“En Vaca Muerta, hay vacas vivas y en producción”. Ese el lema que tiene Glenda Hansson desde hace seis años cuando decidió encarar un emprendimiento lechero, familiar y artesanal en la región neuquina conocida como Vaca Muerta.
Nacida y criada en Cutral Co, a los 28 años, su vida daría un giro rotundo de 180º. Dejaba la ciudad y se mudaba al medio de campo una chacra de una hectárea y algo más de su marido Javier Mesplatere, en la localidad de Rincón de los Sauces, donde hacía alfalfa.
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Ese fue su primer contacto con la ruralidad, pero poco tiempo le costó enamorarse de ese oasis rodeado de tres mil álamos, en plena zona de producciones hidrocarburíferas. Y fue la compra de una vaca a la que llamó Aurora el inicio del tambo al que llamó La Soñada. Desde 2018 lo lleva adelante y en la actualidad produce yogures, dulce de leche y un gran abanico de quesos de autor. Uno de ellos, dicen, es furor en Neuquén y provincias vecinas: queso con almendras maceradas en licor Tía María.
“Lo primero que pensé cuando llegué es qué hacer en esta zona de Rincón de Los Sauces y de Vaca Muerta, donde todo es gas y petróleo. A los dos años de estar viviendo ahí, mi marido me sugirió comprar una vaquita, para hacer algo diferente. Pero adentro mío me dije ‘qué vamos a hacer con una vaca’. No tenía idea lo que era el campo, pero me convenció y compramos a Aurora, una vaca de la raza Holando de unos 650 kilos que se vendía en la zona”, cuenta a LA NACION.
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Y, con unas explicaciones caseras de gente vecina, comenzó a ordeñarla. No era tarea fácil, sobre todo sacarla del lote y traerla hasta el corral. Pero con el tiempo se hizo baqueana. “Revoleaba un poco de pasto unos cuatro metros hacia adelante y así la iba arrastrando hacia el galpón. También manearla se me hacía difícil. Hasta que después de unos meses, Aurora me agarró y me pegó un lengüetazo en la cara. Eso bastó para despertar una pasión oculta en mi vida. Me dije ‘esto es lo mío’”, detalla.
A distancia y de manera virtual, comenzó a capacitarse en la Facultad de Agronomía de la UBA en lo que era guachera, manejo de tambo y partos. Y también estudiaba en la Fundación de Estudios Patagónicos y en la Fundación Flor. Al unísono, fue comprando más vacas y así empezó con el tambo.
En un primer momento, vendía leche fluida en la zona pero a medida que el rodeo creció y comenzó a sobrar leche, se planteó fabricar algún queso, yogur o dulce de leche. “Preguntando, preguntando, arrancamos con un estilo de quesillo muy de la zona de Bolivia y Perú. Pero era un queso muy de campo. Además, cuando nos dimos cuenta, nuestro rodeo sumaba cada vez más leche; le dije a mi marido que teníamos que incursionar y agregar otros tipos. Pero sobre todo diferenciarnos y hacer algo distinto en la zona y para eso empezamos a estudiar para ser maestros queseros en los momentos libres donde no ordeñábamos. Neuquén no es una cuenca lechera y hoy somos el único tambo en esta región formada por siete localidades”, describe.
“Para lucirnos, necesitábamos hacer un producto auténtico, único y novedoso, fue ahí que surgió elaborar el queso de almendra o de nuez, macerado al licor de Tía María. Era totalmente distinto y hoy es el que se está imponiendo en todo Neuquén”, dice orgullosa, y agrega que “siempre que haya buena materia prima, hay sabores para innovar”.
Luego sumó un ahumado, el de cebolla con orégano, ajo y provenzal, provoleta, tomate disecado y morrón, entre otros. Ahora está en miras de hacer un queso con cerveza. En la actualidad, ya con un gran bagaje informativo lleno de experiencias, con la leche ordeñada de la mañana fabrican los quesos y con la de la tarde, si sobra de la venta de leche fluida, se elaboran yogures y dulce de leche.
Para que esto fluya y esté en marcha permanente, toda la familia trabaja tirando del mismo carro. En los tiempos libres, su marido la acompaña en las labores. Mientras, sus hijas Uma y Angelina, casi jugando, ayudan con la guachera y con las 450 gallinas ponedoras, otro de los emprendimientos que comenzó tiempo atrás. Con una escala baja, cada dos días por las mañanas saca 150 litros de leche, que la lleva a elaborar por semana unos 150 kilos de quesos que se envasan al vacío.
“Estoy tan feliz por haber descubierto por casualidad esta pasión, pese a que el trabajo del tambero es muy sacrificado y poco valorado. No es sentarse en un banquito y ordeñar, hay mucha perseverancia y amor atrás. Siento que encontré mi lugar en el mundo”, finaliza.