La tarde del 22 de mayo de 1960, en San Carlos de Bariloche, el aire frío de la Patagonia olía simplemente a rutina. El lago Nahuel Huapi brillaba como un espejo perfecto, los trabajadores del muelle ajustaban nudos y maniobraban barcos, los navegantes iban y venían. Pero a las 15:11, el espejo se rompió. En Valdivia, Chile, la tierra se quebró en el terremoto más poderoso registrado en la historia -9,5 grados de magnitud-, y las ondas sísmicas cruzaron la cordillera como un latigazo invisible que transformó el lago en un monstruo de agua. Y no precisamente en el mítico Nahuelito.
Las tropas del Ejército realizaban una exhibición de gimnasia en “el Picadero”, junto al Centro Cívico, mientras gran parte de la comunidad disfrutaba del evento. Según reconstruyó el periodista Diego Llorente en un artículo para El Cordillerano, Andrés Kempel, un joven de poco más de 30 años, estaba trabajando en el muelle, maniobrando para varar tres veleros del Club Náutico Bariloche: el San Martín, el Arrayán y el Ñire. Gasista de profesión y remero destacado que había representado al Club Teutonia del Tigre en competencias internacionales, Andrés pasaba su domingo colaborando con el mantenimiento de las embarcaciones.
Por otro lado, Julio “Lulo” Frattini, de 36 años, mecánico automotor y bombero voluntario, también se encontraba en el muelle. Campeón argentino de esquí de fondo en los años 40, “Lulo” era el encargado del mantenimiento de La Cristina, una lancha de pasajeros equipada con motores Ford. Ese día, tras un paseo familiar interrumpido, decidió hacer una revisión de último momento en la embarcación.
De repente, el lago Nahuel Huapi pasó de la calma absoluta a una agitación aterradora. La superficie del agua retrocedió, como si fuera absorbida hacia las profundidades, y luego regresó en forma de una ola inmensa. Antonio Margarido, capitán del Club Náutico, gritó desesperadamente para que todos abandonaran el muelle, pero no hubo tiempo suficiente. Kempel, que estaba a bordo de un pequeño chinchorro, intentó salir del agua cuando Frattini le pidió ayuda desde La Cristina. Andrés accedió a rescatarlo, pero justo cuando “Lulo” subió al bote, la ola los alcanzó con toda su fuerza. Ambos fueron engullidos por el agua.
“Lo que pasó ese día fue un tsunami lacustre”, dice Gustavo Villarosa, investigador del CONICET y uno de los primeros científicos en estudiar el fenómeno. La idea de un tsunami en un lago suena extraña, pero Villarosa explica: “Los lagos son archivos de la historia geológica. El 22 de mayo, las ondas del terremoto provocaron un deslizamiento de sedimentos a 80 metros de profundidad. Esa masa desplazó el agua con una violencia que nadie imaginó”.
El concepto de “lagomoto”, como algunos lo llamaron, encierra el desconcierto de lo inesperado. Villarosa, que lleva varias décadas investigando la limnogeología —el estudio de los procesos geológicos en lagos—, aclara que no fue un hecho aislado: “Casi todos los grandes lagos patagónicos han registrado tsunamis. Las cuencas profundas, los sedimentos inestables y los sismos recurrentes son una combinación peligrosa”.
El panorama tras el impacto era desolador. El muelle de cemento quedó parcialmente destruido; maderas, escombros y restos de embarcaciones flotaban por toda la costa. La Cristina logró mantenerse a flote, pero otras lanchas, como la Sayhueque de Parques Nacionales, se hundieron por completo. De los tres veleros, solo dos sobrevivieron al embate.
Nello Garaniani, dueño de La Cristina, logró salvarse con algunos golpes, mientras que cientos de vecinos se acercaban a la costa para intentar rescatar lo que quedaba. Sin embargo, ni Andrés Kempel ni Julio Frattini reaparecieron con vida.
Miguel Ángel Rossi, cineasta, autor de la película Bajo Superficie, una investigación sobre el Nahuel Huapi y el mito del Nahuelito, cuenta que durante la investigación para su obra accedió “a mucha información de todo lo que ocurrió en el lago, entre ellas, varias cuestiones relacionadas al lagomoto”. “Es un caso muy presente en la ciudad, que marcó mucho a la sociedad: hay un silencio hacia afuera, pero hacia adentro, es un tema recurrente: todo el mundo sabe algo al respecto”, agrega.
Rossi señala que, al momento en que sucedió este fenómeno, Bariloche era una aldea de montaña, donde vivían alrededor de 20 mil personas: era un pueblo donde todos se conocían y el muelle era un lugar de reunión de domingo. “Lo que me contaron las personas que lo vivieron, es que sintieron un temblor grande y un ruido grande. Lo que vieron fue el agua que se retiraba de la costa, y volvió hacia la costa con una ola de hasta 5-6 metros. Otra persona vio una columna, como una nubosidad rara, y también escuchó un ruido extraño: el ruido de las aguas retirándose. También contaron que el impacto de la ola también generó un ruido muy grande”, añade.
El terremoto de Valdivia alteró el Pacífico, dejando su marca en Japón y Hawaii, pero también llegó a las profundidades del Nahuel Huapi. Poco después, la erupción del cordón Caulle cubrió de cenizas a Bariloche, completando un cuadro de devastación que hoy vive en la memoria de quienes rescataron desaparecidos, en los restos de madera dispersos por la costanera y en los archivos del lago, que guardan los vestigios de lo sucedido.
En un artículo publicado en 2013 por la revista Ciencia Hoy, Débora Beigt, Gustavo Villarosa, Valeria Outes, María Andrea Dzendoletas y Eduardo A. Gómez describen cómo se investigó la morfología del lecho del lago en las proximidades del puerto San Carlos, destruido y posteriormente reconstruido. También se analizaron los sedimentos en diversos sectores de la cuenca lacustre y los estratos que conforman el relleno sedimentario en la porción central del lago, frente a Bariloche. Según los autores, no se hallaron evidencias de reactivación de fallas en el lecho, pero sí pruebas de un gran deslizamiento ocurrido frente al puerto, a más de 70 metros de profundidad.
Por encima de estos depósitos se encontró una capa de material piroclástico proveniente de la erupción del complejo volcánico Puyehue-Cordón Caulle. Este hallazgo permitió establecer una relación temporal entre el deslizamiento de sedimentos y el sismo de ese año. Entonces, los investigadores concluyeron que el movimiento en masa frente al puerto fue producto de las ondas sísmicas generadas por el terremoto y estuvo directamente relacionado con el tsunami registrado en las costas de Bariloche. La movilización de grandes volúmenes de sedimentos en las profundidades habría desplazado una masa de agua suficiente para generar una ola que impactó severamente la costa.
“La geología es una disciplina bastante forense”, reflexiona Villarosa. “Intentamos entender el pasado para preparar el futuro”. Ese futuro, en la Patagonia, sigue siendo una interrogante. Aunque el Nahuel Huapi hoy esté en calma, su memoria de agua y sedimento recuerda que la naturaleza no tiene reloj, pero sí ciclos. Y los ciclos, como las olas, siempre pueden volver.