“Para mí la literatura debe ser libre y por eso intento no saber a dónde voy e ir encontrando el camino”, dice Nicolás Giacobone (Buenos Aires, 1975), el escritor y guionista tras dar un sorbo a una gaseosa fría, con hielo – a la que no le agregó limón– para aplacar el calor luego de la sesión fotográfica en el barrio de Belgrano.

La temperatura ambiente del lugar, según el aparatoso aire acondicionado, indica 24 grados. La diferencia es más que notoria con solo atravesar la puerta de entrada a la confitería que limita con el Museo de Arte Español Enrique Larreta. Nicolás se relaja. El sol no le dio tregua en esto de posar frente a la cámara. “No soy bueno para las fotos”, confiesa. “No sé cómo ponerme, qué hacer con las manos… Lo mío es escribir”, arremete el guionista – en 2015 ganó un Oscar junto a su primo Armando Bo por Birdman, la película de Alejandro González Iñárritu– y autor de Los impotentes (Seix Barral), la novela que editó recientemente.

El mundo de Emilia Mayer, la protagonista de la tercera novela de Giacobone se derrumba abruptamente. Mayer es la autora argentina más importante desde Borges, la mujer a punto de consagrarse con el Premio Nobel, el galardón que le fue negado nada menos que a Jorge Luis Borges, a James Joyce y a Marcel Proust. Pan, su hijo adoptivo desde hace 30 años, se va del hogar. La abandona. Sale al “mundo real” sin un destino cierto pero dispuesto a contar una verdad que lo muestra como víctima de una relación enfermiza. Una verdad que arrastrará a Emilia a la “cultura de la cancelación”.

Nicolas Giacobone autor de

“La moral y el arte no deben ir de la mano –escribe en un e-mail uno de los personajes de Los impotentes–. Está más que claro que muchos de los grandes artistas de la historia fueron y son unos degenerados hijos de p…., y aunque este presente se esfuerce en exponerlos y cancelarlos las obras van a sobrevivir, porque el arte a fin de cuentas es más importante que la vida”.

En el momento en que Giacobone presentó la novela en España se conoció la noticia que sacudió al mundillo literario: Andrea Robin Skinner, hija menor de Alice Munro, contaba al diario canadiense The Toronto Star que su padrastro, Gerald Fremlin, empezó a abusar de ella en el verano de 1976, cuando tenía 9 años y él más de 50. Munro, que supo del abuso años después, se mantuvo al lado de Fremlin hasta la muerte de éste en 2013, el mismo año en que ella obtuvo el premio Nobel. En estas últimas semanas, el autor estrella del género fantástico y del cómic, el británico Neil Gaiman, fue acusado por varias mujeres de abuso sexual lo que precipitó la cancelación de sus proyectos –la editorial Dark Horse Comics anunció que ya no publicará sus libros– y el convocante llamado para que varios de sus galardones le sean retirados.

–La pregunta resulta obvia, ¿Puede separarse la obra del artista?

–Siempre pensé que sí. Uno tiende a pensar que la obra tiene que existir siempre. La obra es la obra y cada uno puede elegir libremente si quiere leerla o no. Sin embargo, vivimos en una época donde el autor se ha llevado por delante la obra. Los lectores nos hemos acostumbrado a leer a autores más que a los títulos en sí. Nos gusta cómo piensan los autores, nos gusta cómo escriben, cómo dicen las cosas, cómo ven el mundo, cómo son sus personajes. Y los autores somos subjetivos. Somos seres humanos que en cada palabra que elegimos tomamos una decisión que está determinada por quiénes somos. Entonces, somos la obra… Creo que la separación se vuelve más compleja. Uno puede optar por “censurar” a la persona, elegir no leerla si siente que ese autor, como individuo, le genera rechazo. Hay obras que me fascinan y que elijo seguir leyéndolas. La cuestión es cómo no caer en anacronismos según las épocas.

“¿Qué opinan de Woody Allen?, les pregunta.

¿En qué sentido?

El que quieran.

Gran director, dice Roberto.

Tremendo hijo de p… dice Sergio”, se lee en un pasaje de Los impotentes.

En febrero de 2015 Nicolas Giacobone posó con el Oscar en mano junto al director Alejandro González. Inárritu y los también guionistas Alexander Dinelaris y su primo Armando Bo

–El debate está instalado.

–No es fácil. Si a cualquier autor, artista, se le pide una respuesta rápida va a decir que sí , que se puede separar la obra del artista porque está el deseo de que así sea.

“Lo importante no es lo que escribimos sino cómo lo escribimos, y en mi opinión el escritor moderno debe ser, por encima de todo, un aventurero, dispuesto a asumir todos los riesgos y estar preparado para naufragar en su esfuerzo si es necesario. En otras palabras, debemos escribir peligrosamente”, le dijo James Joyce, el autor de Ulises, al periodista y crítico de arte Arthur Power. “Joyce es un ejemplo de estos autores que empujaban el arte desde una honestidad impactante”, reflexiona Giacobone.

–Y es uno de los autores citados en tu última novela: “La especie humana llegó a la cima de su evolución en el instante mismo en el que James Joyce le puso punto final a su Ulises”.

–A Joyce lo leí con mucha pasión. Sus cuentos me encantan y toda la primera mitad de Ulises me parece genial. Es uno de esos escritores que lo daban todo en eso de escribir peligrosamente –hace una pausa–. Cuando escribe, no deja de ser él mismo. Todos tenemos una visión del mundo, tenemos nuestra moral, a veces adquirida, a veces autoconstruida, tenemos una forma de ver las cosas, y a la hora de escribir es difícil dejarlas de lado. Pero hay que hacerlo, y eso para mí es un trabajo de escritura, de reescritura, de volver atrás, de darme cuenta si juzgué o no a un personaje, como me pasó muchas veces. Después uno empieza a entender cómo funciona o por lo menos uno intenta ponerse en los zapatos de los personajes y mantenerse en ese hilo, sin caer de un lado o del otro. Empezás a probarte, a decir, bueno, a ver hasta dónde puedo llegar.

–¿Hasta dónde se puede llegar?

–Hay algo interesante en llevar a los personajes a un extremo y seguir intentando mantener esa neutralidad. Uno puede escribir personajes sin entenderlos del todo, no es necesario resolver sus conflictos. El desafío es situar a un personaje moralmente cuestionable en ese complejo gris de la vida. En todos los seres humanos hay luz y sombra. Estamos tratando de reducir a las personas en una línea, donde la palabra de alguien es sentencia. El gran desafío es poder hablar de una persona diciéndolo todo. Tenemos que quitarnos esa idea utópica de perfección. Se puede ser un gran artista y, a la vez, un miserable. Somos seres grises, extraños… Me parece que el error es negar eso, tener esa visión utópica de que el ser humano tiene que ser puro, que no tiene que sentir ningún sentimiento negativo. No, no somos así. Deberíamos aceptar las diferentes imperfecciones.

–¿Somos seres impotentes?

–Hay algo sano en considerarnos impotentes y aprender a vivir en relación a eso. Somos complejos, y como tenemos un montón de virtudes también tenemos un montón de defectos.

Pan el hijo de la escritora Emilia Mayer sale al mundo a contar su verdad. Una verdad que arrastrará a la protagonista de la novela de Giacobone a la cancelación cultural

–Recién hablábamos de hasta dónde se puede llegar. En una entrevista a una agencia europea sentenciaste: “Los seres humanos somos perversos por naturaleza”.

–(Respira hondo). Uno se construye, si alguien tiene un instinto perverso elige llevarlo adelante o no. En el arte, en la literatura, hay algo de eso de ir más allá. Si uno no va al extremo de esa situación, entonces para qué. Para contar las cuestiones de manera hiperrealista…para eso hablo con mi madre… Pero claramente la cancelación tuvo mucho que ver en esto, en el qué decir y qué no, qué temas tratar, cómo plantearlos… Lo más incómodo de todo es la incapacidad de establecer un gris. La empatía surge en el gris. Si no hay un gris, no hay empatía. En cuanto al juicio moral que hace un escritor al escribir, es el darse cuenta que la moralidad misma está hecha de leyes endebles que uno mismo pone en duda.

–La novela aborda un tema complejo como el abuso (Emilia “compró” a Pan, lo adoptó y con el tiempo lo convirtió en su pareja). ¿Te preocupó en algún momento de la escritura que pudiera malinterpretarse y leerse, como ocurrió con otras obras, como una “apología”?

–Es una ficción, sé que el tema es complejo y sé que a veces hay ciertas ficciones que se leen como apologías, pero tenía la confianza de que había hecho el trabajo de una manera en el que no se corriera ese riesgo. No hay una glamorización, una romantización de lo que se vive. Emilia paga por lo que hizo y lo sufre. Con la cancelación, ella, la autora, empieza a perder el sentido su vida. Pan es la víctima y para no mostrarlo simplemente como una víctima, lo presenté como un pusilánime. Es una persona que no solo no tiene pasiones, sino que no hace nada para descubrir por qué está en el mundo. Lo que me permitió poder jugar con él desde ese lugar, tenerle empatía por ciertas cuestiones, pero al mismo tiempo decir no… es patético. Pan se abandona a la nada. Es un hombre sin obsesiones, ni pasiones. Todos los protagonistas de esta historia sufren engaños, son víctimas y victimarios. Son personajes que también muestran su falta de escrúpulos. Los seres humanos, cualquiera de nosotros, somos susceptibles a hacer cosas horribles. Un rasgo inherente en nuestra especie es la autodestrucción.

Los primos Nicolás Giacobone y Armando Bo en pleno brindis antes de que se conociera al ganador del Oscar en la categoría Mejor Guion Original

–También tenemos la capacidad de reinventarnos, de levantarnos.

–Sí, no todo es oscuridad, también está ese lado luminoso y de grises porque la vida está hecha de subidas y bajadas y tenemos la capacidad de ponernos nuevamente de pie cuando caemos.

–Me pareció interesante que en la novela, Alfonso Miranda, el personaje literalmente impotente, fuera el que aborda la vida de una manera más luminosa.

–Alfonso acepta que la vida es imperfecta y busca a su manera vivir mejor.

–¿La “cancelación” y lo “políticamente correcto” se presentan como dos parcas en el proceso creativo?

–En mi segunda novela, Bum bum bum, son varios los narradores en primera persona, uno de ellos es trans. Se editó en español, en francés…, pero no en inglés. En Estados Unidos no querían que un escritor no trans escribiera en primera persona a un personaje trans. No lo podían permitir.

“En mi caso la felicidad no es un globo, ni un grano infectado, ni una patada en los huevos –dice Juan, una de las voces de Bum bum bum– . La felicidad es una mujer que nació hombre, hermosa, con un pene y testículos y dos tetas perfectas excepto por las cicatrices de cinco centímetros”.

Un hombre que levita en calzoncillos. Ésa era la imagen que obsesionaba a Iñárritu. “Y ése fue el punto de partida para Birdman”, recuerda Giacobone

El próximo 22 febrero se cumplirán diez años de la noche en la que Nicolás pronunció en el escenario del Dolby Theatre: “Titi, Adrián, Clari, Mariana y a nuestro perro, Larry”, la escueta dedicatoria en la que nombró a su familia, a su pareja y a su perro ya fallecido y con la que agradeció el Oscar por el guion original de Birdman que coescribió con Armando Bo, su primo; el estadounidense Alexander Dinelaris y el director mexicano Alejandro González Iñárritu.

“Los premios son raros. Creo que hay mucho de eso de estar en el momento justo. A veces ganan películas que no quedan en la historia, que olvidas rápido y hay otras que uno cree que son las mejores películas…y no ganan. Así son los premios –reconoce el autor, que es miembro de la Academia de Hollywood– . Para Armando y para mí fue muy interesante, una gran experiencia. Escribir en inglés junto a Alex, que es un escritor de teatro en Nueva York. Nos hicimos muy amigos. Fue un camino inesperado y divertido. No es que uno escribe y dice ‘bueno, ahora tiene que suceder esto, tiene que suceder lo otro’. Los premios obviamente te ayudan, te dan trabajo. En mi caso me abrió las puertas a otros proyectos, a historias que antes no me llegaban”.

Un hombre que levita en calzoncillos. Ésa era la imagen que obsesionaba a Iñárritu. “Y ése fue el punto de partida para Birdman”, recuerda Giacobone. Un año después del estreno de Biutiful (la primera película que hicieron juntos y que estuvo nominada a los Oscar), Alejandro me llamó para decirme que tenía una idea, que era más que nada un impulso, la necesidad de hacer una comedia en plano secuencia. La imagen que tenía era la de un hombre en ropa interior, levitando. Eso era todo lo que tenía”.

En las tres novelas de Nicolás Giacobone: El cuaderno tachado (2018), Bum, bum, bum (2022) y Los impotentes está presente la pasión por la creación y la discusión acerca de qué es el arte. En El cuaderno…el protagonista es un guionista que es secuestrado por un director famoso para que le ayude a construir su obra maestra. En las primeras páginas puede leerse: “Hay miles de guionistas desparramados por ahí, viviendo en zanjas como criaturas beckettianas, esperando la oportunidad de ayudarlos. La película va a seguir siendo de ustedes, sólo de ustedes, y un poquito nuestra. Pongan su nombre bien grande en el póster. Simplemente no intenten hacer lo que nosotros sabemos hacer y ustedes no, no sean tan engreídos de creer que escribir un guion es algo que puede hacer cualquiera”.

La literatura estuvo siempre antes que el cine, a pesar de que su abuelo fuera Armando Bo, el mítico realizador argentino. “Estudié la carrera de Letras, no la terminé. Trabajé de cualquier cosa, vendiendo ropa, en una casa de tango, en el departamento de video del Teatro Colón, como asistente en ATC (Televisión pública)… mil trabajos distintos. Escribía en casa, leía, hasta que mi primo Armando abrió la productora de publicidad (Rebolucion) y empecé a ayudarlo a escribir textos publicitarios para tener un sueldo que tuviera algo que ver con la escritura. Se fue dando, fue un proceso natural. Armamos un guion que quedó ahí, seguramente era un porquería, después hicimos el de El último Elvis y ahí conocimos a Alejandro que nos invitó a hacer Biutiful. Un camino muy anormal. De la nada pasé a Cannes presentando la película con Javier Bardem, Maricel Álvarez; –hace una aclaración– cada vez que voy a ver una obra de Maricel y su marido Emilio (García Wehbi) salgo y digo ‘tengo que escribir mejor’”.

Tras la pausa, Nicolás reconoce que la literatura es para él mucho más importante que el cine, “como creador y como lector. En el cine me siento más como un visitante. Lo que a mí me gusta es escribir, estar en mi casa, en pijamas… hacer mi rutina: escribir, leer… Escribir guiones no es escribir de la misma manera que uno lo hace en la literatura. Debería haber otro verbo que lo defina –piensa–. El acto básico es el mismo, pero son muy diferentes. La literatura, como yo la entiendo, es algo que funciona oración tras oración, no hay una estructura preestablecida ni un camino claro, ni debe haberlo; en cambio el guion es lo opuesto, hay mucho trabajo de estructura previo, de entendimiento de cada momento, de cada escena. El cine es, además, un trabajo en colaboración, un convenio creativo para entender lo que se quiere contar. Las primeras etapas son medio como terapias de grupo –bromea–. La literatura, en cambio, te permite trabajar con tu propio criterio como única brújula”.

La última gran obsesión como lector de Giacobone es el neoyorquino Don DeLillo

–¿Qué elementos te aportó el mundo audiovisual para la construcción literaria?

–El cine me ayudó a desarrollar mejor las historias, cómo contarlas, a tener en cuenta al lector… todavía me falta aprender. En un libro uno puede encontrar oraciones bellamente escritas, lindos pensamientos que no llevan a ninguna parte y que hacen que la lectura sea realmente intolerable. Obviamente el cine es una industria donde hay que ser efectivo, hay mucho dinero…–aclara–, pero también se puede ser efectivo con creatividad… Ser efectivo me ayudó a encontrar el valor narrativo. Excepto que seas un genio como Samuel Beckett, uno de mis autores favoritos. A lo largo de mi vida fui fanático de muchos escritores. Me gusta leer compulsivamente. Encontrar un autor y leerlo, leerlo obsesivamente. Tuve mi etapa Borges, mi etapa más fuerte fue con Beckett. Después de leerlo me sentaba a escribir y podía escribir 50 páginas sobre nada, donde no pasaba nada. Amo la literatura, me encanta vivir en su mundo, todos los libros que he escrito son sobre autores o tocan ese tema de manera central.

–¿Con qué autor estás obsesionado en la actualidad?

–Mi última gran obsesión es Don DeLillo (el escritor neoyorquino) que es muy visual también (David Cronenberg adaptó Cosmópolis). Sus libros son conceptuales y sus oraciones impecables. Es bastante minimalista también.

–¿Estás trabajando en una nueva novela?

– Sí, terminé mi primera novela en inglés. Se la mandé a mi agente, ahora estoy esperando que me diga si le gustó o no, si mi inglés funciona literariamente, más allá de que es una lengua que conozco, que manejo, pero escribir una novela es diferente. En el año de Birdman mi inglés era muy inferior al de ahora, pero bueno, hice mucho para mejorarlo. Leo mucho en inglés, escribo… casi todo lo que estoy escribiendo ahora como guionista es en inglés. En un punto empecé a ver que mi carrera de guionista se estaba armando con proyectos en inglés. Yo amo el cine argentino, pero no es fácil conseguir trabajo y que paguen bien, por lo que me fui inclinando para ese lado. Entonces me dije que era momento de probar y hacer una novela en inglés, un ejercicio…Ahora solo queda esperar.

En 2020, en plena pandemia, John and the Hole, el film del español Pascual Sisto, fue una de las 56 películas que integraron la Selección oficial del Festival de Cannes. Un thriller psicológico que tiene a Nicolás como guionista y productor. “Fue una apuesta muy experimental, un proyecto que nació por motus propio, que se filmó en Estados Unidos (Massachussets) y tuvo su recorrido internacional”.

Inspirado en un cuento suyo: “El pozo”, Giacobone y Sisto solían decir, a la hora de conseguir financiamiento, que la historia era “como Mi pobre angelito pero filmada por Michael Haneke”.

–¿Es posible que Los impotentes tenga su adaptación audiovisual?

–De mis tres novelas es la que más puedo imaginar como película. No lo voy a proponer yo. Quizá alguien se interese y me llame.

–Un artista, un escritor como es tu caso, ¿deja de trabajar en algún momento o la mente está continuamente en acción?

– Deja de trabajar. En mi caso, para. La pausa ayuda a que las ideas te sorprendan.

–Suele decirse que el ego es una parte fundamental de un artista ¿Qué pensás?

–Los artistas son puro ego. Es una herramienta capaz de colocarte en los extremos, desde hacerte creer que tu obra es una genialidad, hasta hacerte sentir que no vales nada. Si no hay ego es imposible que te sientes frente a la computadora y escribas.

Con el director mexicano Alejandro González Iñárritu no solo comparte una intensa relación laboral. Con el tiempo supieron construir una amistad. En las primeras entrevistas Nicolás siempre destacaba el coraje del cineasta: “Con él se dio una situación inusual porque tuvo el coraje de elegir a un guionista sin experiencia para trabajar en Biutiful, aunque eso no pasa en la industria del cine, que un director de ese nivel, viniendo de Babel, con 15 nominaciones, elija a un escritor sin experiencia”.

–En algunos medios te presentan como el guionista de Iñárritu. Trabajaron juntos en Biutiful, Birdman, El renacido y Bardo.

–Con él cada proyecto es algo nuevo y ninguno tiene que ver con el otro. Es un director muy talentoso, que arriesga. Siempre digo lo mismo, el resultado es una circunstancia, uno siempre hace lo mejor que puede y a veces las cosas funcionan y a veces no, pero que te paguen por eso es increíble, es un milagro. Y trabajar con Alejandro… Cada vez que llama es difícil decirle que no porque realmente es una aventura. El renacido (que le dio su primer Oscar a Leonardo DiCaprio) era una película de industria gigante, tenía que cumplir con un presupuesto gigante, con la presión de las expectativas puestas ahí…en esa hice un trabajito de guion pero estuve como productor. Bardo en cambio, fue una locura, fue meterse en la historia misma de Alejandro, con su pasado, con sus secretos… Bardo fue un proyecto muy personal para él, donde me contó cosas muy íntimas, muy duras. La cuestión era cómo llevar esas situaciones tan importantes para él, que lo marcaron tanto, al filtro de la ficción, a una ficción que muchas veces bordeaba el absurdo, fue muy interesante. La primera regla, la que puso Alejandro durante el trabajo con Bardo, fue “no pregunten por qué”.

Giacobone vuelve a colaborar con González Iñárritu en la película que protagonizará Tom Cruise y prepara un proyecto con Cate Blanchett

En agosto pasado se conoció oficialmente que Tom Cruise es el protagonista de la nueva película –sin título definido– del dos veces ganador del Oscar por Mejor Director. Al actor de Misión Imposible se sumaron Sandra Hüller (Anatomía de una caída) y Jesse Plemons (Tipos de gentileza). “Estuve poco más de un mes participando de los ensayos, todo muy divertido”, cuenta Nicolás sin develar demasiado

De acuerdo con lo publicado por Deadline, el film de Iñárritu narrará la vida de un hombre, conocido como el más poderoso del mundo, que intenta demostrar que es el salvador de la humanidad antes de que se desate el verdadero caos. “Es un proyecto raro para mí”, dice Giacobone.

–¿Por qué?

–No lo escribí de cero, es un guion que Alejandro había escrito hace tiempo con la escritora mexicana Sabina Berman. Una historia que no se pudo hacer en su momento. El año pasado me invitó a replantearlo un poco, a hacer una reescritura. Fue un trabajo nuevo para mí, nunca me había pasado de agarrar un material de otro, es un desafío muy creativo. Además estoy colaborando en un proyecto con Cate Blanchett…

–Lo decís así, al pasar.

–Está en vía de desarrollo. Ella es muy talentosa, inquieta, que busca también hacer cosas diferentes. Estuve viviendo un tiempo en su casa el año pasado…son cosas que van sucediendo.

–¿Impacta en el arte las políticas como las de Donald Trump y Javier Milei?

–Evidentemente impacta porque creo que se ha tomado la decisión, casi todos los partidos de derecha usan un manual muy similar, de ubicar a la cultura en un lugar en el que hay que combatir. Un espacio que representa de manera irónica los ideales contra la libertad. Obviamente hay que estar atentos. Vivimos en una época donde esto (toma el libro que está en la mesa) es un acto de rebeldía, no lo digo por Los impotentes, sino por lo que significa dedicarle años a un texto. Hoy pareciera ser un sinsentido, pero para mí tiene más sentido que nada en el mundo y hay que seguir haciéndolo.