WASHINGTON.- El próximo lunes 20 de enero, Donald Trump abrirá su segundo mandato como presidente de Estados Unidos apenas diez días después de que Nicolás Maduro terminó de anclar la dictadura en Venezuela al atrincherarse en el Palacio de Miraflores, pese a su derrota en la última elección presidencial, ampliamente reconocida en la región, incluido por Estados Unidos. El futuro de Venezuela se definirá en parte según cómo desanude el vínculo entre ambos, que acarrean un historial.

La nueva presidencia de Trump abre un interrogante: ¿retomará su política de “máxima presión” sobre el régimen chavista de su primer gobierno, pese a que fracasó, o negociará un acuerdo con Maduro, mutuamente conveniente? Trump ha dejado señales ambiguas durante la transición, dejando el camino abierto a cualquiera de las dos alternativas, o incluso a una combinación de ambas.

La declaración más directa de Trump sobre Venezuela llegó el día anterior a la jura de Maduro, luego de la detención de María Corina Machado en la multitudinaria marcha opositora. Trump dijo que Machado y el presidente electo, Edmundo González Urrutia, expresan “las voces y la voluntad del pueblo venezolano”, los llamó “luchadores de la libertad” y dijo que deben permanecer seguros y con vida. Pero Trump, siempre verborrágico y ágil en sus declaraciones, no le dedicó ni sola una frase a Maduro, ese día o tampoco el día siguiente, cuando asumió otra vez la presidencia, una jura que el gobierno de Joe Biden tildó de “ilegítima”.

Nicolás Maduro se juramentó este 10 de enero para un tercer mandato en Venezuela

Maduro, a su vez, ofreció un ramo de olivo después de la contundente victoria de Trump en las elecciones en Estados Unidos en noviembre último al augurar “un nuevo comienzo” en la relación con Washington. El propio Maduro había roto vínculos después de que Trump exigió su renuncia y reconoció a Juan Guaidó como legítimo líder de Venezuela y lo recibió en el Salón Oval de la Casa Blanca en medio de la ofensiva de sanciones más duras jamás implementada por Estados Unidos contra el chavismo, una campaña de “máxima presión” que incluyó un embargo total al petróleo venezolano.

“Por mucho que hayamos tenido tensiones o tirantez en las relaciones, cuando intentaron atentar con su vida en dos oportunidades no dudé ni un segundo en solidarizarme y desearle buena salud y larga vida”, dijo Maduro tras el triunfo de Trump. “Hoy le deseo suerte en su gobierno y que sus propuestas de ofertas electorales tengan un buen destino, una buena realización. Aquí estará Nicolás Maduro Moros, presidente constitucional reelecto de la República Bolivariana de Venezuela siempre dispuesto a relaciones positivas, con Estados Unidos y el mundo entero”, cerró.

“Máxima presión”

Una de las figuras que forjó la política del primer gobierno trumpista para Venezuela fue John Bolton, un “halcón” que timoneó la política exterior desde el Consejo de Seguridad Nacional. La estrategia, que generó alto entusiasmo al principio en la comunidad de venezolanos expatriados, no dio resultado. Bolton no volverá ahora a la Casa Blanca, pero uno de sus colaboradores sí lo hará: Mauricio Claver-Carone, otro “halcón”, forjado en Florida, expresidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y exasesor de Trump. Como enviado Especial para América latina, Claver-Carone trabajará ahora codo a codo con el futuro secretario de Estado, Marco Rubio, una figura consolidada en el establishment republicano que tiene en la mira desde siempre a las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela, y a la influencia de Rusia, China e Irán en América latina.

La dupla formada por Rubio y Clave-Carone augura, para muchos, una nueva era de endurecimiento extremo de Washington hacia las dictaduras regionales y los gobiernos de izquierda que le han dado reparo a Maduro, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega.

ARCHIVO - El exasesor de seguridad nacional John Bolton habla en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, Washington, 30 de setiembre de 2019. El Departamento de Justicia dice que ha acusado a un agente iraní de un plan para asesinar a Bolton, que fue asesor de seguridad nacional durante la presidencia de Donald Trump. (AP Foto/Pablo Martinez Monsivais, File)

Pero la política de máxima presión desplegada durante la primera administración trumpista, al igual que el enfoque gradualista aplicado después por el gobierno de Joe Biden en el camino hacia el acuerdo de Barbados que abrió el camino a la última elección presidencial, resultaron inocuos para sacar a Maduro del poder. El chavismo todavía retiene el control de las Fuerzas Armadas, una asociación ilícita inmune, hasta ahora, a los esfuerzos de Washington y el resto de los gobiernos regionales que han intentado llevar a Venezuela a una transición democrática.

Esa realidad, junto con el pragmatismo de Trump, su predisposición a negociar con autócratas, y sus objetivos políticos –Trump quiere ante todo frenar la llegada de migrantes a Estados Unidos, y Venezuela ha sido en los últimos años uno de los principales orígenes de refugiados– abonan las especulaciones sobre un acuerdo con Maduro. Trump alimentó las suspicacias con uno de sus anuncios: Richard Grenell será su futuro enviado Especial para Misiones Especiales, un cargo nuevo creado por Trump para afrontar los desafíos más duros de la política exterior. Grenell era uno de los candidatos para liderar el Departamento de Estado, cargo que al final cayó en Rubio.

“Ric trabajará en algunos de los lugares más conflictivos del mundo, incluidos Venezuela y Corea del Norte”, anticipó Trump en una publicación en su plataforma, Truth Social.

Un futuro acuerdo

Grenell ya intentó negociar la salida de Maduro al final del primer mandato de Trump. La agencia Bloomberg reveló en octubre de 2020, en plena campaña presidencial durante la pandemia del coronavirus, que Grenell se reunió en México con Jorge Rodríguez, un político venezolano aliado de Maduro. La Casa Blanca reconoció el contacto, ignoto incluso para otros altos funcionarios del Departamento de Estado y la administración, después de la revelación.

Trump quiere despachar a los migrantes venezolanos que huyeron de la pobreza, la represión y la violencia en Venezuela y encontraron refugio en Estados Unidos. Esta semana, Biden extendió el programa que les otorgó un permiso para vivir en el país a unos 600.000 venezolanos. Trump quiere revocar o al menos restringir ese programa, pero en su primer mandato fue bloqueado por la Justicia. Un eventual acuerdo con Maduro puede incluir el futuro de esos migrantes.

El expresidente Donald Trump saluda al senador por Florida Marco Rubio durante un acto de campaña, el 4 de noviembre de 2024, en Raleigh, Carolina del Norte. (AP Foto/Evan Vucci, Archivo)

Decenas de compañías petroleras norteamericanas están interesadas en hacer negocios con el petróleo venezolano. El gobierno de Biden dejó expirar la licencia general para las petroleras, y en cambio otorgó permisos quirúrgicamente, incluido al gigante Chevron, con una estrategia de “tire y afloje” para obtener concesiones de Maduro. Biden dejó intactas esas licencias en su última ronda de sanciones, en medio de la máxima represión del régimen de Maduro contra la oposición.

Trump, afecto a presumir de sus cualidades de negociador, podría intentar abrir una discusión con Maduro para brindarle oxígeno a cambio de más negocios para las petroleras y un cepo a los venezolanos que quieran salir del país, y a los que deporte Trump. La democracia venezolana puede llegar a ser parte de esa discusión, o no.