Josef Mengele falleció en Brasil en febrero de 1979

Fue un monstruo. Debió morir en octubre de 1946, colgado en la horca contigua al Palacio de Justicia de Núremberg, junto al resto de la jerarquía nazi, que lejos de quitarse la vida, como Adolf Hitler, Joseph Goebbels o Heinrich Himmler, aspiraban a ser tratados de igual a igual por los militares aliados y no como lo que eran, criminales de una guerra desdichada que había llegado a su fin.

Pero cuando terminaron los juicios de Núremberg, nadie sabía quién era Josef Mengele y cuál era la naturaleza de sus crímenes. Nadie conocía su responsabilidad en los más sangrientos experimentos, que se suponían científicos, que el entonces joven médico alemán había llevado adelante en el campo de concentración de Auschwitz con seres humanos como cobayos, experiencias que incluían amputaciones, infecciones de heridas provocadas para saber cómo paliar las heridas de los soldados alemanes en el frente, congelamiento de miembros o de cuerpos enteros, inyecciones de ácidos, nafta o insecticidas en las venas de aquellos espectros humanos que morían en medio de horribles padecimientos. Nadie conocía a Mengele.

Cuando fue conocido, ya era tarde. Había huido de Alemania después de estar prisionero de los aliados con otro nombre, recorrió el camino de muchos nazis que llegaron a la Argentina, un testimonio dice que conoció a Perón cuando experimentaba cómo mejorar el ganado mediante la manipulación genética para obtener gemelos, los gemelos, pero humanos, habían sido su obsesión en Auschwitz; terminó por huir del país cuando el Mossad apresó en mayo de 1960 a Adolf Eichmann, y obtuvo refugio en Brasil. Nunca tuvo paz. La halló en una inmerecida muerte piadosa.

En 1959 Alemania pidió la extradición desde Argentina de Josef Mengele, quien se había refugiado en el país como otros nazis

El miércoles 7 de febrero de 1979, un cabo de la policía militar del estado de Sao Paulo, Espedito Días Romao, que entonces tenía treinta años, llegó cerca del atardecer a la playa de Bertioga porque un llamado telefónico había alertado a las autoridades: había un cuerpo en la arena. Días Romao diría después que vio alrededor del cadáver una pequeña aglomeración y un hombre tumbado. Su informe diría luego que las apariencias indicaban que lo habían sacado del mar ya sin vida. Era un hombre blanco, con bigotes, que no presentaba signos de haberse ahogado, signos característicos como vómitos o agua lanzada por la boca. Pensó, y acertó, que se trataba de un caso de muerte súbita que había ocurrido en el agua: infarto tal vez, o accidente cerebro vascular.

Días Romao identificó al muerto por su documento de extranjero. Era un austríaco llamado Wolfgang Gerhard, viudo, de cincuenta y cuatro años, técnico mecánico, que vivía en el barrio de Nuevo Brooklin, en Sao Paulo. Había además, testigos que narraron lo que había sucedido, entre ellos, dos amigos de la víctima. Los amigos del muerto también eran austríacos, Wolfram y Liselotte Bossert, que compartían una casa de verano a cuatro manzanas de la playa. Habían visto a Wolgfang meterse al agua, mar y playa estaban casi desiertas, vieron al nadador vacilar, como fulminado por un rayo. Creyeron que había muerto ahogado después de que sus amigos y algunos vecinos lo sacaron de las olas.

El cadáver de Gerhard fue llevado al Instituto Médico Legal. La causa real de la muerte jamás fue divulgada. Al día siguiente, el cuerpo fue enterrado en el cementerio del Rosario. Sus amigos, Wolfram y Liselotte Bossert, acompañaron el último viaje de Gerhard: la pareja sabía que Gerhard no era Gerhard: era Josef Mengele, el criminal de guerra más buscado en todo el mundo, que se había mantenido prófugo y oculto durante treinta y cuatro años, protegido, tal vez hasta mimado, por las autoridades de los países donde había vivido en su largo escape: Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil. Los Bossert sabían que Gerhard no era Gerhard, que no tenía cincuenta y cuatro años, sino sesenta y ocho y que era el “Ángel de la Muerte” de Auschwitz. Lo sabían todo y callaron.

Tan solo en una noche, Josef Mengele (el segundo desde la izquierda) mató con sus manos a 14 gemelos con una inyección de cloroformo que les aplicó en el corazón

Josef Mengele nació en Gunzburgo, Baviera, el 16 de marzo de 1911. Estudió filosofía y medicina en la Universidad de Múnich en 1930, en pleno auge del nazismo y en la ciudad en la que en nazismo había nacido. A los veinticuatro años era doctor en antropología y en enero de 1937 egresó del Instituto de Biología Hereditaria e Higiene Racial de Frankfurt. Tuvo un mentor, Otmar von Verschuer, que lo interesó en la genética de los gemelos. Ese fue el año en el que se afilió al partido nazi y a las SS. Se casó el 28 de octubre de 1939 con Irene Schönbein, tuvieron un hijo, Rolf, que nació en 1944, cuando ya el Reich se hundía en sus propias cenizas.

Fue un SS meritorio y convencido. En 1940, en plena guerra, fue voluntario del servicio médico y, luego, destinado a Ucrania, en 1941, después de la invasión alemana a la URSS. Allí ganó dos cruces de hierro, de segunda y primera clase, hasta que fue herido a la vera del río Don en el verano de 1942. Sin poder volver a combatir, regresó a Berlín para trabajar en la Oficina de Raza y Reasentamiento, uno de los organismos encargados de deportar a los judíos alemanes y del resto de Europa a los campos de la muerte, y volvió a unirse a su mentor en el departamento de Antropología, Genética Humana y Eugenesia del prestigioso instituto Kaiser Wilhelm.

Cuando se abrió Auschwitz, Mengele fue admitido de inmediato como coronel médico de las SS. También de inmediato, se ganó el apodo de “El Ángel de la muerte”. Se reveló como un hombre feroz, brutal, sádico, cruel, inhumano, rasgos de una personalidad que hasta entonces había estado embozada. Era un fanático de la genética, estaba obsesionado por la de los gemelos y reinaba en parte sobre el gran playón de Auschwitz adonde llegaban los trenes cargados de judíos deportados de los países dominados por el nazismo. Allí seleccionaba a quienes iban a ser gaseados de inmediato, mujeres, embarazadas, ancianos y niños menores de trece años, excepto a los que elegía para sus espantosos experimentos médicos. Su interés por los gemelos pretendía demostrar la supremacía de la herencia genética sobre el entorno, para reforzar la idea nazi sobre la superioridad de la raza aria. También veía una posibilidad de generar más soldados a futuro para el Reich de Hitler.

Josef Mengele huyó de la Argentina cuando el servicio secreto israelí, Mossad, capturó en Buenos Aires a otro de los jerarcas nazis: Adolf Eichmann

En una ocasión, Mengele acabó con una epidemia de tifus en Auschwitz de manera drástica: envió a las cámaras de gas a mil seiscientos prisioneros de la etnia gitana, hombres, mujeres y adolescentes, para recién entonces ordenar la desinfección del barracón donde vivían. Hizo lo mismo con otro brote de escarlatina y con otras enfermedades infecciosas. No siempre acabó con el tifus: inyectó la bacteria, transmitida por las pulgas, a un solo hermano de varias parejas de gemelos. Después realizaba transfusiones de sangre de uno a otro. Por lo general, los chicos morían de tifus. Si, en cambio, moría uno solo, Mengele asesinaba al otro para llevar adelante estudios comparativos post mortem. Uno de los testigos de aquellos experimentos, un judío húngaro llamado Miklós Nyiszli, reveló que sólo en una noche, Mengele mató personalmente a catorce gemelos con una inyección de cloroformo directa a corazón.

Llegó a inyectar diferentes productos químicos en los ojos de sus prisioneros, en un intento de cambiar el color natural y llevarlos a un “azul ario”, un rasgo genético que adjudicaba a una raza superior. Los tribunales aliados lo juzgaron en ausencia, nunca lo apresaron, y en uno de esos juicios, Vexler Jancu, un médico judío, ex prisionero en Auschwitz, reveló lo que vio en el gabinete de Mengele: “Vi una mesa de madera. Sobre ella había muestras de ojos. Eran de color amarillo pálido, hasta el azul claro, verdes y violeta. Los ojos estaban pinchados como si fuesen mariposas. Creí que yo había muerto y que ya estaba en el infierno”.

Mengele también llevó adelante terribles experimentos masivos de esterilización en hombres y mujeres, su biógrafo, Gerald Astor, afirmó en “Mengele – El último nazi”, que el médico había arrojado a chicos vivos a los hornos crematorios vecinos a las cámaras de gas. El director de la Oficina de Investigaciones Especiales del Departamento de Justicia de Estados Unidos, Eli Rosembaum, trató de internarse en el alma, o lo que fuese, de Mengele: “Fuimos completamente sobrepasados por su monstruosidad. Lo más importante es ver que su mente operaba como la de un científico que se concentraba en sus estudios y experimentaba mientras dejaba de lado sus sentimientos. No creo que Mengele tuviera remordimientos por lo que hacía. Pienso que en su mente de científico, justificaba todo lo que hacía”. El hijo de Mengele, Rolf, que visitó a su padre en Brasil en 1977, dos años antes de la muerte, dijo haber preguntado a su padre sobre los campos de exterminio nazi. Y que Mengele le respondió que él no había inventado Auschwitz: “No admitió haber hecho algo mal. No mostró culpa, ni arrepentimiento. Dijo que había cumplido órdenes”.

Josef Mengele fue uno de los oficiales nazis más buscados

Cuando los soviéticos avanzaban por Polonia y los nazis decidieron desmantelar sus campos de la muerte para borrar las huellas de sus crímenes, un imposible, Mengele y otros médicos de Auschwitz fueron destinados al campo de Gross Rosen, en la Baja Silesia, que hoy es Rogoznica, Polonia. Los rusos liberaron Auschwitz el 27 de enero y el 18 de febrero Mengele inició el que sería su largo escape. No llegó muy lejos. Cayó prisionero de los americanos que lo registraron con su verdadero nombre, apellido y grado. Nadie lo conocía, era un SS más. Su nombre no estaba entre los SS buscados y no tenía el tatuaje ritual bajo la axila, con su número de identificación y su grupo sanguíneo. Fue liberado en julio y logró adueñarse de un documento con un nombre falso: Fritz Ullman, que cambió después por Fritz Hollman.

Mengele vivió en Alemania los cuatro años que siguieron al fin de la guerra. Muchos de sus vecinos sabían quién era, aunque no conocieran las atrocidades que había cometido. Callaron. Sólo cuando los nuevos juicios de Núremberg contra criminales de guerra dieron a conocer su nombre, se sintió en peligro. Dejó Alemania el 17 de abril de 1949 hacia un país que aparecía como un paraíso para los nazis fugados: Argentina. El camino de Mengele a Buenos Aires fue el mismo que siguió en su fuga Adolf Eichmann, bendecidos ambos, entre muchos otros, por el obispo Alois Hudal, muy cercano entonces al secretario del papa Pío XII, el cardenal Giovanni Montini, que sería luego el papa Paulo VI. Mengele obtuvo de Italia una “Carta d’Identitá”, la número 114 con el nombre, de Helmut Gregor. Eichmann tenía la suya con el nombre de Riccardo Klement, con el número 131. La mujer de Mengele no quiso seguirlo: la pareja se divorció en 1954.

Mengele abordó el buque inglés “North King” rumbo a Buenos Aires, el 25 de mayo de 1949. Llegó casi un mes después, el 22 de junio, y se hospedó en una pensión de la calle Paraguay, en el barrio de Palermo. Protegido por la comunidad nazi que había tendido en el país una amplia red de espionaje, vivió en Florida, provincia de Buenos Aires, en la casa de Gerhard Malbranc, gerente del Banco Alemán Transatlántico.

Para escapar de Europa y llegar a Argentina Josef Mengele, consiguió documentación italiana a nombre de Helmut Gregor

Según publicó el escritor Uki Goñi en el libro “La auténtica Odessa”, el gran periodista argentino Tomás Eloy Martínez, que reporteó y conoció a Perón en profundidad durante su exilio en España, le contó un hecho que el General le había revelado. Perón le había contado que en los años 50, visitaba la quinta de Olivos “un alemán experto en genética” que un día había ido a despedirse del presidente porque un hacendado paraguayo le iba a pagar muy bien para que el, Gregor, mejorara su ganado. “Me mostró – le dijo Martínez a Goñi que le había dicho Perón- las fotos de un establo que tenía cerca del Tigre, donde todas las vacas le parían mellizos”. Cuando Tomás Eloy quiso saber quién era aquel experto alemán, Perón le dijo: “Era uno de esos bávaros bien plantados, cultos, orgullosos de su tierra. Si no me equivoco, se llamaba Gregor”.

Recién en 1985, seis años después de la muerte de Mengele en la playa de Bertioga, cuando se supo que el austríaco muerto, Wolfgang Gerhard, era en realidad Helmut Gregor, que era en verdad Josef Mengele, Tomás Eloy Martínez descubrió que Perón le había dado una pista imposible de seguir. Aún hoy es difícil creer que Perón no supiera en realidad quién era el misterioso doctor Gregor.

Mengele se supo muy seguro en Buenos Aires. En 1956, ya derrocado Perón, empezó a usar su verdadero nombre, según reveló uno de sus amigos, el titular de la empresa Orbis Robert Mertig. Por orden de un juez, la Policía Federal le extendió a Mengele una cédula de identidad a su nombre, el verdadero, número 3.940.484. El criminal de guerra se convirtió en un hombre de negocios: fabricó juguetes, fundó un laboratorio y fue socio de la empresa Fadrofarm (Fábrica de Drogas Farmacéuticas). Por las dudas, también tendió sus rutas para un eventual escape a Paraguay y a Brasil. Y también a Uruguay.

El 25 de julio de 1958, Mengele se presentó ante un juez de Nueva Helvecia, Uruguay. No era para responder por sus crímenes de guerra, sino para casarse con Martha Will, que era su cuñada, viuda de su hermano menor Karl Mengele. Los casó el juez Pedro Szacelaya. En el acta, manuscrita, que habla del hijo que había tenido con su primera mujer, el nombre de Mengele fue escrito como Josef. Está tachado y pasado al español José. La primera mujer de Mengele, que no había querido seguirlo en su fuga, también había mentido a los aliados cuando fueron a preguntar por Mengele: les dijo que su marido había muerto en la guerra.

Aquel mundo seguro se vino abajo porque Mengele cometió un error de arrogancia: había viajado a Alemania con su identidad falsa, aunque legítima, para visitar su pueblo y la empresa de maquinarias de su padre. En su pueblo todos lo conocían, y ya era un criminal buscado por sus atrocidades, pero nadie dijo nada. Lo denunció un ex prisionero de Auschwitz. En 1959, Alemania pidió a la Argentina la extradición de uno de los hombres más buscados en el mundo. El otro era Eichmann, que también vivía en la Argentina. Mengele volvió a huir. Esta vez a Paraguay. Vendió sus acciones de Fadrofarm, en apariencia rompió con su mujer, ambos vivían en Olivos en la calle Virrey Vértiz 970, y se esfumó de Buenos Aires. Volvía en ocasiones, pero siempre con extremas medidas de seguridad.

Cuando el 11 de mayo de 1960, un comando del Mossad secuestró a Eichmann a metros de su casa de la calle Garibaldi, en San Fernando, Mengele supo que no podía ya más pisar la Argentina. Los israelíes que durante once días mantuvieron cautivo a Eichmann en un sitio nunca revelado, sabían que Mengele vivía en Buenos Aires. La idea de parte del grupo de agentes era la de cazar también a Mengele, una hipótesis que despertó algún conflicto entre los miembros del Mossad.

Josef Mengele (primero desde la izquierda) hizo crueles experimentos con seres humanos como cobayos

Eichmann dijo que no conocía a Mengele. No era verdad. Y los israelíes no le creyeron. Era difícil de creer. En su libro “Eichmann en la Argentina”, el escritor Álvaro Abos dice que ambos, Eichmann y Mengele, se reunían con alguna frecuencia en el restaurante ABC de la calle Lavalle, que entonces tenía profundas reminiscencias bávaras. Eso sí lo sabía toda la comunidad nazi y hasta el entonces embajador alemán en Buenos Aires. Cuando los agentes del Mossad le insistieron para que revelara el paradero de Mengele, Eichmann aceptó dar un dato a cambio de que el accionar de los comandos israelíes no afectara a su familia, algo que no estaba en los planes de sus captores. Eichmann dio la dirección de la pensión Jurmann, en la calle 5 de Julio 1045, de Vicente López, donde Mengele había vivido pero hacía varios años. Por fin, el comando del Mossad partió de Argentina sólo con Eichmann, en el primer avión de la empresa aérea El Al que había llegado al país con la delegación israelí que participó de los festejos del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo.

Mengele se refugió en Paraguay y con una nueva identidad: ahora era Peter Hochbicheler. Después, viajó a Brasil y adoptó la identidad de Wolfgang Gerhard, un simpatizante nazi que había viajado a Alemania para un tratamiento médico y allí había sido asesinado a golpes. Los documentos de Gerhard hacían a Mengele catorce años menor, austríaco, viudo y técnico mecánico. Contó con Wolfram y Liselotte Bossert como aliados y amigos de toda confianza, que conocían su verdadera identidad y estaban dispuestos a mantener el secreto. La familia Mengele siempre supo dónde estaba y bajo cuál identidad. De allí la visita que le hizo su hijo Rolf en 1977.

El sádico médico de Auschwitz no conoció la paz. Con su salud debilitada, hipertensión, una afección seria en el oído que le producía vértigo y un doloroso reumatismo, vivió desde 1960 con el temor de ser otro Eichmann y caer en manos israelíes: dormía con una pistola Walther, cargada, debajo de la almohada. En uno de los pocos momentos de sosiego, fue con sus amigos Bossert a nadar a la playa de Bertioga la tarde del 7 de febrero de hace cuarenta y seis años.

Seis años después de su muerte, el 31 de mayo de 1985 y gracias a una pista anónima que llegó a la Fiscalía de Alemania Occidental, la policía alemana registró la casa de Hans Sedlmeier, amigo de toda la vida de Mengele y jefe de ventas de la empresa familiar. Encontraron, entre otras cosas, una agenda con direcciones cifradas, copias de cartas de Mengele y una carta en especial, de los Bossert, que le informaba a Sedlmeier de la muerte del monstruo de Auschwitz. La policía alemana contactó a la brasileña, los policías paulistas localizaron a los Bossert y los Bossert revelaron que Gerhard, que había sido Gregor, era Mengele.

Rolf Mengele, hijo de Josef, habló con su padre en Brasil en 1977 y explicó que el nazi: “No admitió haber hecho algo mal. No mostró culpa, ni arrepentimiento. Dijo que había cumplido órdenes”.

Los restos del criminal de guerra fueron exhumados el 6 de junio de ese año. Por su dentadura, Mengele tenía un notorio diastema en los incisivos centrales, supieron que era él. Cuatro días después, Rolf Mengele confirmó que el cadáver hallado era el de su padre, que su familia lo sabía, pero que habían guardado el secreto para no comprometer a quienes lo habían ayudado tanto: hablaba de Wolfram y Liselotte Bossert.

Liselotte fue procesada en 1985 por fraude documental: el día de la muerte de Mengele, había presentado un DNI falso con el falso nombre de Mengele, Wolfgang Gerhardt. Wolfram Bossert no fue procesado. Fue identificado como un ex oficial del ejército nazi, que vivía en Brasil desde 1950.

Un examen genético ratificó, en 1992, la identidad de los restos: eran de Mengele. Su familia no quiso repatriarlos a Alemania. Sus huesos fueron exhibidos al público brasileño. Permanecen almacenados en el Instituto Médico Legal de Sao Paulo. Los estudian los alumnos de medicina forense.