Esa nieve ya la había visto. Esa nieve en una ventana de un hospital de Manhattan por la que miran Martha (Tilda Swinton) e Ingrid (Julianne Moore) en la última de Almodóvar subida al streaming en uno de los días más calurosos de lo que queda del verano. Martha (la inglesa nacida en 1960 es acaso la mujer más parecida a David Bowie del mundo) convaleciente en la cama observa los copos caer. La nieve no es blanca sino rosa y Martha le dice a Ingrid (la norteamericana nacida también en 1960 replica la comisura fatal de Marcela López Rey, ¡stars las nuestras!) que la catástrofe ambiental nos está dejando al menos esto. Nieve rosa. Como la que salía de los pomos en los carnavales lejanos en la Avenida Asamblea, sobre el Parque Chacabuco (entiendo el auge renovado de la murga pero mi participación en el ritual se pierde en los lejanos 70). Pero en esa escena memorable de la primera película en inglés de Almodóvar registro haber visto nevar en otra ventana de esa misma ciudad, en el cuadro ventana de una pintura argentina.
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Los copos que conmueven a Martha e Ingrid parecen los mismos que se ven de fondo en Chelsea Hotel, el acrílico de Berni en el que una modelo aureolada de erotismo hentai convierte al pintor primero y a los cientos de miles que han visto el cuadro después (después de que Costantini lo sumara a la colección permanente del Malba) en voyeurs. Berni pintó a su Ramona perfecta en el piso 9 del Chelsea Hotel en 1977 en su breve desembarco en Manhattan a través del galerista Bonino. Es la conclusión de una erótica propia que se remonta a su pintura-collage Susana y el viejo (1932), donde sobre el cuerpo desnudo de otra modelo pega el rostro de Greta Garbo cortado de una revista.
De los testimonios con los que reconstruí aquel viaje hubo uno que se detuvo en la nieve del fondo antes que en los pechos (¿los más generosos de la pintura argentina?) y la mirada dulce del primer plano. Fue el de Ricardo Cánepa, su dentista, que se había sumado a la comitiva y recordaba como Berni había creado la ilusión de la nieve neoyorquina lanzando el acrílico blanco contra un cielo turquesa armado de un viejo cepillo dental. Esa es la nieve que vi, viendo nevar en un hospital de Manhattan en la nueva de Almodóvar recién subida a Netflix.
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Almodóvar suele dejar pistas sobre sus fetiches visuales en los decorados de su filmografía. En La habitación de al lado (The next door) hay un homenaje a Edward Hopper (que parece haber pintado una película larguísima y acaso sea el pintor más citado por el cine); un rescate de Dora Carrington (bastante menos conocida que Leonora, la surrealista), pintora del grupo Bloomsbury y esta nieve en ¿involuntario? dialogo con aquella de Berni.
Los tiempos del arte desafían toda lógica y como un devoto de la escuela iconográfica de Aby Warburg propongo que fue Berni el que vio The next door en 1977 (Pedro estrenó su primera película en 1980), incluso antes de que el español expandiera su estética al punto de tener bajo su cámara a dos estrellas de lo que conocemos como primer mundo. Dicho de otro modo: del cepillo de dientes viejo salió la nieve rara de una Manhattan en los albores de la extinción del planeta tal cual lo conocimos.