El feriado de Carnaval es, para muchos, un simple descanso en la rutina. Sin embargo, detrás de estos días festivos hay una historia de transgresiones, prohibiciones y transformaciones culturales que se remonta a siglos atrás. En Buenos Aires, los festejos de Carnaval han sido escenario de disputas de poder, resistencias y momentos de liberación social.
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Ezequiel Adamovsky, doctor en Historia y escritor, retrata la evolución de estos festejos entre 1810 y 1910 en La fiesta de los negros. Una historia del antiguo carnaval de Buenos Aires y su legado en la cultura popular (Siglo XXI, $27.790). En su libro, explora cómo el Carnaval no solo fue una expresión de alegría popular, sino también un espacio clave en la construcción del sentido de pertenencia a un país que aún se estaba forjando.
A partir de documentos históricos, diarios de la época y relatos populares, el autor reconstruye un período en el que esta festividad permitió a los sectores más marginalizados -negros, mujeres, inmigrantes y clases populares- romper temporalmente con las rígidas jerarquías sociales de raza, clase y género. También analiza las tensiones que esta celebración generó entre las élites, que intentaron controlarla o erradicarla, y la persistencia de ciertos rasgos de aquellos carnavales en la cultura argentina actual.
Desde la prohibición “para siempre” impuesta por Juan Manuel de Rosas hasta las batallas de agua que incomodaban a la élite porteña, estos son algunos datos curiosos que revelan la riqueza de esta tradición:
¿Cuándo comenzó a celebrarse el Carnaval en Buenos Aires? En diálogo con LA NACION, Adamovsky cuenta: “No hay un registro preciso del inicio de los carnavales en Buenos Aires. Los primeros datos que hay son de finales de la década del siglo XVIII, cuando en documentos coloniales ya aparecían quejas por los ‘desbordes’ que generaban estas festividades. Aunque es probable que las celebraciones hayan comenzado antes, pero no hay forma de saberlo porque no hay registros oficiales”.
¿Cuánta gente asistía? El Carnaval de Buenos Aires era un evento de enorme convocatoria. Según estimaciones de diarios de la época, en 1881 participaron 150.000 personas, lo que representaba aproximadamente un tercio de la población porteña. Además de los locales, el festejo atraía a numerosos turistas. Adamovsky destaca que el Carnaval era un momento único de mezcla social: “Hay una palabra que para mí es clave para entender el Carnaval: la transgresión. Era un espacio donde se podían transgredir las fronteras de lo que el resto del año no estaba permitido y y entonces esa posibilidad era aprovechada por todos los sujetos subalternos. Las mujeres respecto de los varones, los pobres respecto de los ricos, los negros respecto de los blancos y los extranjeros respecto de los locales. Todos se mezclaban y desafiaban las normas de separación que regían el resto del año. Ese es, quizás, el aspecto más central del Carnaval y el atractivo que tenía”.
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La prohibición “para siempre” de Juan Manuel de Rosas. Cuando finalizaron los festejos del Carnaval de 1844, durante el cual se registraron desórdenes y hasta disparos con armas de fuego, Rosas, entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, emitió un decreto que abolía “para siempre” la fiesta. Esto fue acatado durante 10 años: “En los diarios de esa época no aparecen referencias de que haya habido festejo del Carnaval durante la prohibición, asi que evidentemente el decreto se respetó. Quizá en las orillas de la ciudad o en las periferias, la gente se tiraba agua, pero seguramente no en el centro de la ciudad. Esa prohibición del carnaval, que se suponía que era para siempre, duró hasta que cayó el rosismo”, explica Adamovsky.
Un expresidente encarcelado. Si bien la prohibición del Carnaval quedó sin efecto luego de la caída de Rosas, el tradicional juego de arrojar agua seguía estando prohibido por los desmanes que generaba. Sin embargo, la restricción era ampliamente ignorada, sobre todo por los jóvenes de las clases acomodadas, quienes encontraban en esta práctica una diversión irresistible. En 1885, la policía detuvo a un grupo de muchachos que lanzaban agua desde los balcones a los transeúntes. Entre ellos estaba Marcelo T. de Alvear, futuro presidente de la Argentina (1922-1928), quien pasó unas cuantas horas en el calabozo.
Juegos en las calles y en las casas. El Carnaval era la ocasión perfecta para darle rienda suelta a lo lúdico. En las calles, la gente se arrojaba todo tipo de cosas: agua, harina, frutas, huevos e incluso piedras. Pero la diversión no se limitaba al espacio público: durante los festejos, era común que se irrumpiera sin permiso en casas de conocidos para hacer este tipo de bromas. Incluso, a veces se arrastraba en grupo a alguien desde la calle hasta la bañera de una casa y se lo sumergía. Adamovsky hace hincapié en que el Carnaval otorgaba licencias para transgredir los límites sociales impuestos, de clase, raza y género: “Apenas después de la Revolución de Mayo ya hay referencias de que había negros, y especialmente mujeres negras, mojando a blancos. Los negros muy rápidamente en tiempos de la de la independencia empiezan a participar en el Carnaval y a jugar de igual a igual. En 1812 los diarios ya hacen referencia de esto, y va a ser una constante durante todos los años siguientes. Los diarios refieren especialmente a las mujeres negras que mojaban a los blancos. La distinción del género se puede deber a que les llamaba más la atención, los indignaba más, que fueran mujeres. O también puede ser que los varones negros se animaran menos por las consecuencias que podrían haber tenido. En cualquier caso, está claro que los negros estaban jugando de igual a igual en las calles con los blancos y con locales y extranjeros”.
Momento de liberación sexual. Las transgresiones del Carnaval también alcanzaban el plano amoroso y sexual. Según plantea Adamovsky, la festividad permitía relajar la “agobiante moral sexual” que regía durante el resto del año y facilitaba la formación de parejas interraciales: “En lo que tiene que ver con las clases bajas, no era algo nuevo ni algo que sucedía solo en Carnaval. En el Río de la Plata, las clases bajas se mestizaron desde bastante temprano, es decir, había parejas interraciales que no necesitaban del Carnaval para existir. Pero la posibilidad de que gente de condición más acomodada pudiera tener algún vínculo con gente de condición más baja o no blancos, se daba en el Carnaval. Muy posiblemente en otro contexto era más difícil. El Carnaval otorgaba ese clima de permisividad, permitía correr las fronteras de la decencia en esa época de grandes restricciones. Sobre todo para la gente de clase más altas, había un montón de reglas de etiqueta de cómo los varones y las mujeres debían comportarse, a quiénes se podían acercar, en qué contexto lo podían hacer. El Carnaval permitía desobedecer bastante esas reglas, esta oportunidad era muy aprovechada por las mujeres también, que usaban careta, algo que las hacía anónimas, y las animaba a avanzar sobre un varón, sea con intenciones reales o para tomarle el pelo, para burlarse”.