En la sala de espera, indiferentes a todo el ruido, dos chicos conversan. Uno le elogia las zapatillas al otro. Hablan de compras en el exterior. El de las zapatillas le muestra el reloj enorme y colorido que lleva en su muñeca. Apenas superan los 20 años.
De repente, se abre una puerta y una mujer con ambo blanco les dice que ya pueden entrar. Al costado de esa puerta, una hoja avisa de qué se trata: Dispositivo para el Abordaje de los Consumos Problemáticos en Entornos Digitales.
Detrás de esa puerta se trabaja especialmente sobre uno de esos consumos problemáticos que en los últimos años empezó a hacer estragos en adolescentes y jóvenes y por eso es el que más preocupa: las apuestas online.
Son las 9 de la mañana del jueves y la escena transcurre en el primer piso del hospital Álvarez durante una visita de LA NACION. En esa planta está el sector de adicciones y el movimiento no para. Hay gente que entra y sale de dos grandes salones en los que funciona el hospital de día para personas en recuperación. Algunos llegan para hacer breves consultas y se van. Otros, participan de talleres que duran toda la mañana. Y unos pocos, porque el servicio tiene apenas seis meses, llegan para hablar y tratar su compulsión a las apuestas.
Culpa, ansiedad y aislamiento
Quien recibe a los chicos es la psicóloga Mariana Manté, coordinadora de este nuevo espacio creado en julio de 2024, el primero de su tipo dentro de un hospital porteño. Allí se busca ofrecer una respuesta concreta a esta conducta que creció en forma alarmante entre jóvenes, adolescentes e incluso niños desde los 12 años.
Psicólogos, psiquiatras y especialistas en adicciones coinciden en se trata de una explosión de este hábito. Afirman que es una rutina peligrosa que se expande escuelas, fiestas, asados, viajes de egresados y en la soledad de sus habitaciones. El fenómeno ya desencadena consecuencias muy graves: desde la compulsión al juego hasta las ideas de muerte y el suicidio.
Riesgo de suicidio: dónde pedir ayuda
“A la par de lo que empezamos a ver en los medios, también comenzamos a recibir consultas, sobre todo de docentes”, contextualiza Manté, quien recibe a LA NACION en la misma sala blanca y despojada en la que, una hora después, los dos jóvenes tendrán su sesión grupal.
En los seis meses que suma el espacio ya han admitido a unos 20 pacientes. “Pensamos que iban a llegar chicos de entre 15 y 16 años, pero por ahora llegaron jóvenes de alrededor de 20, aunque en todos los casos el problema no es reciente sino que llevan años jugando”, explica Manté. Al inicio del tratamiento, dice, los chicos suelen manifestar culpa, ansiedad y sensación de aislamiento.
Junto a ella está el jefe del servicio de Salud Mental del hospital, el psiquiatra Ariel Falcoff, y las psicólogas Fabiana Santos y Karina Elalle, quien también es coordinadora del dispositivo. Entre todos reconstruyen algunas de las estrategias más frecuentes de las que se valen los jóvenes para obtener dinero para apostar:
- Usar las tarjetas de crédito de algún familiar
- Robar dinero en efectivo y depositarlo en alguna cuenta desde la que puedan apostar
- Incurrir en maniobras fraudulentas, como por ejemplo, vender entradas falsificadas
- Pedir préstamos a través de las tarjetas de sus padres
- Endeudarse en sitios ilegales vinculados con las apuestas
- Mentir
“Les cuesta reconocer que tienen un problema”
Sentados en ronda, los profesionales sintetizan las principales características de los chicos que llegan al dispositivo. Son, en su gran mayoría, de clase media, con el secundario completo. Suelen estar cursando algún estudio superior o tratando de insertarse en el mercado laboral.
Las redes sociales ejercen sobre ellos una gran influencia: son su norte en términos aspiracionales. En sus familias suele haber algún antecedente de consumo problemático, incluso en algunos casos con el juego. Tienen familias que han venido solucionando sus deudas con el juego y que, muchas veces, los justifican y hasta los sobreprotegen.
Hay un detalle más sobre estos jóvenes: les cuesta reconocer que tienen un problema. Todo el equipo coincide en que es la pérdida de importantes sumas de dinero lo que provoca que los jóvenes se acerquen al servicio y quieran tratarse.
“Cuando llegan, no pueden ver todo lo que perdieron más allá del dinero. Tenemos chicos que perdieron el trabajo o que cursaron todo un año de facultad pero no aprobaron ninguna materia. Otros, que dejaron de hacer actividades o deportes por apostar. Pero parte del trabajo terapéutico busca lograr que puedan visibilizarlo”, explica Karina Elalle.
A su lado, Fabiana Santos explica que las sesiones grupales semanales son la principal forma de trabajo en el dispositivo. “Por lo general ya hacen terapia en forma privada. Pero, de ser necesario, contamos con la posibilidad de que inicien una terapia individual, que reciban atención psiquiátrica e incluso que hagan terapia familiar”, dice la especialista, sentada junto a sus colegas en las mismas sillas y bancos que media hora después utilizarían los jóvenes durante su sesión grupal.
Familiares que minimizan lo que pasa
Cuando la sesión termina, una hora más tarde, los dos chicos salen y vuelven a sentarse en la sala de espera. Un hombre llega y saluda con un beso a uno de los chicos. Parece ser su papá. El hombre y el chico conversan brevemente. El recién llegado se sienta y chequea su teléfono mientras que los dos jóvenes se van juntos. Al rato, un hombre de ambo azul llega y también se sienta en la sala de espera, que, de repente, se torna silenciosa. Minutos después, se abre la misma puerta y Manté los hace pasar. La sesión para familiares acaba de comenzar.
Los profesionales explican que la asistencia junto a un familiar no es requisito excluyente, pero que, cuando es posible, el pronóstico de ese caso es mucho más alentador. “A veces pasa que, al tratarse de una sesión grupal, los chicos cuentan sus problemas a medias porque sienten que tienen que demostrar frente a los demás que tienen todo controlado. El hablar con los familiares nos aporta muchos más elementos”, explica Santos.
Elalle añade la importancia de trabajar con el entorno familiar, que en ocasiones minimiza, naturaliza y hasta puede ser funcional a la problemática. Y junto a Manté reconstruyen un caso testigo, de un paciente que abandonó el tratamiento.
Al chico lo vamos a llamar Alan y llega al tratamiento después de haber blanqueado con su mamá y su papá, que apostaba desde los 16 y que para hacerlo se había endeudado con sus tíos pero también con prestamistas peligrosos. Su papá tuvo que reunirse con cada uno de los prestamistas para renegociar las deudas y evitar que tomaran represalias con su familia.
“En el trabajo con la familia era frecuente que la mamá justificara a su hijo”, explica Elalle. En las sesiones tanto con Alan como con su familia se trabajó para que pudiera responsabilizarse de sus actos. “Ese es otro de los desafíos. Que una vez que sus padres los rescatan económicamente, los chicos no sientan que lo pueden volver a hacer porque, total, no pasa nada”, agrega Manté.
En el caso de Alan el abandono del tratamiento tiene un costado alentador: había empezado a trabajar con la intención de devolverle a sus padres todo lo que habían pagado.
¿Cuánta plata apuestan en promedio los adolescentes y jóvenes argentinos?
El exdirector nacional de investigación de la Sedronar, Alberto Trimboli, fue el primer coordinador del dispositivo y uno de sus principales impulsores del espacio en el Álvarez. En diálogo con LA NACION, remarca la importancia de no llamar ludopatía a este tipo de consumos en adolescentes y jóvenes.
“Se presta a la estigmatización como fue en su momento el término ‘drogadicto’”, explica y sigue: “Eso los expulsa del sistema de salud. Por otra parte, esto lleva a pensar que los adolescentes solo pueden tener problemas con las apuestas en entornos digitales y no es así”.
Trimboli enumera a los videojuegos, a las criptomonedas y a las redes sociales como parte de la amplia oferta de internet que puede convertirse en una trampa para quienes tengan algún tipo de predisposición a desarrollar un consumo problemático. “Para eso, deben darse una serie de condiciones previas de salud mental. El problema comienza cuando ese consumo les impide llevar adelante su vida cotidiana”, concluye.
Más información
- Las entrevistas de admisión en el Dispositivo para el Abordaje de los Consumos Problemáticos en Entornos Digitales del hospital Álvarez se piden personalmente de lunes a viernes de 8.30 a 11.30 en el sector de Adicciones del servicio de Salud Mental. El hospital queda en Juan Felipe Aranguren 2701, en el barrio porteño de Flores. También se puede llamar al 4630-2984 o escribir a adiccionesalvarez3@gmail.com.
- Si querés saber más sobre la problemática de los apuestas online entre los adolescentes, podés leer la guía de LA NACION con las respuestas a las preguntas que más resuenan entre los padres y familiares.