Es el primer monumento patrio, lo hizo un albañil paraguayo con adobe y nadie lo conoce: permanece oculto en el lugar menos pensado. Dentro de otro monumento.

El pequeño pedestal, como si fuera un mojón de barro que endureció como la roca, fue idolatrado por los criollos de Mayo, símbolo de la revolución de 1810 que liberó la Ciudad de la metrópolis española.

Pero la pequeña pirámide de barro cocido al sol, después de algunas décadas, desapareció para siempre.

Cuando no había pasado un año de la Revolución de Mayo, el mismo Cabildo que destituyó al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros decidió homenajear a los patriotas revolucionarios con la construcción de la primera Pirámide de Mayo. Corría abril de 1811 y faltaba un mes para el primer aniversario de la Revolución, de modo que había que actuar con rapidez.

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Litografía de César Bacle de la Recova y la Plaza de la Victoria. 1835. Se ve la primera Pirámide de Mayo, la que fue instalada en 1811, modificada en 1856 y trasladada al centro de la plaza unificada, mucho más tarde, en 1912.

Fue un alarife, una especie de oficial albañil con conocimientos de maestro mayor de obras quien comenzó a levantar la Pirámide, era en realidad un pequeño obelisco. El constructor se llamaba Pedro Vicente Cañete y cumplió con su trabajo rápidamente, empleando los materiales que se usaban en la época para la edificaciones más fuertes, arcilla, arena, paja y agua: es decir adobe. Y es que el Cabildo le había solicitado al albañil de origen paraguayo Cañete que la pieza fuera sólida y que las inscripciones aludieran únicamente a las glorias de 1810.

Y así fue: el adobe secado al sol endureció como la piedra.

No quedan muchos registros de cómo era la primitiva Pirámide de Mayo de adobe y tampoco han quedado fotos, porque no existían en la época. Pero sí hay una litografía de César Bacle de la Recova, de 1835, y por lo que se ve es muy similar a la actual Pirámide, pero más pequeña.

Aquel monolito de barro sigue en pie y permanece intacto. Pero en otro lugar y a la vista de nadie.

Y es que todo transcurrió sin sobresaltos para el monolito de adobe durante largos 45 años hasta que, en 1856, el artista Prilidiano Pueyrredón hizo una nueva Pirámide de Mayo pero esta vez de una roca sedimentaria llamada piedra arenisca. Era el doble de grande. Tenía 18 metros de altura.

Y el nuevo monumento se fagocitó, por decirlo así, a la Pirámide de barro del albañil paraguayo Cañete.

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Después de varios idas y vueltas se resolvió que la Pirámide de Mayo iba a quedar adentro del nuevo monumento, por lo que hubo que contemplar para este una altura mayor.

Los historiadores afirman que en el interior de la actual pirámide está el original obelisco de adobe. Se sumó además a la pieza original una estatua de la Libertad de casi cuatro metros de altura realizada por el escultor francés Joseph Dubourdieu, junto con los escudos labrados de las siete provincias que integraban el territorio argentino de la época: Buenos Aires, Córdoba, Cuyo, Jujuy, La Rioja, Salta y Tucumán.

También estaban proyectadas las representaciones de la industria, el comercio, las ciencias y las artes en cada una de las esquinas de la pirámide, pero debieron esperar largos años para finalmente unirse al monumento.

La Pirámide tiene una estatua de la libertad, escudos de provincias y otras representaciones

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La nueva pirámide no fue la última en homenajear a los patriotas de Mayo. Para el primer Centenario de la Revolución se proyectó otro monumento todavía más grande que incluyera en su interior, en una cripta, a la actual Pirámide de Mayo de 1856, que a la vez ya cobijada a la Pirámide de Mayo de adobe de 1811. Como una mamushka.

Se iba a llamar Monumento a la Independencia Argentina, pero finalmente no se realizó.

Sn embargo, los cambios en el monumento a los patriotas de Mayo continuaron porque en 1912 la Pirámide fue movida al centro de la plaza, su ubicación actual, tal como mandó la Ley 6826.

La

Fue un trabajo de ingeniería cinético inédito en el país: se montaron unos rieles para que, con una zorra, el monolito pudiera transitar lentamente por las vías unos 63 metros, más algunos centímetros, hacia el lado del río, donde se emplazaría el nuevo monumento que jamás se realizó. Fue el 12 de noviembre de 1912 y los diarios de la época cubrieron el evento como un gran acontecimiento de Estado. Hablaron de “traslación”.

“Las plazas y parques de la Ciudad son un museo a cielo abierto: cada escultura y cada monumento es testimonio de nuestra identidad, de nuestra historia y de la enorme riqueza cultural que nos distingue. Por eso trabajamos para cuidarlos y preservarlos”, dijo el Jefe de Gobierno, Jorge Macri, cuando comenzó la remodelación y ampliación del predio donde funciona Monumento y Obras de Arte (MOA), el taller del gobierno porteño encargado de la preservación de las esculturas y monumentos de la Ciudad, como la Pirámide de Mayo.

La ubicación original de la Pirámide de Mayo antes de su traslado

Al MOA se lo conoce popularmente como el “hospital de las estatuas”, se encuentra en la calle Adolfo Berro 3880, en Plaza Sicilia, dentro del Parque Tres de Febrero, y puede recibir visitas de los vecinos, si bien durante el verano permanece cerrado por refacciones edilicias.

De acuerdo con el historiador Daniel Balmaceda, en el pedestal de la nueva Pirámide de Mayo, la que “se comió” al monolito de albañil Cañete, se alojó una caja de estaño con monedas y billetes, tarjetas de los funcionarios que participaron de la “traslación” y una crónica de la acalorada discusión de 1883, impulsada por el intendente Alvear, para demolerla.

Como más tarde quisieron hacer con el Obelisco porteño, en ninguno de los dos casos tuvieron éxito.