El mundo tal y como lo conocemos hoy es producto de los diferentes inventos que décadas atrás permitieron una mejor calidad de vida para el ser humano. Eso sucedió con el trabajo de Leo Baekeland, un químico belga que desde muy joven guardaba un cierto ímpetu por desarrollar cosas nuevas. Su curiosidad lo llevó a revolucionar la industria cuando descubrió la fórmula exacta para producir plástico.
Leo nació el 14 de noviembre de 1863 en Gante, Bélgica, y a los 21 años se graduó con honores en la universidad de su ciudad natal como químico industrial. Después de ofrecer clases en la casa de altos estudios, en 1889 abandonó sus responsabilidades allí y se instaló en Nueva York, Estados Unidos. En esa localidad vivió hasta su muerte, en 1944.
Según describe la Enciclopedia Británica, el científico provenía de una familia humilde, donde su oficio de zapatero le permitió conocer de cerca las relaciones humanas y entender las necesidades que esta carecía.
En su arribo a Norteamérica, Leo se incorporó en una empresa de fotografía, hasta que pronto montó su propia fábrica de iguales características, ya que había logrado inventar un papel fotográfico capaz de revelarse con luz artificial.
A su compañía la bautizó Velox y le permitió saciar sus ánimos de crear nuevos objetos eficientes y necesarios para resolver la vida de las personas. Aquel papel fotográfico fue tan exitoso que se convirtió en el primero de venta comercial en todo el país.
Sus ansias de ir por más lo condujeron a vender la empresa y los derechos del papel fotográfico en 1899 a George Eastman, de la Eastman Kodak Company, por un valor estimado de un millón de dólares de la época. Lo cierto es que ese dinero le sirvió para financiar sus próximos inventos, hasta que en 1905 llegaría a conocerse una de las máximas creaciones del químico belga, la baquelita.
El invento que revolucionó al mundo
En su búsqueda por hallar un reemplazo sintético de la goma laca, encontró la fórmula de la baquelita, un producto de condensación de formaldehído y fenol que se produce a alta temperatura y presión. Si bien este material ya había sido descrito antes, Baekeland encontró un método para transformarlo en un plástico termoendurecible.
Ese tipo de sintético era capaz de ser expuesto a temperaturas cálidas sin deformarse, lo que permitió desarrollar una industria de objetos domésticos, industriales y hasta para el campo de la medicina con un costo mucho menor. Lo hizo con teléfonos fijos, aisladores eléctricos, picos de botellas y mangos de sartenes, etc.
Con su invento, Baekeland reconoció más tarde que solo quería hacer dinero y que se introdujo en el mundo de los polímeros por esa simple razón. Claro que esto le hizo ganar miles de millones de dólares tras patentarlo. Sin embargo, en 1939 se desprendió del laboratorio y dedicó sus últimos años de vida a navegar en su yate, el Ion. Entre otros hechos importantes de su trayectoria, también vendió la exitosa fábrica que erigió, la Union Carbide and Carbon Corporation, ahora una subsidiaria de Dow Chemical Company.
A pesar de que la baquelita resolvió diferentes aspectos industriales y de la fabricación de usos cotidianos, con el paso del tiempo se conoció su potencial contaminante, ya que su degradación es lenta. Además, su composición química puede perjudicar la salud.