Thomas Friedman, acaso la pluma más prestigiosa y leída hoy de The New York Times, no pudo haberlo dicho mejor.

La emboscada obviamente premeditada del presidente Donald Trump y su vice, J. D. Vance, al líder ucraniano, Volodimir Zelensky, en el Salón Oval fue algo casi nunca visto en los 250 años de historia de los Estados Unidos. Que en una guerra a gran escala en Europa el presidente norteamericano se ponga claramente del lado del agresor, el dictador y el invasor, y en contra de los democráticos invadidos que combaten en nombre de la libertad”, escribió ayer.

Verdaderamente hubo que refregarse los ojos para dar crédito a lo que allí estaba sucediendo. El líder de la máxima superpotencia mundial reprendía en la Casa Blanca, junto a su vicepresidente, a los gritos, interrumpiéndolo y sin dejarlo responder, en vivo y ante las cámaras de los medios de todo el mundo, al exhausto presidente de un país que desde hace tres años está sometido a la más brutal agresión a un territorio soberano que hayamos conocido desde la Segunda Guerra Mundial.

La elocuencia de esas imágenes, tan dolorosas como indesmentibles, transmite varios mensajes paralizantes, difíciles de desconocer, que plantean una serie de interrogantes inquietantes de cara al futuro.

Escándalo inédito en la Casa Blanca – Subtitulado

¿Qué fue lo que realmente vimos en esa sala?

Lo primero e inexplicable que vimos fue a un hombre culpando al presidente de un país que es víctima de una guerra que no empezó, que tiene un veinte por ciento de su territorio ocupado por fuerzas invasoras y que solo pide ciertas garantías para sentarse a negociar la paz.

Vimos a un hombre responsabilizando a ese líder de estar jugando con la tercera guerra mundial, como si él fuera el invasor.

Vimos a un hombre carente de la más mínima compasión y sensibilidad hacia los más de 46.000 soldados ucranianos muertos y los 390.000 heridos y hacia las poblaciones civiles enteras masacradas en las calles y arrojadas en fosas comunes, como han dado testimonio los cientos de enviados de la prensa mundial en estos más de 36 meses de guerra.

Vimos a un hombre avalando a su vicepresidente hacer política barata, cuando este aprovechó la ocasión para mencionar a su antecesor, el expresidente Joe Biden, que, más allá de cuál haya sido su actuación cuando empezó el conflicto, también fue elegido democráticamente, como Trump, por el pueblo norteamericano.

El presidente estadounidense Donald Trump habla con los medios durante su reunión con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky

Vimos a alguien que hace pocos días calificó a su visitante de “dictador” y, poco después, cuando la prensa se lo recordó, respondió haciéndose el distraído: “¿Yo dije eso? Siguiente pregunta”.

Vimos a un anfitrión carente de la más mínima norma de urbanismo, aquella que dice que en su propia casa no se maltrata a un invitado, y menos aún ante una platea planetaria.

Vimos a un hombre arrogante, que rápidamente perdió la paciencia, levantándole el tono a un interlocutor que estaba en inferioridad de condiciones, con un lenguaje gestual que transmitía una sensación muy parecida a la violencia. Y que hasta se jactó al final: “¿Esto va a ser televisión? Genial”.

Vimos a alguien que nunca mencionó a Vladimir Putin.

Pero también vimos a otro hombre, vestido de fajina, perplejo, ronco y por momentos balbuceante, pero tranquilo, sin perder la calma, incluso explicándole –en un idioma que no es el nativo– a un provocador insólitamente allí presente que seguirá deambulando con ese atuendo por el planeta mientras dure el conflicto.

Vimos, en definitiva, y esto es lo más aterrador de todo, a un presidente que nos hizo sentir huérfanos y asustados a todos aquellos que siempre confiamos en los Estados Unidos como el ejemplo modélico de la defensa de los valores democráticos, republicanos, de instituciones liberales sólidas, que imparte justicia y hace respetar la ley tanto en su territorio como cuando cualquier tirano infringe las reglas de convivencia en algún lugar del planeta.

Lamentablemente, tras lo que vimos anteayer tal vez haya que terminar dándole la razón a Antonio Caño, el exdirector de El País, de España, cuando ayer tuiteó: “El mundo libre necesita un nuevo líder”.