. Yo no confío en la justicia: los jueces hacen interpretaciones de las leyes, no es que “si es A, es B”. No es así. Y tenía mucho miedo de que hicieran una interpretación rarísima. Estuve con el culo en la mano todo el tiempo.

—¿Era más el miedo terminar preso que no volver a tu mundo y a lo que venías construyendo? Porque estabas en un gran momento.

—Sí. Volví al toque. Nunca me fui. Me metí con políticos repesados y me la tenían jurada. Pensé que iba a venir por este lado, pero no pensé que iba a ser así. Siempre dije: “¿Qué me puede pasar? ¿Me van a matar? Soy una figura pública, sería raro”. Pero no pensé que iba a pasar (esto)… Me descolocó. Si ahora me pasara algo así mi reacción sería totalmente distinta. Pero en ese momento, yo estaba muy mal.

—¿Vino de la política?

—Vino de la política. A un familiar mío le destrozaron la puerta de la casa, le dejaron una amenaza. A mí me llegan amenazas todo el tiempo: fotos de mi edificio, diciendo que me iban a cagar a trompadas. Era tremendo. A la gente famosa que me seguía le llegaban 20 mensajes: “Dejalo de seguir, sino sos un pedófilo como él”.

—Tenías temor de perder el cariño de la gente.

—Eso me partió un poco la cabeza.

—¿Más que el temor a ir preso y lo que puede pasar adentro de una cárcel?

—No. Es todo. Era una bomba, una bomba… Cuando me fui a Turquía, salió en los medios que yo me había fugado, pero yo tenía que avisar a la Justicia cada movimiento que hacía. Saco los pasajes, saco el Airbnb, mando todo eso a la Justicia a través de mi abogado, y aceptaron. Me pusieron un plazo: “No te podés ir más de tres meses”. “Bueno, me voy tres meses”. Y después, me fui a Egipto un mes. Hasta que mis abogados me dijeron: “Te recomendamos volver porque ya no está bueno”.

—¿Por qué fue tan importante Egipto para vos?

—Fue el primer viaje que hice fuera del continente. Y la pasé tan bien: conocí a la mejor gente del mundo. No sabés lo que es Egipto. Los árabes son lo más dados que hay, muy parecidos a los argentinos en ese sentido. Esa cultura de la amistad, de que “sos mi amigo y te cuido”. Cairo es una ciudad que de verdad no duerme. Salí un montón, me la pasé garchando, conocí un montón de tipos. ¡No sabés lo que fue! Tengo amigos con los que todavía hablo.

—¿Tenés mucha gente enojada con vos?

—¿Gente famosa?

—Sí. Y no famosos también.

—Bueno, Mariano Martínez. O sea, yo hago todo con humor y, aunque no tenga la intención, puedo llegar a lastimar a alguien. Y no soy un necio de “bueno, no me importa”. Mariano Martínez nunca me desbloqueó y lo banco, porque también entiendo que se puede recalentar.

—Más allá de Mariano Martínez, ¿a otras personas les pediste disculpas?

—He pedido disculpas. Sí.

—¿A quién?

—Bueno, con Maru Botana hablamos por privado. “Che, a mis hijos, en la escuela…”, me dice. “Discúlpame, no es con esa intención”, le dije. Además el motivo de la joda era una pelotudez: ella subía historias a las 5 de la mañana corriendo, haciendo ejercicios, y yo me reía de eso. No es que le inventé algo. Tampoco lo hice con Mariano Martínez. Yo nunca le inventé nada a nadie, ni me metí en la vida privada. Yo hago humor con lo que la gente elige mostrar.

Martín Cirio con Tatiana Schapiro en Infobae (Candela Teicheira)

—Tenés un fándom al que les decís: “¡Allá!”, y van. Yo les tengo un poco de miedo… ¿A vos, te gusta eso?

—Igual, yo no hago eso. Es verdad que en un momento no me daba cuenta, era muy inocente y me parecía todo gracioso. Y después dije: “Pará, no está bueno hacer esto”. Con la cancelación también pude reflexionar mucho, me sirvió para decir: “Che, hay cosas que yo hacía que no estaban buenas”. Lo admito. Desgraciadamente, tenés que equivocarte para darte cuenta de que hay cosas que están bien y cosas que están mal. Cuando me di cuenta lo modifiqué, y nunca más.

—¿Alguna vez te contactó la China Suárez?

—A través de alguien. Directo, no.

—¿Te hizo saber a través de un tercero que no le gustaba lo que estabas haciendo con ella?

—Me lo hizo saber.

—Y no te importó.

—Pero es que yo no hago nada con ella. O sea, ella, Icardi y Wanda eligen exponer toda su vida, y yo reacciono a la realidad de las cosas que salen. Yo no me pongo a investigar. Todo el tiempo me escribe gente: “Yo soy amigo de tal y te quiero contar, quiero salir en tu stream”. Pero yo no doy bola a todo eso porque no me interesa. No me quiero meter en la vida privada. Pero ellos cuentan y yo reacciono a esa realidad. ¿Vos te querés acostar con un tipo casado que está con una mina ultra famosa? Hacelo. Va a salir en todos lados. Y yo reacciono a eso, y hablo, y lo cuento como yo lo hago: en clave de humor.

—Para poder reírte de todo lo demás, empezás riéndote de vos.

—Yo me cago de risa de todo. O sea, el unboxing del allanamiento. Lo de mi viejo acá lo contamos de forma más dramática porque entramos en detalles, pero nunca entro en detalles y siempre lo cuento cagándome de risa: “Ese viejo borracho me cagaba la vida”.

—¿De tu mamá también te reís?

—A ver… Es un tema sensible que no puedo hablar mucho, honestamente, porque ella prefiere estar afuera. A la única persona que le tengo miedo es a mi mamá.

—¿En serio?

—No, no, no… ¿La única que me dice “no hables más”? Bueno, mamá. Tengo una relación conflictiva. Por mí, obvio que hablaría. Pero ella prefiere estar totalmente afuera, y como para hablar del conflicto tengo que hablar también de ella, entonces prefiero directamente no hablar.

—Igual, se sumó al documental.

—Es que mi vieja es lo más. Se cargó la familia al hombro cuando pasó todo lo de mi viejo, laburó como una hija de puta. Que nosotros no hayamos estado en la calle fue por mi vieja. Es lo más. Eso no quita que tengamos una relación conflictiva. Y eso no quiere decir que mi vieja no me haya bancado en la cancelación. Estuvo desde el día cero, en ningún momento me hizo un planteo.

—No dudó nunca.

—Nadie de mi círculo íntimo dudó. Nunca fue la pregunta: “¿Che, vos…?”. Jamás estuvo eso porque era claro todo. Y la allanaron a ella, su casa.

—Ahí salió la mamá que tiene que cuidar a su hijo.

—Mi vieja me dijo: “Esto no importa, son cosas que pasan, no te preocupes. ¿Cómo estás vos?”. Yo estaba acostumbrado a ser el macho alfa resolutivo, onda: “Me está yendo rebien, estoy ahí arriba, tengo plata, esto, lo otro”. Y de eso pasé a ser ese niño pobre de Parque Patricios de 13 años: no podía ni salir de mi casa porque me estaban amenazando con que me iban a cagar a trompadas en la calle. Y mi mamá me cuidó, me abrazó, me dijo: “Tranqui, ¿cómo estás vos? Solucioná tus temas”.

—Con la mamá no se jode.

—Con todo lo demás, sí.

—¿Cuáles fueron tus escándalos más divertidos para reaccionar y en los que más te gustó entrar?

—La China fue divertido. Ahora ya no me divierte tanto porque siento que se puso repesado con el tema de los hijos, los audios con los nenes llorando. Ya no me causa gracia. Y si me deja de causar gracia, ya está. A veces hay fondo de olla porque no hay nada para hablar, entonces agarro cualquier cosa. No sé, Calu Rivero, por ejemplo: yo la amo, me da un material… Siempre salen cosas, como esto último de que buscaba la niñera. Tiré media hora de stream con eso.

—Hace un tiempito vi que les dijiste: “No me jodan más con Berta”.

—Lo que pasa es que empezaron a decir que la había abandonado, que la usé para salir de la cancelación, y no fue así. Yo no salí de la cancelación por Berta. “Ahora que ya está bien anímicamente, no la necesita más y la dio”, decían Empezaron a tirar un montón de cosas. El tema es así. Me habían sacado una muela y me voy al campo a recuperarme. Berta estuvo el primer día. Todo el tiempo está jugando, pelotudeando, corriendo; muy bruta. Y yo no le podía jugar, no me podía agachar porque me dolía mucho. Entonces la mandé a una guardería, como cualquier ser humano. Pero la gente tomó “guardería” como si fuera un orfanato. Pero era una guardería donde vos llevás a un animal cuando te vas diez días de vacaciones. O sea, va y vuelve.

—¿Ahora confías un poco más en la gente o quedaron las alertas encendidas?

—Quedaron las alertas encendidas, pero igual estoy más abierto. O sea, puedo conocer gente. Lo que pasa es que antes yo contaba todo, me abría mucho. Capaz te contaba cualquier cosa, tipo: “Me compré un departamento”. Y ahora dije: “Pará, estás dando información sensible”. No es con todos.

—Hubo un momento de no querer salir, de no querer exponerte, de un estrés postraumático también con lo que se vivió. ¿Eso está sanado o todavía quedan dolores?

—Creo que eso sanó bastante. Cuando salió lo de la inocencia, fue un cambio: me hizo volver a expandirme como ser humano, a conocer gente, salir. Pero creo que me voy a dar cuenta si sané cuando me vuelva a enamorar. ¿Lo estoy buscando? No. ¿Lo quiero? No, porque estoy muy bien así. Pero cuando te enamorás es cuando realmente confiás en el otro. Eso es algo que todavía no lo puedo hacer, pero tampoco lo quiero hacer ahora.

—Hay algo del entregarse ahí.

—Y de que el otro te puede destruir. Enamorarse, es eso: yo te doy mi corazón, está en tus manos, vos podés romperlo. Y en todo sentido: me podés romper como ser humano. Capaz te cuento mi peor oscuridad y podés ir a un programa, contarlo después a un stream. Tenés que tener mucho cuidado con los mensajes que escribís, los audios que mandás. No sos tan libre realmente de expresarte como vos te expresarías normalmente. Vos sabés que puede terminar en cualquier lado.

—¿Tenés enemigos?

—Sí.

—¿Querés decirme quiénes son?

—Te lo puedo decir después de cámara, cuando termine. No creo que te imagines. Igual, no tengo muchos. Son muy pocos.