Autores: Cecilia Monti, Juan José Campanella. Dirección: Juan José Campanella. Intérpretes: Eduardo Blanco, Fernanda Metilli, Gastón Cocchiarale, Maru Zapata. Vestuario y escenografía: Cecilia Monti. Iluminación y video: Matías Canony. Música: Emilio Kauderer. Sala: Politeama, Paraná 353. Funciones: miércoles a viernes a las 20, sábados a las 19 y 21.30, domingos a las 19. Duración: 120 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

Las relaciones de pareja conformadas por personas de diferentes generaciones suelen tener sus vaivenes. La mirada de los hijos de quien es mayor, frente a un romance de su padre con una mujer 30 años menor, por ejemplo, suele resultar un conflicto difícil de resolver. La mirada de la sociedad también puede resultar un obstáculo. Y hasta las necesidades personales de cada uno de los integrantes de la pareja, con experiencias de vida diferentes, pueden alterar la dinámica de esa relación.

Algunas de estas cuestiones aparecen retratadas en Empieza con D siete letras, la pieza cuya autoría comparten Cecilia Monti y Juan José Campanella. Luis (Eduardo Blanco) es un reconocido cardiólogo jubilado que ha quedado devastado por la muerte de su esposa, situación que le resulta muy difícil de superar. Miranda (Fernanda Metilli) es una joven treintañera, profesora de yoga, atractiva, desenfadada, que se ha separado de su marido y trata de encontrar en una aplicación de citas a un nuevo compañero.

Ambos se conocen en la sala de espera de un consultorio odontológico. Y lo que en un comienzo parecería resultar una situación muy normal, poco a poco se va convirtiendo en algo más, se diría, que surge la posibilidad de un enamoramiento. Luis decide, casi de manera forzada, aceptar algunos consejos de Miranda y ella parecería disfrutar ese intento de modificar la conducta de ese hombre que ante su mirada, es un tanto renuente y sombrío.

Los encuentros entre ellos avanzan y así va naciendo una historia de amor que ambos enfrentan con total naturalidad. Pero ciertos reclamos, muy genuinos, del hijo de Luis y un reencuentro poco afortunado con el exmarido de ella, hacen que esa pareja se separe por motivos inesperados.

Eduardo Blanco y Gastón Cocchiarale en Empieza con D siete letras, la obra escrita en conjunto por Cecilia Monti y Juan José Campanella

El texto de Monti y Campanella va minuciosamente mostrando las historias individuales de cada uno de los personajes, a veces hasta con mínimos detalles. A través del armado de situaciones muy bien estructuradas el espectador va tomando contacto con esos universos en apariencia muy distintos, pero unidos por una necesidad común: dejar de lado la soledad y descubrir que es posible establecer contacto con alguien que posibilite una nueva dimensión en la vida.

Esa minuciosidad está muy bien aprovechada por Juan José Campanella a la hora de dirigir la pieza. Cada uno de los  protagonistas encuentra la manera de dar forma a las diferentes situaciones aportándoles mucha consistencia. Hay en cada uno de ellos una profunda comprensión del momento por el que van atravesando y esto permite que la acción se desarrolle a un ritmo muy preciso, sin dejar de estar atentos a lo que sucede en la platea. Juegan en escena de tal manera que incluyen a quien los está observando y es así que logran una empatía muy atractiva con los espectadores.

Todos los intérpretes despliegan recursos muy genuinos. Eduardo Blanco y Fernanda Metilli pueden pasar de la comedia al drama con una elocuencia notable.  Y lo hacen manteniendo los perfiles de sus personajes. Blanco logra, al comienzo, aportarle cierta oscuridad a Luis y conducirlo con mucha efectividad hacia ese hombre a quien el amor lo transforma y lo torna un ser que renueva sus aspiraciones de vida.

Fernanda Metilli y Eduardo Blanco, una buena dupla al frente de Empieza con D siete letras, dirigida por Juan José Campanella

Metilli sabe explorar internamente los valores de esta mujer que recrea y que la obligan a transitar por una compleja gama de sensaciones. Es tan desprejuiciada en su forma de moverse en la vida, como muy severa a la hora de reflexionar sobre sus necesidades personales. Y logra un  equilibrio emocional que sobresale por la profundidad que consigue imponerle la intérprete.

El actor Gastón Cocchiarale, en un personaje menor pero muy definitorio en la historia a la hora de ayudar a completar el pasado de Luis y Miranda, puede duplicarse interpretando dos papeles de forma también muy convincente, que genera tensión y hasta aporta una cuota de intriga a la obra.

Maru Zapata es la menos afortunada de este cuarteto. Su personaje de asistente del consultorio odontológico tiene apariciones muy breves, pero ella les sabe sacar provecho imponiéndose con una presencia muy intensa.