Estaba escrito este festejo. Lo anunció Gustavo Costas cuando le volvieron a abrir las puertas de su casa después de más de 15 años: “Racing necesita ganar algo internacional, la última vez fue hace un montón, cuando jugaba yo”. También se los dijo a los futbolistas, en la intimidad, cuando se enteró que la final de la Copa Sudamericana se iba a jugar aquí, en suelo paraguayo, su segundo hogar. “La copa, la copa. Donde estén piensen en la copa”, les repetía. La copa ya es de Racing. La Academia se a vuelve a consagrar a nivel internacional tras 36 años de espera. La Copa Sudamericana 2024 se suma a la Libertadores 1967, Intercontinental 1967 y Supercopa 1988 en las vitrinas de un club que necesitaba la gloria internacional para refrendar una década de protagonismo local, con dos títulos de campeón (2014, 2018/19) y tres copas (2019, 2022, 2023).
Así se explican esta invasión académica a Asunción que tuvo su merecida fiesta. Unas 50 mil almas viajaron desde distintos rincones del mundo para gritar Racing campeón. Y acá están. Con el sueño cumplido. Ya no se siente el calor asunceño que hizo transpirar hasta los nervios a lo largo de toda la jornada del sábado. La Nueva Olla arde. Y el Cilindro festeja, a 1300 kilómetros de donde Roger Martínez marcó el tercer gol para definir esta final ante Cruzeiro, también hay una multitud de hinchas que llenaron el estadio Presidente Perón a través de pantallas gigantes. Y también festeja esta ciudad, que abrió sus puertas y sus corazones a la marea celeste y blanca.
Resultó mucho más que local la Academia en Paraguay. Hasta los policías sonreían cuando se cruzaban con una camiseta celeste y blanca que caminaba hacia el estadio: “Vamos, Racing”. Por Costas, por la cercanía que genera el público argentino cuando cruza las fronteras, el pueblo guaraní se puso a disposición de la invasión racinguista. Los vecinos del barrio de la Nueva Olla sacaron sus mangueras a la calle para intentar que los hinchas no sufran los 40° grados de sensación térmica. Y también los parlantes cuando ya había caído la noche y se largó el festejo.
Estaba escrito. Sino no hay otra manera de explicar cómo ese centro de Gastón Martirena se clavó en el segundo palo del arquero Cassio. Justo donde ingresó la pelota se rompió la red. Una muestra del peso que tenía ese gol que marcó el partido. No es para menos. Esta es la décima final de Racing en su historia por competiciones continentales, contando los juegos de ida, vuelta, y neutral en Libertadores 1967, Supercopa 88, Recopa 89 y Supercopa 1992: en cinco no hizo goles. El gol del uruguayo, que en el festejo anunció que va a ser padre, marcó el partido. Otro momento para la galería de pasajes milagrosos que tuvo este equipo creyente a lo largo de esta travesía Sudamericana.
Más allá de lo emocional, se esperaba que fuera un duelo de estilos. Aunque tanto Costas como Diniz comprenden el fútbol con la misma filosofía, sus equipos son opuestos. Lo indican los datos de Opta: hasta esta final, Cruzeiro había acumulado 108 secuencias de 10 o más pases mientras que Racing apenas 65. La Academia protagonizó 36 ataques directos, los de Belo Horizonte solo 16. Tenencia contra juego directo. Ese 1 a 0 tempranero, con la descarga del anulado por el VAR en el amanecer del encuentro, acentuó aún más lo que se podía esperar.
Hasta este partido, Cruzeiro había estado en desventaja en el marcador apenas durante 29 minutos y 45 segundos, en esta Sudamericana, en la derrota ante Boca Juniors en La Bombonera, por los octavos de final. Ahora debió luchar de atrás toda la final. Y a este equipo de Costas le encanta ir ganando: pelear cada pelota, poner nervioso al rival, correr aunque el calor derrita.
Estaba escrito que Racing iba a ser campeón de la Copa Sudamericana porque este plantel estaba convencido desde la histórica noche de los dos goles de Juanfer para remontar la serie ante Corinthians, en semis. Acá, la Academia fue el dueño del partido. Tan convencido estaba el plantel que, en la clásica foto previa al juego, el capitán Gabriel Arias llamó a todos los suplentes para que posen para la foto. A Gustavo Costas nunca le importó el corralito que armó Conmebol ni los retos del árbitro uruguayo Esteban Ostajich. También Juan Nardoni se sintió dueño, cuando se animó a tirar una pisada de futsal en la mitad de la cancha después de un taco de Quintero.
Se sentía campeón antes de jugar la Academia. Así se puede explicar que, incluso con la efervescencia de la ventaja inicial, pueda construir un golazo como el segundo: una secuencia de pases directos que define a este equipo con el cambio de frente de Martirena, el apoyo de Rojas, la habilitación de Sosa, la corrida de Salas y la definición de Maravilla. Ese fue el cuadro de Costas a lo largo de 2024, el mismo que ahora irá por lo que nunca pudo hacer en su historia: el doblete. Porque tan derecho anda Racing, que lleva seis triunfos en fila, que está acomodado en la tabla del torneo local a falta de cuatro fechas.
Estaba escrito porque el tobillo derecho de Roger Martínez no le debiera haber permitido jugar esta final. Los médicos del club sugerían que la lesión precisaba de una cirugía. “Yo tengo que jugar con Corinthians”, dijo. Y así, fue con un buen aporte. Acá fue decisivo. Literalmente decisivo: porque cuando se encontró con la pelota en mitad de cancha para esa carrera solitaria ya sabía que el tercer tanto significaba el título.
Era la rienda suelta a este carnaval que se adelantó en Paraguay. La copa está en alto. La levantan Arias y Sigali, los capitanes que gritan campeón por quinta vez con esta camiseta. Esta es la foto que les faltaba. La vuelta olímpica ya es a paso lento. Porque no quedan piernas y porque el calor no permite más esfuerzo. O quizá para disfrutarlo más. Para que el grito de Racing campeón dure para toda la vida.