El conglomerado francés LVMH, que reúne a 76 marcas de lujo, se posicionó en 2024 como la empresa más valiosa del mundo. Su cotización, según Bloomberg, es de 330 mil millones de dólares. Su nombre está formado por las iniciales de sus dos empresas insignia: “Louis Vuitton” y “Moët Hennessy”. La primera, dedicada a la moda, tiene uno de los monogramas más reconocidos -y codiciados- del planeta. Angelina Jolie, Jennifer López, Naomi Campbell, Catherine Deneuve, por nombrar algunas de las grandes divas del espectáculo, no pudieron resistirse a sus exclusivos diseños. Sin embargo, ¿quién podría imaginar que detrás de esta fachada de glamour y sofisticación, hay una historia marcada por la pobreza, el esfuerzo y una inquebrantable resiliencia?
470 kilómetros a pie
Francia, 4 de agosto de 1821. En el pueblo de Anchay, en el seno de una familia humilde, nació Louis Vuitton. Su padre, Xavier Vuitton, se dedicaba al trabajo agrícola, mientras que su madre, Corinne Vuitton, había aprendido el oficio de sombrerera. Eran tiempos difíciles para el país, que estaba recuperándose de las secuelas de las guerras napoleónicas. Las familias campesinas, como la de Louis, estaban en la ruina total. Su infancia transcurrió entre cosechas y el cuidado de los animales.
A los 10 años la situación de Louis empeoró. Corinne, su madre, falleció y su padre se volvió a casar. Pero la relación con su madrastra era difícil y los conflictos lo empujaron a tomar una decisión que marcaría definitivamente su vida: Louis abandonó su hogar y, con tan solo 13 años, emprendió un viaje a París. Su deseo de libertad y la promesa de una oportunidad fueron su único equipaje. Se dice que recorrió a pie los 470 kilómetros que separaban su pequeño pueblo de París. El viaje le tomó dos años, que transcurrió sobreviviendo en refugios y realizando trabajos ocasionales para poder alimentarse.
Una vez en París, descubrió lo obvio: no tenía dinero, ni comida ni lugar para vivir. Vagó por las calles un tiempo y se ofreció para realizar todo tipo de trabajos. Lo contrataban, principalmente, como asistente de artesanos, quienes le enseñaron a dominar el arte de trabajar el metal, la madera, la tela y la piedra. Aunque la paga escasa, al punto que solo le alcanzaba para comer, le dejó un saber invaluable: sin que él lo sospechara, sus manos -que alguna vez trabajaron la tierra- ahora moldeaban un futuro de grandeza que superaría sus sueños.
Al mismo tiempo, París vibraba con el avance de la modernidad. La inauguración de la primera línea ferroviaria no solo facilitó los viajes, sino que abrió nuevas oportunidades para los artesanos que comenzaron a realizar maletas a medida, destinadas a la elite viajera.
Los baúles de viajes
En ese tiempo, gracias a sus conocimientos previos de carpintería, Louis comenzó a trabajar como aprendiz en el taller de “monsieur Maréchal”, un renombrado fabricante de cajas y baúles para los viajeros más acaudalados. Aunque el sueldo era bajo, sus ansias de aprender hacían que el sacrificio valiera la pena. Así se inició en la fabricación baúles de viaje, sin imaginar que su trabajo revolucionaría la industria del lujo.
No pasó mucho tiempo antes de que sus elegantes creaciones captaran la atención de los clientes más exigentes del taller de Maréchal. Su nombre resonaba entre los viajeros de élite, quienes no tardaron en convertirlo en el artesano favorito. En 1853, la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, conocida como la “emperatriz de la moda”, eligió a Louis Vuitton como su fabricante exclusivo de maletas y baúles. Fue la primera clienta famosa que confió en su talento y el puntapié inicial para abrir su propio taller.
Allí un cartel anunciaba con orgullo: ‘Empacamos de forma segura los objetos más frágiles. Somos especialistas en empacar prendas de moda”.
El taller: la innovación
Las creaciones de Louis fueron innovadoras. En esa época, las maletas tradicionales se fabricaban con cuero pesado y la tapa tenía forma de arco lo que complicaba acomodarlas para su traslado en los trenes.Louis empezó a experimentar con distintos materiales hasta encontrar el ideal: el lienzo, mucho más ligero que el cuero, pero igual de duradero y resistente al agua. Las maletas se hicieron con tapas planas, lo que las volvió más fáciles de cargar y apilar. Como si fuera poco, los diseños tenían un aspecto más pulcro y moderno. Así nació un nuevo concepto de equipaje y cada creación reflejaba la elegancia y funcionalidad, y el lujo se convirtió en sinónimo de practicidad.
Luego, llegó el turno de las carteras, un producto que al inicio fue rechazado por la sociedad, por considerarlos poco elegantes, voluminosos y desproporcionadamente grandes. Sin embargo, Louis encontró en ese desafío una oportunidad. Con su ingenio y creatividad comenzó a confeccionar bolsos de lienzo en una variedad de tamaños y estilos, permitiendo a las mujeres combinarlos con sus atuendos de forma elegante. Las carteras de Louis Vuitton se convirtieron rápidamente en un éxito rotundo.
También retomando una antigua tradición medieval, que usaban sus iniciales para identificar sus productos, la marca estampó el nombre de su creador en sus productos. Aunque hoy en día es común ver monogramas en las marcas de moda, en aquel entonces solo la realeza los utilizaba.
A la par que el negocio comenzó a crecer, Georges Vuitton, el único hijo de Louis, se sumó a la empresa familiar. Desde joven, Georges absorbió rápidamente el conocimiento de su padre y, al igual que él, mostró un espíritu innovador. Una de sus contribuciones más notables fue el diseño de una cerradura con pestillo, destinada a proteger los equipajes de los robos. Fue un avance que reforzó la reputación de la marca en términos de seguridad y exclusividad.
En 1859, Louis mudó su hogar y sus talleres a Asnières, un pequeño pueblo ubicado al noroeste de París. Todo en un galpón de dos pisos: abajo funcionaba el taller que comenzó con 20 empleados y en el piso de arriba vivía la familia Vuitton.
Poco tiempo después, la familia se mudó a una casa de estilo Art Nouveau que había al lado del galpón.
En el momento que Vuitton sintió que había alcanzado la cima del éxito, la Guerra Franco-Prusiana detuvo la producción. La familia se vio obligada a abandonar el taller y refugiarse en el centro de la capital.
Volver a empezar
Una vez que terminó la guerra. Vuitton y su familia regresaron al taller, pero lo encontraron destruido. Tenía que volver a empezar de cero.
Con los pocos ahorros que le quedaban y aprovechando la caída en los precios, Vuitton adquirió un local en uno de los distritos más exclusivos de la ciudad. En cuestión de meses, sus productos recuperaron el éxito de antaño y los pedidos comenzaron a llegar de todas partes del mundo. Aquel resurgimiento lo motivó a expandirse aún más, abriendo su primera boutique fuera de Francia, en Oxford Street, en Londres. Más tarde, la marca continuó su crecimiento con nuevas aperturas en ciudades como Nueva York y Filadelfia.
En la segunda mitad del siglo XIX, poseer una maleta Vuitton se convirtió en un símbolo de estatus y distinción. Entre sus exclusivos clientes había figuras de la realeza y la aristocracia, desde el rey Alfonso XII de España hasta el virrey de Egipto, Isma’il Pasha. Los productos Vuitton no se limitaban ya a simples maletas o carteras: Louis expandió su oferta con accesorios de lujo, como elegantes sets de picnic, camas plegables, portasombreros y maletas convertidas en armarios con cajones, capaces de transportar más de 20 vestidos. Cada pieza era un emblema de sofisticación, diseñada no solo para el viaje, sino para el arte de viajar con estilo.
Vuitton fue pionero no solo en la industria del lujo, sino también en el ámbito empresarial y laboral. En una época en la que las prácticas de bienestar para los empleados eran prácticamente inexistentes, implementó innovadoras medidas como la creación de un fondo de pensiones y un seguro social para sus trabajadores. Estas iniciativas, adelantadas a su tiempo, garantizaban la seguridad y estabilidad de su personal, algo poco común en ese entonces y que lo posicionó como un líder visionario tanto en el diseño como en la gestión empresarial.
Louis murió en 1892, a los 70 años, y su hijo Georges recibió mucho más que una simple herencia: le entregó un imperio. Lo que comenzó en un pequeño taller, no sólo logró sobrevivir, sino trascender el tiempo y las fronteras. Hoy, el nombre Vuitton es un emblema de éxito, resiliencia y visión, un legado que continúa siendo sinónimo de lujo en todo el mundo.