Se ha hablado últimamente como una catástrofe la caída del 11% en el consumo de carne vacuna, que este año culminaría en menos de 48 kg por habitante, siendo el peor en 28 años. En realidad, este promedio anual es el consumo más bajo de la historia, retracción que no debería sorprender porque viene cayendo sistemáticamente desde hace décadas por muchos motivos, como el fenomenal crecimiento de la producción y el consumo de las otras carnes: de pollo y cerdo, como ocurre en todo el mundo.
Pese a la mencionada caída del consumo de carne vacuna, comparada con el promedio de los últimos cinco años apenas refleja una caída de 4,2 kg, un ritmo similar al que viene ocurriendo hace 35 años. De hecho, el mes de octubre terminará con un promedio equivalente anual de consumo cercano a los 53 kg.
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En la primera mitad de la década de los 90 el consumo de carne vacuna se ubicaba en torno a los 74 kg por habitante y año participando en el 77% de la suma de las tres carnes, que promediaban un total de 95,7 kg.
Si la comparamos con el consumo de los últimos cinco años, tres décadas más tarde la vacuna promedia 25 kg menos per cápita sobre un total de consumo que, incluyendo las otras carnes, alcanza los 111,6 kg, bajando su participando al 45% del total consumido.
En primer lugar, cabe mencionar que los argentinos en ese período consumimos 17% más de proteína animal de alta calidad, ubicándonos en el segundo lugar en el mundo luego de los EE.UU. y muy por encima de quienes nos siguen.
Esto ha ocurrido gracias al crecimiento de las carnes de cerdo y pollo, que en los últimos 30 años crecieron casi tres veces gracias a su productividad y eficiencia, en niveles superiores a lo ocurrido en el mundo. Por su parte, la ganadería vacuna cedió 35 millones de hectáreas adicionales de sus mejores tierras que permitió el incremento del 400% de cereales y oleaginosas para el crecimiento del agro a la economía nacional.
Lo destacado es que, pese a la transición que significó relocalizar el stock ganadero en regiones no tradicionales que implicó adaptaciones, costos de infraestructura y adopción de nuevos procesos, la producción ganadera salió airosa y hoy su producción creció superando en el último quinquenio la de hace 30 años en un 11% y generando un crecimiento de las exportaciones del 130%.
El ritmo de caída estructural en el consumo de carne vacuna permite predecir que, dentro de 10 años, el consumo de carne vacuna per cápita estará cercana de los 40/42 kg, si ajustamos por los 51 millones de habitantes que estima en Indec. Para ese momento bastará con un volumen de 2, 1 millones para abastecer las mesas de los argentinos.
Para ese momento las otras carnes, particularmente la de cerdo, habrá crecido cuanto mínimo un volumen cercano a la caída prevista para la vacuna. En esas circunstancias, sin restricciones o prohibiciones a sus exportaciones, partiendo de la producción actual de 3.1 millones de toneladas, se prevé un crecimiento de entre 500.000 y 600.000 toneladas más.
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Considerando un excedente del consumo doméstico cercano a 1,5 millones de toneladas, serán imprescindible múltiples acciones que consoliden su crecimiento como la apertura de nuevos mercados, la reducción de costos de acceso (aranceles y cuotas) y la presencia activa de los privados en los mercados de mayor valor.
Los análisis de caídas del consumo producto de un análisis incompleto llevan a conclusiones erróneas y no muestran en absoluto el enorme potencial de la ganadería vacuna argentina que, con previsibilidad, libertad de comercio y compromiso de todos sus integrantes tiene frente a sí un futuro venturoso. Para ello y sin discriminar al mercado interno, las exportaciones son y serán la garantía de éxito y para ello el concepto de confianza y seriedad serán las palabras que definan el éxito.
El autor es consultor ganadero