Sonrió Independiente en el Bajo Flores, por primera vez después de once años. Gritó fuerte de visitante, esa materia que tanto le cuesta aprobar, y se dará el gusto de recibir a Racing en su cancha el domingo que viene con el ánimo en las nubes, esas desde donde mira al resto de la zona B.
Chocó con la realidad San Lorenzo. Las de sus propias limitaciones cuando la pelota no quiere entrar y debe remar los partidos desde atrás. El clásico no dejó un espectáculo de gran categoría, se topó con un árbitro especialmente desacertado en sus decisiones (fue tres veces al VAR, debió corregir lo que vio en directo en dos, y se mantuvo en la suya en una en la que también se había equivocado), pero al menos mantuvo el interés hasta el final. No es poco para lo que se ve cada semana.
Desde hace ya un tiempo, cuervos y diablos comparten malestares. Los atraviesan problemas económicos, los envuelve la insatisfacción de sus seguidores, los ofuscan los rendimientos pálidos de los sucesivos planteles, la impericia dirigencial, la escasez de alegrías.
Periódicamente, los hinchas de uno y otro se entusiasman con equipos que parecen dispuestos a recuperar sonrisas, y se desilusionan cuando chocan con las limitaciones que les impone la realidad. Miran desde lejos cómo los otros tres grandes históricos apuntan cada año a conquistas mayores y cuentan sus ingresos por ventas y sus gastos por compras en millones de dólares. Envidian en secreto el valor de una palabra que en algún momento se evaporó de Boedo y de la vereda roja de Avellaneda: estabilidad.
No era casual que los últimos cuatro enfrentamientos entre sí hayan brindado espectáculos olvidables, con 1-1 o 0-0 en la chapa y muy poco fútbol para llenarse los ojos. Esta vez, con los dos en la punta, la ocasión daba para esperar más argumentos para entretenerse. Los hubo, a los tirones, mezclados entre el juego, la incertidumbre del resultado, las discusiones, las polémicas y el afán táctico.
Lo mejor del partido
Hace largos años que el valor del número 10 entró en decadencia. Existe en los planteles, suelen portarlo jugadores con ciertos brochazos de talento, pero los técnicos descreen de su aporte, los reducen a un segundo plano, los marginan. La planilla inicial mostró por diferentes motivos a los 10 de ambos equipos sentados en el banco.
Miguel Ángel Russo se guardó para el final la reaparición de Iker Muniain, su velocidad mental para encontrar compañeros bien ubicados y su precisión en el toque de primera. Cuando le dio ingreso, a los 11 minutos del final y con el resultado en contra, el vasco se encontró con un equipo fundido y golpeado por el gol que acababa de recibir. Julio Vaccari hizo lo mismo de inicio con la gambeta, la pisada lujosa, el pase filtrado y la pausa sabia de Luciano Cabral. Pero reaccionó antes. El mendocino de nacionalidad chilena entró a los 13 de la segunda mitad y su aparición le valió a Independiente volver a equilibrar un desarrollo que desde el regreso del vestuario la energía local había volcado para su lado. De su pie derecho nació la acción que acabaría con el gol de Felipe Loyola, y dejó una rabona en el aire de las que no suelen verse en las canchas argentinas.
JUEEEGUEE: exquisita rabona de Cabral. pic.twitter.com/4qpVeZW4zE
— SportsCenter (@SC_ESPN) March 8, 2025
San Lorenzo se maneja en torno a la letra F. Ante la falta de finura y fluidez en la circulación de la pelota, se fundamenta en la fe, la fuerza física, el fervor. El recurso puede no ser bonito pero le resulta eficaz. Con esos argumentos levanta a su gente de los asientos, empareja las chances con rivales más aptos y se asegura una buena dosis de acciones de riesgo frente al arco de enfrente. Sus problemas surgen cuando no aprovecha alguna de ellas.
Andrés Vombergar -autor del transitorio empate, de penal- desperdició dos muy claras; a Malcom Braida, una vez más de lo mejor de su equipo, el palo derecho le negó el gol a dos pasos del arco; y Tomás Cuello definió flojo desde una buena posición. Después, cuando quedó 1-2 abajo, el golpe de nocaut ya no tuvo respuesta.
El Rojo está construido con premisas e intenciones diferentes -dominio a partir de la posesión, traslados de banda a banda para desordenar la defensa adversaria- y se expresa con una ensalada de letras más variada. La D del despliegue inteligente de Loyola; la U de la ubicuidad en el puesto de volante central que por lo general ocupa Iván Marcone y esta vez cubrió con muy buena nota el debutante Rodrigo Fernández Cedrés; la R de la capacidad de resistencia que encabeza Rodrigo Rey y se continúa con los marcadores centrales cuando nada de lo anterior funciona.
Más allá de sus numerosas imperfecciones en los pases o en la marca (Federico Vera sufrió demasiado por su sector), Independiente manejó más y mejor la pelota casi de punta a punta del partido, con menos llegadas peligrosas que su rival y pimienta escasa en ataque, pero mucha efectividad. Fue exacto el derechazo contra el palo derecho de Lautaro Millán para abrir el marcador a los 11 minutos y potente el remate de Loyola para vencer las manos de Orlando Gill a los 29 de la segunda parte.
El Rojo quebró una larga racha en contra frente a San Lorenzo. Se afianza en sus convicciones, crece unos centímetros más cada semana. El domingo, en su casa y ante Racing, tendrá la prueba más exigente para saber hasta dónde puede llegar.