Pocas veces en su vida José María Muscari tuvo una platea tan ecléctica en una sala de teatro. Más de mil personas prolijamente distribuidas entre jóvenes, adultos mayores, padres con chicos y el público audaz, más característico del autor de Piel de chancho, Escoria y Sex. El motivo de la pluralidad era el estreno del homenaje a Mirtha Legrand, el cual presentaría por cuatro únicas funciones en la sala principal del Palacio Libertad para luego hacer una gala especial, en abril, con la presencia de la mismísima Chiqui. Y después sí, una temporada tradicional en el Teatro Regina, que tan bien conoce el mentado dramaturgo, director y actor. Hasta aquí lo formal, la previa, la antesala de lo que sería una noche que difícilmente todos los presentes vayan a olvidar, sobre todo los protagonistas.
Con una puntualidad inédita para la cultura teatral argentina, a las 20 horas se apagaron las luces y los músicos ingresaron al escenario. Segundos más tarde, al ritmo de la cortina musical con que Mirtha inicia su emblemático programa, las actrices tomaron sus ubicaciones emulando un desfile de moda de alta costura, luciendo los icónicos vestidos que la diva mostró en sus más de 55 años de almuerzos.
Las “Mirtha Legrand” que coparon la escena fueron Vanesa Butera, Julia Calvo, Victoria Carreras, Vera Frod, Andrea Ghidone, Natalia Lobo, Tiki Lovera, Belén Pasqualini, Anita Pauls, María Rojí, Dedé Romano y Heidy Viciedo, además de las bailarinas Romina Fos, Delfina García Escudero y Josefina Oriozabala. Y ubicadas en posición de guerra, el código Muscari desplegó su arte.
Mirtha, el mito no es una típica biografía apoyada sobre audiovisuales reales, tampoco una antología poética. Mucho menos una caracterización o una mímica. Es una obra performática que narra el devenir de una actriz que comenzó su carrera a los 14 años y que, tras inolvidables trabajos y la creación de un formato de televisión inédito, se convirtió a los 98 años en una leyenda viva del espectáculo nacional.
El universo onírico de Muscari basado en la Chiqui se recrea a través de canciones, imágenes, anécdotas, secuencias de películas y sus inolvidables latiguillos. Todo estéticamente cuidado, milimétricamente distribuido a lo largo del escenario y con una iluminación precisa, que le da turno a cada una de las 15 artistas para que construyan el relato. Canta una y el resto la mira. Habla otra y las demás la interrumpen al unísono, repitiendo la última palabra que dijo. Teatro fragmentado, tan típico como efectivo. Pero si algo caracteriza al autor es la falta de solemnidad y corrección política. Entonces, su esencia se hace visible: cuenta la vida de “la Legrand” sacada de Wikipedia, roza la tragedia que vivió durante la pandemia con la muerte de su hermana Goldy, recuerda a su hijo fallecido Daniel, a su hermano José y enumera su árbol genealógico cooptado por los Viale, tanto Juana como Nacho, de quien aclara que autorizó el libro de la presente obra. Muscari se deja supervisar pero lo expone. Y definitivamente, todo eso hace al show.
Uno de los puntos de inflexión es cuando Dedé Romano habla sobre La patota, donde recuerda lo que significó la presentación de una película, en 1960, que recreaba una violación. En ese cuadro, el resto comienza a correr de manera desesperada sobre el escenario por la angustia del relato. El sábado 1° de marzo, en la función debut, la actriz Natalia Lobo tropezó en ese momento con el vestido largo de una de sus colegas. Pero se levantó, siguió adelante y nada hizo presagiar lo que vendría.
Un traspié impensado
A los pocos minutos y luego de una confesión de partes, donde cada una cuenta cómo y cuándo conoció a Mirtha Legrand, todas las actrices se ubicaron de frente al público, y mientras Dedé cantaba algo de Pimpinela, detrás de ella Natalia Lobo se desplomó sobre el escenario, con un ruido que retumba en la inmensa sala. Claro que, como en una obra de Muscari todo puede suceder, nadie se sorprendió de la acción, hasta que unos segundos después las propias actrices reaccionaron y fueron a socorrerla. El director también salió eyectado de su butaca en la fila 6 al grito de “¡Natalia se desmayó, paren, paren!” y un silencio absoluto tomó el lugar.
Lobo fue asistida rápidamente por sus compañeras y por un médico que llegó al escenario en segundos. Tras recuperar la conciencia, caminó unos metros ayudada por el elenco y se volvió a acostar en el piso, donde fue nuevamente asistida por el profesional. Ante el estupor del público, Victoria Carreras llevó tranquilidad diciendo que la actriz estaba consciente y que la trasladarían a un hospital para realizar los chequeos correspondientes. Ya con el escenario vacío y el público inmóvil en sus lugares, Muscari tomó el micrófono para anunciar que la obra estaba suspendida, que la actriz había sufrido un esguince en su primera caída y que semejante dolor le hizo después bajar la presión hasta desmayarse. Resolvió rápidamente el tema de las entradas comentando que podían canjearlas para la función del martes 4 de marzo,m que aún no habían sido entregadas. Saludó, pidió disculpas por la suspensión del show y se retiró por el costado del escenario.
Consultado por LA NACION ya en la madrugada del domingo, José María Muscari contó las primeras novedades: que Natalia Lobo estaba fuera de peligro, que había sufrido la fractura de su muñeca, que la habían enyesado y que los médicos del Sanatorio Mater Dei estaban en ese momento decidiendo si la intervenían quirúrgicamente o no. Las funciones de Mirtha, el mito no se suspenden y se presentarán según lo pautado este domingo, lunes y martes a las 20 horas, con una readaptación para distribuir la letra de Lobo entre sus compañeras. “Fue una noche sumamente estresante y triste”, concluyó Muscari. Pero si alguien entiende eso de “el show debe continuar”, esa es Mirtha Legrand. Y en su honor, la misma lógica se aplica a su homenaje.