Abogado, profesor de derecho internacional y ensayista, Philippe Sands (Londres, 1960) es también un hábil narrador de historias que hilvana lo personal con lo colectivo. En Calle Londres 38, recién publicado por Anagrama, aborda el arresto de Augusto Pinochet ocurrido en 1998 en la capital inglesa a partir de una orden emitida por la Corte Penal Internacional (CPI) por delitos de lesa humanidad. El acontecimiento lo involucró de manera directa y un vuelco marcó su relación con esa causa: si bien fue contactado para integrar la defensa del expresidente, eligió, en cambio, sumarse al equipo contrario. Es decir, al de la acusación, que buscaba dar continuidad al proceso por los crímenes cometidos.

El juicio a Pinochet en Londres fue para mí el caso internacional más apasionante desde Nuremberg. La inmunidad no le correspondía

En las primeras páginas del libro el autor cuenta que en esa decisión fue determinante la advertencia de su esposa: si tomaba la defensa de Pinochet, le dijo, ella se divorciaría. “No lo señalé en broma: fue exactamente así”, confirma cuando le preguntamos si aquello era una exageración o una licencia poética.

La investigación de Sands conecta al dictador chileno con el genocida alemán Walther Rauff –inventor de las cámaras de gas ambulantes– que vivió libre en Chile hasta su muerte.

Experto en nazis, conocedor de la Argentina y Chile, investigador y narrador con experiencia, Sands, que presentó su nuevo libro en el Malba, cuenta con un expertise previo que exhibe en este volumen de 577 páginas contundentes, provistas de referencias documentales, testimonios probatorios y hasta fotos.

La extradición de Pinochet a España para ser juzgado sería refrendada en 1999 por la Cámara de los Lores –que avaló la extraterritorialidad de los crímenes– aunque finalmente el ya entonces senador vitalicio volvió a su país “por razones médicas”; allí, tal como Rauff, murió sin ser juzgado.

La obra que Sands vino a presentar despertó una réplica pública por parte de José Miguel Insulza, excanciller chileno, participante, según el libro, en maniobras oscuras para evitar el juicio del dictador.

A Sands le interesan estos temas: ha publicado Calle Este-Oeste (2017) –acerca del jurista polaco Raphael Lemkin, que en 1944 estableció el genocidio como categoría universal– y Ruta de escape (2021), sobre Otto Wachter, otro criminal nazi que se escondió, pero en Italia. Dieciséis títulos sobre asuntos análogos completan la obra del británico, que no omite los pecados de su propio país: en La última colonia (2023) plasmó el calvario de Liseby Elysé, migrante embarazada, expulsada en 1968 junto a cientos de familias de la isla de Chagos, territorio apropiado por el gobierno inglés para establecer allí una base militar.

Mucha gente se ha estado sintiendo amenazada, desprotegida, viendo que las decisiones se toman fuera de sus comunidades

El autor de Calle Londres 38 (dirección física de uno de los principales centros clandestinos de detención y tortura en Santiago) refiere durante una entrevista con este diario su inquietud por el resurgimiento de ultraderechas varias en el mundo, pero destaca: “Es muy importante aprender a no demonizar a sus votantes e intentar entenderlos”.

“El taxista debe llevar al pasajero que le toca en la fila”, reza la norma de los abogados que usted cita en el libro pero rompe desde una elección moral: trabajar con Human Rights Watch para derruir los argumentos que alegaban la inmunidad de Pinochet.

–Bueno, lo interesante de la sociedad inglesa es que para cada regla hay treinta y siete excepciones… (risas). Además, yo hubiese sentido una profunda vergüenza de elegir otra cosa. En una entrevista para la BBC, días antes, me habían preguntado si Pinochet debía mantener su inmunidad y mi respuesta había sido contundente: la eventual inmunidad hubiese correspondido de ser un presidente en ejercicio, no para un expresidente. A la semana de ese rechazo, me sumé, agradecido, al equipo acusador; para mí era el caso internacional más apasionante desde Nuremberg.

Tras la publicación del libro, el excanciller del presidente Frei negó en los medios su participación en un paper del gobierno chileno que usted refiere, donde se instruye a Pinochet fingir demencia para argumentar su inimputabilidad.

–Hay algo que he aprendido como lector: lo más importante es lo que no se dice. Insulza no desmiente la existencia de ese instructivo, sino que niega haber tenido que ver con él. Fue el mismo excanciller, con quien hablé en su momento, quien me sugirió que consultara al respecto a Cristian Toloza Castillo, el autor del documento en cuestión, cosa que hice, y así llegué a estas conclusiones verificables: Castillo jamás hubiese redactado ese paper con instrucciones precisas para la simulación sin una orden oficial. La declaración de Insulza es ni más ni menos que un gesto de supervivencia política. Ahora bien; distintos testimonios me confirmaron que tampoco el canciller era el ideólogo de esas instrucciones, sino el propio presidente Frei.

Joan Garcés, exasesor de Salvador Allende, citado en su libro, y a propósito de su lanzamiento, señala que en Chile se ha mantenido la hegemonía económica de quienes apoyaron el golpe, la dictadura y la impunidad. ¿Coincide con esto?

–Coincido. La atención del sistema penal solo se enfocó en la actuación militar y en los delitos específicos de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Pero uno de los hallazgos más relevantes de mi investigación es el papel que tuvieron las empresas privadas locales en el ocultamiento de los delitos cometidos por la dictadura chilena. Todo el sector corporativo se ocupó de evitar cualquier tipo de investigación posterior sobre el rol que tuvieron las corporaciones en la complementación criminal durante la dictadura. Por ejemplo, el 11 de septiembre de 1973, el mismo día del golpe, Pinochet toma control de Pesquera Arauco, una compañía enorme que producía treinta y dos toneladas diarias de harina de pescado, con más de trescientos camiones refrigerantes tipo vans y un rol central en la industria alimenticia. A los trabajadores de esa empresa les sorprendió que el gobierno militar ocupara y sellara los ingresos y egresos de la planta en simultáneo con la toma del poder ¿con qué propósito? Muchas de las personas que estuvieron detenidas me contaron que habían sido secuestradas y transportadas, precisamente a Londres 38, en aquellas mismas vans de Arauco.

La literatura tiene una relación con el derecho. ¿Acaso un buen libro no es mucho más útil que un veredicto judicial para generar conciencia?

El genocida Rauff refugiado en Chile, país que no quiso extraditarlo, apelaba al principio alemán de befehlsnotstand, una versión de lo que en Argentina se llamó “obediencia debida”. ¿Qué piensa de ese argumento de defensa?

–Bajo el derecho penal internacional ese pretexto no tiene validez. Befehlsnotstand es el mismo principio que invocaron los acusados en Nuremberg, pese a lo cual recibieron su condena. Si alguien te pide algo manifiestamente ilegal, no podés alegar ningún tipo de obediencia. Desde luego, los militares chilenos no lo ven así: cuando en 1963 se pidió la extradición de Rauff desde Alemania, la noticia llegó a Antofagasta, donde residía entonces el genocida alemán y la reacción del ejército resultó muy fuerte. Pinochet argumentó que si Rauff era extraditado, ese dictamen habilitaría a los miembros de las fuerzas armadas a dejar de seguir órdenes cuando quisiesen.

La Argentina fue el primer país en el mundo en juzgar a sus dictadores, en 1985, ante un tribunal civil con consenso social. Hoy, pasados cuarenta años, emergen voces, incluso desde el Gobierno, que cuestionan las conclusiones de ese juicio. ¿Cómo lo interpreta?

–Es interesante comparar en ese aspecto a Chile y la Argentina. Aquí, probablemente a causa de la cercanía de la guerra de Malvinas y el desprestigio en que cayó la jerarquía militar de entonces, hubo mayor consenso para el Juicio a las Juntas. En Chile, no pasó nada durante décadas. Tras visitar ambos países varias veces, noto que Chile sigue siendo un país más dividido y herido que la Argentina, y tal vez la razón sea que allí nunca hubo un juicio. Sin embargo, esta semana visité áreas de derechos humanos del gobierno chileno y me decían que si bien en la Argentina históricamente hubo mayor trabajo con relación a este tema, ahora sus contrapartes argentinas no estaban pudiendo participar de reuniones internacionales a causa de una quita de fondos. Pero tu país no está solo en esto, también está sucediendo en Alemania y otras sociedades; convicciones antes sagradas hoy están bajo ataque. Quizá la respuesta tiene que ver con el auge de esa extrema derecha, que dice “¿por qué vamos a destinar recursos a revolver hechos del pasado?”.

¿Cómo explica esta tendencia de la política mundial?

–Es un fenómeno bastante complejo. Los historiadores deberán indagar más en por qué se desató este cambio mundial, que yo localizo alrededor del año 2015. Probablemente el colapso financiero de 2008 haya preparado las condiciones. Pero, ante todo, veo en las tendencias ultraderechistas una expresión de vulnerabilidad más que de fortaleza. Vulnerabilidad y enojo. En Gran Bretaña, el Brexit triunfó en un contexto de gran desigualdad económica y rechazo a fuerzas relacionadas con la globalización que solo beneficiaban a un puñado de personas. Pero suma también el hecho de que mucha gente se ha estado sintiendo amenazada, desprotegida, viendo que las decisiones se toman fuera de sus comunidades. Probablemente supongan que con el apoyo a esas tendencias recuperan el control de sus destinos. Nuestra hija está haciendo su doctorado en sociología en los Estados Unidos, y vive en Tennessee, en un pueblo muy chiquito, donde la mayoría de los habitantes votó a Trump. Resulta interesante cómo relata ella la preocupación de sus vecinos; por el empleo, por la seguridad, por cosas básicas como el precio de los huevos. No creo que este sea un cambio ideológico significativo, sino que existen políticos que están aprovechando, tocando en esa fibra débil; detectan esa vulnerabilidad y la explotan. De todos modos, es importante aprender a no demonizar a estos votantes e intentar entenderlos. Pero el peligro de las autocracias es que una cosa lleva a la otra; las acciones que se toman para responder a necesidades supuestamente urgentes llevan a consecuencias como la deportación de personas, la prohibición de libros, la detención de individuos sin que se conozca su paradero… es un circuito ya conocido y al que tenemos que prestar mucha atención. Estamos metidos en nuestras vidas privadas y quizá no lo veamos, pero los pasos de este proceso se van enlazando en el mismo sentido que en hechos trágicos del pasado.

En noviembre de 2024, la CPI emitió una orden de arresto contra Benjamin Netanyahu por presuntos crímenes de lesa humanidad en Gaza. ¿Debería ser arrestado si pisa un país extranjero?

–Conviene repasar el contexto histórico de la Corte para responderte: la conozco bien, e integré las negociaciones que tuvieron lugar desde su origen. Durante los primeros años de su existencia, por ejemplo, solo se habían emitido órdenes de arresto contra personas negras (de Uganda, Mali, Sudán, Congo). Esto cambió: poco después de lo que mencionaste, se ordenó la detención de Vladimir Putin por la deportación de niños ucranianos durante la guerra. Entonces surgió otra duda; yo me pregunté si haber emitido esa orden públicamente era una buena decisión. Considero que debería hacerse en forma secreta, por una cuestión de efectividad. Fue así el caso del expresidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, arrestado en marzo por la policía de su país en el Aeropuerto de Manila. Volviendo a tu pregunta, si Netanyahu pisa suelo argentino o cualquier país que integre el estatuto de la CPI, sí: debería ser detenido, tal como los responsables de Hamas por los asesinatos y secuestros del 7 de octubre. Todo país miembro, y Europa en su mayoría lo es, debe cumplir con el estatuto firmado o salirse de él. Eso hizo Hungría ahora, por decisión de Viktor Orban apenas recibió a Netanyahu.

¿Ve una escalada violenta en el discurso impulsada por algunos jefes de Estado que hoy agreden a sus interlocutores como si el lema fuese “tu exceso justifica el mío”?

–Sí, y creo que eso se relaciona con lo que hablábamos al comienzo, con el sentir de sus votantes. Ciertos liderazgos extremos expresan y apelan al ego masculino herido, al sentimiento de vulnerabilidad desde el que se busca algo que aparenta una gran fuerza viril. Eso es lo que estamos viendo: una expresión que no es de fortaleza sino de debilidad. De todos modos, estimo que esta ola va a pasar.

Vamos a lo literario: Bolaño y Lemebel, pero también Chatwin, García Márquez, Borges, Huidobro, entre otros escritores, completan su enfoque del paisaje en este libro y gran parte de su obra. ¿Qué le aportan esas voces?

–Me encanta esta pregunta… los escritores tienen un rol fascinante, porque llenan un vacío, una suerte de brecha que existe entre las personas y los acontecimientos, algo que a los tribunales se les escapa. Al narrar una historia, la literatura nos permite acceder a un conocimiento diferente ante la naturaleza de los hechos; una perspectiva distinta respecto de nuestro sentido convencional de justicia. Chatwin y Bolaño escriben sobre Rauff y sobre Pinochet, Neruda en 1965 se refiere a la incompetencia de los tribunales y también escribe, antes de conocerse públicamente ese mecanismo, acerca de las vans donde se secuestraban y desaparecían personas; es increíble que un poeta llegue incluso a predecir lo que luego se revelaría. La literatura tiene, en definitiva, una relación con el derecho. ¿Acaso un buen libro no es probablemente mucho más útil que un veredicto judicial para generar conciencia?

NARRADOR Y HOMBRE DE LEYES

PERFIL: Philippe Sands

Philippe Sands (1960) es escritor, abogado y profesor de Derecho Internacional en el University College de Londres.

Ha intervenido en importantes juicios internacionales celebrados en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, la Corte Internacional de Justicia, la Corte Penal Internacional y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Ha participado en los casos por los crímenes de guerra en los Balcanes, el genocidio en Ruanda, la invasión de Irak y las torturas en Guantánamo.

También, del juicio realizado en Londres al expresidente militar chileno Augusto Pinochet, tema de su reciente libro Calle Londres 38. Dos casos de impunidad: Pinochet en Inglaterra y un nazi en la Patagonia (Anagrama).

También publicó, entre otros libros, Calle Este -Oeste, sobre la Segunda Guerra Mundial y el genocidio, y Ruta de escape, la historia del jerarca nazi Otto Wächter; ambos títulos fueron elogiados por Antony Beevor y John Le Carré.

En su ensayo Lawless World argumentó sobre la ilegalidad de la guerra de Irak.

Es colaborador habitual de publicaciones como The Financial Times, The Guardian, The New York Review of Books y Vanity Fair, y habitual analista en la CNN y en la BBC.