A.C., un médico de 57 años que acababa de donar sangre, fue brutalmente agredido al mediodía del sábado en la calle Helguera 165, en el barrio porteño de Flores, tras negarse a pagarle a un trapito por estacionar su auto en plena vía pública en una zona donde el estacionamiento no está medido.

Este violento episodio, que dejó al profesional con graves lesiones, reavivó las alarmas sobre la problemática de los cuidacoches ilegales y la inseguridad que generan en la zona.

El violento enfrentamiento, que quedó grabado en una cámara de seguridad, se desató cuando A.C. estacionó su auto frente a un comercio y fue abordado por un hombre que le exigió dinero. “Esta es nuestra cuadra”, gritó el trapito con tono amenazante.

Al negarse a pagar, el trapito lo insultó e intentó intimidarlo. Cansado de la situación, el médico descendió del rodado para enfrentarlo, pero tras un breve forcejeo, el agresor tomó una tabla de madera con un clavo incrustado en la punta y comenzó a golpearlo violentamente.

“Me decía dame $5000 porque te rompo todo o te mato. Le dije ‘calmate’ y apenas vi que tenía esa madera, intenté desarmarlo, pero recibí un golpe en la cabeza y me quedó toda la boca lastimada”, relató A.C. en diálogo con TN.

La situación escaló cuando llegaron otros trapitos, acompañados de mujeres que, se presume, serían familiares de los agresores. En cuestión de instantes, entre todos, golpearon al médico hasta que vecinos y comerciantes intervinieron para frenar los ataques. “Me defendí como pude”, lamentó A.C. Su esposa, al darse cuenta de la situación, intentó separar a los agresores de su esposo y logró meterlo en el auto.

“Ni bien estacioné, esta persona se acercó y apareció con un tremendo pedazo de madera. Me pidió plata, pero lamentablemente no tenía en el momento porque, sino, le hubiese dado algo para que se vaya. Enseguida se puso agresivo”, explicó la víctima.

Un médico fue agredido por un trapito en el barrio de Flores

El ataque dejó a A.C. con heridas graves en el rostro, el brazo izquierdo y cortes en distintas partes del cuerpo por lo que fue trasladado de inmediato al Hospital Álvarez, donde recibió atención médica antes de regresar a su hogar. Sin embargo, aún no formalizó una denuncia por el hecho.

Fue gravemente herido y trasladado inmediatamente al hospital

El hartazgo de los vecinos y comerciantes

El violento episodio no es un caso aislado en el barrio de Flores. Comerciantes y vecinos de la zona, que dialogaron con LA NACION, aseguran estar cansados de lidiar con la presencia constante de los trapitos ilegales, a quienes acusan de operar mediante prácticas extorsivas y de generar un clima hostil.

Según denuncian, muchos de estos cuidacoches suelen encontrarse en estado de ebriedad o bajo los efectos de drogas, lo que no solo ahuyenta a los clientes, sino que también aumenta la sensación de inseguridad. Además, advierten la presunta complicidad policial, al considerar que, pese a las reiteradas denuncias, las fuerzas de seguridad no intervienen de manera efectiva para controlar o desalojar a estos cuidacoches informales.

Una comerciante de la zona, en diálogo con LA NACION, que prefirió mantener su identidad en reserva por temor a represalias, aseguró que la presencia de los trapitos causa un verdadero desorden y ahuyenta a sus clientes. “Me gustaría que desaparezcan. Son siempre los mismos. Ahuyentan a los clientes”, afirmó, al tiempo que narró un reciente episodio de violencia: “Hace dos semanas atacaron a un señor mayor que andaba en una camioneta: se agarraron a piñas y después se sumó la pareja del trapito con un palo. Acá hay quilombo constantemente”. Además, destacó que en pocas ocasiones los detienen, pero siempre “los liberan y aparecen a los tres meses”.

Para la mujer, la presencia de los trapitos genera un entorno insostenible. “Están drogados o tomando de las botellas en la calle, y eso ahuyenta a los clientes”, denuncia con frustración. Además, señala que estos cuidacoches ilegales llegan a cobrar “más de $10.000” por estacionar y que “cerca de la vía hay mucha venta de droga, y los trapitos están involucrados en esto”.

Sin embargo, admite que se ve obligada a mantener una relación cordial con ellos para evitar represalias ante la inacción policial. “No hacemos denuncia porque estamos indefensas. Si la policía no me cuida, ¿quién me cuida? Llegó un momento en que tuve que aprender a convivir con los trapitos: tengo dos opciones, convivir o ser su enemiga, y que me dejen el local vacío. No me queda otra”, explicó resignada.

La comerciante manifestó a LA NACION que su gran anhelo es poder trabajar “en paz” y exige una mayor intervención de las autoridades para garantizar la seguridad en la zona.“En un mundo ideal, me gustaría que la policía nos proteja y que los trapitos no estén. Tengo derecho a trabajar tranquila. Necesitamos más presencia policial. Solo aparecen para presionarnos con impuestos, pero hoy, por ejemplo, no hay cámaras municipales y estamos sin energía eléctrica, un servicio básico. Nos vemos obligados a contratar seguridad privada para sentirnos seguros”, concluye.

Un comerciante de telas relató a LA NACION que este escenario comenzó hace un año cuando las autoridades “permitieron que comenzaran a dormir en la calle Algerich”, lo que derivó en la instalación permanente de trapitos en la zona, quienes comenzaron a pedirle plata a los locales y a todo aquel que estaciona en la calle.

Según su testimonio, estas personas operan con total impunidad, reforzada por una presunta complicidad policial que, lejos de desactivar la problemática, parece sostenerla. “Yo preferiría que todo fuese más normal, pero es todo un juego. Hay convivencia policial con los trapitos, un tongo obvio. Esto es así, lo tomás como es o te vas. Están siempre pasados de droga”, advirtió con resignación.

La violencia tampoco es ajena a esta dinámica. Un kiosquero de la zona recordó un episodio ocurrido en diciembre, cuando dos trapitos se enfrentaron frente a su local por disputas territoriales. Semanas después, relató a LA NACION, que un automovilista que se negó a pagar fue perseguido por uno de ellos, quien se encontraba en estado de ebriedad. “El señor empezó a gritar que le quería robar, y la policía intervino, pero al poco tiempo el trapito estaba de nuevo en la zona”, lamentó.

La extorsión de los trapitos impacta también en la competitividad de los comercios locales. Muchos clientes o proveedores optan por no acercarse al barrio ante la imposibilidad de estacionar sin ser acosados por estos trapitos ilegales. Incluso los comerciantes que necesitan espacio para recibir camiones con mercadería se ven afectados por las exigencias de estos grupos, que les cobran sumas exorbitantes o simplemente les bloquean los accesos. “Esto afecta a toda la zona de flores, te están esperando desde las cinco de la mañana. Son siempre las mismas caras. Te dicen: ‘Me pagás o no estacionás’. Afecta mucho a mi clientela, los ahuyenta y se van a otros negocios. La policía sabe lo que pasa, pero no hace nada porque hay plata de por medio”, expresó un comerciante que trabaja hace más de seis años en la zona.

Aunque la policía asistió a A.C en el momento del ataque, no pudieron detener ni identificar a los agresores. Por el momento, las autoridades no emitieron un comunicado oficial al respecto y hay un “expediente constancia” en la comisaría vecinal 7 C de la Policía de la Ciudad. Según trascendió, en los próximos días A.C. podría formalizar y radicar la denuncia. Mientras tanto, persiste el reclamo de mayor seguridad por parte de la comunidad.

Este incidente pone de manifiesto una problemática de larga data: la presencia de “trapitos” ilegales que, a menudo, operan en la vía pública bajo modalidades extorsivas, sumada a la falta de control en estos espacios por parte de las autoridades.

Desde el Gobierno de porteño, ante la consulta de LA NACION, explicaron: “Todo el tiempo estamos tomando acciones contra trapitos en las canchas, en barrios, en las zonas de mayor circulación comercial y en eventos públicos”.

En lo que va del año tenemos más de 600 actas a Trapitos realizadas en toda la Ciudad. El tema principal es que son contravenciones y para poder detenerlos es necesario tener la denuncia. Cuando se los ve en la calle se los intima a qué se retiren”, detallaron.