John P. O’Doherty es neurocientífico abocado a los afectos en la Universidad de Caltech, está especializado en el aprendizaje relacionado con la recompensa y la toma de decisiones, es decir, en cómo el cerebro humano puede aprender de la experiencia para elegir de un modo que garantice la máxima satisfacción y se minimicen los costos a futuro. Se desempeña como profesor de neurociencia de la decisión en la Universidad de Dublín, en Irlanda, y es miembro del Instituto de Tecnología de California, en Estados Unidos.
También es doctor en filosofía de la Universidad de Oxford. Recientemente ha desarrollado una serie de investigaciones sobre cómo decidimos qué es bello y de qué modo el cerebro maneja las elecciones en el arte y aquello que le gusta. “Descubrimos que al formarse un juicio estético sobre una obra de arte, el cerebro descompone la imagen en sus elementos o características constitutivas –explica en charla exclusiva–. Estas son cualidades de la imagen como su color, textura, cuánta variación hay en el diseño, y otras condiciones más complejas como, por ejemplo, si la obra de arte puede clasificarse como concreta o abstracta, dinámica o estática”.
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–Entonces ¿el cerebro utiliza estas cualidades al emitir un juicio?
–El parecer es básicamente una integración de todas las características individuales. Imagine que tiene un equipo de personas en un panel haciendo un juicio sobre algo, y luego la decisión que toman se basa en las opiniones colectivas. Descubrimos que esto se implementa en una amplia red de regiones del cerebro que comienza con la corteza visual temprana, parte del cerebro que se ocupa de la capacidad de ver el mundo al recibir información de los ojos, pero que también incluye otras áreas, como la corteza parietal y prefrontal. Estas partes parecen representar las diferentes características de la imagen, y luego se combinan para producir un juicio general que ocurre en una parte del cerebro llamada corteza prefrontal medial.
–¿La valoración del arte es subjetiva?
–Sí, creo que la valoración del arte es definitivamente personal y subjetiva.
–¿Pero la de un sujeto seguirá más o menos los mismos patrones? Es decir que el cerebro seguirá los mismos pasos para elegir a un pintor o un club de fútbol?
–Lo que nuestros resultados muestran es que podemos entender cómo las personas llegan a hacer este tipo de juicios subjetivos: lo hacen evaluando componentes individuales y los integran para hacer un juicio general. Identificamos que hay regularidades en cómo la gente hace estos juicios. Podemos predecir así cómo las personas van a juzgar ciertas obras de arte. Descubrimos que podíamos agruparlas según sus preferencias por diferentes tipos de expresiones, como los que eligen el arte realista concreto o el abstracto. Dentro de cada grupo hay similitudes en la forma en que emiten juicios. Entonces, si bien el juicio artístico, como cualquier otro, es personal y subjetivo, todavía existen similitudes entre los individuos en la forma en que los hacen. Al mismo tiempo, también hay elementos idiosincrásicos en la forma en que se hacen apreciaciones que aún no hemos podido medir con éxito; por ejemplo, el juicio de una persona sobre una obra de arte puede depender en parte de sus experiencias personales, como si una obra de arte les recordara una experiencia de la infancia, por ejemplo.
–El cerebro ordena de un modo personal lo que ve y así organiza sus preferencias…
–Exactamente. Las inclinaciones por el arte pueden explicarse, al menos en parte, como producto de una integración neuronal sistemática sobre las características visuales subyacentes de una imagen.
–Usted indica que el cerebro, para poder elegir qué le gusta y qué no, funciona como una “mezcla de expertos”, ¿podría ampliar ese concepto?
–Cuando nos encontramos ante una decisión sobre qué consideramos bello, o a qué nos sentimos atraídos, el cerebro reclama la participación de diferentes sistemas que proponen estrategias de acción. De este modo determina qué expertos deben controlar el comportamiento en un momento dado haciendo un seguimiento de qué tan confiables son las predicciones que toma dentro de cada sistema y, al mismo tiempo, va asignando el control sobre el comportamiento que se produce de acuerdo con una ponderación de esa fiabilidad que ha determinado. Es decir: frente a una obra de arte, o frente a reconocer que alguien nos gusta, hemos descubierto que se ponen en juego distintas actividades especializadas, como cuando se construye una casa: se necesitan plomeros, gasistas, albañiles, decoradores, pintores… El arquitecto ponderará qué peso tiene en la obra final cada participación y con ello construye la imagen final de su creación, determinando a cuál o cuáles de esos participantes le otorgará más peso en la tarea.
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–¿Esto ocurre solo con el arte, o puede pasar con otras elecciones? ¿Podríamos, por ejemplo, asociarnos con otras cosas que nos parezcan bellas?
–Ciertamente pensaríamos que es probable que este mecanismo se generalice a otras formas de evaluación. Anteriormente hemos demostrado que nuestros juicios sobre el valor de los alimentos dependen de sus características individuales, como su contenido de carbohidratos y de proteínas. Entonces, creemos que este mecanismo basado en un estímulo se descompone en componentes elementales que se ponderan para generar un juicio general. Esto probablemente explique cómo el cerebro realiza evaluaciones sobre el valor de las cosas en el mundo en general. Esta capacidad probablemente evolucionó para permitirnos emitir juicios rápidos sobre las cosas que encontramos, de modo que podamos decidir si acercarnos o evitarlas.
–¿Esto ocurre también con la elección de amigos o pareja?
–Según lo que sabemos hoy y de acuerdo a estas últimas investigaciones que realizamos, desde el punto de vista estético sí. Hay algo en esa persona que vemos que pasa por el mismo tamiz que una obra de arte. Los distintos sistemas del cerebro analizan esta visualización del mismo modo que con un cuadro. El resultado permitirá crear una idea cognitiva para saber si preferimos alejarnos o acercarnos. Utilizamos el mismo patrón para reconocer si nos gusta alguien, elegir un plato del menú o seleccionar qué cuadro colgar en la sala. Luego de esa primera apreciación estético/visual que determina el propio patrón de belleza, seguirán otros análisis, como a qué sabe el plato, o qué tan amable es una persona, lo que terminará de completar una elección.
–Es por esta razón que en sus investigaciones asegura que la belleza es un concepto neurocientíficamente personal.
–Así es. Porque depende del juego de los sistemas expertos que el cerebro de cada persona convoca a actuar frente a una elección y de las ponderaciones que hace al evaluar la fiabilidad de cada uno de ellos. Lo que sí sabemos ahora, gracias a estos últimos hallazgos, es que cada vez que le toque hacer ese tipo de evaluación recorrerá el mismo camino. De un modo simplista podríamos decir que si en el análisis un sujeto siempre prefiere los tonos azules a los rojos en una obra de arte, esa preferencia se traslada a otras áreas. Y que esto que nos parece más simple cuando hablamos de colores, se complejiza cuando las elecciones tienen que ver con conceptos más abstractos como el sentido o la forma.
–¿Qué se sabe hasta ahora sobre cómo aprende el cerebro a tomar decisiones?
–Uno de los mayores descubrimientos en las últimas décadas es que las neuronas en el cerebro vienen a representar el valor subjetivo de las opciones sobre las que estamos tomando decisiones. Otros científicos han estado trabajando para plantear la pregunta sobre qué sucede cuando es necesario comparar opciones para tomar una decisión, y se ha investigado el papel de varias áreas del cerebro en este proceso. También hemos estado trabajando en el papel de diferentes estrategias en la toma de decisiones, como decisiones dirigidas a objetivos en las que pensamos en las consecuencias y decisiones que son más automáticas o habituales en las que implementamos acciones porque funcionaron.