Decepcionó River en el estreno; respetó a rajatabla un plan muy bien trazado Platense, y entre ambos firmaron un 1 a 1 que el los de la banda roja consiguieron tan cerca del final que dejó con un gesto de insatisfacción a unos y otros por igual.
Según la geografía, la distancia entre los estadios de calamares y millonarios apenas supera los cuatro kilómetros. Pero hoy por hoy se trata de una medida engañosa, porque para establecer la distancia real debería utilizarse otra unidad de medida.
La web Transfermarkt, que junto al currículum de (casi) todos los futbolistas del planeta presenta sus cotizaciones actualizadas en el mercado, permite un simple ejercicio de observación y suma. La tarea indica que los once titulares que pusieron en cancha Sergio Gómez y Favio Orsi, la dupla técnica de Platense, alcanzan un valor de 15,6 millones de dólares, en tanto que el total de los doce suplentes que se sentaron en el banco junto a Marcelo Gallardo trepa hasta los 36 millones de la moneda americana. Que serían 21 millones más si entre ellos hubiesen estado Sebastián Driussi y Franco Mastantuono.
El desequilibrio entre clubes pobres y clubes ricos siempre ha existido, pero pocas veces en la historia había alcanzado tanta desmesura y necesariamente debe condicionar el análisis de cualquier choque entre un equipo que cuenta cada moneda que invierte en un jugador, y otro que anda por la vida sobrado de billetes y jerarquía.
Si basta el ejemplo, el Calamar perdió para este torneo a su capitán y central zurdo Gastón Suso, y a su goleador Mateo Pellegrino. Para sustituir al primero fichó casi por descarte al uruguayo exIndependiente Edgar Elizalde; en lugar del segundo llegó sobre la hora desde el Huachipato el chileno Maximiliano Rodríguez. Ni uno ni otro fueron titulares. Del lado de enfrente ya no hace falta recordar el nivel de los refuerzos.
Y sin embargo, el eterno carácter impredecible del fútbol amagó con dejar en papel mojado todos los cálculos apenas 12 minutos después del inicio. Ejecutó un tiro libre desde la derecha Vicente Taborda con un centro bajo, alcanzó a poner la punta del botín Ignacio Vázquez, parecía fácil para Franco Armani -débil y a las manos-, pero el veterano capitán millonario hizo un extraño malabar y la pelota se le escurrió al fondo del arco.La ventaja inesperada profundizó el plan que el local traía desde el vestuario: trabar el partido desde el medio hacia su área, con un delantero tapándole la salida a Enzo Pérez; Fernando Juárez pendiente de los movimientos de Manuel Lanzini; Leonel Picco cubriendo espacios delante de los dos centrales; y todos concentrados y eficientes para obstaculizar la progresión ofensiva rival. Pero además, el esfuerzo de Platense puso en evidencia la falta de lubricación que por ahora presenta el funcionamiento de su poderoso vecino de barrio.
Fue llamativamente flojo lo de River. Espeso en la circulación de la pelota, sin chispa individual cuando intentó avanzar por dentro, reiterativo y previsible en la búsqueda de los laterales -en especial Gonzalo Montiel- como única fórmula para quebrar la apretada malla de defensores que lo esperaba con Vázquez como estandarte. Podría quejarse el equipo de Gallardo de las dificultades que ofreció un césped demasiado seco (no hubo riego previo, pese al pedido de los visitantes), pero en este punto cabe volver al razonamiento inicial: en un choque entre un club que transpira modestia y otro que destila riqueza todo argumento que intente compensar las diferencias queda justificado.
Aun así generó River un puñadito de ocasiones en ese lapso, ninguna del todo clara. De hecho, hasta el descanso el mejor remate fue un zurdazo del juvenil Franco Minerva (18 años) que Armani desvió al córner.
El interrogante para los 45 finales era saber hasta cuándo podría sostener el local la concentración y el físico en el aguante. En el juego propiamente dicho, la situación se mantuvo inalterada mucho más tiempo de lo esperable, y solo el progresivo agotamiento del local fue inclinando la cancha hacia el área de Juan Pablo Cozzani.
Probó Gallardo agilizar a los suyos con los sucesivos ingresos de Gonzalo Tapia, Rodrigo Aliendro, Pablo Solari y Santiago Simón por los inoperantes Giuliano Galoppo, Franco Colidio, el muy gris Enzo Pérez y un Lanzini al que le faltó resolución. De todos ellos, solo la pimienta de Solari para desbordar por derecha mejoró a un River que estuvo mucho más cerca de la rusticidad habitual en nuestro fútbol que de la brillantez anunciada.
Un dato explica toda la segunda mitad: hasta que Matías Rojas, que acababa de entrar, logró de cabeza el empate a los 41 aprovechando un despeje corto de Cozzani a un centro de Solari, la única oportunidad concreta de gol había sido una carrera solitaria de Augusto Lotti que no pudo superar el achique de Armani.
Terminó en tablas, y no celebró nadie. El modesto, porque paladeó demasiado tiempo la posibilidad de quedarse con el premio mayor. El poderoso, porque decepcionó las enormes expectativas creadas. El fútbol, ese espectáculo impredecible, volvió a demostrar que medir las distancias, geográficas o económicas, sirve de poco a la hora de hacer pronósticos.