Esta entrevista contiene un spoiler: el final de la nueva novela de Javier Cercas (España, 1962) posee algunas de las páginas más conmovedoras de la literatura contemporánea. Léase en silencio y tómese su tiempo para saborearlo. No se pretende arruinar la trama. Se trata de una invitación para sumergirse en este texto inclasificable, El loco de Dios en el fin del mundo (Random House), donde uno de los mejores escritores del mundo acepta el desafío que le propuso el Vaticano: escribir un libro sobre el Papa en su viaje a Mongolia. Y en este periplo el lector acompaña a Cercas, un hombre ateo y anticlerical que no teme sumergirse en las contradicciones del dogma, la fe y la política de un hombre nacido en la Argentina que se convirtió en la máxima autoridad de la Iglesia.

Cercas, ganador del premio Planeta por Terra Alta, es el autor de clásicos contemporáneos de la literatura en nuestro idioma, como Anatomía de un instante, El impostor, El móvil, Soldados de Salamina y Las leyes de la frontera, además de columnista de LA NACION y miembro de la Real Academia Española. La de Cercas es una de las voces más valientes que se han erguido contra el independentismo catalán, los populismos, la voz de un intelectual que no piensa en manada. El autor presentará la novela en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en conversación con Hinde Pomeraniec el viernes 2 de mayo, a las 17.30, en la sala Victoria Ocampo.

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El loco de Dios en el fin del mundo es mucho más que un retrato sobre el papa Francisco, es un íntimo homenaje a la madre del autor y un ensayo sobre la angustia: “La angustia me acompaña siempre […] tiene la forma de una bola alojada en la garganta, una esfera como la esfera infinita o espantosa de Pascal, aquella cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna. No había dicho que ese objeto indescifrable, que a veces ocupa tanto espacio que apenas permite respirar, es el engendro que me impele escribir, que escribo para destruirlo, para arrancármelo de la garganta y librarme de él, para disolverlo o pulverizarlo con palabras y regresar a la víspera venturosa de la angustia, cosa que solo consigo en ciertos momentos mágicos, antes de que el engendro regrese, íntimo y puntual. No había dicho que esa esfera ocupa dentro de mí un espacio tangible y que ese espacio tangible es una ausencia tangible y que esa ausencia tangible es la ausencia de Dios”.

El papa Francisco y el escritor viajaron juntos a Mongolia en 2023

Mario Vargas Llosa, quien ha elogiado siempre tu literatura, falleció esta semana. ¿Qué significa para vos Vargas Llosa literaria y humanamente?

–Ha significado muchas cosas. Al principio fue un modelo, uno de los grandes escritores latinoamericanos –de Borges a García Márquez– que pusieron patas arriba la narrativa universal y a los que empecé a devorar en mi adolescencia; un modelo determinante, diría yo, solo por debajo de Borges en importancia (de hecho, lo más generoso que se ha dicho sobre mí es que yo soy un cruce entre Borges y Vargas Llosa: ojalá). Luego fue mi descubridor, o poco menos: por entonces yo no lo conocía personalmente, pero fue de una generosidad desbordante conmigo, y contribuyó de manera decisiva a darme a conocer internacionalmente. Al final supongo que fuimos amigos, o eso decía él, aunque para mí, antes que nada, seguía siendo lo que siempre fue: uno de mis héroes literarios, un espejo en el que mirarme y también con el que pelearme. En fin: una historia de amor correspondido, que es lo mejor que te puede pasar en la vida.

El presidente Macron quiso conocerte, ser entrevistado por vos. El Vaticano quería que escribieras el libro sobre el Papa. ¿Qué te genera este reconocimiento?

–No siento el peso de la responsabilidad, seguramente soy un poco inconsciente. Algo de temeridad hay. Es verdad que ningún escritor había tenido la oportunidad de escribir un libro así y mucho menos un escritor como yo, ateo y anticlerical. Tengo responsabilidad como escritor, pero es la misma que tengo cada vez que escribo un libro, nada más.

–Te enfrentaste a prejuicios, a dudas. No fue tan sencillo aceptar esta invitación.

–El ejercicio primero fue quitarme todos los prejuicios. Porque yo tenía y tengo una enorme cantidad de prejuicios sobre la Iglesia Católica. Soy católico de cultura, como tú y como todos. Y conozco las claves del catolicismo y las claves del cristianismo porque en mi infancia y mi adolescencia estuve en un colegio de curas, de maristas. Y bueno, porque mi educación es esa. Entonces el gran ejercicio es quitarte todos los prejuicios, ir allí y empezar a hablar con toda esta gente con los ojos limpios.

–Creo que ha hecho bien la Iglesia en convocarte. Muchos lectores no leerían un libro sobre el Papa, pero sí leerían un libro de Javier Cercas. No convocaron a cualquier escritor.

–Convocaron a un escritor que no tiene pelos en la lengua, que es valiente. También que era un riesgo para ellos. Cuando a mí me proponen escribir este libro, lo primero que le digo al director de la editorial del Vaticano es: “¿Pero ustedes no saben que yo soy un tipo peligroso? ¿Se han vuelto ustedes locos o qué?”. Porque yo en este libro digo exactamente lo que pienso y no me callé absolutamente nada. Porque los escritores, o hacemos eso o estamos perdidos. Y ellos me abrieron de par en par las puertas, como no lo han hecho nunca. La única pregunta, que yo no he hecho en estos dos años, es ¿por qué me eligieron a mí? No se lo cree la gente, pero es que no me interesa. Me da igual por qué lo hicieron.

–“Hay tanta diferencia entre nosotros y nosotros mismos como entre nosotros y los demás”, citás a Montaigne. ¿Cuántas distancia hay entre un personaje tan público y Jorge Bergoglio?

–Yo tengo una opinión de Bergoglio como persona y tengo una opinión como Papa. Como Papa creo que ha llevado a la Iglesia por donde tiene que ir. Creo que la dirección que ha tomado, con todas sus insuficiencias, que son muchísimas, es la correcta. Quizá hubiese podido cambiar más cosas, porque él tiene ese poder, pero la Iglesia es una organización vertical. Los dos enemigos de Bergoglio son los grandes enemigos de la Iglesia. El primero, el clericalismo. Es el cáncer de la Iglesia, la idea de que el clérigo es superior a los feligreses. Yo me he ido a Mongolia ateo y anticlerical. Y he vuelto igual de ateo, pero más anticlerical. El segundo, el constantinismo, o sea, la asociación entre la Iglesia y el poder. Eso es letal. En América lo habéis conocido, pero nosotros, en Europa, si me permites, somos campeones del mundo. La Iglesia siempre pegada al poder es letal porque el cristianismo o es subversivo o no es. En España, durante el franquismo, el poder y la Iglesia eran lo mismo, era un régimen nacional católico.

–¿Qué cosas hizo mal o dónde se queda el Papa a mitad de camino? Hoy vivimos en la era de la postsecularización, explicás, que es la de la búsqueda espiritual de muchas personas, pero no a través de la Iglesia. ¿Por qué ocurre este éxodo?

–La Iglesia tiene un desprestigio enorme, por esos motivos que hemos mencionado, pero también por su insana relación con el sexo, o malsana, con las diversidades sexuales, lo trans. Ahí hay un intento de parte de Bergoglio de corregir eso. No podemos decir que la moral de la Iglesia de Bergoglio es la misma que la del Papa Juan Pablo II. Ahí ha habido una evolución, pero no suficiente. Además, la Iglesia tiene un problema enorme lingüístico, enorme, el lenguaje de la iglesia es viejo, cursi, oxidado. Hay palabras fundamentales de la Iglesia actual, como sinodalidad. ¿Quién carajo sabe lo que quiere decir sinodalidad? Ocurre hoy algo insólito: el centro de la cristiandad siempre estuvo en Europa y hoy está en Latinoamérica y en África.

El 24 de noviembre de 2024, Javier Cercas ingresó como académico de la Real Academia Española

¿Por qué pensás que ocurre este escenario? ¿Por qué la Iglesia es más fuerte en América Latina que en Europa? ¿Tiene que ver con el rol que desempeña en la asistencia a los pobres?

–Una de las grandes cuestiones es la secularización. Desde el siglo XVIII, o sea, desde la modernidad, ha ocurrido un enfrentamiento entre razón y fe. Y además la Iglesia no lo ha hecho bien. Ha ido al choque, ha ido al combate y ha perdido. La razón se ha impuesto a la fe y he aquí la secularización, que era una necesidad democrática. Es decir, que la fe se convirtiera en algo privado.

–Me imagino la complejidad de escribir sobre el peronismo para un extranjero (bueno, para un argentino también). “El Papa peronista”, decís en el libro, recogiendo uno de los motes de Bergoglio. ¿A qué conclusión arribás?

–Perón se asoció a la Iglesia de manera directa y de ahí nace Bergoglio. El peronismo forjó la conciencia política y la visión del mundo de Bergoglio. Intento definir al peronismo como un comunismo de derechas, y parece un oxímoron, pero eso en el fondo fue el fascismo.

La simpatía de Bergoglio con el peronismo, y en particular su proximidad con el kirchnerismo, ha alejado en la Argentina a muchos feligreses de la Iglesia. Y también se le critica su cercanía con sindicalistas de dudosa reputación, a quienes recibe en el Vaticano, o líderes sociales antisistema que aseguran ayudar a los pobres. Él mismo parece generar esos conflictos políticos, aquel sesgo, incrementar la grieta.

–Eso es letal. Aquí hay que partir de una base, que Bergoglio es un hombre de poder. Y lo ha sido siempre. Un hombre de poder, es decir, un hombre que ha ambicionado al poder. Dentro de la Iglesia hablo. Ha realizado comentarios desafortunados sobre la guerra de Ucrania. El discurso del Papa es muy poco importante, no tiene poder ejecutivo de ningún tipo. Fuera de la Argentina está visto como un izquierdoso, como un papa de izquierdas. En la Argentina, en cambio, es visto como un Papa muy reaccionario. Claro, en la Argentina tiene un poder, digamos, simbólico o moral que no tiene en ningún otro sitio. En la Argentina el Papa tiene toda una historia muy conflictiva. Él usa su discurso políticamente. En el resto del mundo, el Papa solo es conocido a partir del momento en que es Papa y su discurso es bastante irrelevante.

“Comparada con la fe de mi madre, la del papa Francisco es un tanto dubitativa”, se animó a decir Cercas en la embajada española del Vaticano, en el Palazzo di Spagna, en un diálogo público sobre religión y literatura, junto con el cardenal Gianfranco Ravasi. El público no comprendió la humorada que buscaba romper el hielo. La madre del autor es el leitmotiv de este libro, pues él busca brindarle el mayor regalo a quien espera un milagro y cuyo duelo se ha hecho orgánico, se ha convertido en un modo de vida: una respuesta. “Mi madre amaba a mi padre, con devoción. Su religión le prometió que ella lo vería cuando muriera y yo quería hacerle esta pregunta: ¿verá mi madre a mi padre cuando ella muera?”.

El papa Francisco y Javier Cercas

–La novela está construida casi como a modo de policial: el lector te acompaña mientras intentás obtener esta respuesta del propio Papa.

–En todas mis novelas y todas las novelas que me importan, hay un enigma y alguien que intenta descifrar ese enigma. Y eso es la esencia del género policial. Lo que pasa es que aquí estamos entre el enigma colosal, el enigma descomunal, el enigma central del cristianismo y, por lo tanto, uno de los enigmas centrales de nuestra civilización, que es la resurrección de la carne y la vida de carne.

–Uno de los grandes temas de tus novelas es el tema del héroe: el auténtico, el héroe en la tradición, como en Soldados de Salamina, el héroe torturado por su pasado, como Melchor Marín, incluso el falso héroe, como ocurre en El impostor. Pero en esta ocasión te metés con un hombre normal. ¿O no? ¿Cómo es Jorge Bergoglio?

–Si hay algún héroe en este libro, esos son los locos de Dios, los misioneros. Bergoglio quiso ser misionero, y no pudo por problemas físicos. Si yo tengo que definir a Bergoglio con una sola expresión, diría que es un hombre en lucha consigo mismo. O sea, es un hombre con una cierta personalidad agónica. En lucha permanente consigo mismo, un hombre muy consciente de sus propias flaquezas.

–Señalás que el autoritarismo es una de esas flaquezas.

–Sí, y la ambición de poder, que siempre la tuvo. Es un hombre de poder, que siempre quiso el poder. Y es un hombre de autoridad. A veces autoridad que se confunde con el autoritarismo. Fue acusado por sus propios compañeros de una serie de cosas duras realmente. He tenido la oportunidad de acceder a testimonios de personas que lo conocieron cuando era director del Colegio Máximo y cuando era Provincial de los Jesuitas. Y ahí hay de todo. Y entonces es enviado allí al ostracismo más negro, a Córdoba dos años. Allí se siente acabado, muerto. Está en un purgatorio, como él mismo dice. Creo que hay un Bergoglio antes y después de Córdoba. Además, es insólito que este hombre hizo algo que ningún Papa había hecho antes: pedir que recen por él. Hablando con la gente del Vaticano decían: “Para ti es raro y para nosotros es igual de raro”. Cuando lo nombran Papa dice: “Acepto, pero soy un pecador”. Esto es singular. Yo le corrijo y creo que debería haber dicho: “Acepto porque soy un pecador”. Es decir, porque la Iglesia está hecha para la gente flaca, para la gente pobre, para los pecadores. No está hecha para los fuertes, ni para el superhombre, ni para nada de esto. Jesucristo nombra Papa a Pedro, que lo ha negado tres veces en un día. Entonces, este hombre ha peleado, lo que lo vuelve un hombre normal y corriente.

El escritor durante la firma de ejemplares en la Feria del Libro de Madrid 2023

–¿Te sentís en algo identificado con el Papa o con sus principios?

–Sí. El Vaticano ha ido a buscar a alguien, por usar una palabra de Bergoglio, de la periferia. Eso es así. Bergoglio te puede gustar o no te puede gustar, pero es así: va a los extremos. Se dirige a quienes no son como nosotros, a los musulmanes, a los budistas, a los pobres. Eso a algunos católicos les irrita porque dicen que este Papa presta más atención a los que no son católicos que a los católicos. El Papa tiene una visión que yo llamaría misionera porque para él, si hay un cristiano ideal, ese cristiano es el misionero: el que va a la periferia, el que vive con radicalidad su fe y su creencia, y es el que va al extremo. Allá donde acaba el catolicismo, allá va él. Y allí es donde estoy yo.

–Y allí donde está el texto: decís en varias ocasiones que este es un libro fronterizo.

–Y mestizo, híbrido, como otros que he escrito yo, que en parte es reportaje, en parte es crónica, en parte es ensayo, en parte es biografía o ensayo biográfico de Bergoglio, y en parte es autobiografía también.

–Has retratado a personalidades, a psiquis complejas, pero quizá…

–Sí, el Papa es un tipo complicado, es un tipo con muchas idas y venidas. No es un hombre de una pieza. Cuando lo eligieron, lo eligieron porque era un hombre que tenía un proyecto para la Iglesia. Esto está claro.

–“El Papa no es de izquierda ni de derecha: es radical”, afirmás. También te referís a la idea de que podemos entender al Papa como un exponente de la Teología de la Liberación, pero sin el marxismo como bandera.

–Sí. Creo que todas las personas que son radicales en algo tienen una cuestión muy interesante, muy rica. En cuestiones morales, obviamente está mucho más cerca de la derecha que la izquierda, me refiero a su posición sobre el aborto, la homosexualidad y otros temas. Es un radical del Evangelio que pone a los pobres en primer lugar. Están quienes lo acusan de no haber hecho lo suficiente durante la dictadura para salvar a unas personas que luego fueron desaparecidas o torturadas [como el caso del padre Francisco Jalics]. Sí se le puede acusar de no haberlos protegido lo suficiente y de haber actuado de un modo autoritario y poco prudente. Y él mismo estaría dispuesto a reconocer esto, estoy seguro, porque es un hecho. Pero también, y vamos a decirlo todo, en un momento determinado él ayudó a determinadas personas a escapar porque estaban perseguidas.

–En un momento del libro narrás tu propia experiencia con la fe y contás tu propia historia, en particular un momento de quiebre, de dolor, de excesos.

–Cuando me hicieron la propuesta de escribir este libro tuve una idea recurrente: pensé que la propuesta recaía en un loco sin Dios, que soy yo, que ha perdido a Dios, porque lo he perdido cuando era adolescente, que va a buscar al loco de Dios que es obviamente Francisco. Yo era católico, como tantas personas en Occidente, y ya no lo soy. Yo tengo que decirle al lector desde dónde hablo. Si no lo hago, estoy engañándolo. Y, además, debo hacerlo por otro motivo: porque yo soy un español común y corriente. Es decir, como la inmensa mayoría somos excreyentes. Nos han educado en el cristianismo, pero nos hemos alejado.

–Te quiero hacer una pregunta un poco extraña. Correr para vos es fundamental. ¿Qué significa para vos correr? ¿Es un momento de meditación? ¿Es una sanación?

–Es una droga. Yo he probado, no todas las drogas, como puso un titular el otro día, pero he probado muchas. Y ésta es la que ahora me funciona. Es una pura adicción. No lo hago por disciplina. Yo no diría que es una búsqueda espiritual, aunque sí es verdad que yo escribo mucho mientras corro. Es lo que hacían los peripatéticos cuando caminaban. Y caminaban porque caminar es pensar. Entonces correr para mí es pensar. Baudelaire decía hay que embriagarse, ante todo, ¿no?

–¿Leyeron el libro en el Vaticano? ¿Tuviste alguna devolución?

–Tengo que decir una cosa. Yo las cosas malas las digo y las buenas también. Ni siquiera me pidieron leer el libro. Esto es algo que puede parecer increíble, pero es así. Yo desde el primer momento les dije algo obvio y es que iba a escribir lo que quisiera: “Ustedes se están jugando los cuartos conmigo”. Y me dijeron que sí, por supuesto. Podían luego haberse arrepentido. Sí le pedí a una persona del Vaticano que lee muy bien español que lo leyese, porque yo, antes de publicar cualquier libro, quiero que pasen por ahí fact- checkers que verifiquen los datos.

–¿Qué cambió en vos tras escribir este libro? ¿Hay algo nuevo en vos o en tu escritura?

–A veces siento envidia de la gente como mi madre o como los misioneros. Tener un consuelo en esta vida, tener una fuerza. Si yo creyera en los milagros, creería que el final de este libro es un milagro. Porque yo no podía imaginar un final así. En este tipo de libros, llamémoslo así, novelas, hay que tener paciencia para que la realidad te dé sentido. Tú no buscas el sentido, es la realidad la que te lo da a ti. Hay que tener paciencia y estar atento al momento en que la realidad, que es caótica y que no tiene sentido, de repente parece tenerlo. Jamás hubiese imaginado el final del libro. Pero regreso a tu pregunta. Este viaje me ha hecho cambiar en una enorme cantidad de cosas. Excepto en el hecho de ser ateo.