Es fanático del deporte y se nota. Practica kitesurf, hace artes marciales y tiene mucho gimnasio encima. “Nada que depende mucho de un equipo”, aclara. A falta de buenas notas en la escuela, empezó a trabar desde muy chico, a los 16 años. Hoy está empleado en el rubro del turismo. Llegó desde Venado Tuerto, en Santa Fe, a Buenos Aires para participar en Gran Hermano. Giuliano Vaschetto, a los 33 años, se define como “bastante caradura, vendedor”. Pero su rol favorito, lo que más orgullo le da en la vida, es ser padre de Tony.
— ¿Cómo sos como papá?
— Es lo más lindo que me pasó en la vida. Fue medio loco. Me pasé toda la vida diciendo que quería ser papá joven, porque tuve un ejemplo, si se quiere, de un papá bastante frustrado, mucho más grande, con problemas de adicción, ausente en todo lo que tenía que ver con conectar conmigo. Siempre tenía que buscar algún referente en otro lado. No lo tenía en mi viejo sobre deporte, ni como ejemplo de vida tampoco. Conocí a la mamá de mi hijo a los ponchazos, porque vino a la escuela de kickboxing donde yo daba clases y entrenaba. Nunca me pasó de conectar así con una persona. Me enamoré y a los cinco meses quedó embarazada.
— ¿No lo esperaban?
— No, pero lo encaramos con toda la responsabilidad. Tuve la mejor de las suertes, me tocó el nene más dulce del mundo y estoy feliz con eso.
— ¿Cómo fue el momento de la noticia?
— Me acuerdo. Estaba en Carlos Paz haciendo la coordinación general de un grupo grande que había vendido para una empresa de mi zona. Estábamos por salir a bailar con los chicos, los coordinadores. Chicos que tienen 13 años. No puedo llevar coordinadores de 30 porque no conectan. Íbamos a subir a uno de los escenarios y me llegó un mensaje del test positivo. Me dije ‘no lo puedo contestar así nomás’. Pero todo ese bloque de 15, 20 minutos de baile pensando en eso y bueno, no digo que fue buscado, pero tampoco si pasa, pasa…
— ¿Estaban en el comienzo de la relación?
—No, en ese sentido, me saqué la lotería con la mamá de Toni. Es una excelente mujer. Obviamente éramos chicos, Cuando ella quedó embarazada yo tenía 24 y ella 19. Cuando fuimos papás, yo 25 y ella 20. Y sinceramente todavía no nos conocíamos. Siento que ninguno de los dos estaba como muy preparado para ser papás, pero sí sé que hicimos un excelente trabajo.
—¿Ves características de él que son tuyas?
—Cuando era chico, yo era tremendo. Mi vieja me decía que era insoportable, pero bueno, también era medio propio de la infancia que me tocó vivir. Era un chico malo, incomprendido, digamos. No me podían llevar a ningún lado, y él (por Tony) nada que ver. Tiene más rasgos de la madre por naturaleza. Y es súper respetuoso, educado y ese es un trabajo entre los dos. Y algo más: que se nota que no le falta amor
—¿Convivieron como pareja en algún momento?
—Yo tenía un departamento chiquitito y estaba acondicionando otro, de mi familia, más grande, que estaba alquilado. Pero se alquiló y fue un desastre. Entonces lo empecé a acondicionar un poco. Aparte, ella todavía tenía miedos, quería vivir con su mamá por un montón de cosas.
—Era chiquita.
—Era chiquita, yo, el bebé. Yo nunca había tenido un bebé a upa, ni siquiera. No la podía ayudar mucho. Iba todos los días, pero vivía con su mamá y su papá. A los ocho meses de Tony nos mudamos juntos a ese departamento. Convivimos un año, más o menos, y nos separamos. La convivencia es durísima. Volvimos a convivir en la pandemia. Mi viejo había fallecido y había un caserón en el medio del centro de mi ciudad que era como para un montón de gente, una casa enorme. Estaba yo solo, le digo ‘ vengan acá’. Como que cada uno viviría en su casa, pero los tres juntos. Bueno, ese plan duró dos días y volvimos a ser pareja seis o siete meses, lo que duró el encierro. Hasta que dejó de funcionar de vuelta.
—¿Por qué te considerabas un niño problemático e incomprendido?
—Era de romper cosas. Es medio cruel, pero es la realidad. En el medio del campo, había animalitos por todos lados, tipo sapos y cosas así. Tiraba sapos arriba del techo, algo que después, cuando empecé a trabajarlo psicológicamente, encontré por qué. Un montón de cuestiones internas, lo que me tocó vivir a esa edad ya.
—¿Qué cosas viviste?
—Convivir con un adicto y alcohólico no es fácil. Menos para un niño, en los peores escenarios que te puedas imaginar. Violencia, armas, amenazas. Verlo desplomado. Todo lo peor que un niño puede ver. Creo que por eso era malo, peleador con otros nenes. Hasta que llegué al límite de que me iban a internar en un pupilaje militar. Esa fue la amenaza. Y me puse a trabajar, abrí un cyber, me acuerdo. Tenía 15 años, y ya me habían echado de dos escuelas. Y desde ahí empecé a trabajar en turismo y me cambió la vida. El trabajo me cambió la vida.
—¿Cómo era ver escenas con tu papá e ir al colegio y también vivir violencia?
— Cuando uno es chico simplemente lo ve como la única realidad, como algo normal. La violencia que yo vivía en mi casa no era física, sino de otro tipo de amenazas. Ya te digo, armas. Mi viejo tenía o peor que te puedas imaginar de una persona adicta. Pero bueno, también tenía otra parte donde no estaba borracho y podías conocerlo, realmente era una persona enferma, aburrida, triste. Que después, con mucho trabajo psicológico, entendí que él nunca dejó de ser hijo en su cabeza, ni amigo. Nunca pasó a ser padre o abuelo, nunca lo pudo digerir. Él se sentía realmente solo, sus amigos empezaron a morir todos por el trago. Y sus papás, obviamente por edad. Entonces estaba solo. Por ejemplo, hablaba de los deportes y los autos que a él le gustaban en la época que tenía 30 años. Nunca pudo superar esa parte donde, se ve, vivió el mejor momento de su vida. Así que en los momentos que estaba sobrio, era simplemente una persona triste. Cuando estaba en la transición a llegar a estar borracho, tirado ahí, era feliz. Y después, bueno, ya era un desastre, una vergüenza.
—Te faltó la figura paterna.
—Sí, no tuve directamente. Cuando pude conectar con él de grande lo pude aceptar más como un amigo. Mi mamá, una súper persona, guerrera, hizo todo sola, pero chocábamos mucho. Yo era terrible y en el momento en que empecé a trabajar, a encarrilarme en la vida, seguíamos chocando por algunas cosas de convivencia, porque somos dos personas muy similares. Y dije bueno, me voy a vivir con mi viejo, que era como vivir con un amigo que encima está totalmente tirado. La casa súper sucia, prácticamente ni nos veíamos. Era como vivir solo. Nos veíamos para decir che, correme el auto que tengo que sacar el mío. Un día me dijo ‘yo les dejo toda la vida resuelta, soy una persona grande, creo que merezco elegir como morirme’. Bueno, listo, entendido. No voy a tratar de traerte a la fuerza.
— ¿Lo intentaste ayudar?
—Lo intentamos todos. De hecho, él estuvo sobrio tres o cuatro años. Pero si no hay una motivación personal, no. La adicción es muy difícil.
— ¿Y lo llegaste a perdonar o solamente lo aceptaste?
—Lo súper perdoné. De hecho, fui uno de los pocos en la familia que lo llegó a perdonar, a entender que era un niño incomprendido, que se comportaba más como un chico, que como una persona grande.
—¿Convivían?
—Sí, hasta que pasaron una serie de cosas. Mi vieja se separó y yo le pedí que por favor, nunca más vuelvan.
—¿Qué pasó?
— Le apuntó con un arma. Y yo lo vi. Tuve que meterme en el medio de la situación. Y bueno.
—¿Cuántos años tenías?
—Once. Todavía no lo puedo pasar en limpio como para decirte qué es lo que puede llegar a hacerle a una persona eso. Tampoco justifico mi forma de ser y todo lo que hice por lo que me tocó vivir, porque entiendo que también hay gente que ha vivido cosas incluso más fuertes y no han tenido problemas de conducta. Es algo que no se lo deseo a nadie, y es una imagen que no se me va a borrar nunca más.
—¿Tuviste una conversación con tu mamá sobre ese momento?
—Sí. Se odiaban, no se hablaban. De grande hemos hablado de eso. Obviamente una conversación súper emotiva y en donde yo la felicité por la decisión que tomó, porque sé que no es fácil llevarte dos chicos a la casa de tu mamá y ver cómo sigue todo, pero no echar vuelta atrás pase lo que pase.
—¿Y después de que se separaron, cómo fue la relación con él?
—Yo no tomaba dimensión de lo que había pasado realmente. Vivía en una casa re linda, con pileta. Y de repente vivíamos con mi abuela y no podía invitar más a mis amiguitos a la pileta. Y era lo único que me preocupaba. Después empecé a ver. Traté de conectar con él de alguna forma. Fueron sus años donde empezó a estar sobrio .Volvimos a juntarnos los domingos a comer en familia. Pero después me mudé con él, ya más grande, y volvió a recaer. Y hubo encontronazos. Tuve una pelea física con mi viejo, es algo que no se lo recomiendo a nadie. Mi hermano era casi cinco años más chico que yo, entonces en conversaciones con mi mamá era ‘no dejemos que todo esto le llegue a Martín’. Hasta que tuvo 16, 17 años, lo senté y le dije yo viví esto, esto, esto, todo esto, de ahora en adelante somos dos, yo no aguanto más. Ahí él creció de golpe y fue uno más para ayudar. Porque dos o tres veces por semana era ir a levantarlo de algún lugar que quedó tirado, o ver si se cae de la escalera. Venado Tuerto tiene 80.000 habitantes y se conoce todo el mundo.
— ¿Y tu mamá?
— Mi vieja está agradecida de que salimos bastante derechos. Ella era 15 años más joven que mi viejo. Vivía en el campo. Después se mudaron a un pueblito de 3000 habitantes, cerquita de Venado Tuerto. Lo conoció por una situación de violencia laboral. Fue a hablar con mi viejo, que era muy personaje. Le iba muy bien en su carrera (de abogado). Mi viejo ya tenía un matrimonio. Se separó y ahí aparecimos todos nosotros. Al principio, todo era divertido. Ella 15 años más joven, salían, tomaban. Cuando pasaron a un plano familiar, ella dejó todo y se convirtió en una mujer dispuesta a criar hijos. Y él no. Yo crecí sin saber cómo eran siendo felices como pareja.
— ¿Él era adicto antes del matrimonio?
—Fue adicto toda la vida. Mi familia paterna siempre estuvo muy bien posicionada económicamente. Pero nosotros vivíamos en la pobreza: plata no le daban porque se la chupaba. Tuvo que vender un campo muy grande que tenía mi familia paterna porque se tomaba la siembra,. Vendió un casco, una estancia hermosa que hay ahí cerca de mi ciudad. Y así era todo. A veces no teníamos agua caliente o cosas por el estilo. Y ahí entraba directamente mi abuelo a ayudarnos. Cuando crecí, mi abuelo le puso un comercio a mi vieja, una pollería mayorista en la esquina de mi casa. Ahí cambió un poco la cosa. Pasamos a vivir mejor.
—¿Por qué querías ganar Gran Hermano?
—Gran Hermano es una competencia y a mí me gusta ganar en todo lo que hago. Y obviamente por el premio. Yo estoy haciendo una casa en Venado, al margen de que le dejé mi departamento amueblado y todo a Mica, la mamá de Tony. La idea es armar una casa para tener adonde ir en cuando vuelva.
—Dijiste que no te gusta la monogamia.
—No me gustaba. Cambio.
—¿Por qué? ¿Eras mujeriego?
—Era sincero. Nunca me gustó lastimar a nadie. Pero con él lo viví muy de cerca. Vi lo mal que la pasó Mica en su relación conmigo, por no poder sostener este tipo de cosas, por más que las hablemos. A mí me lastima muchísimo ver que alguien está sufriendo por culpa mía. Nunca había tenido novia por esto mismo, porque sabía que es insostenible.
—¿Con Mica te considerabas una persona infiel?
—Lamentablemente fui infiel, es algo que no me voy a perdonar nunca, porque es una excelente mujer y no lo merecía. Lo fui por no saber cómo ponerle un punto final a una relación, lo que quise hacer antes de cruzar el límite de la infidelidad. Pero sí, obviamente fui infiel.
—¿Y por qué consideras que cambiaste?
—Por la experiencia. Ahora sé que es sentir por alguien. Sé las cosas que no hay que hacer. Y papá no voy a volver a ser nunca más en mi vida.
— ¿Por qué?
— Ya está. Fue hermoso. Ya tengo uno. Listo. De hecho, me quería operar.
—¿Y qué pasó?
—Todavía estoy viendo. Sé que el postoperatorio es medio molesto, así que estoy tratando de sacarme de encima todas las responsabilidades de los medios. Y cuando esté más tranquilo, seguramente lo haga. Ya está. Con Tony estoy bien.
Fotos: Candela Teicheira