Emigrar era ese sueño que Fabián Nasello guardaba en su interior desde hacía años. Deseaba irse allí donde la vida se sintiera más liviana, quería respirar nuevos aires y alcanzar una serenidad que en Argentina parecía esquivarlo. Su anhelo, sin embargo, parecía inalcanzable, ya había pasado los 55, tenía una vida armada, y poca idea de qué podría hacer en otro lugar del mundo.

Todo cambió allá por el 2022, cuando junto a su hija menor, Luján, decidieron obsequiarse un viaje a Europa. Recorrieron Madrid, Milán, Torino y Sicilia, la tierra de sus ancestros, pero el golpe al corazón llegó en Mallorca, cuando fue a visitar a un amigo de la adolescencia y juntos disfrutaron de la isla: “Venite a vivir, me decía siempre, venite que algo hacemos”, rememora Fabián hoy, mientras repasa su historia.

Fabián, junto a su hija menor.

Aquel “venite” quedó resonando sin descanso en su cabeza hasta que cierto día, Fabián decidió acallar las voces tomando el mando del timón. Corría octubre del 2023, cuando le informó a sus hijas, de 19 y 25 años, que deseaba irse y que ellas podían ir con él: “Tener un futuro mejor, acompañando a papá”, cuenta que les dijo. “Armé mis valijas, metí mis recuerdos y me largué”.

En ese “largarse”, atrás quedaban los treinta y siete años trabajando para una misma empresa, con una vida que en lo económico estaba casi resuelta, pero que para él no alcanzaba; lo que perseguía era esa mejor calidad de vida que sentía que no tenía.

Un viaje que despertó la ilusión.

Llegar para triunfar

En un comienzo todo fluyó de maravillas. En los primeros días la novedad le ganaba a los temores, y las emociones, agradables, conquistaron el espíritu de Fabián, que amaneció en Mallorca con la sensación de que ese sería su lugar y el de sus hijas, y que había llegado para triunfar.

En aquellos primeros tiempos, los hábitos del pueblo también jugaron a favor (aunque la realidad es que esto lo supo apreciar con toda su magnitud más tarde). Se instaló en Puerto Pollensa, y quedó encantado con la caña de las once de la mañana y su repetición a las diecinueve, cuando todos se juntaban después del trabajo a conversar de la vida.

“Eso hace que te contactes con gente con la cual te ponés a charlar, te invitan, y te preguntan cómo está tu país”, describe Fabián. “Es lindo dejar el celu en la mesa en la calle e ir al baño sin preocuparte de que alguno se lo lleve, ver las bicis apoyadas contra la pared, algunas atadas y otras sueltas, sin preocupación, no es que no pase nada, siempre hay alguno que se las lleva, lo loco que al otro día aparecen”.

“Eso hace que te contactes con gente con la cual te ponés a charlar, te invitan, y te preguntan cómo está tu país

El surgimiento de una sentimiento incontrolable: “Esa fea sensación de no pertenecer”

Sin embargo, para Fabián pronto llegó otra sensación incontrolable, debía hallar un empleo y pasar los primeros seis meses hasta que sus hijas llegaran para acompañarlo en la aventura de volver a empezar. La ansiedad y la angustia hicieron su entrada triunfal, y con ellas, esa sensación de no entender que ese ahora era su lugar.

Y en ese torbellino emocional, Fabián no pudo evitar traer lo aprendido (para bien y para mal) a cuestas, y comenzar con las comparaciones con Argentina: “Por más lindo que sea el destino y por más bien que te vaya, siempre sentís que no sos del lugar, sé que siempre hay excepciones, pero lo usual es que notás que no pertenecés”, asegura.

“Por más lindo que sea el destino y por más bien que te vaya, siempre sentís que no sos del lugar

Nada en la vida es color de rosas y así, para Fabián, con sus 57 años, la cuesta comenzó a empinarse: “Con esa fea sensación de no pertenecer al lugar, comencé a extrañar hasta la inflación, cuando hablaba con mis amigos de Argentina se me escapaba una lágrima, pero ellos me decían: no regreses, esto cada día está peor”.

“El trabajo fuera de temporada era escaso, la isla solo vive en verano, y yo me instalé en el norte, `un puto paraíso´ como dicen ahí, en verdad lo es, pero los miedos me iban ganando, mis hijas notaban mi tristeza y mis dudas, las entrevistas empezaron a llegar, hasta que conseguí trabajo como seguridad en el puerto, yo que siempre fui administrativo contable, financiero, ahí, de noche, de veinte a ocho de la mañana, sin dormir, solo para poder costear los gastos que tenía y no gastar mis ahorros, y en medio, los papeles de residencia, yo, ciudadano italiano, seguía siendo extranjero para las autoridades españolas”.

“El trabajo fuera de temporada era escaso, la isla solo vive en verano...

La decisión más dura: “Mi corazón quedó herido”

Los meses pasaron, hasta ese hermoso día en el que llegó la primera de sus hijas, junto a su marido. En menos de quince días, ambos ya tenían un trabajo con buen ingreso. Fue entonces que Fabián cayó en la cuenta de que, a pesar de las mayores oportunidades en general, la edad sí le jugaba en contra.

Al mes llegó la segunda hija, con sus 19 años y sus grandes sueños. Se instaló con ellos y al poco tiempo, gracias a un contacto de Fabián, ingresó a trabajar como camarera. Mientras tanto, Fabián aprovechó la licencia que le otorgaban y las vacaciones acumuladas para tomarse el tiempo y buscar un empleo que no le carcomiera el alma, como el trabajo nocturno, y le significara un mejor ingreso. Sin embargo, nada surgía que fuese sólido, que le permitiera realmente sustentarse: “Apenas trabajos de temporada, como muchos en la isla, ¿qué sería de mí a futuro?”

Sus hijas y su yerno llegaron para perseguir también el sueño de un mejor futuro. (Foto: Fabián Nasello)

Y así, Fabián se chocó con la realidad, su realidad. A pesar de ya casi sentirse parte del lugar, cuando se acercó la fecha de vencimiento de su licencia, con muchas dudas y más lágrimas, tomó una decisión: dejar a sus hijas y retornar solo a su país, donde esperaban sus amigos y su hermano.

“Pero mi corazón quedó herido, mis hijas solas y yo solo acá, el volver a ver la pobreza que hacía solo casi un año había dejado fue duro, uno se acostumbra a una mejor calidad de vida, qué linda era esa vida…”

La naturaleza contradictoria del ser humano: “Siempre volveré, tal vez algún día pueda quedarme”

El ser humano está lleno de contradicciones, es parte de su naturaleza. Fabián, como muchas personas en este planeta, soñaba con irse, y cuando lo logró, comenzó a añorar lo que jamás creyó posible que extrañaría del país que dejó atrás. Se puede llegar a un nuevo y maravilloso mundo, pero no se puede comprar la sensación de pertenencia…

Hoy, Fabián recuerda con apreciación la vida que dejó en Mallorca. (Foto: Fabián Nasello)

Pero entonces, con el regreso, otra paradoja ingresó a su mundo. Ahora, desde la perspectiva alejada que le ofrece Argentina, Fabián es capaz de apreciar la buena vida que respiraba en Mallorca. Sus sentimientos pueden parecer contradictorios, sí, pero no son extraños: se aprecia mejor lo que se tuvo cuando se revive en la memoria. Al abrirle las puertas a otra forma de vida, el choque del regreso fue inevitable. Fabián retornó con nuevas imágenes, hábitos y paisajes, que ahora contrastan de manera explícita con su realidad en Argentina.

“¿Que cambió en mi cabeza?, mucho”, reflexiona. “Y la tristeza me invadió al comienzo al no tener a mis hijas cerca, solo que saber que ellas estaban bien me reconfortaba. Pero fue la terapia y el tiempo lo que me ayudó… «

“Y la tristeza me invadió al comienzo al no tener a mis hijas cerca, solo que saber que ellas estaban bien me reconfortaba. Pero fue la terapia y el tiempo lo que me ayudó...

“Con una experiencia así siempre aprendés, aprendés a vivir otra realidad, a socializar con las personas que, en general, nos tratan bien, aprendés a adaptarte a trabajos que jamás imaginaste hacer, a apreciar tu país, aun en sus peores momentos. Hoy es mi hija más grande la que está viviendo esa angustia que atravesé, ese estado mental que duele, es por eso que en marzo regreso a visitarlas”.

“Hoy estoy planeando pasar un mes en ese lugar paradisíaco, parte de mí quedó en la isla, con esa gente que me brindó la mano y que, tapas y cañas de por medio, me robaban una sonrisa que hacía que los días duros sean mejores; una parte siempre se queda en donde, por lo menos, lo intenté. Espero que las chicas puedan cumplir el sueño trunco que no pude hacer, con la tristeza de extrañar y el reto de poder acomodarse, eso dura toda la vida, pero se puede… Por mi parte, siempre volveré a España, tal vez algún día pueda quedarme”.

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