Evelina Brinnitzer y Gabriela Fernández Panizza son formadoras de docentes, trabajaron juntas en el Instituto de Formación Docente de San Carlos de Bariloche e integran el equipo Ludomateca

En los primeros años de la infancia, jugar y aprender son prácticamente sinónimos. El aprendizaje sucede por medio de la exploración, la experimentación y la dramatización de roles; los chicos aprenden con el cuerpo, no solo con la mente. Algo de ese mecanismo parece romperse en la escuela, donde la organización del tiempo y el espacio se rige por una lógica diferente y el movimiento queda anulado. ¿Es posible recuperar el juego como experiencia de aprendizaje en las aulas de primaria, tal como aún ocurre en el nivel inicial?

Evelina Brinnitzer y Gabriela Fernández Panizza están convencidas de que sí. Ambas son formadoras de docentes, trabajaron juntas en el Instituto de Formación Docente de San Carlos de Bariloche y también integran Ludomateca, un equipo de profesoras de Río Negro que trabajan sobre la integración de juegos en las clases de Matemática. Brinnitzer y Fernández Panizza acaban de publicar un libro, Claves para jugar y aprender en las aulas (Noveduc), donde presentan un repertorio de más de 100 juegos para el aula, con orientaciones para los maestros y vías de entrada a contenidos de diversas materias.

Las autoras conversaron con Infobae sobre los desafíos que aparecen a la hora de llevar los juegos al aula y sobre la necesidad de incorporar esta estrategia a la formación docente, para que cada vez más maestros se animen a probar estas experiencias. El propósito –aclaran– no es que las clases sean “divertidas”, sino habilitar otras formas de acceder a los conocimientos y habilidades que la escuela pretende enseñar a todos.

Se trata, también, de garantizar un derecho básico al que muchos chicos en Argentina no acceden: los últimos datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA muestran que el 5,6% de los niños de 0 a 8 años experimentan un “déficit de juego”, lo que implica que no reciben en sus casas los estímulos necesarios para su desarrollo cognitivo y emocional.

–El jardín de infantes se caracteriza por una pedagogía lúdica, pero eso se interrumpe de manera abrupta en la primaria. ¿Qué lugar debería tener el juego en la escuela?

EB: Nosotras hicimos una investigación exploratoria en 2008 y encontramos que en los diseños curriculares de primaria, salvo en Educación Física y en el área artística, el juego estaba bastante ausente. Luego investigamos sobre la enseñanza de la Matemática y vimos que el juego desaparece progresivamente a partir del primer ciclo de primaria. También observamos que los docentes en general quieren incluirlo en sus prácticas, pero a veces no saben muy bien cómo.

GFP: Muchos docentes coinciden en que cuando aprendemos jugando, aprendemos más y mejor.

Si bien tiene una presencia central en el jardín de infantes, el juego desaparece progresivamente de las aulas a partir del primer ciclo de primaria.

–¿Cuál es la diferencia entre enseñar con juegos y enseñar a jugar?

EB: Jugar en la escuela es distinto que hacerlo afuera. Como docentes, cuando abrimos un espacio de juego, enseñamos una manera de jugar. En ese espacio, uno imagina, crea, interactúa con los demás, pone en juego lo que sabe y va más allá, sin miedo al error. Los juegos siempre portan determinada ideología; uno como docente selecciona o prioriza en función de lo que considera que el grupo necesita y lo que quiere enseñar. Enseñar a jugar y enseñar con juegos pueden ser parte de un mismo proceso, siempre y cuando el jugar y el enseñar sean dos momentos diferentes. Si queremos enseñar a partir de esa experiencia, tendremos que hacer una actividad de enlace para recuperar lo sucedido y hacer el pasaje a otra propuesta.

GFP: Para nosotras es fundamental que cuando se juega, se juega de verdad. No estamos hablando de un juego “didactizado”, de un entretenimiento o de un formato que parezca juego pero que después voy a usar para enseñar. Hacemos hincapié en que el juego por sí mismo es un contexto que genera nuevas preguntas, conocimientos y habilidades. No lo pensamos como una cuestión mecanicista, ni solo como una motivación porque hay un premio al final. Lo concebimos como un formato didáctico que tiene mucho potencial para aprender y enseñar.

EB: En ese sentido, es un posible mediador de aprendizajes. Por otro lado, el juego también es un objeto cultural, entonces es importante contextualizarlo. Siempre tratamos de rastrear sus orígenes, que a veces están en obras de arte o en la literatura.

–¿Hay materias que se prestan más que otras para incorporar este formato?

GFP: Se puede incorporar en todas las áreas. Hay algunas relaciones que son más obvias, por ejemplo entre los juegos de palabras y el área de Lengua. Y hay otras que no son tan evidentes, pero uno las puede pensar a partir de las habilidades de pensamiento que promueve cada propuesta. Por ejemplo, los juegos de aparear invitan a los participantes a establecer relaciones.

EB: También creemos que esto va más allá de la primaria. Hay muchos contenidos de Ciencias Sociales, Matemática o Lengua y Literatura que se pueden trabajar por medio del juego en la secundaria.

–¿Cómo debería ser la instancia posterior en la que se sistematiza lo aprendido en el juego?

EB: Ese un punto crítico. La experiencia es intensa, los chicos se entusiasman, hay mucha interacción. Pero es clave planificar cómo cerrar el juego y cómo hacer ese puente hacia la enseñanza. Nosotras proponemos, primero, recuperar la experiencia: ¿cómo les fue, qué situaciones se dieron, cómo las resolvieron? Después, ir formulando preguntas que vayan hacia una situación hipotética: ¿qué hubiera pasado si…? Eso lo llamamos “partidas simuladas”: recuperar lo que sucedió en el juego como un modelo para avanzar hacia la formalización.

–¿Cuál es la diferencia entre el planteo de enseñar con juegos y el de la gamificación? ¿Puede haber en la gamificación un riesgo de que se banalicen los contenidos en pos de la competencia o de forzar que la clase sea “divertida”?

GFP: Nosotras no hablamos de clases “divertidas”. Pensamos el juego como una actividad profundamente comprometida. Cuando estás metido en el juego, el desafío te lleva a querer explorar, a que no te importe el error, a colaborar con tu compañero. Esas son las actitudes que se dan cuando uno juega genuinamente, no para ganar una competencia sino porque uno está metido en esa situación ficticia que el juego genera.

EB: En la gamificación, en cambio, uno está más pegado al resultado que a lo que pasa en el medio. El objetivo es ganar, no compartir la experiencia con los demás. Si tengo que priorizar, prefiero los juegos cooperativos o con alternancia de roles; si es un juego competitivo, es importante que la competencia no distorsione el jugar. A veces la gamificación puede ser un ejercicio disfrazado de juego, por ejemplo porque le sumaste puntajes o niveles. También vemos que en la competencia suelen ganar siempre los mismos: los más veloces, los que piensan más rápido. Pero eso no significa que lo hagan mejor. Entonces lo que planteamos es que la gamificación no es la única manera de jugar en el aula, aunque sin duda puede servir en algunos casos.

–¿Cómo lograr que el juego en el aula no tenga un efecto disruptivo sobre la disciplina? ¿Se puede jugar y a la vez mantener la clase relativamente ordenada?

GFP: Se puede empezar por juegos de mesa, juegos de palabras, opciones que no requieran de tanta interacción, e ir probando. Es cierto que en la formación docente en general no nos enseñan a coordinar estas actividades con más movimiento, más inciertas. Pero se puede ir aprendiendo de a poquito si uno tiene ganas. Primero llevo un juego tranquilo y veo qué pasa, después me animo a otro. Para nosotras es un camino de ida: cuando ves lo que empieza a pasar en tus clases, cuando ves los aprendizajes de los chicos, te entusiasmás. Escribimos el libro a partir de nuestra propia experiencia, pensando en esos docentes que tienen el deseo de probar pero no saben cómo.

EB: Es un equilibrio entre el riesgo y la confianza. Uno tiene confianza para coordinar determinadas actividades, y se arriesga de a poquito con otras. El juego implica siempre incertidumbre, pueden surgir preguntas o temáticas inesperadas, y eso a veces genera cierta inquietud. Para nosotras es importante que la formación docente inicial y continua incorpore espacios de taller donde los docentes puedan vivenciar el juego, poner el cuerpo y exponerse, para animarse cada vez más a hacer este tipo de actividades.

–Suele decirse que los docentes hacen en el aula lo que vieron hacer a sus maestros. ¿Qué lugar tiene hoy el juego en la formación docente?

EB: En Río Negro tiene un espacio, tanto en los profesorados de educación primaria como en los de inicial y educación especial. Pero es cierto que después algunos docentes ingresan a escuelas donde hay cierta resistencia a que uno haga ruido, o tienen la inquietud de qué van a pensar los directivos si los alumnos están todos desordenados. Por eso hay que fortalecer la fundamentación, para poder defender este tipo de propuestas y llevarlas a cabo.

El juego forma parte de las propuestas de Educación Física, pero casi no tiene lugar en las clases del resto de las materias.

–¿Se puede pensar también la evaluación a partir del juego?

GFP: El juego puede ser una actividad de evaluación. Podemos observar lo que los chicos saben en función de cómo juegan.

EB: No es evaluación en el sentido de acreditación, de poner una nota y decir “este juega para 10, este otro juega para 8″.

GFP: Pero sí podemos evaluar cuánto aprendieron, cuánto comprendieron un tema. Además es un tipo de actividad que se puede repetir varias veces y los chicos se van a enganchar igual. A lo sumo lo vamos complicando un poco más.

EB: Por eso planteamos la gradualidad: a medida que uno conoce mejor las reglas, puede utilizar estrategias más elaboradas. Uno como docente puede promover que los chicos reconozcan cómo mejoraron sus estrategias y puedan autoevaluarse.

GFP: Con frecuencia el juego te impulsa a querer aprender más, para poder jugar mejor la próxima vez. En Ciencias Sociales, por ejemplo, uno podría apelar a juegos de roles para evaluar ciertos contenidos. Se podría trabajar el cambio climático a partir de un juego dramático en el que cada estudiante tenga que representar distintos actores o intereses de la sociedad. Esa podría ser una actividad final en la que el docente evalúe cómo los estudiantes argumentan e interactúan entre sí.

En el país el 5,6% de los niños de 0 a 8 años experimentan un “déficit de juego”, según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA.

–El juego es, antes que nada, un derecho de los chicos. ¿Qué lugar tiene hoy el recreo como espacio para ejercer ese derecho? ¿Qué pasa cuando las escuelas necesitan restringir el movimiento por falta de espacio en el patio?

GFP: Nosotras observamos que hay juegos que dejaron de transmitirse de generación en generación. Es necesario que los adultos enseñemos a jugar y juguemos con los chicos. Es nuestra responsabilidad para garantizar ese derecho al juego, que es fundamental para los niños y para el desarrollo humano en general. Después ellos seguirán solos, pero es clave ese acompañamiento inicial.

EB: El recreo debería ser un momento de libertad. Pero muchas veces los espacios son reducidos, entonces es necesario que la comunidad educativa se organice para que los chicos puedan disfrutar de ese tiempo y no se lastimen. Nosotras estamos convencidas de que, si uno abre espacios de juego en el aula, también los recreos van a ser diferentes. No va a estar esa necesidad imperiosa de salir desesperadamente al patio y correr.

GFP: El juego es un organizador. Como profesora de Prácticas Docentes, me ha pasado ir al recreo y enseñarles a los chicos una ronda tradicional. Cuando volvía a esa escuela otro día, los veía jugando a la ronda. Nada más anticuado que eso. Y sin embargo, los chicos lo disfrutaban un montón.