El cantautor Juan Luis Guerra pertenece a esa generación de gente que ha leído. Sí, libros. Nacido en junio de 1957, en República Dominicana, es de esa especie en vías de extinción que -visto desde la óptica de muchos que cursan el siglo XXI desde sus nacimientos- ha sufrido el arrebato de intermediar páginas escritas entre sus ojos y sus manos. Un día llegó a sus manos la novela más famosa de Julio Cortázar y de allí salió la inspiración para uno de los versos más llamativos de su canción más exitosa (o, al menos, una de las más exitosas).

Para 1990, Juan Luis Guerra era un músico en ascenso con cuatro discos publicados y un par de hits muy pegadizos que habían trascendido las fronteras de su país y se habían esparcido por casi toda la América hispanohablante. Ojalá que llueva café, título de su cuarto álbum de estudio, fue también el nombre de su canción (hasta entonces) más conocida. Allí Guerra daba cuenta de que había pulido un estilo, más trabajado como autor que como compositor. No porque su labor escribiendo música fuera mala sino porque, en ese aspecto, su personalidad musical todavía no había terminado de adquirir todos sus ingredientes.

“Ojalá que llueva café en el campo, que caiga un aguacero de yuca y té / Del cielo una jarrita de queso blanco, y al sur una montaña de berro y miel”. Todo lo que describe en frases como estas se puede ver y tocar. Y esta será, de aquí en adelante, una de las características que ha mostrado la inspiración compositiva del dominicano. Cuando más simples y, a la vez, llamativos sean sus ejemplos, más lejos llegarán sus melodías.

Comenzaba la última década del viejo siglo, pero no había un clima finisecular que rondara el estudio de grabación donde Juan Luis llevó las canciones que formarían la columna vertebral de su nueva producción. En realidad, había algo de esa cultura sonora que lo acompañaba desde el comienzo de su carrera discográfica y, al mismo tiempo, una nueva apertura que tuvo que ver con la bachata. Para mayor prueba está el título de la producción: Bachata rosa. Y además de que entre sus gemas figura el tema que dio título a la placa, también proveyó a esa grabación -la más popular y más vendida de toda su carrera- de la bachata como género y de canciones que golpearon fuerte apenas comenzaron a sonar en las radios. “La bilirrubina” y “Burbujas de amor” son los mejores ejemplos. Porque representan, junto a “Bachata rosa”, esos leitmotiv que llevaron frases que nadie olvida. “Me sube la bilirrubina, cuando te miro y no me miras” o “Ay, ay, ay, ay, amor, eres la rosa que me da calor, eres el sueño de mi soledad, un letargo de azul, un eclipse de mar”.

Todo esto muy en sintonía. Ese mismo año, al otro lado del océano Atlántico, Joaquín Sabina publicó el disco Mentiras piadosas, que incluyó el tema “Eclipse de mar”. Y también vale agregar que, ese mismo año, Juan Carlos Baglietto hizo en la Argentina una versión de aquella para su álbum Ayúdame a mirar.

Más allá de las coincidencias, Guerra ha tenido ya desde finales de los ochenta un lenguaje propio por el cual se lo identifica fácilmente. Para algunos ha sonado un tanto cursi, para otros, simplemente, muy romántico. Sus imágenes siempre están por encima o por delante de las metáforas. Lo que dice (en realidad, lo que canta) tiene más fuerza visual que semántica.

La interpretación que se ha dado de sus versos puede ir desde lo más naïve hasta lo más subido de tono, casi un triple X. Juan Luis Guerra lo sabe. Sabe que sus canciones se han topado con toda clase de públicos y que lo que se ha imaginado por lo que canta ha sido verdaderamente fantasioso. Pero nunca lo expresó de esa manera. El caso testigo de esta cuestión está en “Burbujas de amor”. Y si no es ésta su canción más famosa, seguramente lo sean las frases que allí pronuncia. “Quisiera ser un pez, para tocar mi nariz en tu pecera. Y hacer burbujas de amor, por donde quiera”. Por mucho menos otro cantautor hubiera sido condenado al ostracismo, pero a Juan Luis Guerra hasta el público más prejuicioso le ha dado el visto bueno.

“Quisiera ser un pez…”. Seguramente sea material de estudio ya que de la literalidad más profunda se podría pasar a un alto nivel de erotismo. Sin embargo, la intención del cantautor no tuvo que ver con esto. En absoluto. Hasta le ha causado gracia que, con el paso de los años, sus fans le dieran otra significación a lo que había escrito. Por esta frase en particular, la del pez y la pecera, más de una vez dijo que había surgido de un libro de Julio Cortázar.

Julio Cortázar publicó su libro Rayuela en 1963

La Maga y su pecera

Guerra fue en sus años de juventud un muchacho de estudios académicos, de ámbitos universitarios y aulas de conservatorios de música, tanto en su país como en los Estados Unidos. Quizá esto tenga que ver con su avidez por la lectura más variada, incluso por la literatura de Julio Cortázar. Con estos párrafos de Rayuela se topó una vez.

-Quién sabe —dijo la Maga—. A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio con la nariz.

Gregorovius pensó que en alguna parte Chestov había hablado de peceras con un tabique móvil que en un momento dado podía sacarse sin que el pez habituado al compartimiento se decidiera jamás a pasar al otro lado. Llegar hasta un punto del agua, girar, volverse, sin saber que ya no hay obstáculo, que bastaría seguir avanzando…

—Pero el amor también podría ser eso —dijo Gregorovius—. Qué maravilla estar admirando a los peces en su pecera y de golpe verlos pasar al aire libre, irse como palomas. Una esperanza idiota, claro. Todos retrocedemos por miedo de frotarnos la nariz contra algo desagradable. De la nariz como límite del mundo, tema de disertación.

Pero no será esta la línea que adopte Juan Luis Guerra. No hay disertación posible sino, simplemente, una canción romántica, lenta y percusiva, que el cantautor interpreta sobre la parte aguda de su registro. Jamás ha querido que sus versos apunten al erotismo, aunque fuera capaz de escribir “pasar la noche en vela, mojado en ti”. La conjugación que utiliza, el subjuntivo, especialmente, le da un toque más ingenuo de lo que se pueda suponer. Aunque cada quien ha podido interpretar lo que le ha dado la gana, cuando la canción se estrenó, hace casi treinta y cinco años. De lo que no hay duda es de la llegada que han tenido sus estrofas.

Juan Luis Guerra en una de las ediciones de los Latin Grammy, donde ha cosechado varios premios

Por toda su carrera como cantautor, arreglador y productor musical, Juan Luis Guerra tiene en su haber 30 millones de discos vendidos, dos premios Grammy, 27 Latin Grammy y fue varias veces homenajeado en entregas de premios, como los Broadcast Music, Inc. (BMI) dedicados especialmente a compositores y editores. A pesar de su bajo perfil, su música se terminó imponiendo y se ha convertido en uno de los más respetados artistas de la industria musical latina de las últimas cuatro décadas.