Jorge Rey nació en Rufino, un pueblito de Santa Fe, en plena llanura pampeana. A los 13 años, un accidente en auto lo hizo salir despedido siete metros y lo dejó 15 días en terapia intensiva. Ese evento marcó su vida. Durante el proceso de recuperación, en plena adolescencia, Rey encontró refugio en el arte: dibujó y diseñó cosas que después vendía a sus compañeros de colegio. A los 17, llegó “el fin de la Matrix” y decidió mudarse a Buenos Aires, “al centro de la furia, el amor y los brillos”, donde dejó fluir su vocación artística.
Hoy, con 25 años y un torrente de ideas disruptivas, Rey logró posicionarse en los desfiles entre los más reconocidos diseñadores de alta costura. “Pongo mi sello en todos los aspectos de mi vida porque para mí, lo importante es transmitir y dar un mensaje con todo lo que hago”, apunta. Muy conectado con su creatividad, el joven también participó como actor en la última ficción de Cris Morena, Margarita, y se lanzó como cantante bajo el nombre de “Akirey”.
En una entrevista íntima con LA NACIÓN, Rey abrió su corazón y reveló los desafíos del mundo de la moda, su necesidad de crecer y su mirada sobre un mundo cada vez más sumergido en las pantallas.
—¿Cuál es el mensaje que te gusta transmitir en tus creaciones?
—El de la verdadera libertad de ser quién uno es. Mi mundo es un laberinto de fantasía. En cada cosa busco acercarme a la gente y estar ahí para el otro. Hay una vocación de servicio, de escucha y de entrega.
—Estás incursionando en la música y lanzaste tu primer sencillo, “El niño ojos de cristal”…
—Estuve mucho tiempo para llegar a este punto. No solamente estudié música, actuación y comedia musical, sino que también estudié mucho lo que me pasaba internamente. Trabajé mucho el autoconocimiento y lo que fue pasando en mi mundo: desde poder vestir a otro hasta encontrarme a mí mismo. ¿Quién soy realmente? ¿Qué siento? ¿A qué vine a esta vida? Empecé un camino muy profundo y me di cuenta que hubo un momento en el que estuve “dormido” con tanto cristal de las pantallas, con tanto Black Mirror, con tanta fantasía.
—¿Te referís a que la vida hoy está muy influenciada por lo virtual?
—Hay una superficialidad de la pantalla, de estar sujeto al otro y a las tendencias. Nadie habla de la postpandemia, pero siento que estamos viviendo lo que quedó de la pandemia como la resaca. Gracias a Dios ya pasaron cinco años, pero es un fantasma del que nadie habla, como de un ex. Y eso nos dejó cosas adentro. Los “ojos de cristal” de la canción se refieren al cristal de las pantallas.
—Uno de tus mundos es el de la moda, ¿Crees que se puede volver muy superficial?
—Me gusta la idea de poder despertar conciencia. Creo que soy una persona muy consciente, que escucho mucho, que veo mucho. Eso se revela en cada una de mis criaturitas, de mis creaciones artísticas: me gusta escuchar a mis clientas cuando vienen a pedirme un vestido y también me gusta escribir guiones. Después llevo todo eso a cosas concretas de la realidad: diseños, videos, canciones.
Su infancia en Rufino y lo que marcó su vida para siempre
—¿Cuándo se despertó tu vocación?
—Me atropelló un auto a los 13 años y eso marcó mi vida. Vinimos de urgencia a Buenos Aires. Terminé con un yeso y estuve dos meses sin salir de mi casa, así que empecé a hacer una catarata de cosas desde mi cama. Me puse a diseñar y empecé a estudiar por YouTube. Empecé a trabajar, a hacer tarjetas de 15 que le vendía a mis compañeras. Siempre me gustó hacer tangible lo que está en mi mente.
—Con 13 años ya eras todo un emprendedor.
—Me encanta la veta comercial. Me gusta ofrecer mis servicios. También le vendía souvenirs a la gente del colegio, decoré y pasé música en fiestas, y después empecé a coser. Eso empezó porque hacía teatro y teníamos que hacer el vestuario. La mamá de mi mejor amiga cosía y empezamos a coser todos juntos.
—De coser el vestuario del teatro de tu pueblo a diseñar los vestidos de Pampita…
—Era hermoso hacer teatro en mi pueblo. El Teatro Candilejas quedaba a la vuelta de mi casa y era un lugar de contención. Ahí tuve la oportunidad de acercarme a mi sueño y me emociona mucho porque es un lugar que recuerdo con mucho amor. Era un espacio muy descuidado y de pronto íbamos con nuestros compañeros a limpiarlo, a acomodarlo y ponerlo lindo.
—Te emociona…
—Sí, porque es parte de mi camino, de mi historia. Es parte de lo que a mí me hace ser hoy lo que soy. Ser auténtico. En ese teatro, ahí en el pueblo, podía viajar a cualquier tiempo.
-Vestiste a algunas de las figuras más importantes del espectáculo argentino: Valeria Mazza, “Pampita” Ardohain, Juana Viale, Natalia Oreiro, Isabel Macedo, Lali Espósito. ¿A quién más soñás con poder vestir?
Me encantaría poder volver a vestir a mi abuela, aunque ya no está en este plano. Fue la primera persona a quien vestí. Me acuerdo mucho de ese momento: yo tendría 16 años y le hice la ropa a mis dos abuelas, para la graduación de mi hermana. Me vine a Buenos Aires específicamente a comprar las telas para poder hacerles el diseño que tenía en mente. Lo que más me gustaría es poder volver a vestirlas a ellas. Tengo una foto guardada de ese día, de ellas, divinas con mis vestidos. Esa imagen es muy importante para mí, porque siempre confiaron en mi sueño.