Su talento para la actuación es indiscutible. Sin embargo, después de su paso por Bake Off Famosos, Damián De Santo fue redescubierto. Su gran sentido del humor, su picardía y su gran destreza en las hornallas lo hicieron no sólo llegar muy lejos en la competencia sino también conquistar a un público que, hasta el momento, no sabía nada de él. “Uy, mirá… Es el señor de Bake Off”, le dicen los chicos a sus padres cada vez que se lo topan por la calle mientras los adultos le explican que se trata de alguien que tiene una gran trayectoria en el medio.

Damián De Santo con Pía Shaw

Una trayectoria que, por momentos, se vio pausada por su decisión de irse a vivir a Villa Giardino, Córdoba, en esa búsqueda de tranquilidad que la ciudad de la furia perdió hace tiempo. “Nos fuimos a perder un embarazo que hoy tiene 25 años. Vanina [su mujer] tenía muchas pérdidas y un alto porcentaje de perder al bebé (…). Llegamos a Giardino y no tuvo una pérdida más. Prometimos hacer algo ahí”, cuenta el actor que no sólo se mudó a las sierras sino que construyó su propio complejo de cabañas.

Hoy, De Santo reparte sus días entre su propio emprendimiento y el teatro con Una clase especial; una comedia que protagoniza junto a Martín Seefeld y que, por estos días, anda de gira por su Córdoba querida. “Mi personaje es un señor de 50 años (como yo) que se separa y quiere volver al ruedo y aprender cómo se habla ahora, cuáles son los boliches de moda, cómo manejarse con el lenguaje, con la vestimenta, qué música se baila. Entonces toma clases con Martín, que es un gran profesor”, revela quién, además, está en la pantalla grande con El beso de Judas, una película que comparte con Alfredo Casero, Campi, Freddy Villarreal, Adriana Salonia y Fernando Lúpiz.

-¿Cómo fue volver al teatro?

-Hacía tiempo que Daniel Dátola me venía insistiendo con una obra de teatro. Mágicamente vivo a tres cuadras de él y me lo encontraba haciendo las compras. Me mostró una comedia muy linda, me enganché muchísimo y le dije a mi representante: “Quiero hacer esta obra”. Él se la propuso a Martín Seefeld y yo le dije que sí porque somos totalmente distintos tanto físicamente como actores. Venimos de lugares distintos y la verdad que se armó una linda alquimia con dirección de Manuel González Gil. Estrenamos el día 16 en Río Cuarto, el 17, 18 y 19 en la ciudad de Córdoba y ahora nos vamos para Marcos Juárez y al sur.

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-¿Con Martín se conocían de la tele?

-Sí, nunca hicimos teatro pero somos muy amigos. Somos los que iniciamos en las fiestas el baile; él baila como los dioses, mucho mejor que yo. Tiene otro estilo y un oído increíble. Vamos a bailar y a cantar arriba del escenario. Vamos a sacar todo lo que tenemos y todo lo que aprendimos hasta ahora.

-Esta gira empezó en Córdoba, un lugar que vos conocés y mucho

-Yo propuse arrancar en Córdoba porque necesitaba volver a dejar toda la ropa sucia y llevarme la limpia, entonces dije: “Córdoba estaría bueno”. Mis hijos viven ahí, así que unas ganas bárbaras de que vean la obra. Yo siempre los invito al ensayo general, pero acá no estamos haciendo ensayo general porque no queremos que la gente vea de qué va la obra. Es muy divertida.

-¿Sentís que después de Bake Off hay un antes y un después en lo que vino pasando con vos?

-No, creo que no. Al estar en pantalla, la gente es como que dice: “Bueno, está en boga” pero la mayoría de la gente de mi generación me vio hacer Vulnerables, Verdad Consecuencia, los programas con Romina (Yan), el programa de los Borensztein en Canal Nueve, he laburado en cine y teatro un montón. Ahora me gané el público de los chicos. Dicen: “Uy, mirá… es el señor de Bake Off” y el padre atrás le dice: “No, mirá… Hacía estos programas…” y los pibes empiezan a googlear y a ver que uno tiene una historia que fue exitosa y que hubo fracasos también. Pero empiezan a ver que venimos laburando y que no aparecimos de golpe y lo valoran. Algunos me dicen: “Estuve viendo Viudas, me encantó” y a mí me hace bien porque me gané una franja del público que estaba totalmente ignorada.

Damián De Santo durante la presentación de Bake Off: Famosos

-¿Por qué le dijiste que sí al reality y no a otro proyecto antes?

-Primero, no había nada de ficción. Había poquitas cosas que no me interesaban. Y a mí me gusta cocinar. No cocinaba postres, no hacía nada dulce. O sea, aprendí panadería porque laburé mucho tiempo en la panadería de mis tías en la Costa pero no es lo mismo la panadería que la confitería. No es lo mismo hacer tortas que medialunas y pan; es como más rústico el laburo. En pastelería, es muy específico todo. Son 0,07 gramos de bicarbonato y no pueden pasarse porque si no va a quedar totalmente distinta y no va a salir bien. Siempre digo que es para psicópatas la pastelería, para técnicos químicos, para gente que no se puede equivocar. A la vez, me gustó el elenco de actores, cantantes, influencers y me gustó mezclarme con los pibes. Ellos nos googleaban a nosotros y nosotros a ellos para saber quiénes éramos. Y se armó una química muy interesante, al punto que nosotros “los viejitos” de alguna manera llevamos al programa a otro nivel, que por ahí no era lo esperado pero gustó mucho. Es como que modificamos de alguna manera el formato y ya lo están pidiendo en España.

-¿Qué es lo que piden en España?

-España pide que se pondere más la relación entre las personas y que se ayuden entre ellos más que la competencia en sí, y eso se da a partir de nuestro programa. Y por eso lo pudo ver toda la familia, porque no estaba la competencia como materia prima. Estaba la relación entre nosotros, siempre nos dábamos una mano. Si ganaba alguien o le iba mejor, lo felicitábamos. Me parece que rompimos con esa estructura de la competencia.

-¿Sos consciente de la hermosa energía que llevaste al grupo? ¿Surgió un nuevo Damián o siempre fuiste así?

-La verdad que soy ese que ven. Yo estoy solo y me divierto un montón con las cosas que hago mal. Me olvido el teléfono adentro de la heladera y me muero de risa. Soy geminiano, es un quilombo mi vida. Con [Mariano] Iúdica y Vero [Lozano] somos geminianos los tres entonces era un quilombo Bake Off. Y me pasa esto que me divierto mucho conmigo mismo. Soy muy feliz conmigo solo.

-¿Sigue activo el grupo de WhatsApp?

-Bajó un poquito porque cada uno está con su laburo. Eliana [Guercio] es la que más está, también Vero y yo. Cuando arrancamos con las bromas, arrancamos todos y después bajamos la espuma. Por ahí pasa una semana, dos y volvemos a la actividad. Pero yo por separado he pedido cosas que necesitaba a algunos del grupo y enseguida me respondieron. La verdad que estoy muy orgulloso de haber sido parte de ese grupo tan lindo.

-¿Te llevás bien con la tecnología?

-No, no sé ni prender una computadora. Yo tengo cosas en el auto que no sé para qué sirven. Yo igual tengo autos que no son tan modernos porque no los entiendo. Quiero algo que me lleve y me traiga nomás.

-Hiciste un hermoso camino para llegar hasta acá… Recién contabas que fuiste panadero, también sos bañero…

-No, no soy bañero. Mi hijo empieza a estudiar para guardavidas ahora. Hicimos mucho rescate los dos, yo soy más de oficio que guardavidas profesional. Guardavidas es el tipo que arriesga su vida y se mete 2000 metros para buscar una persona. Yo me meto 300, 400 metros y sé cómo sacarlos. Yo me crié en Mar de Ajó desde muy chiquitito y conozco el mar. Amo estar en el agua y no tengo miedo. Si hay alguien ahogándose, lo saco hasta que llegan los guardavidas.

-¿Te ha pasado muchas veces?

-Sí, sí. A una chica la tuve que sacar de los pelos porque me manoteaba. Pobrecita, estaba desesperada. Se estaba ahogando y me manoteó entonces la di vuelta, la agarré de los pelos, se quedó durita y la pude sacar.

-Te encanta volver a Mar de Ajó, ¿no?

– Sí, mis abuelos fueron fundadores: Los Ferrero. Están en una plaza donde están los pioneros en San Rafael, un barrio que es más chetón. Pusieron la primera hostería, fueron intendentes ad honorem, mis abuelos maternos están enterrados allá, mi mamá también. Tengo familia: tíos, primos. Conservo la casa de mis bisabuelos y si no tengo 10 o 15 días de Mar de Ajó antes de volver a laburar no estoy del todo feliz. Es mi historia. Yo fui muy feliz y muy libre ahí. Mis hijos también lo son. Ahí no soy actor, soy el nieto de Don Ferrero.

-Ahora entiendo porque las cabañas en Córdoba… Viene de familia.

-Cuando inauguré las cabañas, me di cuenta que tenía algo en la información genética. O sea, sin querer puse lo mismo que mi abuelo en Mar de Ajó, un alojamiento. A mí me encantan los pueblos porque los pueblos te identifican. Nos cuidamos entre todos.

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-¿Y por qué Córdoba?

-Nosotros fuimos a perder un embarazo que hoy tiene 25 años. Vanina tenía muchas pérdidas y un alto porcentaje de perder al bebé, así que le pregunté al médico si me la podía llevar y me dijo que sí. Llegamos a Giardino y no tuvo una pérdida más. Prometimos hacer algo ahí. Enterré unas ojotas en un lugar que nos gustaba y empezamos a comprar por remate a particulares. Hicimos esas dos hectáreas y después movimos mucho suelo, mucha piedra. Con tres años, mi hijo Joaquín me dice: “¿Me levantás esta piedra que hay un bicho bolita?”. La levanto y estaban las ojotas ahí. O sea, habíamos comprado justo ese lugar. Me volví loco con la sierra y dije: “Este es un lugar para vivir”. Es el cielo más prístino, más bello que vi.

-Vanina, tu mujer, es una gran bailarina de tango; la número uno… ¿Cómo fue irse para allá?

-Yo conocí el mundo por ella. Después de Tango Argentino, que estuvimos en Nueva York dos meses, venía un espectáculo en París, Francia. Volvimos y empezamos a construir la cabaña. Ella en el medio es muy conocida, fue la única bailarina que tuvo el maestro Pugliese. Tenía 16 años, se subió a un avión y se fue tres meses a Japón.

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-No sólo sos el dueño de las cabañas sino que hacés todo ahí

-Sí, la gente tiene sabe que es agotador. Al principio todo muy lindo pero después que se quemó la lamparita, que se tapó el inodoro, que un caño en la sangría está perdiendo, que hay un cortocircuito… Llega un momento que decís “que se encargue alguien”.

-¿En qué sos el mejor?

-En destapar. Pero allá hay que tener cojones, mucha cintura y técnica. Me gusta plantar, juntar la leña, prender fuego los hogares. Cuando llega el huésped me ve con botas de goma y con las manos llenas de grasa. Doy vergüenza (risas).

-¿Cómo fue equilibrar eso con tu profesión?

-Ahora me voy tranquilo. Tengo unos pibes que con el tiempo hemos aprendido, yo a no ser tan ansioso y ellos a laburar como yo quiero que se trabaje, así que estoy súper relajado. Cuando hacía tiras me iba todo el año y viajaba todos los fines de semana para allá. A mí me gusta manejar, terminaba de laburar y me iba. Muy de vez en cuando me tomaba un micro o un avión, sobre todo cuando hacía Morfi en Telefe. Llegaba, me bañaba y me iba al programa. El bondi me paraba ahí en el fondo de la legua (que no estaba permitido) y me tiraban con la mochila. Como yo fui chofer también, conocía a algunos y viajaba adelante con ellos, sentado en la butaca.

-Cuando suceden cosas en Córdoba te volvés un poco como “la voz” de allá. ¿Cómo está hoy la situación de los incendios?

-Córdoba ahora está verde, está precioso, pero en un par de meses empieza la sequía normal que es cíclica. Es ahí donde empiezan los fuegos, los incendiarios porque no es que prenden fuego para vender, para lotear. La mayor parte de los incendios son provocados y no sabemos cuál es la intención real. Hay gente que no está bien, que le gusta el caos. Yo estoy preparado para cualquier tipo de incendio. Armé un sistema con mi hermano que es ingeniero en Seguridad, Higiene y Medio Ambiente, más otro ingeniero que era de Telefe, y tengo más o menos una autonomía de 48 horas para combatir incendios sin cesar. Puedo combatir hasta 200, 250 metros un incendio forestal y además tengo conexiones para que los vecinos se compren mangueras y se conecten a nuestro sistema. Ya tuvimos un par y así los pudimos resolver. Pero eso es plata, no todo el mundo lo puede hacer.

-Tenés una vecina famosa también: Georgina Barbarossa.

-Ella se fue primero. La amo, es muy buena. Nunca tiene tiempo para nada. Siempre está arriba de un taxi y después te llama un domingo a las 9 de la mañana porque está acostumbrada a levantarse temprano. Le digo: “Llamáme más tarde gorda porque no te entiendo nada. No me circula la sangre a esta hora” (risas).

Damián de Santo y su esposa Vanina Bilous junto a sus dos hijos en la nieve

-Estás hace más de 40 años con Vanina… ¿Cómo es el amor a esta edad y después de tanto tiempo?

-Los chicos están muy grandes, ya se fueron de casa así que la tenemos en venta. Yo me quiero comprar una casa rodante y Vanina no sé qué se va a comprar, porque vivimos en casas separadas desde hace tres años. Nos pasó algo en la pandemia que nos dimos cuenta que estábamos por caminos totalmente diferentes. Hay algo que hoy no transo y es mi tranquilidad y mi felicidad. Ya los temas de familia se resuelven solos porque los chicos son grandes así que empecé a patear el tablero un poquito porque me tengo que ocupar de mí. Yo siempre fui muy proveedor, que es lógico y está muy bien, pero hay momentos donde hay que decir que no y bueno, ahora quiero viajar, quiero proyectar cosas que de verdad me hacen bien. No me quiero morir enojado.

-¿Y había muchas cosas que te enojaban?

-Y sí, porque uno cuando da mucho no tiene tiempo para uno y después te ves hinchado, arrugado, de mal humor. Y eso es porque uno toma demasiadas responsabilidades, a veces de manera innecesaria, porque uno siente que es Superman, aunque yo vendría a ser más Chespirito o el Chapulín Colorado (risas). Uno por amor a veces hace cosas que se transforman en obligación, y no le echo la culpa a nadie pero no quiero que me pase eso. Por eso, me senté con la flaca y le dije: “¿Qué te parece si me voy a vivir a otro lado?” y ella me dijo: “Dale, perfecto”. Ella geminiana también está en una etapa de transición muy linda, le está yendo muy bien de nuevo, retomó su ilusión. A nuestros hijos los vemos libres, se proveen solos y lo mejor que puede pasar es darse cuenta que si no estás bien en pareja también podés buscar otras opciones. No es una pareja abierta la que tenemos, eh. Estamos, nos invitamos a comer. Por supuesto que yo cocino mejor (risas).