Un buen día, tras una larga odisea, las multitudes comenzaron a brotar en el horizonte. Leandro había atravesado parte de África y Medio Oriente en bicicleta hasta llegar a Qatar, donde la fiesta parecía infinita, indicándole a su cuerpo que había que seguir. Y así lo hizo, dispuesto a vivir días inolvidables embelesados por una Argentina campeona. Sin embargo, aquel punto cúlmine de su travesía significó el primer indicio de que era tiempo de volver a su tierra de origen; aunque fuera por un tiempo debía sentir a su Córdoba natal, tal vez no para descansar su cuerpo exhausto, sino para menguar los impactos intensos culturales y volver a abrazar las raíces.
Fue así que, tras la alegría infinita mundialista, Leandro viajó hasta España, donde emprendió una ruta en la que atravesó el sur de Portugal para dirigirse luego a Galicia, donde, finalmente, abordó un vuelo al destino familiar que tanto extrañaba: su querida Argentina.
Transformarse en un viajero intermitente: “Los amigos en un comienzo no entendían mucho”
Catorce años atrás, Leandro Blanco Pighi decidió cruzar sus límites y salir a viajar por el mundo. Hoy, a sus 34 años, decir que lleva una vida nómade intermitente sorprende a muchos, tal vez por esa creencia de que existen correctos e incorrectos, una vida “real” en la que hay que obedecer ciertas reglas.
Allá por el 2011, sin embargo, el revuelo fue aún mayor. Con apenas 20 años, su decisión de irse de la Argentina por primera vez y sin puerto definitivo, causó un fuerte impacto en su entorno, revolucionado por su determinación a tan corta edad.
Los miedos, por aquel entonces, invadieron los pensamientos de sus seres queridos y los propios, pero para Leandro, ningún temor era tan intenso como sus ganas de salir al mundo y descubrir horizontes nuevos: “A pesar de la sorpresa, siempre conté con el apoyo de la familia”, rememora.
“Los amigos en un comienzo no entendían mucho de qué se trataba esto de ser un viajero intermitente (en esos tiempos no estaba tan difundido ni existían las redes sociales que lo fomentara), pero a medida que fueron entendiendo cómo era esta vida, algunos se fueron sumando. Fue algo hermoso”.
Vivir viajando y la primera parada: “No perderme ni una aurora”
Llevar una vida sin puerto permanente, para un espíritu como el de Leandro jamás significó saltar de un destino a otro para aprovechar unas cortas vacaciones, todo lo contrario, él le dio inicio a un estilo de vida en el que cada nueva parada traía consigo la intención de una experiencia profunda.
El primer punto de llegada fue Noruega, con el sueño de vivenciar la aurora boreal. Apenas tocó el suelo extranjero lejano, el impacto cultural y emocional fue extremo. En Tromsø, a la altura del círculo polar ártico, ante él se extendieron toneladas de hielo y nieve como jamás había visto, acompañados por unos pocos instantes de luz solar. Y a medida que se acercó a lo que allí llaman `la noche polar´, sus emociones se intensificaron, dejando en él una impresión inolvidable: “Hermoso”, repite Leandro una y otras vez ante el recuerdo.
En Tromsø se quedó a vivir, como buen viajero intermitente que había decidido ser. Y al igual que ese `Goldmundo´ necesitado de absorber belleza desconocida a través de nuevos hábitos, costumbres y paisajes, se dispuso a deleitarse sin descanso con las auroras boreales del ártico, acompañado por otras miradas en su camino: “Conseguí trabajo en un hostel, donde permanecí durante todo el invierno para no perderme ni una aurora y exprimir la experiencia al máximo”, cuenta Leandro. “Allí tuve la oportunidad de embeberme de las costumbres locales, pero también hacer muchos amigos, en su mayoría latinos o noruegos que conocían los países latinos: somos más cálidos”, sonríe.
Nieve, ojotas y vivir de la pasión: “El viaje y la escritura como modo de vida”
Su Córdoba natal había quedado atrás. En Noruega, Leandro estaba viviendo una experiencia con la que había soñado desde niño. Tras los meses de invierno colmados de silencios especiales, amistades memorables y auroras boreales sublimes, el joven argentino decidió volar hacia el polo opuesto, no del mundo, sino en relación al clima: Mallorca, con sus playas bañadas de sol eterno.
De vivir con capas de abrigos, pasó a la vida en ojotas. Atravesó Europa para ir de la nieve al mar y experimentar un cambio de costumbres radical, acompañado por el deseo inamovible de fundirse en la atmósfera elegida y trabajar, para luego seguir viaje: “Con el anhelo de seguir en el horizonte, uno se va flexibilizando y adaptando a lo que surge. En lo personal trabajé de muchísimas cosas en mi camino viajero: fui pintor, trabajé en granjas, fui mozo, bartender, recepcionista y más”, revela.
Cierto día, sin embargo, Leandro sintió un profundo cansancio, no de la vida nómade, sino de los empleos en relación de dependencia. Él, apasionado de las letras, supo que era tiempo de abrazar aquello que le provocaba sentido, y hallar el sendero para vivir de ello. Y así fue: con sus estudios en Letras y Comunicación Social, en el camino escribió, publicó sus libros, comenzó a ofrecer talleres y cursos de escritura, siempre compatibles con su vida itinerante.
“El viaje y la escritura como modo de vida, vivir por y para las palabras, por y para los sueños, y eso dio sus frutos. Sigo de viaje y vivo cien por ciento de las letras”.
Alas, raíces y volver a la Argentina: “Entender nuestros orígenes y todo lo que somos”
Europa, Asia, América (donde vivió en México y emprendió un periplo desde Córdoba hasta Alaska), África, Medio Oriente, sesenta países habían desfilado ante sus ojos fascinados, siempre sedientos por conocer las maravillas del mundo y sus culturas. La odisea hacia Qatar y el viaje por la península ibérica, sin embargo, habían despertado en Leandro un deseo por volver a la Argentina como nunca antes había sentido.
Y en su regreso, Córdoba amaneció ante él como jamás lo había hecho. En su suelo, fue capaz de observar lo evidente y lo invisible, la magia de su belleza, que no solo reposaba en sus sierras, arroyos y costumbres conocidas. Esta revelación, inspiró a Leandro a impulsarse hacia un nuevo viaje, pero esta vez dentro de su propia tierra.
“Junto a mi novia, Luz, decidimos encarar el proyecto `nuestras raíces´, que busca justamente eso, conectar con lo más cercano después de tantos años de viajar alrededor del mundo”, explica. “Se trata de un recorrido donde conectamos con nuestra Córdoba, a lo largo de los veintiséis departamentos de la provincia, a paso lento, haciendo pocos kilómetros por día, tratando de conectar con pueblos pequeños, con las curiosidades, con lo que conecta realmente con lo ancestral y lo que nos lleva a entender nuestros orígenes y todo lo que somos hoy que nace de esta tierra hermosa que es la provincia de Córdoba”, continúa Leandro, quien está en el proceso de publicar su tercer libro.
“Las enseñanzas más profundas están por fuera de las carreteras principales”
Como nunca antes, Leandro siente sus raíces con fuerza, lo que le permite erigir su árbol de la vida sin miedo a que sus ramas se multipliquen demasiado o que su búsqueda del sol haga perder sus hojas más altas de vista; el suelo es firme y lo que está bajo él, resistente. Puede permitir que se bifurquen los caminos sin miedo a perderse.
La aurora boreal fue su primer gran sueño que lo llevó a buscar nuevos horizontes, y no será el último deseo que lo impulse más allá de sus propias fronteras. Pero hoy, Córdoba y su origen son su presente: para poder volar con espíritu libre es bueno mantener las raíces fuertes.
“Cuando empecé a viajar, primero lo hacía para encontrar esos lugares de revista: la Torre Eiffel, el Big Ben, el Taj Mahal, pero después fui aprendiendo que todos esos lugares no eran nada sin la gente, que en realidad lo que hace al lugar son las personas; y al conectar con las diferentes personas vas entendiendo que hay diversas formas de ver la vida y de vivirla. Así se va abriendo de manera muy amplia el abanico de las posibilidades, lo que nosotros vemos como normal o correcto es solo una porción pequeña del todo. Por ejemplo, llegar a Asia, ver India y Nepal fue como descubrir otro planeta, que mi cabeza occidental es solo una parte del todo que existe. El aprendizaje trascendental, más allá de las luces evidentes, es ese”.
“Las enseñanzas más profundas están por fuera de las carreteras principales, en los pequeños pueblos, donde la gente habla más despacio, donde te mira, te escucha, te presta atención, donde le gusta el intercambio humano. Por más diferencia religiosa, color de piel o idioma, lo que hay en la profundidad es un deseo de compartir y de aprender lo que el otro tiene para dar”.
“Y después de tanto buscar y viajar, uno también entiende que los grandes aprendizajes de la vida están a la vuelta de la esquina, y que lo único que necesitamos es andar con los sentidos despiertos, dispuestos a absorber lo que tiene cada lugar para darnos. En el caso de `nuestras raíces´, en nuestro recorrido por Córdoba nos damos cuenta de que muy cerca nuestro hay lugares a los que nunca habíamos ido. Se trata también de ir tras las pistas de nuestros antepasados que caminaron por estas tierras, que nos ayuda a entender por qué somos lo que somos. Nos fuimos lejos para comprender, pero había grandes respuestas acá cerquita. Es una búsqueda del tesoro para descubrir de dónde venimos”, concluye.
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