Casa Bunge, en Barrancas de Belgrano, es un edificio de principios del siglo XX con protección patrimonial y guiños a la arquitectura francesa. Si bien no hemos podido recabar el nombre del arquitecto, en los planos originales se menciona al abogado y militar Emilio Bunge, intendente de Buenos Aires entre 1894 y 1896, que asumimos fue quien lo mandó a construir.
Podríamos conjeturar, también, que el proyecto contó, al menos, con la revisión de su hermano Ernesto, el primer arquitecto en graduarse de la Universidad de Buenos Aires. Por lo pronto, la fachada nos arroja un dato certero: la construcción y la ingeniería estuvieron a cargo de Pablo y Roberto Pauwels.
En esta reliquia porteña de principios del siglo XX viven Carolina, Eugenia y Joaquina, tres vecinas que se enamoraron de su esencia histórica y se comprometieron a hacer valer su legado, volviendo más flexibles los espacios, pero conservando la esencia de la construcción original.
Carolina
Carolina Maciel dice que le apasiona abordar cada proyecto como si fuera el de su propia casa. Y finalmente le tocó a ella. Arquitecta independiente y fanática del costado proyectual de su profesión, se mudó a este departamento en 2023, junto con su marido y su hija pequeña. “Cuando lo visitamos, al instante empecé a imaginarme cómo sería nuestra vida acá: mentalmente ajustaba todo para que nuestra hija tuviera libertad de movimientos y ya nos veía disfrutando de las vistas al jardín interno. De inmediato supimos que era el lugar para nosotros”.
También, confiesa haberse obnubilado con la altura de los techos, que rozan los cuatro metros. Orgullosa de la obra terminada, Carolina suele citar a algunos clientes en su hogar –que es también su carta de presentación– para que puedan ser testigos directos de su trabajo.
Generé ambientes cómodos, prácticos y llenos de lugares de guardado, para poder vivir libremente la casa entre los tres, con la satisfacción de que exista orden en la casa.
Arq. Carolina Maciel, dueña de casa
Aunque cada uno de los tres miembros de la familia tiene espacio para su privacidad (en particular, la niña, con un cuarto soñado), la rutina común se concentra en el living- escritorio-comedor-cocina que Carolina articuló para que todas las actividades pudieran suceder a la par.
Por eso allí vemos desde su computadora de trabajo hasta los juguetes y libros de Delfina. Para terminar de hacer honor a la palabra “familia”, hay fotografías de su padre y cuadros de su hermano distribuidos entre las paredes y las estanterías. No falta calidez emotiva ni tampoco sensorial: la madera aparece en los dormitorios, en el living y en la cocina para hacer lo suyo.
Para optimizar y unificar usos, un mismo mueble resuelve el guardado bajo la TV y genera un escritorio para home office y videollamadas, que aprovechan el plus del jardín interior como fondo.
“Me fascinan las edificaciones antiguas porque tienen buena espacialidad gracias a sus techos altos, así como una gran nobleza de materiales y detalles: las molduras, los pisos, las carpinterías”.
Los dormitorios
El respaldo continuo no solo funciona como elemento decorativo, sino también como estante: tiene la profundidad suficiente para apoyar sobre él cuadros y fotos.
“El placard del cuarto de Delfi integra dos casitas: en una está su cama y, en la otra, una biblioteca removible, lista para ser readaptada si la familia crece. La idea fue diseñarle un refugio de escala acogedora, acorde con su edad”.
Para reforzar la intención de bajar la escala de este ambiente exclusivo para niños, una moldura y un cambio de color en la pared (azul grisáceo) marcan la altura de las “casas”. Los apliques de iluminación también se adaptan a la propuesta.
Eugenia
Al igual que el de Carolina, el departamento de la ceramista Eugenia Beccari –cofundadora de Curadoras, una marca de cerámica de autor– está en planta baja y da a un jardín interno. “El edificio tiene un pulmón propio que es glorioso e invalorable, dado que en Buenos Aires se los ocupa cada vez más. Son jardines no transitables, pensados ciento por ciento para las vistas de los inquilinos, además de un oasis en el tejido urbano, un ecosistema en su ley que atrae pájaros a la mañana y a la tarde”.
Eugenia se enamoró de cada detalle del lugar y procuró conservarlos: herrajes, aberturas, el piso, las molduras… ¡hasta de la grifería del baño! “Todo el diseño es atemporal”, asegura, pese a los más de cien años transcurridos desde la obra original. Otra perla que disfruta es la ventilación natural. “La construcción hace que la casa sea súper fresca; cambié la instalación eléctrica por seguridad, y en el ajuste dejé una preinstalación para los aires, pero no tuve que ponerlos aún porque hay mucha corriente y las paredes son muy gruesas, con lo cual no pasa el calor”. ¿En el invierno? Estufas.
El emprendimiento de Eugenia y su socia Vanessa inició con la venta de macetas y productos vinculados a la botánica; con el tiempo, viró hacia el diseño de vajilla, lámparas y otros “objetos atractivos”, según ella describe.
Aunque en su casa solo trabaja en cuestiones administrativas, su oficio se manifiesta en cada rincón: colores, adornos, el equipamiento de la cocina y el esfuerzo por cuidar detalles como las molduras originales afirman su militancia estética. “Busqué distintas referencias para configurar el interiorismo; elegí la paleta, la curvatura de los muebles de cocina y el equipamiento de cada espacio”.
Cuando conocí el departamento, me costó visualizar la reforma, pero sabía bien que este tipo de arquitectura tiene potencial, en particular, por la altura de los techos, que te hace sentir en una casa.
Eugenia Beccari, ceramista y dueña de casa
“Como ceramista, valoro mucho los oficios e hice lo imposible hasta conseguir un yesero que restaurara y replicara, en algunos sectores, las molduras originales, algo que implica muchísimo trabajo”.
El trabajo de Eugenia se hace notar en toda la casa. “Para las paredes de la cocina elegí un color rojizo que remitiera a la tierra, al barro de donde sale el material que moldeo a diario”.
“El baño fue un flechazo, y lo dejé como estaba: con su bañadera y sus azulejos turquesas, rematados por una cuarta caña del mismo color. Creo que tiene un diseño potente, a prueba del paso del tiempo”
Joaquina
La arquitecta Joaquina Echaide visitó 40 departamentos hasta dar con el que cumplía con sus requisitos: construcción antigua, ambientes amplios, techos altos y la seguridad de esta zona de Belgrano. Hizo la reforma de su casa junto a Darío Graschinsky, su socio en el estudio Darío y Joaquina, con quien comparte también docencia en la Universidad Torcuato Di Tella y la dirección de proyectos para Clusellas + Ades. Con dos cabezas que se retroalimentan teorizando sobre arquitectura, la cosa no podía salir mal: los espacios son prácticos, la circulación fluida y buena parte del equipamiento lleva la firma de colegas nacionales y extranjeros obsesionados con el diseño.
Me interesa la actualización de ciertos departamentos. Comparadas con las unidades a estrenar, de distribución ajustada, las de principios del siglo XX permiten reflexionar sobre nuevas formas de ocupación.
Arq. Joaquina Echaide, socia de Darío y Joaquina y dueña de casa
Joaquina vive entre Buenos Aires y Berlín, donde reside su pareja, arquitecto como ella. “Pasamos algunas temporadas juntos y otras separados; en ese sentido, el departamento demostró ser muy cómodo: funciona bien para uno, para dos y también para recibir amigos”, dice, fascinada con las posibilidades de ocupación que le encontraron, junto a su socio, a esta planta anteriormente compartimentada, pero que cuenta con luz natural y ventilación en todos los ambientes.
“El departamento tenía un solo baño, grande, que reconfiguramos para sumar un toilette”, agrega, en referencia a esta operación que también eleva el valor de mercado de la propiedad. Además de los cambios en los baños, la propuesta se enfocó en integrar el living, la cocina y el comedor en un mismo eje lineal. Lograron, así, que un espacio antes destinado al servicio se apropiara del centro de la planta y quedara siempre a la vista.
“En nuestros proyectos nos inclinamos por ambientes despojados compuestos por materiales clásicos, que ‘despertamos’ con muebles y objetos de colores”.
“Con mi socio, desarrollamos el proyecto ‘en una patada’: lo cerramos en la segunda visita. Estaba claro que debíamos unificar todos los ambientes donde se producen encuentros sociales”.
“La posición de la cocina se mantuvo respecto de la distribución original, pero abrimos y agrandamos el espacio para otorgarle una forma de uso más abierta y desprejuiciada”.
“Queríamos hacer una isla de acero inoxidable, fuera de lo convencional. Con un tándem de dos muebles de guardado, logramos liberarla de electrodomésticos, utensilios y demases, para darle el protagonismo que buscábamos”.
“La ochava fue una de las partes que más nos interesó del departamento. Armamos en ella un espacio versátil que oscila entre comedor y oficina, con una mesa triangular que se alinea con la geometría de la esquina y la realza”.
“En el dormitorio no hicimos grandes cambios, pero el baño lo reformamos a nuevo. Ahí buscamos acercarnos a la paleta original del edificio, por eso los clásicos azulejos blancos y los pisos de mosaico calcáreo, un material que se lleva bien con el tiempo”.