En esta época en la que despojarse de lo (aparentemente) superfluo es signo de bienestar y sabiduría, Sarah Ord no se disculpa por la profusión de colores, tramas y accesorios de su nuevo hogar en las afueras de Ciudad del Cabo. A decir verdad, no tan nuevo, ya que aquí había vivido su madre durante años, y mudarse les dio a Sarah y su marido un espacio generoso y familiar para que sus hijos pudieran crecer con el desahogo de un jardín.
Buscadora de tesoros
Una de las pasiones de Ord es rastrillar en internet los remates de muebles y objetos para sumar a su vasta colección: en cada rincón hay una auténtica vidriera de esas compras, que ella rememora al detalle y con emoción porque cada oferta representó una conquista.
“La gente no tiene idea de lo que se desprende. Si hay algo que me fascina es restaurar esas cosas que muchos solo ven como ‘viejas’ y ubicarlas en un contexto nuevo: brillan como joyas”. Para poner todo eso en contexto, abreva en una fuente sagrada: el legado del diseñador de interiores John Fowler, que volvió a poner en primera plana la casa de campo inglesa señorial, esas que vemos en tantas películas de época recreando la vida aristocrática lejos de la ciudad.
Sarah está convencida de que esa tradición puede convivir con lo contemporáneo, si se hace bien. Lo que en su experiencia significa hacerlo con amor y con alegría.
Adicta al color
“Una vez que empiezo a pintar, no puedo parar -se ríe de sí misma la diseñadora-El blanco me deja fría. No me dice nada”.
El vajillero que se ve a la entrada fue pintado con un sobrante de pintura roja que alguna vez se usó en la puerta de entrada (ahora azul) y combinado con una lámpara de mesa de su mamá que renovó con una pantalla hecha un clásico género nigeriano.
La vieja otomana que usan como mesa baja se convirtió en el polo magnético del estar después de que la tapizaron con una alfombra tejida en fibras de plástico.
Aportar contexto
Con un marido dedicado a la hotelería, fueron muchos los años que la pareja vivió en el extranjero, desde París y Londres pasando por Maldivas. Cuando se instalaron acá, se prometieron no dejar nada en un depósito, lo que significó un importante trabajo de logística para que todo lo que representaba su itinerario afectivo encontrara un lugar.
Vintage versus antiguo
Lo vintage, vaya y pase, pero la raya se traza en las antigüedades, las únicas pertenencias a las que Sarah jamás les aplica el pincel. “Respeto la textura y las huellas que deja el tiempo”, explica la interiorista.
Festín de texturas
Una vez más, un festín de texturas y telas. La del respaldo de cama fue otra compra online que se acompañó con un almohadón de punto con teteras que hizo su abuela y otro teñido con la técnica de shibori.
El ananá de madera de palma se convirtió en lámpara con una pantalla de ikat.
El juego de jardín de la abuela de Sarah, en hierro fundido, ahora combinado con almohadones en animal print.