Su hábitat natural es el frío; la lana, su textura preferida, y las ovejas corriendo fueron, desde siempre, una presencia constante en su día a día. Tercera generación de productores de lana en Tierra del Fuego, Martín Pastoriza, que fue representante de una firma lanera y coordinador y supervisor de Prolana (programa de calidad de la lana) siempre supo que quería ir más allá de la producción de materia prima: su sueño era reemplazar esos productos elaborados con lanas de su tierra, pero fabricados afuera, por tejidos propios, tramados con la fibra que tanto conocía. Desde hace siete años su firma Onaland produce mantas, chales, ponchos y ruanas tejidos en telares con lana patagónica.

Se trata de lana Corriedale y, según Pastoriza, “la calidad de la patagónica es excelente”. Sus mantas de viaje son “el caballito de batalla que quiero imponer. Y está dando resultado”. La idea inicial fue hacer algo sencillo con un solo telar, que no se complicara con diversidad de medidas. Inicialmente hubo tamaños twin, queen y king, pero la experiencia le indicó que lo mejor era centrarse en un tamaño fijo. “Me interesa que sea algo que la gente tenga presente en su vida, no que termine guardado en un placard”.

Hoy está en plena expansión, pero atravesó un largo recorrido. A principios de la década de 2000, la fantasía empezó a tomar forma en las charlas de sobremesa en la estancia, en épocas de esquila: “Pensaba en cuántas cosas consumíamos en la Argentina, hechas afuera, con materia prima nuestra. En esa época, en Río Grande se importaban suéteres de Inglaterra, que sabíamos que tenían origen en la Argentina”. Hasta que un día llegó a sus manos una revista de Martha Stewart. Su madre se la había dejado con una página marcada, donde se leía “una nota muy simpática de unos abogados de Boston, que tenían casa de veraneo en Maine. Grandes ya, sesentones para setentones, se les había ocurrido cambiar su forma de vida: salir de Boston y quedarse en esta casa de veraneo, pero para lo cual tenían que generar algún ingreso que los sostuviera”.

Cuenta Pastoriza que la pareja norteamericana encontró, en el entretecho de la antigua casa, unas mantas de lana hechas cincuenta años atrás y que se habían dejado de hacer en Estados Unidos. “A esa edad se preguntaron por qué no retomar esa producción. Uno de ellos se anotó en una universidad de Diseño en Rhode Island para estudiar tejido como special student durante seis meses”. Con el know-how adquirido, crearon una marca para fabricar mantas en la isla, y les fue muy bien. “Cuando leí el artículo y vi las mantas, dije esto es lo que yo quiero hacer”. Rastreó a la pareja que lo había inspirado y se “autoinvitó” para conocerlos. “Les dije que quería ir a copiar el modelo de trabajo y producción de ellos para replicarlo en Tierra del Fuego. Avisé anticipadamente que iría a espiar”.

Fanáticos de la historia de los naufragios, los diseñadores americanos tenían como meta conocer alguna vez Tierra del Fuego y aceptaron inmediatamente el pedido de Pastoriza. Una vez allá, “nos mostraron todo el negocio. Fueron horas de charlas, de anotar cosas. Hablamos de producción, de números, de finanzas, de costos, fueron muy muy generosos, muy transparentes con todo”. Lo motivó ver a una pareja grande de profesionales que se habían enamorado de una idea y la adoptaron como forma de vida, “sin tener la ventaja que yo en ese momento sentí que tenía, como productor de lana, con tres generaciones atrás mío. Dije no puedo no hacerlo, tengo hasta la lana”.

La idea original era producir mantas con su propia lana. En Estados Unidos había visitado plantas procesadoras de lana, que hacen desde un vellón hasta el lavado, el cardado, el peinado y el hilado. Y se entusiasmó con la idea de realizar él mismo esas tareas. Después de recorrer plantas en Canadá y en Estados Unidos, entendió que no era posible encarar todo el proceso por una cuestión de capacidad financiera y económica, y por falta de recursos en la Argentina.

Optó por comenzar por la última etapa y “no por el primer eslabón que sería producir nuestra propia lana. Decidí arrancar a partir de un top de lana peinada, que se producía en la Argentina, con trazabilidad fueguina patagónica y parámetros de calidad que me interesaban”. Empezó el negocio junto a su mujer de entonces, y se sostuvo durante cuatro años. Después llegaría el divorcio y, tres años más tarde, el cierre. Hace siete renació el proyecto de tejidos a partir un telar importado de Estados Unidos –“es el mismo que usan ellos y fue el primer telar que vi en mi vida”–. El nombre Onaland surgió a partir de un grabado del libro El último confín de la tierra, de Lucas Bridges, donde a la zona norte de Tierra del Fuego, habitada por los clanes de las familias onas, se la llamaba Onaland o tierra de onas.

Sus productos salen de Tierra de Fuego y fueron recibidos por el papa Francisco, la cantante folclórica Soledad, Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat, además de algún presidente argentino, embajadores y gobernadores.