No podría vivir en otro rincón de la ciudad. Allí, en esa mezcla difusa de Parque Avellaneda con Flores reside desde hace años María Garay, la cantante de tangos que ha recorrido buena parte del mundo con su arte y que, el próximo sábado 15 de marzo, se presentará en el teatro Astros porteño con Sabor de adiós, el comienzo de una despedida artística, aunque, no definitiva. “Me voy a morir cantando”, esgrime de movida, dejando en claro que no hay que creerle demasiado al título de su nuevo espectáculo.

“Quién dijo que me fui, si siempre estoy llegando”, expresó alguna vez Aníbal Troilo. Seguramente, las palabras de “Pichuco” bien le caben a esta mujer que, una y otra vez, se planta sobre los escenarios. Vida curiosa la de María Garay. Sedujo al público de París y Tokio, realizó casi cuarenta temporadas en Mar del Plata, ciudad donde llegó a tener su propio café concert. Trabajó con Tita Merello y llegó a convertirse en confidente y “peluquera” de la gran actriz dramática argentina antes de cada función compartida. Lejos de toda competencia, confiesa que cosechó amigas en el medio, como la ilustre María Graña. “La tengo que llamar”, reconoce. Garay asegura que nunca le interesó formar pareja con figuras del ambiente artístico porque “donde se come no se…” y algún dolor profundo y personal la marcó definitivamente.

María Garay y uno de los tantos reconocimientos recibidos a lo largo de su extensa trayectoria artística

La cantora abre generosa las puertas de su casa. Allí están los premios y un afiche inmenso enmarcado y con palabras inentendibles que merodean sobre su nombre, material con el que, alguna vez, se empapelaron las marquesinas de Tokio.

Sirve algo fresco en una tarde bochornosa. Afuera el empedrado cruje, en su barrio todavía el asfalto pide permiso. Y María Garay, cordobesa, platense y porteña, tiene muchas ganas de contar y contarse. Nada oculta en la charla con LA NACIÓN y hasta obsequia al cronista su bella voz a capela con varios de los clásicos de su repertorio. “Los vínculos se hacen estando”, sentencia con razón esta mujer de 83 años, quien alguna vez dejó el barrio de Belgrano, el del “caserón de tejas”, donde vivía con su madre mayor para acercarse a la casa de su hija y poder compartir más tiempo con sus dos nietos.

La casita de los viejos

Nació en Córdoba, pero, desde los dos años, se crio en Ensenada. Allí, a orillas del Río de la Plata se afincó su familia, terruño donde la cantante cursó sus estudios primarios y secundarios y donde comenzó a despuntar muy tempranamente su vocación artística.

“Me casé a los 19 años y me fui a vivir a Berisso”. En los pagos de donde era oriundo el actor y maestro Lito Cruz continuó su vida ya independizada de sus padres. “En aquella época, las chicas madurábamos muy rápido y los muchachos de veinte años ya eran hombres”. Razón no le falta. Aquello suena precoz bajo el prisma de las actuales adolescencias extendidas. “La edad de la pavada se alargó y la otra parte, también”, dice y se sonríe pensando en sus coetáneos adultos mayores.

-Luego llegó Belgrano y, finalmente, piso firme en un barrio alejado del centro.

-Acá hay vecinos, nos conocemos todos. En Belgrano nadie se conoce, mis amigos son los de La Plata, Berisso y Ensenada, nunca me alejé de ellos. Me sigo viendo con las “chicas” de la infancia. Participamos de las fiestas de 60, 70 y 80 años de cada una.

-No me diga que la hacen cantar en cada uno de esos eventos.

-Por supuesto, voy a cantar. Esa es una parte de mi regalo.

En un rincón de su casa, rodeada de condecoraciones y los afiches de sus espectáculos internacionales

-¿Cuándo nació su vocación?

-Vine con eso, se trae con uno. A los seis años me di cuenta que iba a ser cantora. Nunca se me cruzó ser otra cosa, a pesar que estudié en la Escuela Superior de Comercio. Sabía que mi camino era la música, así que encaucé todo en esa dirección y tuve la suerte que, en mi casa, jamás me pusieron un obstáculo.

Su padre había sido cantor en las orquestas de Córdoba. De allí emergió, seguramente, gran parte de la vocación de esa niña que asombraba a los familiares, vecinos y compañeros de clase entonando las profundas letras del tango que, muchas veces, casi no entendía. “Siempre era la primera voz del coro”, reconoce la artista, ubicada en el rango de “mezzo soprano”.

En la escuela provincial le enseñaban clásicos, entre ellos del repertorio italiano. Garay improvisa un tramo de “Torna a Surriento” y uno no puede más que estremecerse. En ella, la nostalgia que plantea la canción napolitana no aplica, ya que vuelve a Ensenada y Berisso, una y otra vez.

A lo largo de la charla con LA NACIÓN, la cantante ofrecerá parte de su repertorio de manera espontánea y a capela

Siendo una niña en edad escolar, una tarde regresó a su casa muy preocupada, luego que la maestra de música había “bochado” a algunos de sus compañeritos por ausencia de dotes vocales. “Yo pensaba que todos podían cantar, que era algo innato, que era como comer y dormir, una condición natural del hombre. Cuando le conté lo sucedido a mis padres, me explicaron que ´así como no todo el mundo es médico o maestro, tampoco todos pueden ser cantantes´. Ahí mismo les dije que yo quería ser cantora de folclore y tango, que eran los géneros que conocía”.

-¿Qué canción recuerda haber escuchado por primera vez?

-”Alma mía, ¿con quién soñás?…”

La cantante entona el vals “Alma mía” y recuerda que, cuando era una niña, lo hacía a media voz, de manera entrecortada, y comiéndose algunas sílabas. No puede dejar de cantar. Ejemplifica con su voz inmaculada, nada desgastada por el trajín del tiempo.

“Cuando tenía tres años, las vecinas me sentaban en sus faldas y me pedían que les cantara el valsecito”. Como aquella canción contiene una frase que dice “mariposa, tus colores”, todo el barrio la llamaba “Mariposa”. “Mariposa, vení, cantá”, me pedían.

-¿Cuándo fue su debut en público?

-A los 15 años ya cantaba en Canal 7 con el “peruano parlanchín” (Hugo Guerrero Marthineitz) y tenía como sponsor a las zapatillas Gigí. Me presentaban como “María del Carmen Garay”.

-Garay, ¿es su verdadero apellido?

-Sí.

-Tiene fuerza artística.

-Hace un tiempo me llamó Silvio Soldán para llevarme a una presentación en Tucumán. Cuando me pidió mis datos personales para organizar la contratación, me dijo “dame tus nombres y apellido verdaderos”.

-Soldán suponía que se trataba de un nombre artístico.

-Claro, así que muerta de risa le dije: “Nos conocemos hace cincuenta años y recién ahora descubrís que, realmente, me llamo María Garay”.

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En la adolescencia estudió durante cuatro años con una profesora que, confiada en las virtudes de su alumna, “le dio el alta”. “Me dijo, ´ahora caminá sola, pero ojo con juntarte con otros profesores´”. Luego llegaría su actuación consagratoria en el Festival de Tango de La Falda, donde obtuvo el premio Carlos Gardel de Oro, la grabación de una treintena de discos y los veinte años siendo parte del programa Grandes valores del tango.

Amor, vocación y un gran dolor

“A los 16 años me enamoré y tres años después me casé con ese novio. Él me conoció sabiendo que mi vocación era cantar, pero todo se fue complicando”, sostiene la artista, sin un dejo de arrepentimiento por las decisiones tomadas.

-¿Por qué no prosperó el matrimonio?

-Ya teníamos a la nena, habíamos levantado nuestro hogar en Berisso y yo cada vez tenía más trabajo.

-¿Cuál era el problema?

-A él no le gustaba que yo me fuera a trabajar, ahí comenzaron las dificultades.

Determinada, le planteó a su esposo el desafío: “Amigate con tu enemigo porque este camino no lo voy a dejar”. Para su marido, el enemigo tenía forma de tango y una carga horaria que incluía a las presentaciones nocturnas en diversas tanguerías de La Plata y de las grandes ciudades de provincia. Aún faltaba un tiempo para su arribo porteño. “A él le encantaba cómo cantaba, pero quería que lo hiciera en casa”. Finalmente, en 1972 llegó la disolución del matrimonio y María se encargó de la crianza de Marisa, la única hija de la pareja. “Con mi marido crecimos de manera diferente”.

-¿Nunca imaginó en dejar la carrera para “salvar” el matrimonio?

-No, jamás encontré otra vocación que no fuera la música, siempre fue mi vida. En realidad, se trató de un estilo de vida y una conducta, una disciplina a cumplir.

-¿Fue difícil la separación?

-Sí, como toda separación, al comienzo es complicada, pero, por suerte, él luego formó una nueva familia con una mujer espectacular.

-Por lo visto, no es celosa.

-Con esa esposa, el papá de mi hija tuvo a otro hijo y yo siempre apoyé el vínculo entre los hermanos. Él falleció en 1998, antes que naciera nuestro primer nieto, y su mujer murió hace dos años, siempre tuve muy buen trato con ella, hemos pasado muchas navidades juntos.

-Marisa, que heredó su vocación por el canto, ¿es su única hija?

También tuve a una beba, mi segunda hija, que a los pocos días falleció.

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-¿Tuvo otras parejas?

-Sí, luego tuve una relación de 14 años con un hombre que era mucho mayor que yo y, tiempo después, hubo una tercera relación. No puedo decir que ellos sean culpables de las separaciones. Es muy difícil estar al lado de una artista, no todo el mundo encaja bien.

-¿Novió con personas pertenecientes al medio?

-No, nunca me gustó mezclar.

Competencia

-¿Existió y existe una gran competencia entre las cantantes de tango?

-Supongo que sí, pero siempre fue una competencia muy sana, verdadera y frontal. Nadie le ponía los pies a nadie para hacer caer a la compañera, el público era el que decidía.

En la década del 80, Garay formaba parte de las denominadas “Tres Marías”, un apodo espontáneo para definirla junto con María José Mentana y María Graña. “Así nos llamaban, pero no trabajábamos juntas, cada una tenía su camino. Yo soy mucho más grande de edad que ellas”.

-¿Tienen trato entre ustedes?

-Sí, por supuesto. Incluso, soy madrina de uno de los hijos de María Graña.

-¿Quiénes eran sus referentes?

-Mis padrinos artísticos fueron Alberto Marino, “La voz de oro”, y Alba Solís, a quien admiré muchísimo. En realidad, mi primer gran admirado fue Carlos Gardel, el padre de todo. El primer tango canción lo creó él en 1917. El género venía de antes, pero era solo instrumental.

Aquel primer tango con letra fue “Mi noche triste” y, una vez más, espontáneamente, como una pulsión que sale de sus entrañas, comienza a cantar. En ella eso de “percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida” resuena conmovedor, aún interrumpiendo la siesta de ese barrio de casas bajas y silencios sepulcrales.

-¿Cómo cuida su voz?

-Permanentemente hago foniatría y tenso mis cuerdas, es un ejercicio incorporado que lo puedo llevar a cabo, incluso, cuando miro televisión. Puedo cantar en cualquier momento porque siempre tengo las cuerdas vocales bien tensadas.

-¿Qué mujeres del tango fueron faro?

-Ada Falcón, Virginia Luque; me gustaban las cantantes de voces fuertes.

-Trabajó con Tita Merello.

-Hicimos con la familia Carreras el espectáculo Los lunes de Tita en el teatro Odeón de Mar del Plata. En esa compañía, también estaba Mario Clavell.

-¿Cómo era trabajar con Tita?

-Muy placentero. Nos conocíamos de Canal 9, donde habíamos intercambiado algunas conversaciones. Cuando hicimos teatro, Tita me tomó un gran cariño. Charlábamos sobre la vida de igual a igual, porque mi papá, que tenía la mente muy abierta siempre me alertó y explicó sobre las cosas de la vida. Así que, cuando ella me contaba algo, yo le demostraba que sabía sobre el tema. “¿Cómo sabés?”, me preguntaba. Fueron charlas muy lindas, no eran monólogos, sino hermosos intercambios.

-¿Qué consejo que le haya dado Tita recuerda especialmente?

-Todos los días te aconsejaba. Daba muchos consejos sobre la salud y sobre la actitud que debía tener una mujer en la vida. Como ella había vivido una vida fuerte y difícil, le gustaba aconsejarnos a quienes habíamos tenido un camino más fácil y amparado por la familia. Sin tener nada en contra de los hombres, ella guardaba ciertas reservas en torno a los caballeros.

-Sufrió un gran desamor con Luis Sandrini.

-Sí, por supuesto.

-¿Anécdotas con Tita?

-En el teatro Odeón de Mar del Plata teníamos los camarines enfrentados. Ella llegaba siempre con los ruleros puestos y un peluquero se los sacaba y la peinaba. Una noche, el peluquero no llegó, pero le dije que no se preocupara, que yo le hacía el peinado. A partir de ese día, no quiso que nadie más le tocara el pelo más que yo. Incluso, la terminé maquillando. Como mi mamá ya era ancianita, sabía muy bien cómo había que tratar a ese tipo de pieles.

La cantante recuerda a su madre, que falleció a los cien años, y su voz, por primera vez, se resquebraja: “Éramos muy unidas, pero, de pronto, surgió en ella una demencia senil que se la llevó rápido”.

María Garay, en el patio de su casa, exhibe un vestido que le regaló Tita Merello y que formaba parte del vestuario de la protagonista de Mercado de Abasto

-Usted tuvo un espacio propio en Mar del Plata.

-Sí, se llamaba Mi Rincón, estaba ubicado en Playa Varese. Hice 36 temporadas consecutivas en Mar del Plata. Actué con Daniel Riolobos, José Marrone, Juan Verdaguer. Siempre me gustó hacer teatro.

-Jamás se la vio involucrada en cuestiones de política.

-Tengo mis ideas, pero jamás quise ser panfleto de escenario, para eso están las tribunas.

Al mundo

Fui dos veces a Japón. En Tokio grabé para la CBS-Sony un CD, cuando aún acá no había llegado esa tecnología”, recuerda Garay. “Los japoneses conocieron el tango en la década del cuarenta”.

-¿Por qué no formó parte del espectáculo Tango Argentino?

-Cuando Claudio Segovia, su creador, me llamó para llevarme, en ese momento estaba trabajando en París.

-¿Cómo fue la experiencia en Francia?

-Hice Trottoir de Buenos Aires (Veredas de Buenos Aires). En Europa siempre me presenté con mis propios espectáculos, elegí a mis músicos y bailarines, nunca formé parte de una compañía que no fuera la mía.

En Francia rodó un film musical que le permitió conectarse con ilustres: “Me crucé con Luciano Pavarotti, Tony Bennett, con quien crucé algunas palabras, y Steve Wonder”. También llevó su voz a los Estados Unidos, México y casi toda Latinoamérica. “El tango tiene identidad”.

-Pero seduce al mundo.

-Porque es sentimiento, pasión, agravio y desagravio, amor y desamor; lo que le sucede a todo el mundo, el tango es universal. Y fue Carlos Gardel quien expandió el repertorio, que aún nos representa en todos lados. Si hasta el tango aparece en la película Perfume de mujer y, en la década del treinta, Valentino lo bailó en cine y Carlos Gardel lo impulsó en los Estados Unidos, por eso era la estrella de Paramount.

Querida por sus colegas, Chico Novarro le grabó un saludo para su espectáculo y María Garay interpretó “Cordón”, de su autoría. En 1971, la cantante registró su primer single, pero no lleva la cuenta de los discos grabados. En ese listado se incluye una placa dedicada al repertorio gardeliano. “Grabé una jota llamada “Los ojos de mi moza”, que Gardel cantaba como los dioses”. Antes de la despedida, vuelve a deleitar con su voz y con esa melodía tan ajena al imaginario en torno al “Zorzal”. “Gardel también cantó en inglés, francés y en idish”, recuerda.

Una vida dedicada a la música que ha contado con el favor del público y el respeto del medio artístico

-No le creo que la función del 15 de marzo en el Astros sea su despedida definitiva.

-Me siento fuerte, estoy bien, pero comienza una etapa de despedida, aunque tengo unos cuantos proyectos. Sin embargo, soy consciente que la vida pasó.

-Una vida maravillosa.

-Pero costó. Uno cuenta lo más lindo, pero hubo de todo.

-Entonces, por ahora no dejará de cantar.

-Uno está en manos del público y, por otra parte, me casé con el tango.

-El marido que más le duró.

-Mi matrimonio con el tango es “hasta que la muerte nos separe”.