Vrutos (Argentina/2023). Guion y dirección: Miguel Bou. Fotografía: Fernando Rodríguez. Edición: Rodrigo Grande, Miguel Bou. Música: Martín Zero, Pedro Monzo. Elenco: Dante Mastropiero, Diego Alonso, Gregorio Barrios, Lucas Tresca, Fernando Tirri, Matías Apóstolo. Calificación: No disponible. Distribuidora: Cinetren. Duración: 103 minutos. Nuestra opinión: buena.
Historias de segundas oportunidades, de redenciones que no llegan, de salvaciones imposibles. El cine criminal, hacia fines de los 40 y comienzos de los años 50 estuvo plagado de narrativas de revancha o reinserción; personajes que salían de la cárcel y decidían abandonar el crimen en busca de una segunda oportunidad en una sociedad que a menudo les daba la espalda. El film noir clase B, aquel protagonizado por actores como Sterling Hayden o Dennis O’Keefe y dirigido por nombres en ascenso como Anthony Mann o André de Toth, diseñó la fortaleza de aquellas narrativas de venganza y desilusión, de tropiezo y predestinación. Pasiones de fuego (1948) de Mann, Ciudad en tinieblas (1954), de André de Toth, alguna sobre ajuste de cuentas como Una vida marcada (1948), de otro inmigrante como Robert Siodmak, marcaron la atmósfera callejera, el tono rústico de los personajes, la violencia impávida, la tragedia en ciernes.
El Nuevo Cine Argentino (NCA) recogió, junto con los ambientes del conurbano y la crisis de fines del siglo XX, aquella impronta económica para hacer un cine verdadero, que se impregnaba del realismo callejero de la posguerra italiana como inspiración, y de la tradición policial autóctona más estilizada –desde Carlos Hugo Christensen a Daniel Tinayre- como anclaje local, para también asumir esa herencia del noir barato de los 50. Miguel Bou encuentra en los espacios de Lugano y en la presencia escénica de las banditas callejeras un terreno fértil para su historia de crimen y tragedia. Y la filma en un acerado blanco y negro, con una composición rigurosa de los espacios, una presencia monstruosa de edificios y construcciones de cemento, que reviste al ambiente de un halo mítico, casi extraño al tiempo, donde sus criaturas caminan sin oportunidad de torcer su destino.
Marcelo (Dante Mastropiero) ha sido un ladrón de fuste en el barrio, y hoy se encuentra redimido por el estudio y la paternidad. Con el mate en la mano, cada noche estudia la lección para encontrar un nuevo lugar en la sociedad, y velar por su hijo Brian (Gregorio Barrios), asediado por la adrenalina juvenil y las malas juntas. El Negro (Diego Alonso) es el compañero de andanzas de Marcelo, padrino de Brian, todavía en el viejo oficio, con sus lealtades y sus mañas. Una gresca en la plaza enciende la mecha del desastre: lucha de clase a las piñas entre los pibes de la plaza y los rugbiers del club. Como las noticias nos anticipan, nada puede salir bien.
Bou honra su herencia con aquel cine del pasado: reaparecen actores emblemáticos de los coletazos del NCA como Diego Alonso o Dante Mastropiero, descubre presencias vitales como Gregorio Barrios o el trapero Fabrizio Vergara, filma el barrio con autoridad y conocimiento. Pero también alcanza una narrativa propia, todavía en formación pero con peso e iniciativa, concentrada en la dinámica febril del lugar, la sensación de urgencia que nutre al movimiento de los jóvenes, la cadencia de lo que se repite y nunca cambia. Cuando se desvía en detalles y exige actuaciones más histriónicas, algo melodramáticas, la historia se resiente y pierde el foco. Cuando, como ocurría con aquellos policiales austeros del Hollywood periférico, se concentra en el dilema moral de sus criaturas, en el devenir de una vida marcada, la película fluye. Vrutos conecta con su propio mundo y con la tradición que lo precede, es por ello una película que asume su linaje y nunca extravía su singularidad en la imitación.