A River se le atraganta el gol hasta cuando remata ¡38 veces!. Así de duros e inciertos son sus días, sometido a la desaprobación de sus hinchas para los principales señalados por la derrota por penales ante Talleres por la Supercopa Internacional. Silbidos estruendosos para Lanzini y de intensidad considerable para Borja, Colidio, Meza, Simón y González Pirez. Aclamación para Armani. Una vez bajado el veredicto desde las tribunas, aliento sostenido y un grito de gol que se ahogó hasta más allá de lo imaginable si se tiene en cuenta la cantidad de llegadas.
Lo que en épocas de vacas gordas, confianza y contundencia hubiera sido un partido para florearse con una goleada, en estas horas de confusión y contrición deriva en una victoria sufrida, después de insistir hasta el cansancio, de buscar por tierra, aire y mar.
¿Cómo explicar tanta demora en conseguir el gol cuando tuvo la iniciativa y generó peligro de manera bastante frecuente? Una de las razones hay que encontrarla en Borja, que seguramente vivió uno de los días más aciagos de su carrera. Detallar las situaciones de gol que desperdició demandaría la extensión de un libro. Es preferible sintetizar que tuvo ocho veces el gol en sus pies y chocó contra las atajadas de Durso o le erró al arco. Si River atraviesa por una crisis de confianza, el colombiano fue su mayor exponente.
Lo más destacado de River 1 – Atlético Tucumán 0
Como este River no da garantías, cada situación que desaprovechaba no era tomada como un preanuncio de que el gol estaba al caer, sino como una señal de que se le iba a escapar la victoria. El maleficio parecía más grande que la mejoría futbolística, que las ansias por reivindicarse tras varios encuentros sin cumplir con las expectativas.
El fútbol tiene sus caprichos y contradicciones. River había quedado varias veces cara a cara con Durso, que se fue agrandando con cada tapada, insuflándose ánimo en cada duelo que lo tenía victorioso. Lo que no resolvió dentro del área, River lo consiguió desde la media distancia, con el zurdazo esquinado de Colidio. El gol fue como una liberación, como sacar el tapón de algo que está por explotar.
Aun cuando creó muchas más situaciones de gol que en los partidos anteriores, el futbolista más determinante de River en el primer tiempo fue Armani, el más ovacionado cuando se anunciaron las formaciones y el único que lleva la mochila libre de culpas en el mal momento del equipo. Puso voluntad y sacó fuerzas desde lo más hondo de su ser, pero a River los partidos le pesan un montón, se le transforman en un sudoku, no da con la solución, no acierta con los ritmos ni con las lecturas del juego.
Por décimo encuentro oficial en este año no convirtió en el primer tiempo. Al menos esta vez fue capaz de generar ocasiones, pero todo lo que se nubló en las definiciones lo tuvo de claro el arquero Durso, que le tapó dos mano a mano a Borja levantando los brazos y le desvió un cabezazo a Colidio. Lo que estuvo fuera de su alcance se encargó un poste para repeler un remate de Aliendro.
Lo que funciona se repite y los rivales de River aplican la misma fórmula: lo esperan con las líneas apretadas en su campo, redoblan marcas, apuestan por la destrucción contra un equipo que construye torcido y no tiene la pared por especialidad. Atlético Tucumán, de pobre campaña, con tres derrotas en los cinco cotejos anteriores, jugó a aguantar, a que su sistemático bloqueo defensivo fuera desesperando a River. Y cuando el tinglado se le tambaleaba, ahí aparecía el ubicuo Durso para sostenerlo.
Sin el suspendido Enzo Pérez, no es buena noticia para River que su volante central sea Kranevitter, flojo en la recuperación y sin presencia para iniciar el juego. La elaboración debía pasar por el reaparecido Aliendro, que tuvo chispazos de aquel volante que mejoraba cada jugada con su pase criterioso, y Meza, discontinuo por naturaleza, impredecible, la clase de jugador que impacienta cuando se necesita a todo el mundo enchufado porque no sobra nada.
Para un River que venía flojo de ideas para encontrar los caminos al arco, esta vez la producción ofensiva tuvo un volumen importante. Hubo movilidad para quitarle referencias a la defensa de Atlético y cubrió el frente de ataque para no ser previsible.
La frecuencia ofensiva se mantuvo en el segundo tiempo. Por la derecha, Montiel, Aliendro y Meza se entendían cada vez más. Mastantuono era el pibe que daba la cara, pedía la pelota y se ponía al frente de varios ataques, como si tuviera infinidad de batallas sobre sus piernas. Faltaba la puntada final, la sintonía fina para la definición, esa materia que Borja desaprobó toda la noche.
A pesar de que el gol se resistía, Gallardo no hacía cambios, no tenía en el banco a un N° 9 para reemplazar a Borja. La ansiedad aumentaba en el Monumental, instalado en esa fina frontera entre la aprobación para un equipo que era un vendaval ofensivo y la bronca porque el gol maduraba sin terminar de caer. Y en el medio algún susto con los contraataques aislados de Atlético Tucumán, con Armani salvando ante Ruiz Rodríguez y Pezzella con otro corte providencial.
Gallardo no pasó la escoba tras el cachetazo contra Talleres. Estuvieron los de siempre, con los cambios obligados por lesiones y suspensiones, salvo el de Aliendro por Simón. Su equipo le devolvió la confianza con piernas y corazón, pero la medicina del gol llegó en una dosis homeopática.