Netflix estrenó Jerry Springer: Peleas, cámara, ¡acción!, una serie documental de dos capítulos en los que se explora la historia del talk show que supo aprovechar los escándalos, el ridículo y los escenarios más controversiales para alcanzar la fama mundial.
Señalado por muchos como el máximo exponente de la degradación cultural de la televisión estadounidense, la docuserie toma esa premisa a través de varios de los productores involucrados que jugaron un papel fundamental en la creación del denominado “circo romano moderno”. Entre personajes bizarros y situaciones que desafiaron los límites del buen gusto, junto a una audiencia hambrienta de “entretenimiento”, El Show de Jerry Springer marcó un cambio en la forma de consumir televisión por casi 30 años.
Enfocado principalmente en su popularidad que tuvo durante los 90, la serie deja en claro que el concepto del talk show fue transformado por el llamado “genio diabólico” Richard Dominick, productor ejecutivo del programa. Lo único que se interpuso con sus ideas revolucionarias parecía ser la ley: “Si pudiera ejecutar a alguien en vivo en televisión, lo haría”, confiesa en el documental.
Previo a la llegada de Dominick, entre 1991 y 1992, The Jerry Springer Show se presentaba de un programa inofensivo y mesurado. Conducido por Jerry Springer, exconcejal y exalcalde de Cincinnati y figura respetable en la televisión estadounidense, abordó debates sobre problemáticas sociales y reunía de manera emotiva a familiares perdidos. La llegada de un nuevo productor ejecutivo significó un cambio radical en la dirección del programa, otorgando a Springer un perfil distinto ante el público, en el que podía desplegar plenamente su carisma. “Je-rry, Je-rry, Je-rry” se coreaba en el estudio, justo a la entrada del conductor, presentando (con ayuda de sus productores) las historias más bizarras que se podían encontrar para atraer a los televidentes y mantenerlos enganchados durante todo el envío. “No traigan nada a menos que sea algo que llame la atención sin escucharlo”, dijo Annette Grundy, productora del programa sobre las exigencias de Dominick.
Entre los ejemplos más recordados y shockeantes se encuentra la presencia de miembros del infame Ku Klux Klan junto con el líder de la liga de defensa judía Irv Rubin, que culminó en una fuerte pelea en el estudio. También, en 1998, se relató la historia de Mark, un hombre que abandonó a su esposa e hijas para iniciar un romance con Pixel, una yegua de Shetland con la que llevaba cinco años casado; ambos se presentaron en el programa e incluso él demostró su afecto hacia el animal besándolo en la boca, frente al público.
En otra ocasión, una mujer afirmó estar enamorada de su hermano y aseguró que esperaba un hijo como resultado de esa relación incestuosa. Con el paso del tiempo, el nivel de impunidad por parte del show a la hora de presentar historias provocó malestar en el público, calificando el programa de “basura televisiva” y hasta pidiendo la cancelación del mismo, con Oprah Winfrey en el rol de su principal crítica y competencia.
El precio de la fama
Toby Yoshimura, quien desempeñó el rol de productor y fue uno de los más dedicados buscadores de historias para el programa, relató cómo las presiones del trabajo lo hizo dependiente del alcohol y la cocaína para sobrellevar el estrés y las contradicciones morales que supuso su trabajo. “Algunas historias fueron demasiado lejos”, confiesa en el documental. Melinda Chait Mele, también productora, destacó que el trabajo al mando de Dominick generaba un ambiente de “mucha presión”.
Uno de los atractivos de Jerry Springer: Peleas, cámara, ¡acción! recae en la negación y la evasión de responsabilidad que, incluso hoy en día, persiste en las personas involucradas en el programa, aun a pesar de las imágenes en las que se puede ver a los productores provocando a los invitados con el objetivo de lograr altercados físicos entre ellos. “Si no hay peleas, no hay rating”, concluye Yoshimura. Sin embargo, los productores solo recuerdan el esfuerzo extenuante al que se vieron sometidos para encontrar invitados con historias interesantes para mantener los números de rating. “No tratamos de ayudar a nadie”, exclamó Dominick.
Si bien uno de los puntos destacados del programa eran los casos de infidelidad, uno de ellos sobrepasó la pantalla cuando, en 2002, Nancy Campbell-Panitz fue brutalmente asesinada por su exesposo Ralf Panitz y su nueva pareja Eleanor. Semanas antes del crimen, tanto Campbell como Panitz y su pareja fueron invitados al programa de Springer para exponer al triángulo amoroso, algo que para Campbell “resultó una experiencia humillante”, expresa Jeffrey, hijo de la víctima. “La invitaron con falsas promesas y luego de que las cámaras se apagaron la producción se rehusó a pagarle cuando no accedió a pelear con la otra mujer”, suma. En mayo de 2002, Panitz fue sentenciado a la pena de cadena perpetua por asesinato en segundo grado en la corte del estado de Florida.
El fin de una era
A raíz de las repercusiones del caso Panitz y del cambio de dueños en la cadena NBC, la continuidad del show colgaba de un hilo. Al pedir una disminución de tono para el programa, Dominick renunció, ya que la competencia televisiva era cada vez mayor y cadenas como MTV emitían formatos imposibles hasta ese momento. El morbo ya no era exclusivo de los talk show: los realities lo adoptaron e impulsaron sus números de audiencia. En 2018, luego de 27 años de ser uno de los más grandes placeres culposos en la televisión estadounidense, el programa llegó a su fin.
Springer -que falleció de cáncer en 2023, a los 79 años- nunca se arrepintió de lo que sucedió en el programa, aunque reconoció que no lo vería. “La televisión no debe crear valores, es simplemente un reflejo de lo que está allí afuera: lo bueno, lo malo y lo feo”, expresó. “Pido disculpas por todo lo que hice; he arruinado la cultura”, dijo poco antes de morir, en una entrevista radial.