Desde el momento en que abre la puerta de su casa con una sonrisa y ofrece café, se adivina que Nilda Raggi es una mujer amable y serena, más dispuesta a escuchar que a decir, que anda por ahí mirando todo con ojos atentos. Y a poco de empezar a conversar y de verla moverse en su universo más íntimo y personal, no cuesta nada advertir que, también, habita su cuerpo con elegancia austera, disfruta plenamente de las pequeñas cosas, es culta e inquieta. Además de haber alcanzado prestigio como una de las grandes damas del teatro argentino, Nilda pinta –sus obras destacan en distintos rincones de la casa–, comparte su vida desde hace 63 años con Juan Raggi, es la orgullosa mamá de cuatro hijos –Gabriela (60), Pablo (58), Valeria (57) y Florencia (52)– y la feliz abuela de ocho nietos –Pedro, Agustín, Valentina, María, Mateo, Joaquín, Renata y Francisco–. De todo eso habló con ¡HOLA! Argentina en una charla en la que destacan su buen humor e inteligencia.

El living de su casa, acogedor y luminoso, está dominado por las fotos familiares.

–A lo largo de tu carrera hiciste cine, teatro, televisión y publicidad. ¿Qué es lo que más disfrutás?

–El cine me fascina, porque ahí se nota cómo la gente trabaja en equipo, lo importante que es entenderse con el equipo. Pero en este momento estoy extrañando el teatro, porque siempre hice teatro y extraño estar arriba del escenario.

–¿Te seguís poniendo nerviosa antes de un estreno?

–Depende, si es algo complicado o algún director muy exigente, por ahí me pongo un poco nerviosa. Pero en general lo manejo bastante bien. Estudio bien lo que tengo que hacer y pienso mucho el personaje, así que como estoy satisfecha con el trabajo que hago antes, llego al estreno tranquila.

–¿Siempre supiste que ser actriz era tu vocación?

–Yo sabía que era mi vocación porque de soltera había hecho teatro con un grupo de Lomas de Zamora con el que habíamos puesto algunas obras. Y el día que estrené la primera, que era muy chica, me parecía que caminaba en el aire, que flotaba. Pero esperé: primero me dediqué a la familia y después al teatro. Es que en mi época la gente se casaba joven y tenía hijos. Y yo quería tener hijos. Así que un poco mi objetivo era casarme y formar una familia. Y eso hice: me casé y me dediqué a full a la crianza y educación de los chicos. Estoy muy contenta de haber hecho ese trabajo primero. Después, cuando mi hija mayor tenía 13 o 14 años, empecé a estudiar teatro con Villanueva Cosse y de a poco fui dedicándome a lo que a mí me gustaba. Pero mis hijos ya estaban grandes y si yo tenía teatro se quedaban con el papá.

Nilda en su escritorio pintando. Aunque aprendió de grande, encontró en la pintura un refugio.

–¿Qué sentiste la primera vez que, después de tanto tiempo, pudiste cumplir tu sueño y participar en una obra?

–Nunca me voy a olvidar, porque fue en el Teatro de la Ranchería el 2 de abril de 1982: cuando estaba la gente juntada en la Plaza de Mayo por el tema Malvinas yo crucé caminando por el medio para ir al estreno de mi primera obra comercial, Los extraviados. Y desde ese momento el teatro fue la pasión de mi vida.

–¿Sos una mujer apasionada o racional?

–Cuando me comprometo con algo soy apasionada, pero normalmente pienso mucho antes de tomar una decisión, soy bastante racional. Pienso en las consecuencias de las cosas que voy a hacer, en las ventajas y desventajas, pienso mucho. No me manejo por impulso.

–¿Te gusta la rutina o preferís que la vida te sorprenda?

–Me gusta que la vida me sorprenda. Me pasaron cosas lindas por dejarme sorprender. Yo era una persona muy responsable, pero cuando empecé a estudiar teatro y me fui involucrando cada vez más, me dejé llevar por todas las propuestas que me hacían. Me decían: “Tenés que cantar”, cantaba. “Tenés que bailar”, bailaba.

Muy sonriente, con look en negro y dorado, apoyada contra un vitraux que trajo de su casa anterior. “Nos mudamos cuando los chicos se fueron y quedamos solos”, cuenta.

–¿Qué papel jugó tu marido en tu carrera?

–Al principio le costó apoyarme, porque yo era una señora que estaba en mi casa, que tenía siempre la comida lista y todo en su lugar. Entonces un día me invitó a tomar un café y me dijo: “Pero ¿vos pensás dedicarte a esto de verdad?”. Y le dije que sí. Y ahí hubo un cambió en él y, aunque le costó acostumbrarse, no me hizo la contra. Con el tiempo, después de verme trabajar y verme dirigir, empezó a apoyarme mucho más.

–¿Y tus hijos se acostumbraron rápido?

–No, a ellos les costó más, para mis hijos fue difícil. Al único que veía contento con mi trabajo era a mi hijo varón. Mis hijas, en cambio, no querían venir al teatro ni me miraban en la tele. Pero yo entendía, claro, ¡les habían cambiado la madre! Pero no me dejé vencer por eso, porque otra persona habría pensado: “Bueno, antes de tener tanto lío, dejo acá”, y yo no, yo seguí.

–Seguramente esa determinación fue un buen ejemplo para tus hijos.

–Sí, ahora que son grandes lo entienden, se dan cuenta. Y además ellos tienen esa actitud en la vida, de no achicarse frente a las cosas. Así que para mí fue muy bueno. Y logré lo que quería, que era actuar. Lo disfruté y lo disfruto muchísimo.

“Para mis hijos fue más difícil aceptar mi vocación. Pero yo entendía, claro, ¡les habían cambiado la madre!”, dice.

–¿Cuáles son tus herramientas para enfrentar los momentos difíciles?

–Preguntarme para qué me pasa esto, qué tengo que aprender. Terapias he hecho de todo tipo y de todas formas, también hice yoga y todo lo que te imagines. Trabajo mucho sobre mí misma y, al mismo tiempo, acepto la realidad del momento. Los años han pasado, por ahí ya no hay trabajo para la gente grande, mi marido no está bien de salud… todas esas cosas que son propias de la vida. Siempre intento poner la mejor cara posible, pese a que a veces estoy medio caiducha, trato de mantenerme optimista.

–¿Cuándo te conectaste con la pintura?

–Empecé a pintar de grande. Mi hija Gabriela se había casado, Pablo se fue a vivir solo, Valeria ya se casaba, Florencia andaba por el mundo con sus publicidades y yo pensé: “¿Y ahora qué hago?”. Y ahí empecé. Estuve yendo al taller como diez años y encontré en la pintura algo muy interesante, muy para adentro, pero que me daba mucha satisfacción. Además, a mí me gustan los trabajos manuales y tengo facilidad para eso.

–¿Cómo sos como abuela?

–Cuando fui abuela ya estaba en esa etapa de mi vida en la que hacía teatro, así que fui una abuela salidora: todos fueron conmigo al Colón por primera vez, todos fueron conmigo al cine. Por ahí no fui una abuela tradicional y presente todo el tiempo, pero sí fui compañera de mis nietos. Yo era medio la abuela chiflada que andaba haciendo teatro, ensayando y todas esas cosas.

Ella y su marido con sus ocho nietos.

–¿Qué pensaste cuando Florencia te dijo que quería ser modelo?

–No fue así, ella no me dijo. El asunto fue que un día, tendría 14 años, me dijo: “Mamá, ¿no podés llevarme las fotos a ver si puedo hacer alguna publicidad?”. Bueno, fui a Pancho Dotto, nunca la llamaron, y un buen día Tini de Bucourt la conectó con alguien que la convocó para una publicidad. Yo la acompañé y como le pagaron y Florencia quería comprarse no sé qué cosa, le gustó. Pero más que nada era por la plata.

–¿Y cuándo supiste que iba a ser actriz como vos?

–Que ella iba a ser actriz lo supe siempre, desde que tenía 8 años, cuando un día estábamos viendo una película de Audrey Hepburn por televisión, Esperando en la oscuridad, y en un momento en que ella prende un fósforo Florencia me dijo: “Ay, el olor a fósforo”. Y yo pensé: “Uy, esta chica va a ser actriz”, de lo metida que estaba en lo que estaba viendo. Después, en la escuela, siempre se quedaba en todos los ensayos de todas las obras. En un momento me dijo que le parecía que quería ser actriz, y yo le dije: “Mirá, hasta que no tengas 18 años, y veamos adónde irías a estudiar, olvídalo”. ¿Y qué paso?, que después de la publicidad esa la empezaron a llamar de todos lados. Y fue un momento en que estaba de moda ser modelo, y le iba muy bien. La llamó Piñeiro, porque un fotógrafo que la había visto le habló bien de ella. Y el primer trabajo que hizo fue un desfile en el Sheraton para Oscar de la Renta: el propio diseñador la eligió entre setenta modelos. Florencia nunca se había puesto un zapato de taco. Tenía 15 o 16 años. Y cuando la vi en la pasarela pensé: “Esta chica brilla y va a brillar arriba del escenario”. Y así fue.

–Se dio la casualidad que, en distintos momentos, las dos hicieron el mismo personaje de La casa de Bernarda Alba. ¿Qué sentiste cuando te enteraste de que tu hija también iba a interpretar a Angustias?

–Fue muy emocionante para las dos. Florencia es muy buena actriz, estudió mucho, se preparó a conciencia. Después de un viaje a Londres empezó a estudiar con Julio Chávez y nunca dejó de estudiar.

Madre e hija, el mismo amor por la actuación.

–¿Sos feliz?

–Tengo bienestar. He tenido momentos de mucha felicidad y otros no tan alegres, pero si tuviera que hacer un balance diría que soy feliz. Tengo mucho para agradecer. Cuatro hijos sanos de los que estoy muy orgullosa, ocho nietos encaminados, que trabajan, y yo estoy muy activa: voy a un grupo de lectura, cada tanto al teatro con una amiga, voy al gimnasio cuando mi columna me lo permite, pinto, intento estar al día con los estrenos de cine. En fin…, trato de seguir viviendo, de honrar la vida, porque para eso la tengo.

Durante el verano de 1973, con sus cuatro hijos. La más chiquita es Florencia Raggi. La tapa de revista ¡Hola! de esta semana