Apple recuperó su corona como la empresa más valiosa del mundo el 9 de abril. Los mercados financieros reaccionaron con fuerza al anuncio del presidente Donald Trump de suspender durante 90 días sus aranceles “recíprocos” para la mayoría de los países, aunque no para China. Pero más allá de la euforia, hay una dura realidad: más que la mayoría de las grandes firmas estadounidenses, Apple sigue estando enormemente expuesta al creciente conflicto comercial con China. Además, una pausa es solo eso: una pausa. La imprevisibilidad de Trump hace que siga siendo una pesadilla decidir cómo reconfigurar las cadenas de suministro en una guerra comercial.
La relación de Apple con China —donde fabrica hasta nueve de cada diez iPhone— convirtió el “Día de la Liberación” proclamado por Trump en seis días de infierno para la empresa con sede en Cupertino. No solo los aranceles del presidente amenazaban con encarecer los productos ensamblados en China; también afectaban bienes exportados desde otros países como India (un incipiente fabricante de iPhone) y Vietnam, donde se producen los Apple Watch y AirPods. Apple había ampliado su fabricación a estos países para reducir su exposición a China. Pero los fuertes aranceles sobre ellos agravaron aún más el impacto de los aranceles sobre China.
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El giro de Trump, que en la práctica reduce los aranceles a un 10% para países que no son China y abre la puerta a negociaciones comerciales bilaterales, le da a Apple un respiro. Sus acciones subieron un 15% el 9 de abril, superando en valor de mercado a Microsoft, la gigante tecnológica que la había adelantado el día anterior. Fue el mejor desempeño bursátil de Apple en más de 25 años, a pesar de que ese mismo día Trump incrementó los aranceles a China hasta un impresionante 125% como parte de una escalada de medidas y contramedidas entre ambos países. El hecho de que las acciones de Apple subieran a pesar del cruce de sanciones sugiere que los inversores creen que, eventualmente, EE.UU. y China entrarán en razón y negociarán, o que Trump otorgará a los productos de Apple una exención, como ya hizo durante su mandato anterior.
A menos que eso ocurra, Apple sigue siendo rehén de las políticas comerciales de Trump. Cuanto más altos sean los aranceles a China, mayor será el costo adicional sobre los aproximadamente 70 millones de iPhone ensamblados en ese país y vendidos en Estados Unidos. Incluso si fueran la mitad de los niveles actuales (digamos un 60%), podrían sumar unos US$330 al costo base de US$550 de un iPhone (los aranceles se aplican sobre el costo de producción, no sobre el precio de venta), según David Vogt, del banco UBS.
Impacto en los precios
Apple podría trasladar esos costos a los consumidores. Pero eso es complicado. Las ventas de iPhone —que el año pasado representaron más de la mitad de los ingresos de Apple— se han estancado, en parte porque la empresa no ha logrado ofrecer funciones seductoras de inteligencia artificial. Con precios de venta que comienzan en 999 dólares para los modelos más avanzados, es difícil imaginar que Apple pueda encarecerlos aún más sin espantar a los compradores. En EE.UU., muchos clientes se apresuraron a comprar productos antes de la entrada en vigor de los nuevos aranceles.
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Otra opción sería reducir los márgenes para los inversores. Apple alcanzó márgenes de ganancia bruta récord de más del 46% en 2024. El temor de que los beneficios se vean afectados por los aranceles explica en parte la volatilidad en el precio de sus acciones. Gerrit Schneemann, de la consultora Counterpoint Research, sostiene que los márgenes de Apple son lo suficientemente altos como para absorber el golpe mejor que rivales como Samsung. También podría incentivar a sus proveedores leales a asumir parte de la carga. Aun así, los aranceles serían un golpe importante.
Luego está la posible represalia china. Es posible que los aranceles de China encarezcan la importación de ciertos componentes a ese país. Por ejemplo, el Gorilla Glass de Apple se fabrica en Kentucky por la empresa estadounidense Corning. Además, Schneemann especula que las restricciones de China a la exportación de minerales raros podrían afectar a otros proveedores.
Más grave aún podría ser el impacto en las ventas de Apple en China. Sus ingresos en ese país cayeron un 8% el año pasado, principalmente por la menor demanda de iPhone y iPad. Los consumidores chinos podrían agravar esa caída viendo a Apple como chivo expiatorio de las acciones de Trump. Además, las alternativas locales como Huawei, Oppo y Xiaomi ganan atractivo.
El gobierno chino también podría tomar represalias directas contra Apple. En febrero, la agencia Bloomberg informó que el organismo antimonopolio de China estaba considerando investigar las comisiones que Apple cobra a los desarrolladores de apps. Ese sería otro punto de tensión en la guerra comercial.
Los problemas de Apple en China no son nuevos. Desde los confinamientos por la pandemia, la empresa ha buscado trasladar parte de su producción a otras zonas de Asia como medida de precaución. El 7 de abril, el Wall Street Journal informó que, ante los aranceles más bajos a India que a China, Apple planeaba aumentar los envíos de iPhone desde India a EE.UU. como medida provisional. Sin embargo, su dependencia de China es tan profunda que podría llevar años equilibrar esa relación. Un estudio de Harvard Business School realizado el año pasado describió el dilema de Apple de “reducir riesgos o redoblar la apuesta” en China, señalando que mudarse a India requeriría “inversiones sustanciales, paciencia inquebrantable y un plazo prolongado”, en marcado contraste con China.
El sueño americano
Si sus cadenas de suministro asiáticas son tan vulnerables, ¿podría Apple mudarse a Estados Unidos? Según el equipo de Trump, sí. La Casa Blanca afirma que la promesa de Apple de invertir US$500.000 millones en EE.UU. durante cuatro años —anunciada poco después de la investidura de Trump— sería un preludio de trasladar su producción al país. Pero eso no es tan fácil como lo pinta la multitud del MAGA.
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Un primer punto es la inversión prometida. Fue solo “humo” para relaciones públicas, dice David Vogt, de UBS, señalando que esa cifra implicaría gastar más que su flujo de caja libre, que ronda los US$100.000 millones al año. Apple ya había prometido invertir US$350.000 millones en cinco años durante el primer mandato de Trump, y volvió a hacer una gran promesa durante la administración de Joe Biden. Ninguna de esas promesas se tradujo en demasiadas obras concretas.
También hay grandes obstáculos tecnológicos para repatriar la producción, salvo quizá la de las Mac de gama alta. Han sido necesarios años y fuertes subsidios para que TSMC, proveedor de semiconductores de Apple, comenzara a producir en Arizona. Llevar a proveedores de componentes clave del iPhone, como sistemas de energía y carcasas, a EE.UU. también tomaría años. Hasta ahora, la administración Trump no ha ofrecido incentivos para atraerlos. Según Wamsi Mohan, analista de Apple en Bank of America, trasladar toda la cadena de suministro del iPhone a EE.UU. tomaría muchos años y quizás ni siquiera sea factible.
Tim Cook, el CEO de Apple, podría haber decidido hace años trasladar más producción a EE.UU. usando robots en lugar de mano de obra barata, como alternativa a China, dice Kevin O’Marah, de la firma de investigación Zero100. Pero ahora, Apple está “contra reloj”. El costo también es un factor. Dan Ives, de Wedbush Securities, afirma que un iPhone fabricado en EE.UU. podría costar hasta US$3500.
Como está atravesada por tantas fallas geopolíticas, la posición de Apple es más precaria que la de muchas otras empresas estadounidenses. Pero no está sola. Otras también tienen exposición a China. Y también exportan desde países que ahora corren contrarreloj para negociar sus aranceles con el impredecible Trump. El futuro corporativo de los Estados Unidos. aún está lejos de estar asegurado.